viernes, 13 de diciembre de 2019

 



                   Una nueva filosofía de la libertad: 
             La Razón Manual de Manuel F. Lorenzo

                                        CARLOS JAVIER BLANCO MARTIN




El gran filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) sentenció que la filosofía que un hombre profesa depende de la clase de hombre que se es. En tal aserto, lejos de abrir las puertas a un relativismo, tengo para mí que se contiene la semilla de un nuevo y fundamental vitalismo. La filosofía es la razón de la vida, y de la vida en razón. El gran idealista germano, según he podido aprender del profesor Manuel Fernández Lorenzo, fue el padre y el impulsor no ya sólo del idealismo alemán sino también del vitalismo filosófico, movimiento del que todos los españoles y americanos de habla hispana podemos sentirnos herederos. ¿Y por qué los españoles e hispanohablantes precisamente? España, nación a la que algunos, erróneamente, toman por huérfana filosófica, posee muy por el contrario conocidos y dignos padres pensadores de primera talla. Como ocurrió en otras ocasiones y países, España conjuga hoy, como las demás naciones hermanas, un verdadero derrumbe moral y social, así como una descomposición institucional, por un lado, con una elevada y meritoria producción filosófica, por el otro.

Es en dos etapas bien diferenciadas en donde cabe hablar de la prosapia hispana de la filosofía. Hubo una primera -pero ya remota- etapa de realismo escolástico, en la Edad Moderna, esto es, en los siglos áureos del Imperio. Hubo y hay otra etapa, mucho más reciente, presidida de forma contemporánea por el vitalismo filosófico de nuestro Unamuno y de nuestro Ortega. Es de este vitalismo de donde partimos hoy en la hispana filosofía y de donde, según los pasos que muestra Manuel F. Lorenzo, podemos beber y alzar nuevas construcciones del pensamiento. El vitalismo hispano, como el de toda Europa, bien podría bascular en dos direcciones, entre sí antagónicas. Una dirección posible, hacia donde inclinar su peso, es claramente irracionalista. La Vida como opuesta a la Razón, la Vida como primum que no atiende a razones, que siente las razones como enfermas y como lastres, como artificios y excrecencias. Los pensadores germanos han sido pródigos en este vitalismo irracionalista e irracional. Schopenhauer Nietzsche, Klages, son nombres que acuden entonces a la mente, y su filosofía hiriente incomoda a todo aquel que busca incólumes certezas, cimientos lógico-matemáticos, solideces de plomo, granito y acero. Eran aquellos filósofos de la vida enemigos de la ratio rebeldes muy a la alemana, esto es, rebeldes dados a la reacción.

El más irracionalista de nuestros pensadores de la Vida, don Miguel de Unamuno, no fue de esa estirpe, y escribió una filosofía acorde "con la clase de hombre que era", esto es, existencial, dubitativa, escrita con su carne y asomando en ella el hueso. No se extirpa ni se humilla allí la razón, sino que se la envuelve en las vísceras y en la organicidad de la existencia humana. Pero es de Ortega y Gasset de donde parte esa nueva filosofía hispana de la vida que explica genéticamente la razón, y es la que anuncia como precursora de la suya don Manuel Fernández Lorenzo, profesor en Oviedo (Principado de Asturias). El raciovitalismo orteguiano, junto con la epistemología genética de Jean Piaget y el materialismo de Gustavo Bueno, serán los puntos de arranque, el triple hito de donde comenzar a señalar, sin temor a pérdida, una novísima filosofía hispana. ¿Cómo? -se preguntará el lector. Son tres puntos de arranque muy distintos y distantes. No parecen casar bien con vistas a llegar a un nuevo sistema filosófico hispano, a la altura de nuestros tiempos, en diálogo y contraste con las filosofías contemporáneas a las que es obligado evocar, con las que se nos exige dialogar y, resueltamente, a las cuales es menester superar. Pero la distancia y la heterogeneidad entre Ortega, Piaget y Bueno, todos ellos partiendo de Fichte y su filosofía del "lado activo" del Yo, es más aparente que real si seguimos atentos y disciplinados las explicaciones de Manuel F. Lorenzo.

La razón vital no se limita a pensar en y desde "el hombre de carne y hueso". La razón vital implica que la vida humana no es sólo razón, pero sí es ejecución de actos en orden a una gestión de la vida misma, una gerencia y construcción que se hace de acuerdo con principios racionales. El hombre no es, para nada, un autómata racional, sino un sujeto orgánico cuya forma humana de adaptación y supervivencia psicobiológica exige la racionalidad. El hombre viene definido, en rigor, no por una sustancial cogitación ("yo soy una cosa que piensa") sino por una actividad circular, por un circuito entre el Yo y las Cosas (el "no-Yo" de Fichte). Ninguno de los polos del circuito debe ser reificado de antemano, ninguno ha de ser tratado acríticamente como una cosa o sustancia. La constitución de los dos polos, yo y mundo ("circunstancias"), consiste precisamente en el lanzamiento de series de acciones en las que el Yo se hace con el Mundo y recíprocamente el Mundo se presenta y re-presenta ante el Yo. 

La filosofía de Ortega, que tantas veces bebe de la fenomenología y del existencialismo alemán, es vitalista por cuanto que plantea siempre un sujeto humano orgánico definido como un verdadero sistema racional de operatividad, para quien conocer es, de otro modo, coextensivo con sobrevivir y "hacerse con el mundo". Las circunstancias orteguianas, como el "medio" (Umwelt) de los biólogos, conforman el espacio de las operaciones, un espacio que da pie a redefinir la experiencia en términos de construcción. Ortega no quería echar por la borda la razón, aplastarla bajo el peso de una salvaje o bestial Voluntad o Vida. Antes bien, quería explicar el hecho humano mismo de la razón. Al proceder así, al avanzar desde la dialéctica de Fichte, el raciovitalismo del filósofo madrileño ofrece un programa genético del racionalismo tanto como del empirismo. Se trata de volver al genuino espíritu con el que nació el idealismo: la superación de la magna filosofía europea de la Modernidad, tanto el empirismo isleño como el racionalismo continental, una superación que acude a la génesis misma del conocimiento. Y el conocimiento es al fin entendido no como resultado de acumulación de experiencias o como deducción de principios racionales o ideas innatas, sino como resultado de una experiencia en sí misma racional desde el inicio. Experiencia orgánica que se estructura en forma de sistemas de acciones que, por medio de una lógica material, estructuran nuevos sistemas de acciones más amplios en radio de alcance, más potentes en influjo sobre el medio, más "hábiles" en orden a una adaptación y control sobre el medio. 

