domingo, 22 de julio de 2018

El quijotismo español


Miguel de Cervantes escribió su inmortal novela Don Quijote de la Mancha, que se convirtió en un análisis indirecto del alma española a través de las divertidas y aleccionadoras aventuras de sus dos personajes principales, Quijote y Sancho.En principio, el éxito que tuvo en España fue como una entretenida burla de las medievales novelas de caballería, en unos tiempos de inicio de la modernidad en los que las costumbres medievales empezaban a quedar fuera de tiempo.

Pero la importancia de España entonces, como gran potencia europea, hizo que dicha obra trascendiese sus fronteras y se tradujese al inglés. Y fue allí, en tierra entonces enemiga, donde tuvo un éxito y una interpretación diferente. Se la vio como una crítica a un defecto estructural que afectaba de lleno a la médula del entonces imparable expansionismo imperialista español.

Don Quijote era un trasunto del proyecto político utópico español, que pretendía un imperialismo católico cuyo sentido, como sostenía Gustavo Bueno, era recubrir a sus dos enemigos principales: el Islam y el Protestantismo.

Pero este recubrimiento, para ser finalmente victorioso, precisaba de un avance continuado hacia el Occidente (“Plus Ultra), primero por el Atlántico (América) y luego por el Pacífico (Las Islas Filipinas, Japón, China), que recuerda el avance del Imperio de Alejandro hacia el Oriente, por la India, impulsado al parecer por el conocimiento que tenían los griegos de la redondez de la Tierra, a la que se proponía circuncidar. Alejandro pretendía demasiado para sus efectivos poderes y por ello fracasó en su proyecto imperial sin límites.

Ya Nietzsche habría dicho que los españoles habían querido ser demasiado. Como le ocurrió a Alejandro, su deseo de poder y de justicia plasmado en Leyes (lo que ahora se denominan los derechos humanos) y Empresas (el proyecto de Conquistar China) era demasiado grande para sus recursos militares y económicos.

Acabaron quedándose en las Filipinas, explotando el comercio oriental de especies a la espera de mejor ocasión. De Europa debieron de retirarse tras las victorias de la rival Francia y de los Protestantes en Holanda e Inglaterra. Quedaba América. Era entonces el Imperio español realmente existente, a partir del cual España podría reforzarse para rehacerse de sus derrotas en Europa.

Pero entonces vino la Decadencia de los Austrias, que nos conduciría, tras el afrancesamiento borbónico, a la perdida de la parte mayor del Imperio en las Guerras Napoleónicas. Dicha Decadencia se debe a muchos factores, pero hay dos que destacan: el mantenimiento de los ideales del Absolutismo monárquico y el retraso en la renovación científica y filosófica. Inglaterra y Francia, con sus transformaciones políticas, nos rebasaron ampliamente en la constitución de un poder político más adecuado para el nacimiento de las modernas sociedades industriales.

Y el retraso científico y filosófico frenó la constitución de una sociedad industrial necesaria para eliminar la pobreza y el atraso económico. Fue Inglaterra, quien puso en marcha el proyecto de Francis Bacon de sustituir los milagros de la religión por los más efectivos milagros de las ciencias positivas.
A su vez nunca pretendió crear un Imperio como fin para dominar el mundo, sino como un medio para obtener las necesarias materias primas (algodón, etc.) para el desarrollo del naciente capitalismo industrial, creador de la primera sociedad con poderosa y prospera clase media.

En tal sentido recuerda a un imperialismo más semejante al romano que al alejandrino, Pues los romanos no se propusieron nunca acrecentar su poder sin límite, sino que, donde encontraban un gran rio, el desierto o el Océano, ahí se detenían y se fortificaban frente a la barbarie exterior. Su poder se revertía principalmente en el Mediterráneo, en el que impusieron una Pax romana y sus más civilizadas costumbres. España recuerda más a Rusia.

Destacan en común su situación periférica en Europa, su lucha secular de frontera contra el Islam, su duda cíclica en torno a su identidad europea, su dificultad para salir de su atraso medieval y su recurso al “quijotismo”, que en Rusia se manifestó con fuerza tras la Revolución soviética con la construcción fallida del Comunismo, como solución válida universalmente para la sacar de la miseria y de la explotación a todos los pueblos de la Tierra.

Por eso, ante la superación de la denominada leyenda negra que proponen algunos y para no caer sin darse cuenta de nuevo en la leyenda rosa, convendría volver al final del libro de Cervantes en el que Don Quijote recobra la cordura y, regenerándose, desiste de intentar nuevas salidas.

Pues el quijotismo hoy está todavía vivo en la izquierda utópica o en los locos separatistas que pretenden iniciar aventuras revolucionarias nacionales, cuando su tiempo ya ha pasado. La derecha es más bien sanchopanzista.


