martes, 3 de marzo de 2015

¿Qué queda del filósofo Heidegger?


       La figura de Heidegger sigue levantando polémica. Así lo muestra el reciente artículo de Santiago Navajas en Libertad Digital titulado “Heidegger y Auschwitz” (2015-02-20). En el se hace eco el autor de la publicación en alemán de los Cuadernos negros (Schwarze Hefte 1931-1938) de Martin Heidegger en los que, al parecer, pues no hemos tenido ocasión de leerlos, se presta especial a su relación con los judíos y el antisemitismo nazi. Irían quedando claros, después de estos nuevos documentos, una serie de hechos innegables: su afiliación mantenida al partido nazi, su aceptación del Rectorado de la Universidad de Friburgo derivada del mismísimo Hitler; pero también su forzada dimisión y alejamiento de la línea más radical del nazismo representado por filósofos nazis más mediocres como Rosenberg, etc., aunque ni rastro de arrepentimiento por tales hechos. Otros han querido disculparlo, como su discipula judía Hanna Harendt o Herbert Marcuse, al cual Heidegger hechó en cara, a su vez, su silencio sobre los crímenes del propio marxismo. Pues lo mismo que filosofos como Marcuse, Adorno o Sartre creían en un marxismo mejor, no estalinista, Heidegger, como parece confirmarse documentalmente, creyó en un nazismo mejor, no hitleriano. Por ello no se puede ser sectario y considerar que Heidegger rayó la crueldad y el inmoralismo cuando contemplaba con frialdad la violencia necesaria para realizar su ideología nazi y no recordar que Sartre, en pleno estalinismo, hablaba de la necesidad, para el intelectual comprometido, de “mancharse las manos”, lo que remitía, entonces, inexorablemente a los maxivos crímenes y "purgas" del llamado "padrecito" Stalin.

Ortega y Gasset, sin embargo tuvo claro el carácter pernicioso tanto del marxismo como del nazismo y apostó por la democracia liberal (Jordi Gracia, José Ortega y Gasset, 2014). Pero no tuvo sin embargo un papel mundial tan influyente y un  reconocimiento académico filosófico tan grande como Heidegger o el propio Sartre. Ni siquiera Sartre, aunque lo intento con El ser y la nada, escribió una obra tan impactante académicamente como el famoso  Ser y Tiempo del alemán.  Sin embargo, se continúa con el intento de descalificar su obra de gran filósofo del siglo XX con su ideología política como si “todo estuviese relacionado con todo”, lo que llevaría en los casos de sus acusadores más radicales a ocultar sus libros retirándolos de las bibliotecas y eliminándolos de la Enseñanza, tal como propone Enmanuelle Faye, Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía. En torno a los seminarios inéditos de 1933-1935 (Akal, 2009). Pero, para que sea posible el conocimiento de algo, según Platón, hay que suponer que  “no todo está conectado con todo” ni “nada está conectado con nada”, sino que existe un entretejimiento (symploké) de las cosas según el cual “algo esta conectado con algo”. Por ello es imprescindible hilar más fino en el caso Heidegger para ver que no todas las opiniones personales del filósofo están conectadas con su ideología política nazi, ni su nazismo político explica enteramente sus novedosas propuestas estrictamente filosófico académicas, por las que se hizo famoso durante la Republica de Weimar, al final de la década de los denominados “felices años 20”. Entonces se empezó a hablar de él, en palabras que recoge su discipula Hanna Arendt, como el “rey oculto” de la filosofía alemana, en aquel tiempo dominada por Husserl, rey reconocido y a la vista, y por su numerosa y mundialmente influyente Escuela fenomenológica.

 Heidegger fue el primer discipulo que habría conseguido superar a Husserl en su propio terreno, en el de la explicación del conocimiento y del ser humano. Max Scheler habría ido más allá de Husserl en el terreno de la Etica, que no era el centro del trabajo personal de Husserl, y por ello nos parece que el libro de Heidegger, Ser y Tiempo, tuvo un efecto mayor, pues se produjo algo como lo que Platón denominaba una gigantomaquia, una lucha de titanes, que no pudo por menos que impresionar fuertemente al mundo filosófico académico. Heidegger iba más allá de su maestro en el terreno mismo de la Filosofía Primera (Gnoseología y Ontología) comenzando a transitar terrenos nunca vistos antes. Captar tal novedad, como siempre ocurre, resulta difícil en un principio y de ahí ese lenguaje retorcido, oscuro y muchas veces inadecuado, y tan difícil de comprender como una jerga, con el que Heidegger se veía en serias dificutades para expresar conceptual y rigurosamente sus nuevas y profundas intuiciones sobre el ser humano y su existencia en el mundo. Por ello el famoso libro de Heidegger necesita de un intérprete o comentarista y no es para leerlo como se lee una novela o sin conocimiento de la tradición filosófica occidental. Al tener que ver de modo central con lo que se denomina Fenomenología, la cual encierra de modo correlacionado consideraciones cognoscitivas y ontológicas, debía no perderse este equilibrio.

