miércoles, 3 de octubre de 2012


Autonomismo versus Federalismo.

     Vivimos tiempos que comienzan a ser turbulentos en España y que nos llevan a dejar por momentos las reflexiones filosóficas de carácter más académico, que venimos desarrollando con cierta asiduidad en este Blog, para ocuparnos de problemas más mundanos. Uno de estos problemas, que amenaza agravar considerablemente la crítica situación económica en que nos encontramos los españoles, es la apertura de una grave crisis institucional del Estado con la decisión del actual Presidente de la Comunidad Autónoma catalana de abrir un proceso independentista para separarse del resto de España, acompañada de la decisión anunciada por el principal partido de la oposición, el Partido Socialista, de proponer una reforma de la Constitución en un sentido Federal, abandonando así, en ambos casos, el modelo territorial Autonomista vigente. Dichas propuestas rompen con el consenso reinante en España en los últimos 30 años y abren una situación de incertidumbre en el rumbo a seguir por los españoles en el futuro más inmediato que nos resulta temible  y peligrosa por la poca consistencia y fundamento de semejantes nuevas propuestas, que ya se han intentado en la I y la II República con el resultado de guerras y enfrentamientos entre los españoles. 

   Querría recordar por ello aquí las críticas de nuestro más influyente filósofo del siglo XX, Ortega y Gasset, el cual defendió, en la trágica época que le tocó vivir, el Autonomismo frente al Federalismo quimérico de las izquierdas de entonces y el secesionismo catalán amenazante ya en aquella época. Rescatamos para ello dos artículos que  publiqué hace algunos años en webs de Internet, a las que hoy ya no se puede acceder, y que he recogido en mi libro En defensa de la Constitución (2010) en cuya contraportada ya se advertía de “la grave situación a que parece encaminarse la joven democracia española, aquejada por la cristalización de una oligarquía política, financiera y mediática, hoy dominante, incapaz de corregir sus excesos y desgobierno, tanto en el caso de las corrupciones de toda índole, como en la debilidad ante las presiones secesionistas, vasca, catalana y gallega (…), que amenazan con la quiebra de la Nación y del Estado español”.



El 'cajón de sastre' del federalismo

De un tiempo a esta parte se ha comenzado a hablar, profusamente, de federalismo en relación con la Constitución que actualmente nos rige. Pero, como es habitual en España, por lo que sea, se habla de ello con poco rigor. Y, sobre todo, se le hace una higa a los conceptos más elementales de la filosofía política acuñados por los clásicos. Bien es cierto que los articulistas de relumbrón, o de ocasión, que pueblan  las paginas más influyentes de los diarios suelen ser personas, por lo que se ve, poco doctas en cuestiones filosóficas. Parece que los “científicos sociales” imitasen en esto a los “científicos naturales”, los cuales cada vez son más indoctos en temas filosóficos debido, en gran parte, al creciente especialismo que, será muy bueno y necesario para el avance de la investigación científica, pero que, como una plaga, está dañando seriamente la enseñanza y la cultura general. Queda poca gente de esa que antes se decía que tenía una sólida cultura general, la cual incluía como una parte importante la cultura filosófica. Y esto se hace notar cuando se discute de conceptos tan generales como el antes mentado del “federalismo”.

Tal es el caso de un, por otra parte, interesante articulo de Juan E. Casero titulado “La República federal” aparecido en La Nueva España (15-02-2005) o de las más recientes propuestas hechas en el mismo periódico (27-02-2005) por el filósofo Eduardo Subirats. En dicho artículo se remite Casero al origen de las Ideas que condujeron a la actual  descentralización autonomica situándolas en la 1ª República,  en  la  que se habría ensayado la Idea de una España federal bajo la influencia del anarquismo de Pi y Margall. Como en España esto suele ser recurrente, basta con remitirnos a los tiempos de  la  otra  República,  de  la  2ª,  para  ver  como  Ortega  y  Gasset  ya arremetió contra ese federalismo difuso que ahora emerge de nuevo: “No fue para mí una sorpresa grande, pero fue confirmación dolorosa, ver que en uno de los temas más graves que nos plantea al presente el destino, el de la autonomía regional, existía una extrema confusión de ideas y que, apenas comenzaba la campaña electoral, en la propaganda, en el mitin, en el periódico y hasta en esta misma Cámara se padecía, en general, una lamentable confusión entre ambos principios (Ortega se refiere a la confusión entre federalismo y autonomismo). Y esta confusión es gravísima, porque cualesquiera que sean mis preferencias para unos y otros principios, corremos el riesgo - lo vamos a correr dentro de un instante - de decidirnos por el más radical, por un principio que va a reformar las últimas entrañas de la realidad histórica española, cuando el pueblo mismo ignora el sentido de esa tremenda reforma que en él se va a hacer. Esto es lo que yo lamento, lo que yo deploro y de lo que empiezo a protestar. Es preciso claridad sobre este punto”( J.Ortega y Gasset, Discursos políticos, Alianza Editorial, Madrid, 1990, pp.170-171).