Artículo publicado en El Español (24-5-2018)

sábado, 7 de julio de 2018

En el centenario de Marx


Marx fue un lector y admirador del conde de Saint-Simon, filósofo francés fundador del positivismo. Comparte con él, ante todo, su concepción de la Estructura dual de la Sociedad y de los mecanismos del cambio revolucionario. Pero, en vez de hablar de los dos poderes sociales separados de Saint-Simon, el “terrenal” y el “espiritual”, habla de una base y una superestructura en toda sociedad humana, aunque  reduciendo la naturaleza del poder a la base, a los poderes económicos, que actuarían “en última instancia” como determinantes en todo cambio de sociedad. Los poderes super-estructurales, entendidos como formas de conciencia, religiosas, políticas, jurídicas, etc., no son, para Marx, más que poderes vicarios, meros “reflejos” en la conciencia, de los poderes económicos. Además, creía que la moderna sociedad burguesa capitalista encierra una limitación en su seno que le impide integrar al proletariado acabando con su pobreza y marginación. Por ello debía ser destruida por una nueva Revolución Socialista que convierta al Proletariado y sus aliados de clase en el nuevo Poder básico de la sociedad futura, la cual culminará finalmente en una Sociedad verdaderamente libre donde cualquier individuo humano podrá realizarse íntegramente como el feliz Hombre Total.

Podríamos comparar rápidamente ambos modelos de sociedad, el positivista y el marxista, como exactamente inversos, de un modo similar a como lo eran las doctrinas éticas de estoicos y epicúreos. Para los Epicúreos se puede decir que la Virtud era la Felicidad, mientras que para los Estoicos la Felicidad era la Virtud.

El fin de la vida para un epicúreo era ser feliz y a ello debía subordinarse la virtud que nos pide la moderación en los placeres. Para un estoico eran los propios placeres aquello que hay que estar dispuesto a sacrificar en la vida por la dicha que nos proporciona la práctica de la virtud misma, la cual es imposible en muchos casos sin la voluntad de renunciar al placer y soportar el dolor. De un modo análogo se podría decir que para los marxistas toda virtud, toda sabiduría o ciencia, debe ponerse al servicio de la salvación del proletariado en la consecución de una sociedad del Bienestar, de la felicidad social. Por el contrario, para un positivista social el fin de la sociedad es el mayor control de la Naturaleza por medio de la industria dirigida por la ciencia. Ese mayor control, que solo se alcanza decisívamente por la virtuosa vida de los genios científicos, artísticos y filosóficos, los grandes benefactores de la Humanidad, es el que dará como resultado  la Felicidad al resto de la Humanidad. Una felicidad, por tanto, que no es un Derecho sin más, sino que presupone más bien duros deberes y sacrificios.

Como corroboración de esta oposición podemos observar que, en los países  donde ha  triunfado  el  marxismo, los  poderes científicos y filosóficos han perdido su autonomía subordinándose a la dirección política, como muestran el famoso “caso Lysenko” en la época de Stalin por el cual se condenó a la Biología genética mendeliana o a la Lógica Formal como burguesas. Con ello la Unión Soviética sufrió un atraso científico respecto a Occidente, que la desbancó de sus primeros éxitos en la carrera espacial. Por el contrario, en USA es donde adquirió preponderancia filosófica el Positivismo, en la versión inglesa de John Stuart Mill o de Herbert Spencer, con lo que su Economía buscó intensamente la mejora de la competitividad económica de su industria por el contacto con una investigación científica sociálmente fomentada y cuidada a través de la financiación generosa de Empresas y grandes Fundaciones. Frente al populismo obrerista soviético triunfo aquí más bien la Tecnocracia y el llamado “Fin de las Ideologías”.

Tras la caída del Muro de Berlín, el modelo de sociedad altamente industrializada se ha impuesto a nivel global como objetivo, incluso en la misma Rusia de Putin o en la China actual. Pero han empezado a verse sus limitaciones críticas con el ascenso de una nueva Ideología que se resiste a morir y que parece ensombrecer las optimistas previsiones del crecimiento industrial ilimitado al anunciar, con apoyos científicos, negras previsiones catastrofistas de agotamiento de los recursos energéticos, super-población letal e incontrolable, con su deriva de plagas y nuevas “pestes” masivamente mortíferas, cambio climático, etc. Los llamados nuevos caballos del Apocalipsis. No obstante, parece observarse en EEUU una readaptación y autocrítica de la filosofía positivista allí dominante con el surgimiento de corrientes como la denominada Embodied Mind.  

En el marxismo actual, la llamada Escuela de Frankfurt, está en la base de los nuevos movimientos alternativos que todavía persiguen mantener la utopía marxista del Hombre Total con las reivindicaciones de las minorías estudiantiles, raciales, culturales, homosexuales, etc.


Artículo publicado en El Español (9-5-2018)