 Desde luego hay muchas interpretaciones de Ser y Tiempo. En la Europa de la Guerra Fría, por la influencia predominante del existencialismo y del marxismo, que encarnaba muy bien el influyente Sartre, se han privilegiado las cuestiones ontológico-existenciales, en las cuales no se capta muy bien la novedad de lo que propone Heidegger, bien porque se le diluyá en una especie del existencialismo kierkegaardiano (ateo, no humanista, etc.), o porque se juzgue de su ontología en relación exclusiva con la Metafísica, con su deconstrucción, superación, etc., como hace la escuela hermeneútica encabezada en Francia por Derrida. Pero en EEUU, donde se impuso el neopositivismo en el mundo filosófico-académico, la única forma de insertar a Heidegger era relacionándolo con los problemas de la sociedad tecnologíca y del conocimiento. En tal sentido el interprete más destacado ha sido el profesor Hubert L. Dreyfus con su libro Being-in-the-World (MIT Press, 1991. Hay trad. al español, H.L.Dreyfus, Ser-en-el-Mundo, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1996). Este profesor de la Universidad de Berkeley consiguió convencer a varias generaciones de estudiantes de que Heidegger merecía ser estudiado pues su filosofía no se reducia a proposiciones sin sentido del tipo de “la nada nadea”, como le reprochaban los miembros del Positivismo Lógico anclados a su vez en un empirismo realmente metafísico, incluso mitológico, como les reprochó Piaget en su momento (J. Piaget, “El mito del origen sensorial de los conocimientos científicos”, Psicología y epistemología, Ariel, Barcelona, 1971). Ante la impermeabilidad mantenida frente a Heidegger y la fenomenología de Husserl por influyentes miembros de dicho Positivismo Lógico y la llamada Filosofía Analítica en la propia Universidad de Berkeley, como J. Searle, el profesor Dreyfus en su cuidadoso comentario de la Sección I de Ser y Tiempo en el libro citado, pone de relieve como Heidegger supera una concepción metafísica del conocimiento, basada en la contraposición Sujeto-Objeto, que desde Aristóteles habría marcado la tradición occidental hasta el propio Husserl, por una nueva concepción que, frente al conocimiento como una “representcaión” consciente del mundo, estructurado en el formato lógico “S es P”, descubre como más profundo y oculto el iceberg de la habilidades corporales, relacionadas con nuestros conocimientos técnicos relacionados con el “ser a la mano” y que no admiten un formato representacionalista.

 Pues la tradición idealista de la filosofía de la conciencia o del cogito cartesiano seguía persistiendo tan fuertemente en Husserl que, en palabras de Hubert Dreyfus: “Heidegger se vio obligado a preguntarse si esa relación sujeto-objeto era de verdad una descripción correcta de nuestra relación con las cosas. ¿Requiere verdaderamente nuestro modo de percibir las cosas y las personas una experiencia subjetiva?. Husserl insistía en que teníamos que hacer fenomenología, es decir, dejar que las cosas se mostraran como eran en sí mismas; y cuando Heidegger examinó el modo en que las personas se relacionaban con las cosas, encontró que normalmente no era como sujetos relacionados con objetos. La conciencia no desempeñaba una función necesaria en absoluto. Esto parece muy extraño. ¿Cómo podía ser? Bien, Heidegger tenía facilidad para encontrar ejemplos sencillos. En este caso tomó como ejemplo la acción de martillear. Cuando un carpintero martillea –si trabaja bien, y domina lo que está haciendo—el martillo se vuelve transparente para él. El martillo no es un sujeto orientado intencionalmente hacia un objeto. No tiene que pensar en él en absoluto. Es posible que preste atención a los clavos, pero si es un verdadero experto y los clavos entran bien, tampoco tiene porqué prestarles atención. Puede pensar en la comida o puede hablar con otro carpintero y su tarea continua sin problemas. Heidegger llama a este modo hábil y cotidiano de enfrentarse a la realidad ‘comprensión primordial’, y a este modo de percibir las entidades, ‘estar a mano’. Si consideramos nuestro modo de estar-a-mano en relación a las cosas, no encontramos sujetos conscientes orientados intencionalmente hacia objetos independientes”, (Bryan Magee,“Husserl, Heidegger y el existencialismo moderno. Dialogo con Hubert Dreyfus”, Los grandes filósofos, Catedra, Madrid, 1990, p. 280).
 
Dicha nueva concepción del conocimiento humano, que parte de la reflexión sobre las habilidades corporales y no sobre la conciencia, será puesta en claro por la Epistemología Genética de Jean Piaget en la segunda mitad del siglo XX, precisamente en el momento en que Heideger abandona estos problemas del conocimiento y gira hacia las conocidas reflexiónes sobre el lenguaje como la” Casa del Ser” y el comentario de textos de los filósofos presocráticos y los grandes poeetas alemanes como Hölderlin o Rilke, en los que destacan sus alabadas dotes de hermeneuta que hicieron escuela con los Gadamer, Vattimo y tutti cuanti.  Piaget representa, sin embargo, la llamada “claridad latina” frente a las “nieblas gemánicas” de Heidegger. Nieblas germánicas que deben ser entendidas, como sostuvo Ortega frente a Menendez Pelayo, no como confusión o imprecisión, pues Heidegger se preocupa, rayando en la jerga de iniciados, por usar una nueva terminología precisa para describir lo nuevo de su planteamiento, sino como barroca y recargada frente a la claridad meridiana, en el sentido de experimental y  positiva, del latino Piaget. En el fondo ambos comparten la influencia de la filosofía vitalista, de Nietzsche en el caso de Heidegger y de Bergson en el del joven Piaget. Y ambos intentan racionalizar o  “urbanizar” dicho vitalismo en sus tendencias irracionales. Para comprender esta nueva concepción del conocimiento es necesario, entonces,  “pensar las habilidades”, como diría un francés, continuar las reflexiones iniciadas por Heidegger en su famosa obra, aunque nos acojamos mejor a la claridad y el liberalismo de nuestro Ortega y Gasset, como sugiere correctamente el propio Santiago Navajas en otro de sus articulos titulado "Heidegger, el enemigo filosófico número 1"(La Ilustarción Liberal nº 43).

En tal sentido algo muy valioso y genial podemos salvar del gran filósofo Heidegger si tenemos cuidado de, al arrojar de la palangana el agua sucia (su nazismo), no arrojemos también con ella al niño que permanece limpio, hermoso y cargado de futuro tras el necesario baño crítico.