viernes, 23 de febrero de 2024

¿Cómo se modernizó España?

































     Muchos de los problemas político y sociales por los que estamos pasando en España necesitan, para una correcta y duradera solución, de una visión de amplias miras, como la que proporcionan el pensamiento filosófico-histórico. No podemos olvidar que España necesitó de un largo periodo para su modernización, la cual no se empieza a conseguir con su plena industrialización en los finales del franquismo. Inglaterra y Francia se habían adelantado en dicho proceso de modernización mientras que España, junto con Alemania, sufrió un retraso considerable. Habría que preguntarse por el porqué de ello.  En tal sentido hay una semejanza llamativa que nos puede orientar: Inglaterra y Francia crearon sus imperios coloniales después llevar a cabo de forma triunfal sus grandes revoluciones políticas, mientras que Alemania y España crearon sus imperios antes de su constitución como naciones políticas modernas. Asimismo, su modernización no se hizo a través de revoluciones triunfantes.

La creación de la nación alemana moderna ocurre tras la división del Imperio Sacro Germánico entre católicos y protestantes. Las reformas ilustradas de Federico II inician en Prusia un proceso de modernización que permitirá una libertad filosófica gracias a la cual, siguiendo ideas de Kant, se crea la primera Universidad moderna de Europa, La Universidad de Berlín; la ciencia moderna, que en Inglaterra y Francia se había desarrollado en academias científicas, se hace en Prusia desde dentro de la propia Universidad, jugando un papel decisivo por ello en los procesos de industrialización básicos para la producción del acero y la electrificación. Dicha industrialización pasará su Rubicón con el canciller Bismarck, tras los fracasos del Parlamento de Frankfurt, despegando su proceso de industrialización en la cuenca del Rhur, impulsado por grandes empresarios como los Krupp. Bismark desarrollo una inteligente política social pactando con los sindicatos obreros, creando una poderosa seguridad social y de protección de los derechos de los trabajadores que evitó el estallido de procesos revolucionarios. Las propias ideas de creación de una unidad política federal deben asimismo mucho a los escritos políticos de filósofos como Leibniz, Fichte o Hegel. Tras la grave crisis abierta por la I Guerra Mundial, los intentos de una Revolución comunista, fracasaron creando como efecto trágico el ascenso del nazismo, el cual casi llevó a Alemania a su destrucción total. Pero, cual Ave Fenix, Alemania se volvió a reunificar y a reindustrializar convirtiéndose en la actual locomotora de la economía europea.

El caso español guarda también ciertas semejanzas. El fino olfato de Ortega y Gasset se dio cuenta de que la modernización filosófica en marcha en España ya en el siglo XIX debía de abandonar la influencia de los ilustrados franceses e ingleses para orientarse por los filósofos alemanes. Pues la imitación del modelo inglés por la Restauración decimonónica no consiguió el despegue industrial y, el intento de una revolución comunista por el Frente Popular, fue derrotado en la Guerra Civil. España despegará industrialmente siguiendo un modelo autoritario, similar al de Bismark, dirigido por Franco, con la creación de una especie de “cuenca del Ruhr” con el acero de Ensidesa y el carbón asturiano; el impulso a  la Seguridad Social y el pacto con los organizaciones obreras evitaron igualmente las explosiones revolucionarias que preconizaban sin éxito las organizaciones comunistas.

También se empezó a dar una influencia de la naciente filosofía moderna española en los procesos políticos. La propuesta de Ortega y Gasset de instaurar una división territorial por Autonomías fue introducida como lo más novedosos de la actual Constitución. Algunos ven en ella una imitación del modelo de los Lander alemanes, aunque Ortega ya insistió, en sus discursos parlamentarios de la IIª Republica, que no se trata de un Federalismo centralizador, sino de un Autonomismo descentralizador, en el cual no se discute de la soberanía nacional única e indivisible. Incluso consideró que, aunque se deben transferir muchas competencias, hay algunas que serían intransferibles como la política exterior, la justicia, la educación científica o el ejército. Ortega consideraba que las Autonomías son una especie de poderes regionales y no naciones. Torcuato Fernández Miranda, lector de Ortega, se opuso a Suarez cuando decidió introducir en sus negociaciones políticas el término “nacionalidades y regiones”. Torcuato fue apartado por Suarez, con lo que triunfó la ceguera que nos está llevando a absurdo concepto de una “nación de naciones”. Gustavo Bueno propuso solventar el error entendiendo “nacionalidades” como una institución étnica y no política. Pero los lideres dominantes siguen ciegos y no se dejan aconsejar por nuestros grandes filósofos.

