martes, 23 de enero de 2018

¿Ha fracasado la solución Autonómica?

La sublevación de la minoría separatista catalana ha marcado el acontecimiento político más importante del año 2017, y quizás de las últimas décadas, pues habría que remontarse al golpe de Estado del 23-F para encontrar una situación tan crítica para la Monarquía parlamentaria que rige en España desde la llamada Transición a la Democracia.

De la misma manera que se ha magnificado el 23-F en el que, en realidad, al parecer hubo dos golpes, uno duro, el de Milans y Tejero, y otro blando, el de Armada, que se neutralizaron y fue el Rey, como árbitro, el que inclino la balanza finalmente para restablecer la situación y restaurar la legalidad que se pretendía conculcar, de igual forma el golpe de Puigdemont se paró por una doble reacción, la de la justicia que actuó a instancia de denuncias de Vox y particulares y, finalmente, con la aplicación del artículo 155 que la Constitución preveía para circunstancias de este tipo.

Dicha intervención se hizo por parte de un dubitabundo y tardío Mariano Rajoy, que no tuvo más remedio que cumplir con sus funciones presidenciales y retirarles las Competencias de Gobierno a la Generalidad, en tanto que eran prestadas por los únicos detentadores de la soberanía nacional, los españoles. Mariano, dubitativo antes, jugo a continuación a la ruleta la suerte de los separatistas, convocando unas elecciones precipitadas en las que el separatismo, a pesar del espectacular y esperanzador ascenso de Ciudadanos, se ha tomado una revancha propagandística y un resuello que le da una nueva esperanza de reiniciar el Proceso separatista, aunque a más largo plazo. No se trata de pensar que un problema que se ha gestado durante tres décadas por la alianza entre las oligarquías partitocráticas madrileñas y los separatistas catalanes se vaya a resolver ahora con una mera intervención jurídica, aplicando el artículo 155 de la Constitución. Es necesario un giro de 180 grados en la política seguida en las últimas décadas por la mayoría del arco parlamentario, que consiste en seguir “dialogando” y cediendo ante las pretensiones separatistas.

Esta nueva política debería hacer lo contrario, debería tratar de aislar a los separatistas, que como se ha comprobado, no representan a la mayoría de los catalanes, sino que son un minoría radical y además utópica y muy peligrosa para la actividad industrial en Cataluña. Precisamente esta es la política que recomendaba Ortega y Gasset, al que consideramos el padre filosófico de la solución autonómica, de aislar al separatismo por medio de la descentralización Autonómica, como un medio de quitar argumentos a los separatistas en su queja ante el Estado central, ante asuntos que pueden afectar a la mayoría de los catalanes, para dejarlos con las pretensiones separatistas puras, que solo interesan a una minoría integrada por soñadores, chiflados y algún que otro pillo, como los integrantes de la familia Pujol y adláteres.

Para ello, se necesitan nuevos políticos que, si no leen los correspondientes textos de Ortega, en los que defendió su idea de las Autonomías ante las Cortes de la 2ª República, porque como hombres de “acción” no lo suelen ser de lectura y reflexión, tengan asesores adecuados que se los expliquen. Dichos textos por los que podían empezar son los discursos Federalismo y autonomismoEl Estatuto de Cataluña y el libro La redención de las provincias. Léanlos y reléanlos despacio porque, con el tiempo transcurrido, y encontrándonos ante los mismos problemas que los provocaron, adquieren una profundidad y justeza como no se les pudo dar en su tiempo, estando además llenos de gran utilidad hoy. Pues los graves problemas que plantean las Autonomías hoy, como son las tendencias separatistas, el convertirse en reinos de taifas, con unos parlamentos regionales inflados y una tendencia al despilfarro derivan de esta vieja política equivocada que se ha llevado a cabo en las últimas décadas y no de la idea Autonómica como solución precisamente para frenar el separatismo, tal como la formuló Ortega.

Algunos pretenden volver al centralismo jacobino, como en la época de Felipe V o de Franco. Pero ese centralismo solo funcionó con una monarquía absoluta o con una dictadura, que pudo ser necesaria como solución provisional en circunstancias extremadamente graves, pero no como una solución más estable y duradera. La otra solución, el Federalismo o Confederalismo, que defiende la izquierda, también la critica Ortega, como una solución que vale cuando hay varias soberanías que buscan unirse, pero no cuando ya hay una única soberanía como ocurre en España.

 Así que les deseo, para el próximo año, mucha felicidad y estas lecturas recomendadas, para haber si, cuando opinen sobre la cuestión Autonómica, lo hagan con más fundamento.