En este sentido, Jean Piaget convirtió en empresa "positiva", científica y experimental, una parte muy importante del proyecto esbozado por Ortega. Piaget llevó a cabo un programa científico de esclarecimiento de los orígenes de la inteligencia y la razón de los sujetos orgánicos partiendo no tanto de un "Yo" que se pone (Fichte) y se limita con el No-Yo (mundo en torno, o "circunstancias") sino de un circuito que ya en la fase pre-intelectual incluye ese centro orgánico que lanza acciones-percepciones, como choca con "dificultades" y "obstáculos" de un entorno con el que deberá luchar. El bebé humano, tanto como cualquier individuo orgánico, es un centro de operaciones y es a la vez el eco y la respuesta de un medio ambiente transformado por las operaciones. Los dos sentidos en los que el sujeto orgánico "choca" con el mundo y lo transforma, a la vez que se transforma él, han recibido por parte de Piaget los nombres de "asimilación" y "acomodación". La asimilación, como proceso que generaliza la asimilación de los alimentos, supone la incorporación cognitiva y no sólo material del mundo. El Yo se "pone", se afirma, incorporando elementos del medio que él necesita para su mantenimiento (conservación, supervivencia). Pero el mundo (el "no-Yo") se le opone, se le enfrenta, le traza caminos por donde poder ejercer la acción y por donde no puede atravesar ese mundo con la acción. La acomodación piagetiana podría verse como el sentido opuesto a las acciones asimilativas. El Yo, como centro orgánico de operaciones, debe transformarse a su vez, debe reestructurar sus esquemas de acción para sortear, horadar, recomponer las barreras y resistencia del mundo-entorno. La razón en el proceso vital no es más que el grado máximo en que un sistema de acciones "se hace con el mundo" y, recíprocamente, el mundo se hace con el yo. Esta es la razón vital, pero investigada desde un punto de vista genético y positivo.

La incorporación de la filosofía materialista de Gustavo Bueno a todo este enfoque genético-constructivo del pensamiento se hace ineludible en este punto de mi breve recensión. Manuel F. Lorenzo es un buen conocedor del materialismo buenista, como discípulo directo suyo desde los primeros tiempos, miembro activo de la llamada "Escuela de Oviedo", hoy en disolución bajo la sombra de los sectarios y de los arribistas. En "La Razón Manual", el autor nos recuerda el aserto fichteano con que encabezábamos esta reseña: "uno profesa la filosofía que va de acuerdo con la clase de hombre que se es". Profesar el materialismo de Bueno, a pesar de sus deudas para con la epistemología genética piagetiana supone, verdaderamente, profesar una suerte de dogmatismo, de pensamiento antipático a la libertad, dicho en términos fichteanos. Las clases de hombres que, filosóficamente hablando, cabe hallar en el mundo se pueden reducir a dos: los amigos de la libertad (idealismo) y los amigos de la servidumbre (dogmatismo, en donde cabe situar el "materialismo"). "La Razón Manual" es un libro que toma partido expreso y decidido por la libertad, se entronca en el idealismo. No en el idealismo visionario, celeste, construido sobre las nubes. Se entronca en la tradición idealista-vitalista que, desde Fichte, indaga en "el lado activo", esto es, en las operaciones. 

En ese sentido, la filosofía de Bueno estudiada a la luz de la filosofía de la "Razón Manual" adopta el aspecto de un centauro. Por un lado desarrolla una inmensa y magnífica "Teoría del Cierre Categorial", basada en la obra de Piaget y en una genética de las operaciones gnoseológicas, por otro lado incluye un "preámbulo ontológico" de corte escolástico-marxista, que lastra todo el sistema. El propio nombre de "materialismo filosófico" supone una fuente inagotable de equívocos, que ha dado pie a que muchos farsantes e iletrados lo confundan con una versión sofisticada del leninismo y otros, por el contrario, con un positivismo cientifista o realista. Los grandes logros de Gustavo Bueno, depurados del dogmatismo y su "culto a la materia", se pueden reaprovechar y potenciar siguiendo las indicaciones de "La Razón Manual", todo un programa de investigación que humildemente recomiendo.






CARLOS JAVIER BLANCO MARTÍN

Nacido en Gijón, 1966. Doctor en Filosofía (Pura). Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación (secciones de Psicología y Pedagogía). Premio Extraordinario de Licenciatura y de Doctorado. Autor de más de 50 publicaciones  (http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=31725), y de varios libros (La Luz del Norte, La Caballería Espiritual, Casería y Socialismo, Oswald Spengler y la Europa Fáustica...). Miembro del Comité Científico de la Revista La Razón Histórica. Revista Hispanoamericana de Historia de las Ideas.
Ha sido profesor asociado en la Universidad de Oviedo y en la Universidad  de Castilla-La Mancha. Es profesor en el Instituto "Maestro Juan de Ávila" de Ciudad Real (España).

© 2000-2019 Revista Contratiempo | Buenos Aires | Argentina | ISSN 1667-8370



 

martes, 12 de noviembre de 2019

La civilización europea y la griega


Hoy asistimos a una crisis abierta en la Unión Europea por la petición de salida de una de las grandes naciones constituyentes fundamentales de la civilización europea occidental, como es Inglaterra, con el famoso brexit. Ello está llevando a discusiones de fondo sobre lo que es Europa, no solo como espacio político, sino como agente cultural creador de importantes valores civilizatorios que han permitido la existencia de la actual Civilización Occidental que incluye los territorios más ámpliamente industrializados y desarrollados del Globo terráqueo. Hay muchas formas de preguntarse por lo que es Europa, pero aquí vamos a intentar responder a ello buscando algunas analogías que mantiene con la Civilización Griega, de la cual en parte procedemos.

Los historiadores, cuando hablan de Grecia, no la presentan como una civilización homogénea, sino que presentan a dos ciudades-estados, Esparta y Atenas, como dos modelos políticos enteramente opuestos, pero ambos claves, en la explicación del desarrollo de dicha civilización. Esparta tuvo su gran legislador Licurgo y Grecia tuvo a Solón, los cuales concibieron dos modelos de Estado muy diferentes y en gran parte opuestos, con el predominio de la organización militar en Esparta, por el peligro que representaron los Mesenios, y el predominio del comercio y el cultivo de las artes en Atenas, debido a su carácter marítimo.

Europa también puede ser vista de forma no homogénea como una civilización en la que dos Monarquías nacionales, como la española y la inglesa, crearon dos modelos de Estado opuestos, la Monarquía Absoluta española y la Monarquía Parlamentaria inglesa, las cuales, tras la creación de sus respectivos Imperios, fueron decisivas en frenar y neutralizar la amenaza islámica (primero España con su Reconquista y su Lepanto y, finalmente Inglaterra, con la destrucción del Imperio Turco en la I Guerra Mundial). Dicha amenaza islámica puede compararse a la que representaron para los griegos los temibles ejércitos persas, que amenazaron con destruirlos y someterlos, pero fueron frenados por los espartanos en el paso delas Termópilas permitiendo así la decisiva derrota naval de Salamina por la flota comandada por Temístocles.