Manuel F. Lorenzo


jueves, 1 de febrero de 2024

Filosofía como medicina del alma española

 

    Una de las razones de la famosa Decadencia que nos aquejó de modo secular ha sido la falta de una filosofía moderna propia, que reflejase y consiguiese perfeccionar, elevándola al rasgo de categoría, nuestra forma de ser o carácter nacional, tan distinto del pragmatismo inglés, del seco racionalismo francés o del idealismo alemán. No sirvió de mucho imitar las modas filosóficas triunfantes sucesivamente en nuestros ilustres vecinos europeos, como se pretendió hacer después. Solo con Unamuno y Ortega, como grandes figuras señeras, se inicia en España la tarea de desarrollar un pensamiento filosófico moderno propio, con pretensiones de crítica y superación, de las entonces dominantes filosofías en Europa. Dicho esfuerzo filosófico no se ha detenido con ellos, sino que ha continuado en la segunda mitad del siglo XX y hasta comienzos del XXI con la importante obra filosófica creativa que nos ha legado, entre otros, un pensador tan conocido hoy como Gustavo Bueno.

       No pretendo que con decir esto pueda aumentar considerablemente el número lectores o de seguidores de estos señeros filósofos, pues es difícil apartar a mucha gente del culto a los prejuicios dominantes en los grandes aparatos de propaganda masiva, sino que tan solo me dirijo a los pocos, a la minoría selecta que decía el propio Ortega, que creo existente en nuestro país,  aunque se encuentre en un estado de dispersión y alejada de los grandes altavoces mediáticos dominados y ocupados por los epígonos de extranjeras tendencias influyentes. A dichos pocos me dirijo en tanto que considero que están libres de la ceguera, tan extendida hoy en España, para las cosas profundas; pues, en España dicha ceguera es algo muy común y se haya enraizada profundamente en defectos que se atribuyen tradicionalmente a los españoles, como la Aristofobia, que ha contribuido, como señala Ortega, como un defecto constitutivo de nuestro propia historia, -aunque discrepemos de los motivos que aduce Ortega para explicar tal defecto-, a nuestra famosa decadencia, al apartamiento más sostenido de los mejores en la dirección y la búsqueda de solución a los grandes problemas nacionales que nos aquejan desde hace ya siglos, cuando comenzó nuestro declive en la gran influencia que tuvimos en el mundo.

     Ramón Menéndez Pidal, al principio de su conocida obra sobre El Cid Campeador, habla de uno de estos momentos históricos, el de los medievales “condes invidentes” de la corte de Alfonso VI, en los que se manifiesta con claridad meridiana a su juicio esa “invidencia, vicio eminentemente hispano”, que “entorpeció tenaz la obra del Cid, sin tener en cuenta al daño colectivo que en la guerra anti islámica  se seguía al destierro del guerrero superior;  defecto típicamente español (…) Castilla, la Castilla oficial, ciega para las dotes prodigiosas de su héroe, le desterró, le estorbó cuanto pudo, le quiso anular toda su obra bélica y política: <<Ésta es Castilla que face los omes e los gasta>>” (Ramón Menéndez Pidal, El Cid Campeador, Austral, Madrid, 1985, p. 20).

     En tal sentido, envidia viene del latín invideo, invidente, el que no ve. Pero la ceguera, como defecto o mal privativo, puede ser curado en muchos casos mediante operaciones u otros remedios de aparatos ópticos. Por ello esta envidia española, verdadero obstáculo para  reconocer la excelencia en tantos casos y en graves momentos de nuestra Historia, quizás pueda ser curada con una terapia medicinal adecuada, con una “medicina del alma” en este caso, como es la crítica y la educación filosófica que, aunque no pueda erradicar la ceguera en los casos extremos más patológicos, si puede hacerlo en una mayoría de españoles que son indispensables para orientar con su voto, en los tiempos democráticos que vivimos, la elección de los mejores para ocupar los altos puestos en los que reside el mayor poder e influencia.   En los últimos años, parece que el crecimiento de la demagogia política, que está llevando a una selección a la inversa de los dirigentes y personas más influyentes entre los españoles, promocionado la mediocridad y la incompetencia en perjuicio de la excelencia, puede llevarnos a un estancamiento en nuestra modernización e incluso al peligro, hoy ya manifiesto para muchos, de la final destrucción de la unidad política como nación moderna.