Y, refiriéndose precisamente a Pi y Margall, continúa: “Bajo el nombre  de  federalismo, no  tengo  para  qué  aludir  al  conjunto  de pensamientos sustentados por Pi y Margall y el pequeño grupo de sus adeptos. Ese federalismo, que no ha sido puesto al día desde hace sesenta años, es una teoría  histórica sobre la mejor organización del Estado. Ni es tiempo  ahora, ni tengo yo porqué ocuparme de discutir teoría más respetable por la calidad de sus fieles que por el rigor y agudeza de su sistema; antes, y por encima de ese federalismo, está el hecho de la forma jurídica del Estado federal, que una vez y otra ha aparecido en la historia del Derecho político mismo; a ese hecho de la forma jurídica del Estado es a lo que me refiero cuando hablo de federalismo. Pues bien, confrontándolo con el autonomismo, yo sostengo ante la Cámara, con calificación de progresión ascendente hasta rayar en lo superlativo, que esos dos principios son: primero, dos ideas distintas, segundo, que apenas tienen que ver entre sí; tercero, que, como tendencias y en su raíz, son más bien antagónicas. Conviene, pues, que la Cámara antes decida esta cuestión con plena claridad” (Ibid. p.171).  

Continúa Ortega con una  clara delimitación del federalismo y del autonomismo que consideramos necesario recordar aquí por su claridad en tiempos de tanta y  renovada confusión: “El autonomismo es un principio político que supone ya un Estado sobre cuya soberanía indivisa no se discute porque no es cuestión. Dado ese Estado, el autonomismo propone que el ejercicio de ciertas funciones del Poder público - cuantas más mejor - se entreguen, por entero, a órganos secundarios de aquel, sobre todo con base territorial. Por tanto, el autonomismo no habla una palabra sobre el problema de la soberanía, lo da por supuesto, y reclama para esos poderes secundarios la descentralización mayor posible de funciones políticas y administrativas. El federalismo, en cambio, no supone el Estado, sino que, al revés, aspira a crear un nuevo Estado, con otros Estados preexistentes, y lo específico de su idea se reduce exclusivamente al problema de la soberanía. Propone que Estados independientes y soberanos cedan una porción de su soberanía a un Estado nuevo integral, quedándose ellos con otro trozo de la antigua soberanía que permanece limitando el nuevo Estado recién nacido. Quien ejerza ésta o la otra función del Poder público, cual sea el grado de descentralización, es para el federalismo como tal, cuestión abierta, y de hecho los Estados federales presentan en la historia, en este orden, las figuras más diversas, hasta el punto de que, en principio, puede darse perfectamente un Estado federal y, sin embargo, sobremanera centralizado en su funcionamiento” (Ibid., pp.171-172).

Si tenemos en cuenta esto, en una situación hoy diferente a la de la II República, pero en la que algunos intentan reformar la Constitución en un sentido federalista, porque erróneamente entienden que ya es federal o cuasi-federal, habría  que ver que la actual Constitución, en su titulo que afecta a la reorganización autonómica del Estado, que es el que le da su personalidad, no se puede entender sin su trasfondo filosófico, el cual tiene que ver más con Ortega que con Pi y Margall.  Pues la imposición del llamado “café para todos” fue obra del ministro Manuel Clavero, a la sazón ministro para las Regiones en el Gobierno de Suárez, el cual estaba bajo la influencia del filósofo liberal madrileño y muy lejos del anarquismo de Pi y Margall. Por ello venimos sosteniendo en artículos anteriores la necesidad de que se tengan en cuenta el punto de vista filosófico de Ortega a la hora de entender la Constitución actual  y  no  dejarlo todo en manos de los especialistas en Derecho Constitucional porque, desgraciadamente, los que salen en los medios, están demostrando ser bastante ignorantes en cuestiones filosóficas. Es como si la división de poderes que Locke y Montesquieu, filósofos por supuesto, conceptualizaron, la dejásemos en manos de especialistas en discutir cuestiones de detalle, sin duda muy importantes pero que no pueden ser planteadas perdiendo de vista las Ideas filosóficas básicas sobre las que descansan.