La Monarquía Absoluta española establecida por los Reyes Católicos, llevada a su máximo poder y expansión con Felipe II, fue el primer modelo de Estado moderno centralizado y burocratizado que se creó en Europa, imitado después por países como Francia y otros. Inglaterra, tras fracasar su imitación de dicho modelo absolutista, ensayada desde Enrique VIII a los Estuardo, hará triunfar, tras el enfrentamiento del Parlamento con sus reyes absolutistas, la Monarquía Parlamentaria, teorizada por auténticos nuevos legisladores como John Locke. Dicho modelo permitió, mejor que el español, el desarrollo de la industria y el comercio junto con las nuevas ciencias y la filosofía. Con él, Inglaterra acabaría imponiéndose como potencia hegemónica en Europa, desplazando a España y a una Francia aspirante a tal función tras las guerras religiosas entre protestantes y católicos que asolaron Europa desde el Renacimiento.

Aunque España no fue plenamente derrotada, pues mantendrá la mayor parte de su Imperio hasta las guerras napoleónicas, sin embargo su influencia decaerá de forma notable. España, como Esparta, destacó por sus grandes conquistadores y por la efectividad de sus famosos tercios y su poder marítimo. En Inglaterra predominó, como en Atenas, el carácter comerciante y el fomento de las artes y las ciencias que condujeron a su Revolución Industrial. Pero lo mismo que Esparta y Atenas acabaron siendo rebasadas por otros modelos de Estado diferentes y que se demostraron más poderosos, como la Macedonia de Alejandro y finalmente Roma, la superación de la Monarquía se va a intentar primero con el modelo de República presidencialista francesa que acabará imponiéndose con la Tercera República y después con el ascenso en la I y la II Guerra Mundial de la República Presidencialista de EEUU.

Un modelo que introduce la compleja separación de poderes de Montesquieu, con un poder presidencial que, sin pasar por el Parlamento, deriva directamente del ciudadano permitiendo sortear las crisis a que conducirá el parlamentarismo inglés con la extensión del voto a un elector masificado y proclive a ser presa de los demagogos, junto con la reducción creciente del papel de su Corona a una función meramente decorativa. Por eso se tiende a ver EEUU como una nueva Roma que pasa a hegemonizar el liderazgo en la civilización llamada Europeo Occidental desde América, a través de la OTAN y de otras organizaciones, aunque estén surgiendo grietas, como la de la crisis de la propia Unión Europea, por el ascenso de las ideologías multiculturalistas fomentadas desde la ONU, además del ascenso de una poderosa y gigantesca economía como la que hoy representa China tras las reformas de Deng Xiaoping.


Artículo publicado en El Español (9-10-2019)

miércoles, 9 de octubre de 2019

Sobre la superación de la Leyenda Negra


     Ante la superación de la denominada “leyenda negra”, que brillantemente proponen actualmente algunos en España, como Iván Velez o Maria Elvira Roca-Barea, es importante evitar caer sin darse cuenta de nuevo en la leyenda rosa. Sobre todo cuando se propone salirse de Europa para aventurarse de nuevo en la creación de una Federación o Confederación política con los Estados Hispanoamericanos, como hace el propio Gustavo Bueno en su influyente España frente a Europa. Pero hay que distinguir Europa como Civilización, en el sentido de Ostwald Spengler, renovado por S. Huntington, del circunstancial Club de la Unión Europea actual.

     Pues, en el primer sentido, toda América es una prolongación de la cultura y las tradiciones políticas europeas, desde Canada y USA a Chile y Argentina. Las antiguas civilizaciones precolombinas han sido sustituidas por la civilización occidental europea, aunque queden restos sincretistas todavía que se intentan resucitar con las ideologías indigenistas. Precisamente la única justificación que puede tener la violencia que hubo en tal conquista está en que supuso el paso de unas civilizaciones precientíficas, a una civilización como la europea, heredera de la superior ciencia y filosofía griega mezclada con una religión más humanista como es el Cristianismo occidental, sustituta de religiones que precisaban de cruentos sacrificios humanos.

     Por ello el Imperio Español no puede ser equiparado al Imperio Inca o al Persa. Sus diferencias con el Imperio Inglés son de otro tipo pues ambos son desarrollos sucesivos de la propia alta Cultura europea, forjada en común en el Medievo. Dichos Imperios, como poderosas institucionales militares, tienen también “alma”, en el sentido comtiano de un “poder espiritual” separado del “poder terrenal”. Dicho poder no es ciertamente el poder de la espada, sino el poder que guía en último término, en compleja dialéctica, a la propia espada. Dicho poder lo representó para el Imperio español la Iglesia Católica con sus Doctores de la brillante Neoescolástica Española. Pero, al surgir una filosofía moderna como la cartesiana, se produjo un principio de crítica y de superación de la filosofía aristotélico-escolástica en partes suyas esenciales, como la astronomía, la teoría del conocimiento, la metafísica, etc., debido a la aparición de la matemática algebraica que no existía en la época de Platón y Aristóteles.

     Con ello se crea un nuevo “poder espiritual” de filósofos y científicos que arrinconará paulatinamente al de los escolásticos y minará el poder de la Iglesia, ya muy debilitado por la propia división puramente religiosa entre Protestantes y Católicos. De ahí que el conde de Saint-Simon interprete la Revolución Francesa como la sustitución de la Alianza entre el Trono y el Altar por la nueva Alianza de los industriales, científicos y filósofos positivos. Por ello se puede afirmar, como hace Bueno, que el sujeto de la Historia son los pueblos o naciones organizados en grandes Imperios o Federaciones, pero guiados por una serie de valores intelectuales compartidos, que no se reducen a meros reflejos mecánicos de sus intereses materiales, sino que solo pueden ser el resultado de la existencia de poderes separados relativamente de dichos intereses y capaces de construir unas constelaciones ideológico-culturales que engranen con la realidad y, tras la revoluciones científicas, con amplias franjas de verdad. Pues los valores supremos de tales civilizaciones, con raíces comunes, aunque con diferente desarrollo, son un componente esencial que marca los límites fronterizos últimos de los grupos humanos. Son los círculos culturales máximos que pueden ser trazados.

     De ahí que el actual conflicto que se presenta a la Civilización Occidental, tras el despertar del sueño de un fin democrático y homogéneo de la Historia, como creía Fukuyama, sea el denominado por Samuel Huntington como “choque de civilizaciones”. Pero el muticulturalismo dominante, inspirado en los ideales de un humanismo cosmopolita acrítico e ignorante de la tozuda realidad de las fronteras cree, cual paloma platónica, que puede elevar a la humanidad a un vuelo universalista sin la resistencia de las peligrosas turbulencia fronterizas. No comprende que la única forma de progresar en dicha universalidad es a través de fronteras que solo se pueden fijar desde dentro de un gran proyecto político cultural antrópico, que puede arrancar de un minúsculo estado hasta alcanzar el tamaño máximo de una Civilización, de la misma manera que desde una organismo unicelular se puede alcanzar a la generación de las especies cada vez más diferenciadas y en competencia entre sí. La única diferencia es que en la adaptación a la naturaleza, los choques entre los grupos humanos puede escapar a los crueles rigores de la lucha animal, en tanto que, mediante la técnica y la ciencia, somos nosotros quien podemos adaptar la naturaleza a nuestras necesidades.