     Por todo ello creemos necesaria una mayor influencia en la España actual de nuestro propio pensamiento filosófico desarrollado polémicamente por nuestros propios filósofos, que sería útil para fortalecer críticamente a nuestro país. Pues, como decía Descartes, la potencia de un país guarda relación también con la potencia de la filosofía de sus pensadores. El problema es que esta nueva filosofía española es censurada y marginada por los poderes mediáticos dominantes hoy en España. Quousque tándem abutere, Catilina?.

Manuel F. Lorenzo


miércoles, 6 de diciembre de 2023

En defensa de la Constitución



En conmemoración de los 45 años de la actual Constitución me voy a remitir a un artículo que publiqué ya en 2004 (recogido en mi libro En defensa de la Constitución, 2010) y que sigue estando vigente en sus reivindicaciones que apuntan al filósofo Ortega y Gasset al que se puede considerar el Padre Filosófico de la Reforma Autonómica, aunque se le silencie y se haya tergiversado su propuesta confundiendo descentralización Autonómica con régimen Federal o Confederal. La mejor defensa de la Constitución creo que pasa por explicar lo que Ortega propuso en sus discursos y escritos.


25 años de Constitución Democrática

El pasado año se cumplió ya un cuarto de siglo de vigencia de la actual Constitución política que rige y organiza, como gran marco político, la vida española. Desde 1978 hasta la fecha, ha pasado un trecho de tiempo lo suficientemente largo para hacer un balance, por somero que este sea, del significado tan positivo que ha tenido dicho texto y puede seguir teniendo si, dado que hoy ya no dependemos de que el Rey sea inteligente u obtuso, la sabiduría del pueblo, que es quien lo decide con su voto, la sostiene y defien-de. Porque se empiezan a oír voces muy fuertes entre una parte de los partidos políticos, sobre todo los que representan a las izquierdas y los nacionalismos periféricos, que piden una reforma de la Constitución que la afectaría precisamente en lo que se puede considerar que ha sido el mayor de sus aciertos: la solución autonómica para vertebrar y organizar la persistente multiplicidad y variedad regional que ha caracterizado a España a lo largo de su extensa historia.
Por mi edad no pertenezco propiamente a la generación que tuvo la tarea política de elaborar y aprobar dicha Constitución, pues por aquellos años yo estaba todavía haciendo el Servicio Militar y un cuartel, con un ejercito todavía mayoritariamente franquista, no era el lugar más apropiado para tal clase de preocupaciones. Fue mucho más tarde, en la época en que gobernó Felipe González, cuando caí en la cuenta de la importancia de la Constitución. Fue entonces cuando, leyendo las obras completas de Ortega y Gasset, me topé con algunos escritos suyos, muy poco citados en los fastos y conmemoraciones que los propios socialistas y el diario El País, del cual era fundador un hijo del filósofo, hicieron del centenario del nacimiento de Ortega, en los que pude ver, con gran sorpresa, que la Idea de la Organización Autonómica del Estado, que representa lo más llamativo y original de la actual Constitución, había sido expuesta, defendida y desarrollada por el propio Ortega en la prensa, en forma de libro (La redención de las provincias, Obras Completas, t.XI), y hasta en sus discursos en las Cortes durante la elaboración de la constitución de la II República (“Federalismo y autonomismo”,“ El Estatuto catalán”, Obras Completas, t. XI) En dichas intervenciones defendió el filósofo, como si de un nuevo John Locke o un Montesquieu se tratara, la necesidad de que la nueva organización política que se necesitaba para reformar y regenerar políticamente el país se basara en una división o separación clara de los asuntos nacionales y de los locales o regionales. En esto coincidía entonces Ortega con la izquierda y los nacionalistas peri-féricos, mientras que la derecha era, y siguió siendo durante la dictadura de Franco, centralista, esto es partidaria de que tanto los asuntos nacionales como los locales se decidiesen en Madrid.
