domingo, 8 de marzo de 2020

¿Puede una contra-revolución ser progresista?

Menuda pregunta. Parece algo así como la cuadratura del círculo. Sin embargo los procesos históricos no se pueden entender con metodologías matemáticas o puramente mecanicistas (metodologías alfa-operatorias que decía Gustavo Bueno), a pesar del auxilio que pueden ofrecer en ocasiones las estadísticas, sino que requieren la introducción de causas finales que dependen de la imprevisible conducta de los sujetos históricos, que no se puede eliminar completamente (metodologías beta-operatorias de Bueno). De ahí que puedan darse cosas como “cuadraturas del circulo” tal como se puede observar en aquellos casos en que el progreso histórico que supuso el paso de una sociedad pre-industrial a una industrial fue consecuencia, no ya de las fuerzas tenidas entonces como la izquierda progresista, sino por fuerzas más bien de carácter e ideología conservadora. Casos bien conocidos son los de Alemania, Japón o la propia España e Italia.

Dichas naciones tienen en común el llegar con retraso a la industrialización y a la creación de una economía nacional con unificación de fronteras (el ejemplo alemán de la Zollverein). Por ello, se encuentran con que, cuando deben iniciar su industrialización, la izquierda que había dirigido la industrialización de Inglaterra, Francia y EEUU, con sus ideología de la Ilustración y el liberalismo, es sustituida por una nueva izquierda imbuida de ideologías anti-liberales, como el socialismo, el comunismo o el anarquismo, las cuales irrumpen históricamente en la denominada Revolución de 1848 en todo el continente europeo. La aparición de esta nueva izquierda no es gratuita, sino que se debe precisamente a la incapacidad de las doctrinas ilustradas del liberalismo económico inglés, entonces dominantes, para resolver, o al menos amortiguar, los efectos de las crisis cíclicas del capitalismo que sumían en la miseria a masas cada vez mayores de la población. Pues el dogma liberal de la “mano invisible” que regularía la economía, según Adam Smith, no servía de hecho para evitar el agrandamiento de las desigualdades sociales.

De ahí que ya en Alemania se propusiese la necesidad de una intervención del Estado en la Economía con ocasión de las devastadoras crisis económicas. Fue precisamente Fichte frente a Kant, que se mantuvo más próximo a las ideas económicas de Smith, el que propuso la introducción de ideas socialistas en la constitución de la economía nacional en su obra El Estado comercial cerrado. Un antecedente de lo que hoy se llama el Estado del Bienestar. Fichte mismo influirá también con sus Discursos a la nación alemana en la creación de la socialdemocracia alemana de Ferdinand de Lassalle, el cual mantendrá, en contra de las opiniones de Marx, una alianza con Bismarck en favor de la unificación alemana para industrializar y modernizar el país a través de una alianza entre los Junkers prusianos y la clase proletaria frente a la débil burguesía alemana. Como contrapartida, Bismarck desarrollará una avanzada legislación de asistencia social que se suele considerar precursora del Estado del Bienestar.

La caída de la monarquía Guillermina en la I Guerra Mundial y el fracaso de la insurrección comunista espartaquista, conducirá al ascenso del nazismo que, de nuevo, de un modo autoritario, tratará de elevar a Alemania a gran potencia mundial desarrollando espectacularmente su capacidad industrial, infraestructuras y tecnología con ocasión de la superación de la crisis de la República de Weimar. La derrota militar del nazismo y la consiguiente división de las dos Alemanias, propiciará que Alemania se reconstruya espectacularmente en su parte occidental, con la ayuda norteamericana y bajo gobiernos de la derecha encabezados por Adenauer, cuyo ministro de Finanzas, Ludwig Erhard, pondrá en marcha con su intervencionismo keynesiano el llamado “milagro económico” alemán de postguerra que conducirá a Alemania a convertirse en la actual locomotora económica de la Unión Europea.

Paralelo al milagro económico alemán fue el de Japón y el de la España de Franco. Pues el propio Régimen franquista puede ser interpretado como una forma paralela a la alemana de modernización y progreso industrial y tecnológico, alcanzado de un modo autoritario por una derecha política que se basó en la alianza entre la clase terrateniente y una protegida clase obrera en sus derechos y ayudas sociales, frente a la débil burguesía española que, como la alemana, había sido incapaz de llevar a cabo el despegue industrial del país, el take off que dicen los economistas. Por eso la izquierda en España, que ha perdido el tren de la histórica industrialización y modernización de España, anda que bebe los vientos, como dice la copla, por si su pretendídamente amado “pueblo” , ay, la engaña de nuevo echándose en los brazos de una nueva “contra revolución” de la “extrema derecha”. Por eso ya no quiere oír hablar de España, solo de sus seculares enemigos.

Manuel F. Lorenzo

Artículo publicado en El Español (17-12-2019)