Artículo publicado en El Español (14-9-2019)

lunes, 9 de septiembre de 2019

El ciclo platónico del poder


     Volver a leer a los clásicos puede ayudarnos a entender la realidad actual, si sabemos renovar sus profundos análisis. Uno de estos clásicos es el filósofo griego Platón. En su famosa obra La República, que es lo que los griegos y romanos entendían por el Estado entonces, propone una explicación de la génesis de las diversas formas de gobierno por las que había transcurrido la sociedad griega, incluyendo la democracia como novedad histórica. Así considera que, partiendo de la Aristocracia como el gobierno de los mejores o más sabios, pronto se produce una degeneración militarista en la que predominan los más valientes, la Timocracia presidida por la virtud del honor asociada al valor guerrero y no a la prudencia del sabio. A su vez esta degenera en Oligocracia o gobierno de los más ricos en la que la valentía es sustituida por la riqueza de una minoría como el valor supremo, a costa del empobrecimiento de la mayoría, lo que provocará su rebelión instaurándose la Democracia o gobierno del pueblo. La virtud que prevalece en la democracia es la virtud de la mayoritaria clase productora, la concupiscencia, la cual conduce a la búsqueda del placer de cada uno para sí, con lo que la democracia degenera en anarquía y demagogia, para salir de la cual, finalmente, el propio pueblo, cansado del caos, buscara concentrar el poder en un tirano. La tiranía debería conducir de nuevo a la Aristocracia, tal como el propio Platón lo intentó con Dionisio de Siracusa, fracasando.

     La influencia de Platón y Aristóteles llegará todavía a autores como Ciceron y sus brillantes aplicaciones del platonismo en sus tratados La Republica y Las Leyes, del mismo título que las obras platónicas, dedicados a explicar el gran poder alcanzado por la Republica romana al basarse en una combinación de democracia (Tribunos de la Plebe), aristocracia (Patriciado) y monarquía (Cónsules), tal como preconizaba la mezcla platónica de Las Leyes. Pero la república democrática romana defendida por Cicerón también fracasó y Roma se orienta con Cesar, y su sucesor Augusto, hacia la dictadura prevista por Platón. Y es precisamente en el seno de dicho imperio dictatorial romano donde se produce una recepción de la herencia filosófica griega representada principalmente por estoicos, epicúreos y neoplatónicos. Dicha herencia será incorporada, de forma original al mezclarse con las crencias cristianas, por San Agustin y otros, dando lugar a la Iglesia Católica como una organización del poder espiritual concentrado en una  aristocracia de los más sabios que, tras la caída de Roma, influye en la configuración de una sociedad medieval de sabios, guerreros y campesinos, que representan un primer ejemplo histórico de la Republica platónica. La Iglesia conseguirá subordinar, no sin tensiones y crisis como la cuestión de las Investiduras, a su servicio a guerreros y campesinos creando un orden social estable y de larga duración en Europa. Dicho orden medieval pondrá las bases del nacimiento de la sociedad moderna, como mantiene el positivismo de Saint-Simón frente al desprecio lleno de ignorancia de Voltaire hacia la “oscura” época medieval. Platón habría ganado una batalla después de muerto, pues su propuesta del gobierno de los filósofos se cumple con el predominio en la Iglesia Católica de los filósofos escolásticos con su mezcla de Platón y Aristóteles con los dogmas cristianos. Por eso Nietzsche decía que el Cristianismo es una forma de platonismo.

     Podemos actualizar el análisis cíclico platónico de la sucesión de las formas de poder o gobierno. Si consideramos la época medieval una época de gobierno Aristocrático en sentido platónico, esta entra en crisis con la división que introduce el Protestantismo en la Iglesia, la cual coincide con la creación del Imperio más poderoso del Renacimiento europeo, el Imperio español. En términos platónico sería el paso de un gobierno de sabios al gobierno de los guerreros basado en el predominio del valor (Timocracia) y del honor conseguido a través de la valentía (timos). Por eso destaca España por sus conquistadores y sus caballeros intrépidos  y nobles. Pero Platón afirma que a la Timocracia sucede la Oligarquía en la que predomina el gusto por el disfrute de las riquezas y el abandono de los ideales guerreros. Ello empieza a ocurrir con la decadencia española de los Austrias y se desarrolla sobre todo en la rica Francia versallesca de Luis XIV y en la Inglaterra que se enriquece con la confiscación por los nobles de los monasterios católico y con la piratería. Pero el aumento de las desigualdades sociales que ello conlleva, reduciendo a la miseria a gran parte de la población, llevará, cumpliéndose la predicción de Platón, al estallido de las revoluciones democráticas: primero la  inglesa y luego la americana y la francesa.

    La Democracia está basada, según Platón, en la búsqueda concupiscente del placer, lo cual conduce a un individualismo anárquico que acabará por provocar el deseo “populista”, como se dice hoy, de un dictador. Ello parece que está empezando a suceder en la actual democracia más poderosa del mundo con el ascenso al poder de Donald Trump. Por ello USA, el único imperio global hoy realmente existente, recuerda a la antigua Roma en su época de crisis de la República, comparada brillantemente con la situación actual de Europa por David Engels en su obra Le déclin (2014). No obstante, Platón solo conoció la democracia griega, que era muy imperfecta y no disponía, como la actual, de poderosos contrapoderes, jurídicos, económicos, etc. Por ello bastará que se acentúe la tendencia presidencialista frente al parlamentarismo para transformar autoritáriamente la democracia americana, sin necesidad de una dictadura militar. Dictadura que hoy sería inviable en una compleja sociedad cuyo poder ya no reside en la conquista militar y la explotación de otros, como ocurría en el antiguo Imperio romano, cuanto en la explotación de las fuerzas naturales por la ciencia y la distribución de la riqueza a través de los instrumentos que proporciona la moderna ciencia económica. Queda sin embargo pendiente la cuestión platónica del ascenso de un nuevo poder filosófico o “espiritual” que confiera una larga duración y estabilidad a la organización científico-industrial moderna de la sociedad y que, surgiendo de esta, permita superar el nihilismo o vacío espiritual provocado por el predominio de una producción tecnológica al servicio del mero consumismo hedonista, que amenaza incluso a la propia Naturaleza explotándola de una forma sin limite, como muchos coinciden en reprocharle.


Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (6-8-2019).

viernes, 9 de agosto de 2019

Una democracia fallida


La incertidumbre política en que nos encontramos actualmente en España, tras los últimos procesos electorales, no solo a nivel nacional sino también para poner en marcha importantes gobiernos autonómicos, es un síntoma preocupante que está haciendo aparecer profundas brechas políticas, tanto del lado de Ciudadanos y Vox como del lado de Pedro Sánchez y Podemos.