La derecha había sido centralista y partidaria del absolutismo monárquico desde los Reyes Católicos. Pero en el siglo XIX tomó conciencia, tras las experiencias revolucionarias de sus vecinos y rivales ingleses y franceses, de la necesidad de modernizarse. El intento se hizo durante la llamada Restauración decimonónica. Para ello se copió el modelo inglés de monarquía democrática centralista y se hizo la Constitución liberal de 1876. Tal régimen político no consiguió modernizar el país, produciendo las conocidas lacras de la oligar-quía, el caciquismo, fraude electoral, etc., denunciadas por Joaquín Costa. Pero con el golpe militar de Primo de Rivera se acabó el experimento democratizador. Ortega dedica entonces, durante los años 20-30 una serie de artículos periodísticos (publicados en la II Republica como libro con el titulo de La redención de las provincias) a analizar minuciosamente las causas de dicho fracaso. Encuentra que en España, a diferencia de Francia o Inglaterra, los únicos intereses que mueven a los españoles son los puramente locales. Pero el localismo, en política, es un defecto. Una Constitución centralista como la de la Restauración no funcionó por cegarse ante este problema. Por ello Ortega propone el Estado Autonómico, como una nueva forma de organización que trata de hacer de tal defecto localista una virtud a través de la separación clara y bien estudiada de las Competencias que deben quedar centralizadas y las que no. Durante la discusión del Estatuto catalán en la Republica se opuso a la confusión que los partidos de izquierda introducían entre Autonomismo y Federalismo, en tanto que el primero no discute sobre la Soberanía, que se considera indivisible, sino sobre las Competencias o atribuciones de dicha soberanía, mientras que el segundo, el Federalismo, gira princi-palmente en torno a la soberanía. Sólo el Autonomismo conlleva siempre descentralización política, mientras que el Federalismo puede resultar fuertemente centralizador, pues esa es su tendencia histórico efectiva.
Es necesario recordar esto hoy cuando una parte importante de la izquierda empieza a hacer demagogia diciendo que el Federalis-mo no es incompatible con el Autonomismo - la generalización autonómica fue propuesta por franquistas reformistas, aunque la Idea estaba tomada de Ortega, como saben los estudiosos del tema: “También (Torcuato) Fernández Miranda, cuando advierte del peligro de plantear el problema autonómico como un problema de soberanía, hace suyo el razonamiento del filósofo madrileño: <<Pero esto, como ya demostró Ortega en las Cortes constitu-yentes de 1932, ¿puede plantearse en términos de soberanía? No es necesario afirmar la soberanía para afirmar que determinadas entidades tienen derechos propios que tienen que ser reconocidos (...) Si se plantea la cuestión en términos de soberanía naturalmente se agrava el problema. Volveremos a no entendernos, como decía Ortega y Gasset hace ya cuarenta y seis años, y agravaremos el problema>>” (Xacobe Bastida, La nación española y el nacionalismo constitucional, Ariel, Barcelona 1998, p.128).
Por mi parte he desarrollado más ampliamente la influencia de Ortega como verdadero padre filosófico de lo más significativo de la actual Constitución en un articulo titulado “Idea leibniziana de una Constitución Autonómica para España en Ortega”, (publicado en Lluis X. Alvarez y Jaime de Salas, La última filosofía de Ortega y Gasset, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 2003, pp.255-289).- Ortega comprendió que autonomismo y federalismo no solo son diferentes sino que, en la cuestión de la descentralización, son opuestos. De ahí que la petición de reformar la actual Constitución en lo que concierne a la Organización Autonómica del Estado para sustituirla por una Organización Federal nos parezca muy grave. Pues la mejor honra que pueden hacer los españoles al pensador más importante que ha tenido España en la primera mitad del siglo XX, el siglo en que el país se industrializa y deja de ser agrario, es respetar lo que es la parte más positiva de su gran influencia, la vertebración autonómica de España. Y la mejor forma de honrar la Constitución en sus bodas de plata es recordar y leer los textos en que la engendró su padre filosófico, quién no tuvo, antes de morir, la dicha de verla rigiendo los destinos de los españoles.
Manuel F. Lorenzo

(02/06/2004) 

viernes, 10 de noviembre de 2023

La Tercera España

 


La democracia se basa en el gobierno de las mayorías. Las mayorías electorales se traducen en la representación parlamentaria que es la que permite configurar los gobiernos. Dicha mayoría puede ser absoluta cuando un solo partido o una coalición alcanza un número suficiente de diputados para imponer su voluntad legislativa y ejecutiva sin necesidad de contar con el resto de los partidos que han quedado en minoría. Pero pueden darse otras situaciones en las que el voto popular se encuentre polarizado en dos grandes partidos los cuales concentran un voto de tendencia opuesta y muy alejado de un resto de pequeños partidos que representan a sectores políticos minoritarios. En España y en otros países suele ser la tendencia dominante, aunque por un momento, con la irrupción de Podemos, pareciese que se iba a quebrar el denominado bipartidismo imperfecto del turno en el gobierno en las últimas décadas del PSOE y PP.