Los anglosajones y los franceses suelen estar orgullosos de sus ancestros filosóficos y citan y celebran bastante a Locke o a Montesquieu. Aquí parece que nos pasa lo contrario. Hay un desdén manifiesto de los políticos y los líderes de opinión más influyentes hacia la filosofía en general y en este caso hacia Ortega y Gasset. No es de extrañar que gentes de IU, incluyendo a doctos catedráticos, incurran en ello, pues a Ortega se le pone inquisitorialmente el sambenito de fascista y ya está. Lo que resulta más sorprendente es que gentes de otras formaciones políticas, más próximas al liberalismo, acaben comulgando con las ruedas de molino del izquierdismo más irresponsable. Desde luego la derecha tampoco es  que  se  entere  de  mucho,  por  lo  menos  por  lo  que  se  puede observar  en  su  olvido  de  Ortega a la hora de debatir estas cuestiones. Pero no por ello deja de sorprenderme esta cuestión que se quiere añadir a aquella consideración general que hacen otros de que en España es muy frecuente aquello de tener que defender lo obvio.

(Asturias Liberal, 04/03/2005)


Manuel F. Lorenzo



Estado Confederal, Federal y Autonómico

En un pueblo cuyos habitantes tenían fama de ser espontáneamente bien dispuestos y solidarios entre ellos, el párroco pidió ayuda a los vecinos para introducir una gran viga en el interior de la vieja iglesia sometida a reparaciones por hundimiento de su techumbre.  Los vecinos acudieron solícitos en su ayuda y en seguida se arremolinaron en torno a la gran viga de madera depositada a la puerta principal de la iglesia, que permanecía abierta de par en par. De forma espontánea las gentes allí arremolinadas se pusieron a la obra y levantaron la viga tal como estaba situada en paralelo con la puerta de la iglesia tratando, con grandes esfuerzos, de introducirla de la manera más rápida posible. Pero los extremos de la viga al rozar con los marcos de la puerta impedían que la maniobra tuviese el éxito esperado. 

Entonces, algunos vecinos que tenían aspecto de ser más reflexivos y que por ello no se habían lanzado así sin más a la tarea, permaneciendo un poco rezagados y con aire escéptico y burlón ante el esfuerzo irreflexivo de los demás, comenzaron a manifestar con cierta vehemencia que estaban en un error si creían que así iba a entrar la gran viga por mucha fuerza que tuviesen entre todos. Después de varios intentos infructuosos y cerca ya del agotamiento, los esforzados vecinos inquirieron a los rezagados de qué otro modo  podían  introducir  la  viga,  a  lo  cual  respondieron  estos  que bastaba con que echasen un poco de aceite en los extremos de la viga para que con tal lubricación el esfuerzo fuese menor y la viga pudiese resbalar sobre los marcos de la puerta.

No se les ocurrió, ni por asomo, que bastaba con que girasen la viga noventa grados y la introdujesen en el interior del templo evitando cualquier roce. De la misma forma asistimos hoy en España a un espectáculo semejante en el que una parte importante de las fuerzas políticas, dirigidas por  Zapatero, pretenden introducir cambios en la Constitución, forzándola hasta transformarla en una Constitución confederal. Como ello esta provocando crispación en el resto del espectro político, que teme se cree una situación de desbarajuste y de peligro de desmembración del Estado español, o de vaciamiento progresivo de la nación española, aparecen unos terceros en escena, llámense Savater, Leguina o Sosa Wagner, que con gran agitación de brazos les recriminan a sus antiguos compañeros políticos que los cambios  se deben introducir no en un sentido confederal, sino en un sentido federal, o lo que es lo mismo, que el federalismo es más lubricante y entra con menos oposición que el más tosco y anarquizante confederalismo.