Algunos creen que es cuestión de buena voluntad y de cierta prudencia y concesiones para alcanzar pactos políticos que estabilicen al menos la situación evitando crisis mayores. Este es el criterio más extendido entre los comentaristas políticos habituales de los medios. Solo unos pocos son claramente conscientes de la gravedad de la situación, la cual requiere una visión de más largo alcance, para lo que se requiere, a nuestro juicio, un vuelo intelectual al estilo del que se atribuía a los filósofos platónicos. Ortega lo señalaba en alguna ocasión cuando decía que si le preguntas a un filósofo platónico por una situación actual, sea política o de otro tipo, su actitud será, en vez de analizar la cuestión concreta y pronunciarse sobre las posibles salidas, iniciar previamente una huida o regressus en sentido contrario, una salida de la caverna, hacia un horizonte lejano donde se encuentre alguna luz que nos puede iluminar para entender la situación, evitando las falsas apariencias en que se percibe habitualmente. Y después volver de nuevo a la caverna platónica (progressus) para tratar de convencer a los que siguen presos de las apariencias y sacarlos de su error, corriendo el peligro, como dice el mismo Platón, de que te intenten matar, aunque sea como hoy, solo por linchamiento mediático o por censura de silencio, equivalente a una muerte civil.

Pues, para Platón, saber es recordar lo que ya sabíamos cuando vivíamos en el mundo de las Ideas, en el que contemplamos la verdad y del que hemos caído a este mundo de las apariencias. Por ello podemos acudir a situaciones pasadas, lejos de nuestra perspectiva más inmediata, vistas como problemas ya resueltos y que, aunque lejanas en el tiempo, recordándonos en ciertas semejanzas la situación actual de la que pretendemos salir, nos ayuden a encontrar una solución a nuestros problemas.

La democracia actual ya dura 40 años, un número que es similar a lo que duraron otros regímenes políticos estables, como la Restauración decimonónica o el propio Régimen de Franco. Las Iª y IIª Repúblicas fueron periodos inestables y de muy corta duración. Por ello, la crisis política actual que atravesamos se debe entender como una crisis de un Régimen de larga duración. Nada nuevo bajo el sol español. Lo que puede ser interesante de este diagnóstico es entonces tratar de dibujar cuál podría ser la salida de la actual situación política de crisis de Estado. En tal sentido podría compararse con el final de la Restauración decimonónica que llevó a la dictadura de Primo de Rivera. Pero, aunque hay mucho elementos semejantes, como la corrupción, el separatismo, hay otros que no coinciden, como las luchas obreras o el terrorismo anarquista. Y ello es porque aquella era una España todavía agraria mientras que hoy vivimos en una España industrial, que alcanzó a instaurar una sociedad del bienestar ya desde el final del franquismo.

Por ello, puede ser más adecuado comparar la posible salida de lo que algunos denominan una democracia “fallida” con la famosa Transición del franquismo a la Democracia. Pues el franquismo, aunque cosechó grandes éxitos económicos y de bienestar social, nunca antes alcanzados, fue un Régimen políticamente fallido, ya que con la muerte de Franco se abrió una crisis sucesoria que dividió a la propia clase gobernante franquista en continuistas (los del “bunker”) y los reformistas. Además el propio entorno internacional, dominado por USA, presionaba hacia su no continuidad. Se abrió así la llamada Transición, que fue posible porque el propio Franco había designado a Juan Carlos como sucesor suyo a título de Rey y esté impulso el cambio desde arriba apoyándose en reformistas franquistas como Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suarez. Ello muestra que el franquismo no era estrictamente monolítico, sino que en él compartían el poder, además de falangistas de diverso tipo, democristianos, carlistas, etc. Frente al peligro de una vuelta al Frente Popular de la Republica que auspiciaban los partidarios de la “ruptura” (PSOE, PCE y otros) triunfó en referéndum la transición de la “Ley a la Ley” propuesta por el reformismo franquista.

El actual periodo democrático, aunque ha tenido éxitos de diverso tipo como la creación de un periodo largo de estabilidad política por el bipartidismo dominante y la expansión de los grandes bancos y empresas en Hispanoamérica donde llegamos a ser los grandes inversores junto con USA, sin embargo parece que está llegando a convertirse en lo que se denomina una democracia “fallida”, ante la impotencia del poder central en frenar la balcanización de España. Por ello está apareciendo una división entre los llamados partidos constitucionalistas que se oponen a los separatistas, que provocan sus rebeliones sediciosas proclamando la República catalana, y a sus aliados como Podemos o incluso el mismo PSOE, que permite el incumplimiento de la Constitución.

Tales partidos constitucionalistas pretenden defender la monarquía constitucional que tiene su origen en la Transición frente al peligro de un nuevo frente-populismo republicano, aunque difieren en la forma de hacerlo. PP y Cs pretenden defender la Constitución sin tocar apenas aspectos claves que han provocado la crisis, como las cesiones de soberanía a algunas autonomías o a la propia UE en la cuestión de la inmigración, mientras que Vox cree que la mejor defensa de la Constitución que garantiza la unidad de España está en revertir, dentro de la Constitución, esa soberanía al Estado central español, el cual, además, requiere de un reforzamiento ideológico de su identidad nacional, fruto de su larga e impresionante historia que habría que librar de negrolegendarismo. Por ello Vox podría acusar a PP y Cs de encerrarse en el “bunker” de una democracia fallida para conservar unos privilegios adquiridos por una partitocracia anterior que pone en peligro la existencia de España. Deberían, por el contrario, llegar a un acuerdo para una Reforma profunda de la política actual haciendo el harakiri de la partitocracia y sus excesos, como se la hicieron las Cortes franquistas. Para ello se necesita un nuevo Torcuato y que el Rey como Jefe del Estado junto al pueblo soberano, que sacó las banderas, lo apoyen mayoritariamente y derroten en las urnas al nuevo Frente Popular de Pedro Sanchez y sus aliados, que están provocando ya el desgobierno, la quiebra de la democracia constitucional y la posible ruptura de España.


Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (20-7-2019)

jueves, 11 de julio de 2019

Frente a la nostalgia del bipartidismo


     Pasada la resaca electoral nos acercamos ahora al momento decisivo en que nuestra participación electoral se va a transformar en poder real y efectivo de tomar decisiones y ejecutar actos político administrativos. Ahora viene el momento de los pactos y de las coaliciones cada vez más generalizadas en la constitución de los gobiernos nacional, autonómicos y locales. Máxime cuando ya no hay dos grandes partidos que destaquen sobremanera sobre los demás, incluso aunque siga vigente la famosa Ley d’Hont. Señal inequívoca de que se ha terminado el bipartidismo que presidió durante décadas el sistema político surgido de la Transición, aunque algunos nostálgicos crean que se podría volver a él. Los que así piensa quizás saldrían de su error si conociesen algo de la propia Historia de España. Por ejemplo, lo que pasó con el Régimen de la llamada Restauración decimonónica.  