El poder electoral de ambos partidos se mantuvo, sin embargo, tras las últimas elecciones y parece que va a seguir siendo así. El problema que hoy se ha agravado considerablemente y que nos está llevando a una crisis del propio Estado-Nación español, con todos los peligros que puede traer, es la necesidad en que se encuentran tales partidos mayoritarios de recurrir al apoyo parlamentario de partidos minoritarios, que se declaran decididamente separatistas. En Inglaterra existe un partido minoritario liberale que se presta a inclinar la balanza del lado laborista o del conservador. En Alemania también ocurre lo mismo, añadiéndose la solución suya específica de la llamada Grosse Koalition para situaciones extremas. Pero en España no parece posible esta última solución por la falta o escasez de lealtad a la nación de ambos grandes partidos, además de por el fracaso reiterado en la creación y mantenimiento sostenido de un partido liberal capaz de funcionar de bisagra moderadora.

Recientemente, tras la práctica desaparición de Ciudadanos del panorama político, se ha propuesto por alguno de sus integrantes la creación de un nuevo partido bajo la previa presentación de una asociación política denominada La Tercera España. Nos parece una iniciativa sensata, como hemos mantenido en artículos anteriores, tratar de arrebatar a los separatistas y demás grupos extremistas el papel de bisagra política que ocupan desde hace décadas con resultados nefastos para la existencia de la propia España. Pero lo que nos preocupa es que se vuelva a hacer un partido como imitación española de los partidos socialdemócratas o liberales existentes en otros países europeos. Porque será entonces más de lo mismo que ya se intentó antes con Ciudadanos y demás. Pues si se alude a la Tercera España, la España de los intelectuales y filósofos como Ortega , Marañón, etc., que brilló en la primera mitad del siglo XX, deberían tratar de incorporar primero la filosofía política que tales figuras, como Ortega, el más influyente en tal materia,  trataban de inculcar en la cultura española y en sus posibles seguidores políticos. Estudiar y recuperar su propuesta de la España Autonómica, hoy enteramente tergiversada, su nuevo tipo de liberalismo, etc. Deberían tener claro, además, que tal partido no podría ser nunca un partido de masas que compitiese con PP o PSOE, sino que debe ser un partido integrado por “minorías egregias”, como las denominaba Ortega, suficientes al menos para impulsar una potente bisagra que corrija, con la discusión racional y sabiamente documentada, los excesos a los que tienden necesariamente los actuales partidos de masas, debido a la ignorancia de un electorado menos culto e informado y más propenso a caer en manos de demagogos.

El error de Rivera con Ciudadanos fue creer que podía sustituir al PP como otro gran partido de masas. Pero también incurría en el error de no contar con una sólida base filosófica. Creemos que el nuevo partido que se pretende crear, como representante político de la llamada Tercera España, no recoge tampoco la necesidad de partir de nuestra más influyente tradición filosófica liberal. Algo sospechan cuando buscan la firma de representantes filosóficos actuales como Fernando Savater. No obstante, su iniciativa nos parece interesante porque han levantado la liebre al situar la clave política que nos permita reorientar la política española, en la necesidad de un partido bisagra de nuevo cuño. Y ello tras el fracaso de la radicalización totalitaria de la izquierda por el impacto de Podemos, ideología que es difícil que triunfe democráticamente debido al poso de “buen sentido” que suele caracterizar al español medio en los momentos críticos. Pero también por el freno electoral de Vox y sus dificultades con el PP en asuntos claves. Otra cosa es que los nuevos defensores de La Tercera España, tras levantar la liebre, sean capaces de cazarla. Les deseamos suerte.

Manuel F. Lorenzo


viernes, 29 de septiembre de 2023

Filosofía de las manos


     En el pensamiento filosófico del siglo XX se suele considerar a Heidegger como el filósofo más influyente en el mundo académico por su nueva forma de pensar, la cual chocó de modo potente, tanto frente a Husserl, como frente al positivismo de influencia anglosajona de Bertrand Russel o de Wittgenstein. El motivo es que en su famosa e influyente obra Ser y tiempo proponía una superación del tradicional idealismo de la Conciencia Trascendental, todavía defendida por Husserl. Heidegger empezaba su descripción fenomenológica del hombre, entendido como un Dasein, como un Ser-ahí, caracterizándolo por su relación primordialmente manual con el mundo. Con ello llevaba a la práctica la tesis avanzada ya por el vitalismo de Bergson por la que el Homo sapiens presuponía el Homo faber, el hombre fabricador, con sus manos, de instrumentos. Allí residía el origen más próximo de nuestra inteligencia. Por eso Heidegger empieza a hablar de las cosas del mundo que nos rodea como cosas “a la mano” (Zuhandenheit) frente al todavía idealista Husserl que las entendía originariamente como “cosas ante los ojos” (Vorhandenheit).