A estos últimos habría que recomendarles que leyesen al menos los discursos de Ortega ante las Cortes constituyentes de la Segúnda República en torno a la diferente naturaleza del federalismo y del autonomismo. Pero en España donde, por una tradición inveterada, el pueblo no está acostumbrado a leer, la responsabilidad que los intelectuales tienen de informarle de estas cuestiones es mayor que en otros países de nuestro entorno, donde la Reforma protestante, que imponía la obligación personal de leer la Biblia y los Evangelios, creo unos hábitos de lectura que perduraron al extender la necesidad creada de leer a otras materias más profanas. No obstante la crisis de la modernidad  se  está  manifestando  en  tales países con la aparición de una prensa sensacionalista y amarillista, como los grandes tabloides ingleses y alemanes (The Sun, Bild, etc.), que hace bueno aquello de que, para leer eso, más les valía no leer nada. En tal sentido se cumple aquí aquello de “no hay mal que por bien no venga” y el pueblo español no corre el peligro de la prensa sensacionalista, sencillamente por que, en su mayoría, no lee. El peligro en España lo representa más bien, por el predominio de la cultura oral en el catolicismo, la televisión basura que ha crecido vertiginosamente en los últimos años, fomentada por un uniforme monopolio empresarial y sus aliados políticos, de todos conocidos, que con la receta de fútbol, programas del “tomate”, tertulias anodinas, etc., tratan de entretener al pueblo y de desinformarle para mejor manejarle.

Por ello la responsabilidad de los intelectuales es mayor en nuestro país que en otros del contorno, pues siguen siendo los detentadores del “poder espiritual”, a diferencia de lo que ocurre en los países protestantes donde, al leer la mayoría, el intelectual es a todo más un “primum inter pares”,  mientras  que  en  España  sigue siendo alguien diferente y poseedor de unas claves literarias que se le escapan a la mayoría. Por ello Ortega daba tanta importancia a la selección de las minorías intelectuales como palanca importante en la buena marcha del país. Hoy, tales minorías intelectuales, son las auténticamente marginadas del actual sistema político en que los grandes partidos se han acostumbrado a vivir en un sistema político, que paradójicamente fue pensado por heroicas generaciones intelectuales anteriores como la de Unamuno y Ortega, limitándose a tirar de encuestas sociológicas para hacer sus programas políticos sin tener que calentarse mucho el coco. Encuestas en que quien piensa y protagoniza el pensamiento a seguir es el propio pueblo. El sistema funcionó así hasta que empezaron a aparecer graves problemas de Estado, los cuales no suelen ser resueltos por el pueblo, por mucho que opine y piense, sino que precisan la aparición de individualidades creadoras, filósofos, hombres de Estado, que aporten nuevas soluciones.

En otro tiempo existieron dichas individualidades, como Castelar, Ortega, etc., que llegaban en España al pueblo principalmente con sus nuevas Ideas a través de la oratoria en sus discursos de las Cortes, conferencias y mítines. Hoy deberían llegar, más que por la prensa, de voz débil en España, a través del magnifico instrumento para tales fines de la televisión. Pero nos encontramos aquí con dos problemas. Uno, que los propios grandes partidos no parecen interesados en facilitar el acceso de los intelectuales a una televisión, que no por casualidad está completamente ayuna de ellos. Otro que la minoría intelectual no está debidamente seleccionada ni jerarquizada, ni bien avenida. A consecuencia de la anarquía que reina entre los propios intelectuales, divididos entre ellos, presa del sectarismo o de motivos impresentables, le resulta muy fácil al poder político de turno hacer pasar por primeras espadas a quienes están muy lejos de ello,como ocurrió en el caso de Aranguren, y marginar a otros merecedores de tal papel.

Por ello sería interesante que la aparición de partidos centristas fomentada por intelectuales como ocurrió con Ciudadanos de Cataluña, se extienda a nivel nacional, tal como pretende el propio Savater, con el objetivo, además de unir a los intelectuales en un objetivo común, de romper el peligro extremista al que nos vemos avocados por culpa del inconsciente radicalismo zapateril por el cual se esta dejando  arrastrar, ayuna de conocimientos críticos (históricos, políticos, filosóficos, etc.), media España. Pero, por favor, no empecemos de nuevo a liarla con “federalismos” lubricantes. Vayamos directos al grano. Vuelvan a leer a Ortega al menos en este asunto y no pretendan ejercer de adanes en el paraíso.

(Foro Hispania, 20/06/2007)