El bipartidismo de las últimas décadas ha fracasado, como fracasó el bipartidismo decimonónico. No porque lo hayan derrotado sus escasos y poco influyentes críticos, sino porque su estrategia era un craso error político. El error de la Restauración decimonónica, tal como lo analiza magistralmente Ortega en su libro La redención de las provincias, fue Cánovas, quien se empeñó en dotar a España de una Constitución política a imitación del turno de partidos a la inglesa. Pero España es muy diferente de Inglaterra y su cuerpo político acabó rechazando aquel régimen de imitación al producir los monstruos imprevistos de la oligarquía y el feroz caciquismo, como denunció Joaquín Costa. Cayó dicho Régimen, al no engranar con la España real (Ortega explica con mucha claridad cómo se produjo el choque de la España oficial con la real en el libro citado), en una gran crisis para salir de la cual se necesitó el regeneracionismo del cirujano de hierro que pedía Costa, que se encarnó en las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco.

Fueron las dictaduras y la guerra civil males dolorosos, pero necesarios, para que como un fórceps se pariese con dolor la España industrializada y modernizada, sin la que no hubiese sido posible el actual sistema político. Esa situación no se dio ni en la Restauración decimonónica, ni en la IIª República, porque España era todavía un país preponderantemente agrícola y rural, la llamada “España de la alpargata”. El desarrollismo franquista cambió todo esto con una fuerte industrialización, la Seguridad Social, el crecimiento de las ciudades, el despegue espectacular del turismo, etc. No reconocer esto, como es habitual por los políticos de la Transición y actuales, que se presentan como anti-franquistas para así pasar por demócratas, más que una injusticia o un ejercicio de hipocresía, es un serio error de juicio.

Restaurada de nuevo la Monarquía, por decisión del propio Franco, esta apoyó con decisión e inteligencia la llamada Transición a la Democracia. Con ello se abrió un nuevo proceso Constituyente del Estado como había ocurrido en la época de Cánovas. Ahora se eligió, por los que elaboraron la actual Constitución, un modelo bipartidista de nuevo, facilitado por la Ley d’Hont, pero que ya no seguía el modelo de la centralista democracia inglesa, sino el modelo federalista alemán. España se descentralizaba con las Autonomías como equivalentes de los Länder alemanes. En principio la división Autonómica, tal como la diseñaron Torcuato Fernández-Miranda y Suárez, se inspiró en las propuestas de Ortega, en sus discursos en las Cortes republicanas en las que distinguía entre Federalismo y Autonomismo como cosas opuestas, pues el primero parte de Soberanías nacionales separadas y el segundo solo parte de una única Soberanía indivisible, pero que se puede descentralizar por traspaso de Competencias que siempre se pueden retirar si se utilizan indebidamente. Aunque Torcuato no parecía partidario de generalizar las Autonomías, Suárez introdujo por razones tácticas el llamado “café para todos”. En esto coincidía con el propio Ortega, que también concibió la generalización de las Autonomías para neutralizar al separatismo catalán o vasco. 

Pero la llegada de los socialistas al poder en 1982 interpretó las Autonomías, no como un fin estabilizador de los conflictos territoriales españoles, sino como un medio para llegar al Federalismo, a imitación de Alemania. Los socialistas, tal como se ve ahora, no seguían a Ortega, sino al Federalismo basado en el confuso concepto de España “nación de naciones” elaborado por un tal Anselmo Carretero. Así se fue desarrollando una deriva en la que, en lugar de fortalecer el modelo Autonomista de creación filosófica orteguiana, se abrió paso de nuevo una imitación de la nueva España oficial que choca con la España real, que está empezando a despertar para hacer frente al proceso de Secesión abierto por Cataluña y alentado por otras Comunidades Autónomas  como el País Vasco, Baleares, Valencia, etc.


Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (17-6-2019)

lunes, 3 de junio de 2019

El peligro crece, pero aumenta la esperanza


En la larga noche electoral se podía escuchar, en boca de algunos comentaristas televisivos del resultado de las pasadas elecciones del 26 de Mayo, la frase “sensación agridulce” con que querían expresar su estado de ánimo tras conocer los resultados electorales. Compartimos esa sensación, pero intentaremos explicarla en lo que sigue, pues, aunque el sentimiento “agridulce” es semejante, las referencias pueden ser muy distintas en cada caso pues, aun siendo las mismas, pueden captarse de forma confusa y poco precisa.

La referencia principal que tenemos muchos españoles es la del peligro de la ruptura de España como nación moderna, derivada de la brillante historia de una monarquía imperial anterior que se truncó, tras un largo periodo de unos tres siglos, con la invasión napoleónica. Pues fue en la Cortes de Cadiz cuando, secuestrado el Rey por Napoleón en Bayona, los diputados reunidos en Cadiz declararon por primera vez la transferencia de la soberanía del rey al pueblo que ellos representaban. Dicho paso era imprescindible para que España se convirtiese en un país moderno desde un punto de vista político, eliminando así los obstáculos para su progresiva industrialización y consecuente enriquecimiento y aumento del bienestar general de la población, como había propuesto Jovellanos.
 
Pero, del dicho al hecho hubo un largo trecho por medio de luchas y sangrientas guerras civiles hasta que finalmente España deja de ser, con el desarrollismo franquista, un país eminentemente agrícola y atrasado y se convierte en una de las 10 potencias más industrializadas y modernamente avanzadas del mundo. La denominada Transición a una democracia homologable con las occidentales fue entonces posible por el anterior desarrollismo económico, el denominado “milagro económico” español (equiparable entonces por su altas tasas de crecimiento con el milagro económico alemán o japones) que evitó nuevas guerras civiles y baños de sangre, pues la mayoría de los votantes apoyó la Transición desde arriba, de la Ley a la Ley como propuso Torcuato Fernández-Miranda con las sucesivas victorias electorales de Adolfo Suarez.

En las décadas posteriores, en que se estabiliza el actual régimen democrático, se cometieron, sin embargo, serios errores en el proceder político mantenido de forma continuada por las dos fuerzas políticas más importantes, PSOE y PP. Se dice que algo peor que un crimen puede ser un error. Peor que la corrupción sistémica de estos dos partidos ha sido el error de solventar sus empates electorales buscando la alianza con los nacionalismos catalán y vasco, que nunca ocultaron sus intenciones separatistas. Pero tampoco se trata ahora de buscar culpables de este error, vista la situación de ruptura de la unidad de la nación moderna española a que nos ha llevado el golpe separatista catalán. Dejemos eso para la Historia que siempre acaba poniendo a cada uno en su sitio. Tratemos de lo más urgente, que es evitar esa ruptura, que sería mala para todos, analizando lo más fríamente posible cómo cambiar de política a seguir a medio y largo plazo. Lo principal sería crear un bloque político nuevo, una vez roto el bipartidismo causante del trágico error y diseñar una nueva política que debe comenzar por retirar la alianza de las últimas décadas con los partidos separatistas, aislándolos políticamente e incluso prohibiéndolos si fuera preciso por anticonstitucionales.