     También Descartes, al que volvía a actualizar Husserl en sus famosas Meditaciones cartesianas, partía de las “cosas ante los ojos” sospechando que podían ser engaños de nuestros sentidos. Pero, según estos análisis heideggerianos, habría que partir un momento antes del que partía el propio Descartes, situando al propio ser humano como un ser-ahí (Dasein),  como un ser vivo dado en un medio o circunstancia al que está adaptado, un Ser-en el-mundo, dado en un mundo práctico que está previamente “a mano”, antes que meramente como algo sometido a la inspección de una “mente” tal como empieza la indagación cartesiana. Por ello Heidegger, como también hacía el racio-vitalismo de Ortega, propone partir de un momento anterior pre-mental o pre-reflexivo, planteando la situación inicial de un ser vivo, dotado de un cuerpo, y que está ya en un mundo, rodeado por unas circunstancias que le apremian. Su punto de partida es diferente del cartesiano, pues está dado in medias res, en un ser que ya existe de algún modo, ocupado con las cosas o enseres que están primordialmente manejados por las manos,  aunque con el auxilio o ayuda de la vista y otras partes del cuerpo.

     Solo con ver o contemplar los objetos no podríamos sobrevivir ya que necesitamos manipularlos para poder vencerlos como obstáculos o beneficiarnos de ellos como bienes necesarios para nuestra existencia. Por ello, el supuesto que se abre camino con Heidegger y Ortega es partir de la vida humana como dada en relación inseparable con un mundo que nos rodea y con el cual interactuamos de muchas maneras, pero de modo especial de una que había permanecido como olvidada o marginada en la explicación de nuestra inteligencia, por suponerla como algo meramente auxiliar, la acción manual. Como he desarrollado más ampliamente en mi libro Filosofía de las manos (2023), esta  es la auténtica existencia radical y positivamente dada, no meramente conceptual o pensada, de que debemos partir en nuestra indagación por el fundamento o primer principio filosófico en nuestra explicación del mundo y de nuestra existencia. Un principio que no es ya un principio meramente lógico-formal, sino lógico-vital, en tanto que se nos aparece encarnado materialmente en nuestras propias acciones corporales más primordiales.

     Por ello, hay que extraer los fundamentos filosóficos con los que tratamos de entender y controlar el mundo, no ya de nuestra mente o pensamiento, como hace el idealismo desde Descartes a Husserl, sino de las necesidades que nos impone por ello el vivir cotidiano, de todos los días, con sus rutinas y con sus problemas y oscuridades, las cuales, como un horizonte de tinieblas, rodean siempre y en último término a nuestras vidas cotidianas. Hay que transformar, como dice Ortega en El tema de nuestro tiempo, la razón pura en razón vital. Pienso porque existo dice Ortega con el Unamuno de Del sentimiento trágico de la vida (1914), en vez de pienso luego existo. Pienso porque con mis manipulaciones me adapto y sobrevivo, decimos nosotros. Pues, la forma pre-reflexiva principal de la inteligencia humana, como hoy está probado por la Paleoantropología evolucionista, es el manipular (Ver Frank R. Wilson, La mano. De cómo su uso configura el cerebro, el lenguaje y la cultura humana, 2002, Julián Velarde, La mano humana, 2023).

    Esa misma lógica de las manipulaciones la utilizamos también para manipular los sonidos con los músculos de la glotis, produciendo señales acústicas, gritos primero, y palabras después, que nos permiten representar las cosas en su ausencia. Pensar con símbolos o palabras sigue siendo en el fondo algo similar a maniobrar. Luego, en el fondo, “pensar es maniobrar” o “existo porque maniobro”, serían los lemas de esta nueva filosofía de las manos.

Manuel F. Lorenzo

lunes, 21 de agosto de 2023

El liberalismo de Ortega y Gasset



     José Ortega y Gasset fue la figura más influyente en la defensa de un liberalismo político en España durante el siglo XX. Su tragedia fue el estallido de la Guerra Civil que acabó con sus esperanzas de promover una República liberal moderna como base para una regeneración política de los españoles. Ortega condenó el estallido de la Revolución de Asturias como un error político que sería fatal para la estabilidad de la República, como hoy se percibe cada con más claridad. No obstante, no adjuró nunca de sus ideas políticas liberales, optando por continuar su fecunda labor de articulista y pensador filosófico hasta su muerte. La muerte de un “muerto viviente” podríamos decir porque la posterior y famosa Transición a la Democracia en España recuperó de algún modo su propuesta de instaurar una división territorial Autonómica del Estado español. Por ello su fantasma volvió a sobrevolar de nuevo las discusiones parlamentarias que condujeron a la actual Constitución Autonomista pues el mismo, en persona, había hecho dicha propuesta en la Cortes republicanas. 

