Las pasadas elecciones al
Congreso y al Senado han puesto de manifiesto algunas tendencias que es
necesario reseñar. La más llamativa es el fracaso espectacular de la
regeneración del PP. Casado ha cometido un serio error al querer rescatar la
figura de Aznar, el cual representó precisamente la mayor traición a la derecha
nacional con su pacto del Majestic con Pujol y las transferencias
competenciales subsiguientes que llevaron a la deriva secesionista actual.
Muchos votantes del PP en anteriores elecciones han percibido en Casado la
misma doblez y posible engaño que en Aznar, con el agravante del neófito. Han
preferido votar a Abascal, político igualmente neófito como líder, pero más
creíble por provenir de la lucha en la frontera con la anti-España secesionista
vasca. Y, aunque Vox no ha cumplido las expectativas que algunos esperaban, sin
embargo ha conseguido salir del ostracismo político en el que lo mantuvo Rajoy
y crear un grupo parlamentario básico para su futuro crecimiento, si lo
administra bien.
Vox,
por ello, parece llamado a llegar a ser el partido mayoritario de una derecha
nacional regenerada, necesaria para continuar la modernización de la sociedad
española que logró el franquismo con su denominado “milagro económico”. No se
olvide que quien parecía predestinada para producir tal milagro eran las
izquierdas de la República, pero que fracasaron por la tendencia totalitaria
del Frente Popular, imitadora de la Revolución Soviética. Con ello cometieron
un grave error y, tras perder la Guerra Civil, el llamado Estado del Bienestar
en España lo hizo el desarrollismo franquista, desde el mítico Seat 600 hasta
la Seguridad Social.
La
Transición desde el franquismo a la Democracia actual, que empezó muy bien, se
ha torcido en las últimas décadas. Una de las razones ha sido la
existencia de una derecha política sin ideas y acomplejada frente a un resurgir
de la antigua izquierda socialista y comunista, que también ha pecado de ser
incapaz de revisar y corregir a fondo sus errores pasados del frente-populismo.
Más bien ha vuelto a las andadas tratando de reconstituir un nuevo Frente
Popular con Zapatero y ahora con Pedro Sanchez. La victoria electoral de este
último mantiene el peligro "frentepopulista", aunque en una fase de
espera por la posibilidad de otras alianzas posibles que se abren en el juego
parlamentario de la mano de un crecido Ciudadanos.
Pero
el partido de Albert Rivera, que se ha curtido en el otro territorio comanche
anti-español del secesionismo catalán, carece de una idea de España como
nación, con sus profundas complejidades, y cree que basta con disolverse en la
Unión Europea que hoy defiende Macron para que se resuelvan. Se presenta
como un partido centrista, pero su tendencia a asumir las leyes de género y del
multiculturalismo de la UE y de la izquierda norteamericana, lo convierten en
un partido de nueva izquierda, entrando en competencia con el propio PSOE
actual de Pedro Sanchez.
Por
ello, el centro en España sigue vacío desde de que Suárez lo encarnó con la
orientación intelectual de Torcuato Fernández-Miranda, los dos políticos que el
Rey dispuso para la famosa Transición. Los dos complementarios y esenciales. Su
separación fue, por ello, el final del centro político. Albert Rivera se quiere
presentar como el nuevo Suárez para la nueva Transición desde el Bipartidismo
imperfecto de un PSOE-PP aliados con los separatistas, hoy ya roto, hacia una
Democracia anti-separatista. Pero Ciudadanos representa hoy más bien
los ideales de la nueva izquierda, en cuestiones de género y globalización.
Podría desplazar a la izquierda que representa el PSOE si éste persiste en
cruzar las líneas rojas que ponen en peligro la integridad de la nación
española. Con ello se establecería una especie de nuevo bipartidismo formado
por Vox y Ciudadanos. Aunque sería necesario, todavía, un verdadero partido de
centro que actuara como bisagra, para que no resurgiera la tentación de
apoyarse otra vez en los regionalismos que podrían surgir en el futuro por el
característico localismo y particularismo que secularmente nos aqueja, ya
señalado por Ortega y Gasset.
Vox,
de momento, ha conseguido poner en el centro de estas elecciones el peligro del
separatismo que amenaza a España como nación moderna. Pero se necesita poner
también en el centro de los debates electorales cuestiones como el
reconocimiento crítico de las raíces de nuestra industrialización moderna en el
franquismo, evitando los análisis sectarios sobre dicho periodo histórico que
ha fomentado interesadamente la izquierda con su Ley de Memoria Histórica, que
la derecha se ha tragado sin rechistar. La censura casi unánime que ha caído
sobre la revisión de nuestra historia reciente llevada a cabo por Pío Moa y
otros es indicativa de la losa que ahoga en el mundo cultural y universitario
la libertad de crítica y de pensamiento hoy en España. Y ello es así por la
corrupción intelectual y la ceguera o invidencia de quienes dirigieron en las
últimas décadas, de paralela corrupción política, las desastrosas reformas
universitarias y educativas.
Son
asuntos estos sin los cuales no se puede plantear la cuestión de la
consolidación de un orden interior política y económicamente estable y su
correspondiente traducción a una posición en el orden internacional que inspire
respeto a la nación española y a su historia, aun hoy escarnecida por la
incomprensión y la Leyenda Negra.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (3-5-2019)
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