No se ha seguido el consejo de Ortega de aislar al separatismo, cediendo a Cataluña, o a otras regiones levantiscas, solo aquellas competencias que no afectasen a poderes necesariamente de exclusividad central, como la Educación, la Justicia, etc. Se han pasado ampliamente tales líneas rojas confiando interesadamente en personajes como Jordi Pujol, creyendo que no iba a pasar nada. Pero ha empezado a pasar lo peor: la posible secesión en cadena de amplias regiones de España. Y lo peor de lo peor, un Partido Socialista de Pedro Sanchez dispuesto a mantener dichas alianzas con el separatismo cuando éste se ha quitado la careta y no oculta ya su política anti-constitucional y anti-española. Así como se transfirieron imprudentemente poderes educacionales a los separatistas, el PP ha permitido además que la hegemonía de los medios de comunicación, tan importantes en la creación de una opinión publicada que influye poderosamente en el voto, quedase en manos de una cultura de la izquierda que hoy llamaríamos, parodiando a Machado, propia de una España de “pandereta rock” y mentira histórica.

Pero la repetición a mayor escala de la derrota de la alianza del PSOE con el populismo separatista en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid y de otras Autonomías y Ayuntamientos aumenta la esperanza frente al peligro sedicioso y demagógico. Vox, aunque todavía minúsculo en Ayuntamientos y Comunidades, parece el más consciente de la importancia de la lucha ideológica en aspectos clave para desmontar la demagogia en que hoy a caído la izquierda con respecto a temas como la españolidad, la memoria histórica, las leyes y costumbres domesticas y que partidos como el PP, y en parte Ciudadanos, se han tragado casi sin rechistar. Nuestra esperanza no es ciega. No se trata de creer que no hay intereses que también separan a estos tres partidos, pues basta ver cómo se ven obligados a atacarse en periodo electoral, sino de buscar al menos una firme alianza frente a terceros, frente al nuevo Frente Popular de Pedro Sanchez, que intenta desesperadamente separar con un cinturón sanitario a Vox del resto, satanizándolo como ultraderecha. Esta será seguramente la lucha más inmediatamente próxima.



Articulo publicado en La Tribuna del País Vasco (28-5-2019)

lunes, 6 de mayo de 2019

Lo que nos han mostrado las elecciones


Las pasadas elecciones al Congreso y al Senado han puesto de manifiesto algunas tendencias que es necesario reseñar. La más llamativa es el fracaso espectacular de la regeneración del PP. Casado ha cometido un serio error al querer rescatar la figura de Aznar, el cual representó precisamente la mayor traición a la derecha nacional con su pacto del Majestic con Pujol y las transferencias competenciales subsiguientes que llevaron a la deriva secesionista actual. Muchos votantes del PP en anteriores elecciones han percibido en Casado la misma doblez y posible engaño que en Aznar, con el agravante del neófito. Han preferido votar a Abascal, político igualmente neófito como líder, pero más creíble por provenir de la lucha en la frontera con la anti-España secesionista vasca. Y, aunque Vox no ha cumplido las expectativas que algunos esperaban, sin embargo ha conseguido salir del ostracismo político en el que lo mantuvo Rajoy y crear un grupo parlamentario básico para su futuro crecimiento, si lo administra bien.

Vox, por ello, parece llamado a llegar a ser el partido mayoritario de una derecha nacional regenerada, necesaria para continuar la modernización de la sociedad española que logró el franquismo con su denominado “milagro económico”. No se olvide que quien parecía predestinada para producir tal milagro eran las izquierdas de la República, pero que fracasaron por la tendencia totalitaria del Frente Popular, imitadora de la Revolución Soviética. Con ello cometieron un grave error y, tras perder la Guerra Civil, el llamado Estado del Bienestar en España lo hizo el desarrollismo franquista, desde el mítico Seat 600 hasta la Seguridad Social.  
 
La Transición desde el franquismo a la Democracia actual, que empezó muy bien, se ha torcido en las últimas décadas. Una de las razones ha sido la existencia de una derecha política sin ideas y acomplejada frente a un resurgir de la antigua izquierda socialista y comunista, que también ha pecado de ser incapaz de revisar y corregir a fondo sus errores pasados del frente-populismo. Más bien ha vuelto a las andadas tratando de reconstituir un nuevo Frente Popular con Zapatero y ahora con Pedro Sanchez. La victoria electoral de este último mantiene el peligro "frentepopulista", aunque en una fase de espera por la posibilidad de otras alianzas posibles que se abren en el juego parlamentario de la mano de un crecido Ciudadanos.

Pero el partido de Albert Rivera, que se ha curtido en el otro territorio comanche anti-español del secesionismo catalán, carece de una idea de España como nación, con sus profundas complejidades, y cree que basta con disolverse en la Unión Europea que hoy defiende Macron para que se resuelvan. Se presenta como un partido centrista, pero su tendencia a asumir las leyes de género y del multiculturalismo de la UE y de la izquierda norteamericana, lo convierten en un partido de nueva izquierda, entrando en competencia con el propio PSOE actual de Pedro Sanchez.
 
Por ello, el centro en España sigue vacío desde de que Suárez lo encarnó con la orientación intelectual de Torcuato Fernández-Miranda, los dos políticos que el Rey dispuso para la famosa Transición. Los dos complementarios y esenciales. Su separación fue, por ello, el final del centro político. Albert Rivera se quiere presentar como el nuevo Suárez para la nueva Transición desde el Bipartidismo imperfecto de un PSOE-PP aliados con los separatistas, hoy ya roto, hacia una Democracia anti-separatista.  Pero Ciudadanos representa hoy más bien los ideales de la nueva izquierda, en cuestiones de género y globalización. Podría desplazar a la izquierda que representa el PSOE si éste persiste en cruzar las líneas rojas que ponen en peligro la integridad de la nación española. Con ello se establecería una especie de nuevo bipartidismo formado por Vox y Ciudadanos. Aunque sería necesario, todavía, un verdadero partido de centro que actuara como bisagra, para que no resurgiera la tentación de apoyarse otra vez en los regionalismos que podrían surgir en el futuro por el característico localismo y particularismo que secularmente nos aqueja, ya señalado por Ortega y Gasset. 
 
Vox, de momento, ha conseguido poner en el centro de estas elecciones el peligro del separatismo que amenaza a España como nación moderna. Pero se necesita poner también en el centro de los debates electorales cuestiones como el reconocimiento crítico de las raíces de nuestra industrialización moderna en el franquismo, evitando los análisis sectarios sobre dicho periodo histórico que ha fomentado interesadamente la izquierda con su Ley de Memoria Histórica, que la derecha se ha tragado sin rechistar. La censura casi unánime que ha caído sobre la revisión de nuestra historia reciente llevada a cabo por Pío Moa y otros es indicativa de la losa que ahoga en el mundo cultural y universitario la libertad de crítica y de pensamiento hoy en España. Y ello es así por la corrupción intelectual y la ceguera o invidencia de quienes dirigieron en las últimas décadas, de paralela corrupción política, las desastrosas reformas universitarias y educativas.  