Pero esta vez se le robó el protagonismo en beneficio de los jefes de partido y de los expertos juristas denominados “Padres de la Constitución”. Algo que sucede a veces en España: tienes una propuesta política brillante, pero no eres acólito de los partidos que mandan. No hay problema: en vez de discutir tu propuesta, te la roban, la hacen suya y se olvidan siquiera de nombrarte, procurando que no trascienda tu nombre y autoría al conocimiento público de los grandes medios. Lo que pasa es que después la idea Autonómica expropiada la desarrollan mal y de forma torcida, dominados por sus propios intereses, cegueras y conveniencias. Así ocurrió que hoy el proyecto Autonómico ha degenerado en una especie de falso federalismo, como se temía el propio Ortega al advertir del peligro de tal confusión en un famoso discurso de las Cortes republicanas titulado “Federalismo y Autonomismo”.

Ortega insistió también en la diferencia entre Democracia y Liberalismo. Pues pueden existir democracias no liberales y a la vez regímenes liberales, pero no-democráticos. Ortega no rechazaba la democracia, tal como hacia el fascismo, sino que reconocía y admitía la tendencia a la democracia como el mejor sistema político, en una línea similar a como había ya hecho el filósofo Spinoza, aunque distinguía con precisión entre una democracia absoluta y una democracia liberal. Pues la democracia responde a la pregunta por quién tiene el poder, mientras que el liberalismo responde a la pregunta de hasta dónde llega ese poder. Pues si ese poder no tiene límites es absoluto. Por eso puede haber una Democracia Absoluta como hubo Monarquías Absolutas. Ortega percibió proféticamente en La rebelión de las masas una tendencia a absolutizar la democracia al extenderla incluso más allá de sus propios límites políticos, lo que hoy se manifiesta en la llamada “corrección política”.   

Siguiendo la estela de pensadores liberales como Stuart Mill, Tocqueville o Herbert Spencer, se dio cuenta de que el liberalismo clásico de Locke o Adam Smith, que era el que seguían todavía los partidos liberales españoles, debía ser reformado a fondo. Pues, como sostenía Spencer, el peligro de un poder absoluto no lo encarnaba ya en Inglaterra la Monarquía, sino los Parlamentos democráticos. Por ello Ortega propuso limitar dicho poder con la separación de los poderes nacionales de los regionales en su famoso libro La redención de las provincias, en el que propone una división Autonómica del Estado español. Una propuesta semejante a la famosa separación de los poderes legislativo y ejecutivo que Locke introdujo para limitar los poderes reales. En este caso se limitan los poderes de los Parlamentos nacionales por las Transferencias de Competencias. Ortega ya advertía que había competencias intransferibles, como la política exterior, el Ejercito, la Educación y la Justicia, cosa que no se ha tenido en cuenta en la España actual, sobre todo con la Educación y con el regateo en otras variadas Competencias.

Pero, dicho nuevo liberalismo político requiere por ello la formación de nuevos partidos que lo lleven a cabo. En tal sentido la experiencia de los partidos liberales en la democracia actual, desde el CDS de Adolfo Suarez a Ciudadanos, muestra su escaso conocimiento y apego a las propuestas orteguianas y la tendencia a amoldarse al antiguo liberalismo dominante en las llamadas democracias homologadas de Occidente. Ello se puso de relieve tanto en la búsqueda de alianzas electorales con la minoría separatista vasco-catalana, iniciada por el propio Suarez, como en la tendencia europeo-globalista de Ciudadanos. Por ello, después de tales fracasos, nos queda la esperanza de que alguien acabará comprendiendo que quizás valga la pena volver a estudiar la filosofía política de Ortega, ignorada y deformada por los actuales partidos liberales.