Artículo publicado en El Español (30-12-2017)

domingo, 7 de enero de 2018

La boca y las manos en el origen de la inteligencia

La mano, como ya sostenía Charles Darwin en El origen del hombre, ha sido la clave en la generación de la inteligencia propiamente humana, eso que otros denominan nuestra mente o espíritu. Pero hoy sabemos, por abundantes estudios etológicos, iniciados por el fundador de la Etología, Konrad Lorenz, que muchos animales, como perros, gatos, elefantes, delfines o ballenas, manifiestan una conducta, no ya meramente instintiva, sino propiamente inteligente. Sin embargo, dichos animales no poseen manos. Su adaptación y relación con el mundo externo se lleva a cabo con otros órganos de prensión, como la boca.

Precisamente esta forma de coger o atrapar algo, sea para alimentarse, para atacar, para transportar una cría, etc., es la forma de prensión más extendida en el reino animal. En tal sentido Colin McGinn (Prehension. The hand and the Emergence of Humanity, The MIT Press, 2015) propuso que, en el origen de la vida inteligente o “mental”, la prensión (prehension) de las cosas externas es crucial y que la prensión oral o bucal puede estar en el origen más remoto de la vida anímica o pensante al proveer una plataforma desde la que la inteligencia animal puede despegar y evolucionar.

Pues la acción bucal es más originaria filogenéticamente hablando que la manual. En tal sentido la boca, señala MacGinn, es el origen último del pensamiento: “Thought came from the mouth”. Son, por ello, la boca y las manos lo esencial para la aparición de un conocimiento superior al meramente sensible en la escala animal.

Se trata entonces de explicar cómo el conocimiento interior simbólico-lingüístico, que es propio de los humanos ha podido originarse a partir de los órganos de prensión externos como la boca o las manos. Heidegger, en su famosa obra Ser y Tiempo, ya había señalado que nuestra relación originaria con el mundo no reside en la conciencia, sino en las manos. Por eso el mundo, como medio (umwelt) en el que existimos, es para nosotros principalmente algo a mano, algo manipulable. Pero los animales que nos preceden en la escala evolutiva no suelen tener manos, sino garras, picos, boca. Incluso en ellos la boca es el órgano de prensión más usado en su relación con su mundo, ya sea para matar cruelmente a sus víctimas o para transportar delicadamente a sus cachorros. En tal sentido, como señala McGinn, coger los objetos nos da el sentido de conocimiento real del mundo, que no nos dan ni la vista ni el oído, al estar sujetos a ilusiones.

Pero, el coger (gripping) con la boca o las manos, no solo es importante para conocer propiamente el mundo objetual, sino también a otros sujetos que nos rodean al tocar y aprehender sus cuerpos, desde el amistoso saludo manual hasta los apretones de la intimidad sexual. Incluso el conocimiento del propio cuerpo precisa del tacto manual que distingue la mano ajena de la propia, al coger ambas. El coger es así una especie de cemento con el que nos agarramos al mundo, a la existencia, una especie de mecanismo primordial y básico para pervivir en la dura lucha por la existencia animal y humana, creando una cultura técnica, que en el caso de la especie humana es una cultura de origen manual. Aunque esta lucha nunca alcanza una victoria total, pues la realidad mundana es inagotable y la capacidad manual es limitada, ante una materia que nos impone unas leyes que hace que solo podamos dominarla obedeciéndola, como sostenía Galileo. Incluso, aunque podemos añadir a nuestras manos poderosos instrumentos técnicos, no conseguimos cambiar esencialmente la naturaleza de nuestra relación finita con el mundo.

Toda capacidad operatoria es por ello propia de seres finitos, como animales y humanos, lo que introduce en la explicación o dominio del mundo un límite o impotencia global insuperable. Lo cual nos debe hacer desconfiar de las utopías tecnológicas que prometen convertirnos en dioses omnipotentes, inmortales, etc., como parece ser el sueño del súper-hombre tecnológico que anuncian algunos en Silicon Valley (Yubal Noah Harari, Homo deus. Breve historia del mañana, Editorial Debate, 2016). Pues, como señala McGinn, hay un cuerpo innato y un cuerpo adquirido, de la misma manera que se hablaba de ideas innatas y adquiridas.

El cuerpo adquirido es el que se basa en la habilidad innata de coger, que en el niño arranca del reflejo de prensión, como el succionar con la boca, deriva del reflejo innato de succión. Pero el coger objetos permite fabricar dispositivos técnicos, o el contactar bucal, manualmente, con otros sujetos permite desarrolla sentimientos más profundos y complejos. Por ello se abre aquí una nueva aproximación vital al mundo cultural que solo se explica por los procesos y transformaciones evolutivas de las llamadas habilidades bucales o manuales, las cuales no hemos más que comenzado a estudiar.

Manuel F. Lorenzo

Artículo publicado en El Español (13-12-2017)