Son asuntos estos sin los cuales no se puede plantear la cuestión de la consolidación de un orden interior política y económicamente estable y su correspondiente traducción a una posición en el orden internacional que inspire respeto a la nación española y a su historia, aun hoy escarnecida por la incomprensión y la Leyenda Negra.


Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (3-5-2019)

domingo, 7 de abril de 2019

Crisis en Occidente


Frente a la posición del universalismo globalizador propia de los ideales de la Ilustración, que hoy es dominante en Occidente, asociada al llamado por Francis Fukuyama “fin de la Historia”, se abrió paso ya en el siglo XIX una posición crítica con este idealismo globalizador abstracto, que fue la filosofía de la historia positivista-romántica, defendida por los fundadores del positivismo, Saint-Simon y Augusto Comte. En ella se defendía el progreso pero, a la vez, se buscaba su conjugación con el orden histórico medieval. De ello sacaban una conclusión interesante: lo que ocurrió en el medievo habría ocurrido en otras épocas de la historia, pues los griegos también tuvieron su medievo, la época de Troya, su época de caballeros (Aquiles) y damas (Elena), de “iglesias y castillos”, como diría después Ostwald Spengler. Tuvieron también su renacimiento en los filósofos jonios, milesios, pitagóricos, etc., y abrieron una crisis de inseguridad cultural, política y social en el mundo antiguo, en relación con sus creencias mitológicas anteriores, que empezaría a cerrarse en el mundo romano, en el momento en que se establecen las bases de lo que será el medievo europeo, vislumbrándose ya con la época imperial romana, como dice el Conde de Saint-Simon, una “sociedad orgánica”, más estable y segura, que deja atrás a la  “sociedad en crisis” propia del helenismo.

Los positivistas clásicos creían que este proceso, en grandes líneas, se iba a repetir en el mundo moderno. Por tanto, la nueva crisis que abre la Modernidad europea tiene que tener un Rubicón que marque el paso a una nueva “sociedad orgánica” moderna, más avanzada y humana, no basada ya, por supuesto, en guerreros y sacerdotes, sino en emprendedores industriales y sabios (científicos, filósofos y humanistas) guiados por intereses más trascendentálmente humanos. Una sociedad en la que no se esperen ya grandes cambios en las estructuras sociales de poder, lo que posibilitaría una conciencia mayor de seguridad que permitiría disfrutar realmente de la vida, de los placeres cotidianos y sencillos, como hacían lo medievales, sin la esquizofrenia o la depresión que caracteriza, aun hoy más que nunca, al individuo moderno.

Aquí salta a la vista el binomio actual europeos-norteamericanos. Ya se ha señalado, después de la caída del Muro de Berlín, a los EEUU como una nueva Roma en el mundo actual, no básicamente militar, sino industrial y tecno-científico, por su aplastante hegemonía económica y política. Pero Roma pasó por periodos muy diferentes y muy críticos. No es lo mismo la Roma republicana que la Imperial. No es lo mismo la Roma de Cicerón que la de Augusto o la de Constantino el Grande.

La crisis actual, -que golpea también a los norteamericanos, profundamente divididos en demócratas del “fin globalizador de la historia” y republicanos más próximos, tras el 11-S, al “choque de civilizaciones”-, ¿sería una crisis similar al paso de la República al Imperio en Roma?

El historiador David Engels ha señalado acertadamente en un análisis de Historia Comparada (Le déclin, Paris, 2014) las analogías sorprendentes entre muchos fenómenos del siglo II y I antes de Cristo, como la crisis de la familia tradicional, con el aumento creciente de los divorcios y la caída de la natalidad por el auge del individualismo hedonista, la necesidad de una inmigración también masiva que va adquiriendo la ciudadanía romana formando una sociedad multicultural que genera numerosos conflictos de crisis identitaria, cambio de valores, etc. Dichos fenómenos serían equivalentes con los que hoy nos encontramos en la Unión Europea, y que están provocando una profunda crisis. David Engels habla, en su libro y en este artículo publicado en La tribuna del País Vasco, de la UE como una nueva versión del Imperio Europeo intentado por Carlomagno, Carlos V, Napoleón o Hitler. Quizás esto está en la intención de gobernantes como Angela Merkel o Macron, pero en realidad la unidad europea actual es un proyecto de la Guerra Fría impulsado por USA, quien todavía es la superpotencia mundial, o al menos líder de la denominada civilización occidental, aunque  se habla ya de multipolaridad por el auge de China y Rusia. Precisamente el proyecto multi-cultural de la Europa federal actual fue impulsado poderosamente desde la propia USA por el presidente Obama y financieros como Soros, Rockefeller, el Club Bilderberg, etc., reunidos en un liberalismo impulsor de la globalización económica y social.

Pero tal proyecto amenaza con acabar con el Estado de bienestar occidental, siguiendo el dicho de desvestir a un santo (la clase media occidental) para vestir a otro (los inmigrantes del Tercer Mundo). En tal sentido, el inesperado y espectacular triunfo de Donald Trump, basado en frenar o poner límites a dicha globalización para recuperar los empleos industriales necesarios para salvar el Estado de bienestar en USA, abre una crisis de una violencia no vista en el liberalismo americano. Por ello, la lucha por el poder se está encarnizando hasta el punto de entreverse un “paso del Rubicón” en la política norteamericana y, por extensión en la de los países aliados occidentales, que guarda grandes analogías con el paso de la Roma republicana a la imperial.

En Roma, como señala David Engels, se pasó de una democracia cada vez más corrupta al establecimiento de la dictadura imperial, dada la naturaleza básicamente militar del poder en la Antigüedad. En USA lo que está en crisis y corrupción creciente es la llamada, por Alexis de Tocqueville, democracia americana, analizada por Ortega y Gasset como democracia del imperio sin límite de las masas. Y está en crisis tanto por escándalos económicos como por degeneración de costumbres (drogas, sexualidad, etc.) e incluso vacío de ideas, aumento de la manipulación ideológica, etc. Pero dicha democracia, en las sociedades modernas industriales en que predomina el poder económico sobre el militar, y por tanto la necesidad de mercados con libre competencia, no puede ser sustituida establemente por dictaduras como las de los emperadores romanos, sino acaso por democracias no fundamentalistas, limitadas o autoritarias si se quiere, pero democracias liberales. De ahí el auge de un liberalismo conservador, como el que representa Donald Trump, frente al liberalismo radical globalizador de los derechos de las minorías étnicas, sexuales, etc., que se ha apoderado del Partido Demócrata americano con la influencia de los Clinton y Obama.


Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (27-3-2019)