 

Manuel F. Lorenzo


lunes, 24 de julio de 2023

Por una Agrupación al Servicio de la Democracia



      El título de este artículo quiere recordar aquella famosa Agrupación al Servicio de la República impulsada por intelectuales como Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala durante la Segunda República española. Y lo hace en relación con la necesidad de contar en la actual democracia española con un nuevo partido bisagra, tal como hemos manifestado en recientes artículos, publicados como Sobre el fracaso de los partidos bisagra y España necesita un nuevo partido bisagra. Poníamos como modelo de un partido bisagra de élites, que sirva de contrapeso a los dominantes partidos de masas como PSOE y PP, a los que prefieren votar de modo sostenido la mayoría de los españoles, a la Famosa Agrupación impulsada por Ortega. Un partido de élites al que solo votarían una minoría de españoles moralmente responsables y culturalmente bien formados. Existen hoy en España partidos de minorías catalanas, vascas, con mucho poder, pero que no tiene nada de elitistas. Estar en minoría no significa pertenecer a una élite egregia en el sentido de Ortega.  

Hoy las circunstancias políticas vuelven de nuevo a llevarnos a replantear dicho modelo. Ciertamente ya no es una cuestión palpitante la disyuntiva entre Monarquía/República, tal como se planteó entonces. Tampoco parece haber un peligro de deriva hacia una nueva guerra civil, que obligó al propio Ortega a tomar distancias con el rumbo radical que tomó la Republica con su famoso “no es eso, no es eso”. Una diferencia fundamental es que España entonces era un país preindustrial, bastante pobre y sin una amplia clase media, sin la que es imposible que se sostenga la democracia. En el denominado desarrollismo franquista, que algunos consideran que fue la única forma en que unas élites de ministros economistas e ingenieros bien formados, y de forma dictatorial, lograron poner en marcha el llamado Plan de Estabilización, se produjo el asombroso “milagro económico” español, gracias al cual pasamos a ser un país desarrollado e integrante del bloque de los países más industrializados del mundo.

Con ello se creó una amplia clase media que posibilitó la transición no violenta a la democracia en la que nos encontramos. La Monarquía acabó aceptando la completa cesión de la soberanía nacional al Parlamento, recogida en la actual Constitución que nos rige, con lo que su papel ya no es tan decisivo en los asuntos políticos como lo era en tiempos de Alfonso XIII. Por ello hoy parece exagerado querer hacer responsable a la forma monárquica del Estado de las acciones más decisivas que competen a los grandes partidos que son los que nos gobiernan. Hoy la cuestión ya no es Monarquía/República sino Democracia/Dictadura, tal como se observa en la imposición antidemocrática de las pretensiones de la minoría separatistas, sexuales, étnico-culturales, etc. Por otro lado, está también la subordinación de la soberanía nacional a instancias no-democráticas y de carácter globalista en determinadas políticas derivadas de las altas esferas de la UE a la que pertenecemos. Esa doble tenaza es la que amenaza con destruir nuestra democracia.

Con respecto a la llamada “Monarquía de Sagunto” de Alfonso XIII, Ortega, Melquiades Álvarez y otros ya sostenían que debía de ser “nacionalizada”, es decir ponerse al servicio de la mayoría de los españoles y no poner a estos al servicio de la Familia Real. La monarquía actual parece que, en la figura de Juan Carlos I, no ha visto con claridad dicha advertencia vital para su propia supervivencia y la de España. Pero ha mostrado un atisbo de resolución clara en la defensa de los asuntos nacionales poniendo en riesgo su actual situación con el famoso discurso de Felipe VI condenando el intento de golpe separatista en Cataluña. No obstante, la Casa Real sufre una preocupante confusión ideológica propia de los tiempos de confusión demagógica en que nos encontramos.

Por ello, para introducir claridad en dicha confusión ideológica es necesario desarrollar algo que, ni el franquismo con apego al nacional-catolicismo, ni los ideólogos democráticos actuales han hecho, debido a su propensión a copiar superficialmente las ideologías provenientes del extranjero. Y ello, a pesar de que disponemos en el siglo XX de una pléyade de destacados filósofos e intelectuales que se han preocupado de crear y desarrollar una filosofía moderna que se adapta como el guante a la mano a nuestras peculiaridades culturales y nacionales. El caso más exitoso ha sido el de Ortega y Gasset que se preocupó por pensar a fondo la constitución política democrático-liberal más conforme con nuestra peculiar forma de ser y estar en el mundo. Por eso debemos partir de él para tratar de configurar unas nuevas élites político-democráticas, capaces de agruparse en un nuevo partido o movimiento político-cultural que sea capaz de moderar e influir para evitar la ruina y destrucción a la que parece encaminarse la actual democracia española.

Manuel F. Lorenzo