miércoles, 20 de julio de 2016

Un error de Podemos

     Uno de los errores que ha impedido el crecimiento electoral de Podemos ha sido la glorificación que vienen realizando de la II República, como si se tratara de un periodo de plenas libertades y añoradas tolerancias míticas. Una revisión histórico-crítica de la República y de la Guerra Civil (que no tienen interés en hacer) vendría impuesta por dos cambios históricos acaecidos en las últimas décadas. Uno a nivel mundial y otro a nivel nacional.

     El primero fue la caída del Muro de Berlín. Este hecho significó la puesta en cuestión del proyecto marxista de superación del capitalismo y del régimen político liberal originado con las Revoluciones inglesa y francesa. El “sueño de la razón” igualitarista condujo a un despertar terrible de totalitarismo político y a la militarización propia de la sociedad soviética. Las luchas y guerras que se habían iniciado con las rebeliones de 1848, la Comuna de París y la Revolución Rusa habían llegado a su fin. El final de la Guerra Civil Española no supuso un desenlace certero, pues con la Guerra Fría, que tanto favoreció al Franquismo en sus inicios, se mantuvieron las espadas en alto a nivel mundial.

     Solo después de la caída del Muro cabe una crítica histórica libre de presiones ideológicas sobre lo entonces acontecido, que es lo que se está empezando a hacer en el actual proceso de revisión histórica de la Guerra Civil Española. Lo que me parece más novedoso es que se está viendo la brutalidad de la reacción fascista en el marco de una brutalidad iniciada por la violencia revolucionaria de la mayor parte de la izquierda marxista. Es como si nos hubiesen presentado el famoso grupo escultórico del Laocoonte, expuesto hoy en el Vaticano- que representa a un sacerdote y sus dos hijos en el momento que son atacados por dos serpientes monstruosas que, rodeando sus cuerpos, los agreden mortalmente -, suprimiendo tales serpientes. Lo que veríamos serían a tres individuos desnudos, realizando extrañas gesticulaciones y contorsiones carentes de todo significado para nosotros y propias de gente exaltada o loca. Pero si nos muestran las estatuas con las serpientes rodeando sus cuerpos y atacándoles, comprenderíamos inmediatamente la causa de tal conducta. En ese sentido, podemos afirmar que el igualitarismo social se convirtió en un veneno mortal para el progreso social en el momento que traspasó, extralimitándose, todas las reglas instauradas por las conquistas democrático-liberales logradas por la modernidad.

     El otro cambio decisivo tuvo lugar a nivel nacional. Fue la famosa Transición a la democracia, iniciada en 1975. Dicho cambio consistió en la instauración de un régimen democrático parlamentario, en la línea de las propuestas contenidas en quienes propugnaron en su momento una “rectificación de la República”, como Ortega y Gasset o Melquíades Álvarez. Es decir, por lo menos en la línea de Melquíades, el líder del Partido Reformista, se cumplió el deseo, solicitado en vano a Alfonso XIII, de que el Rey convocase una Asamblea Constituyente en la que se elaborase una Constitución democrática que superase los llamados “obstáculos tradicionales” (libertades públicas, descentralización administrativa, libertades sindicales, etc.) que impedían la incorporación de España al lugar avanzado que habían alcanzado sus históricos rivales como Francia o Inglaterra. Con esa reforma, elaborada desde arriba y refrendada posteriormente por el pueblo, se produjo con éxito un paso equivalente en importancia al dado en Inglaterra al aceptar las propuestas renovadoras de John Locke.

     En España estamos inmersos en un proceso de Gran Reforma política que fue anuciado por diversos intelectuales, desde Jovellanos a Ortega. La duda radica en si seguiremos el modelo francés, el inglés o inauguraremos uno nuevo. El modelo francés requiere la aparición de una sublevación, como la socialista del 48, que ponga en peligro la Ley y el Orden, lo cual está empezando a ocurrir con el avivamiento de las tensiones independentistas y el ascenso de Podemos.

     El otro modelo, el inglés, exigiría que el nuevo Rey, aliado con el Regeneracionismo que propone Ciudadanos, empleara todo su poder e influencia para frenar los excesos que está llevando a cabo una parte muy poderosa de la oligarquía política todavía dominante. Tarea difícil porque la monarquía española, al igual que la inglesa, tampoco gobierna, si bien reina aún menos. Y además, el pueblo español, a diferencia del inglés, tiende a rechazar y a mofarse de todo lo que se presenta como solemne y elevado, como hoy observamos gracias a la llamada “televisión basura". Valga esta comparación histórica para tomar conciencia del gran proceso reformista en el que estamos inmersos.




Artículo publicado en El Español (1-7-2016) 

lunes, 4 de julio de 2016

Ortega y las Autonomías

     Ortega, en La redención de las provincias, se da perfecta cuenta de que es necesario hacer un vestido nuevo y a medida del cuerpo político español. Ahí es donde, en el capítulo final, hace la propuesta de autonomía para todas las regiones españolas que él fija en una división muy similar a la actual. Dicha propuesta autonómica surge como resultado de la crítica del centralismo de la Restauración canovista. Por ello hay que entender las autonomías dialécticamente como negación y superación del fracasado sistema centralista de la Restauración. Todo el libro, para el que lo quiera ver y leer, está hecho según el modelo de lo que los matemáticos llaman una demostración por reducción al absurdo: Ortega parte de que la Constitución canovista era bien intencionada, pero al ponerla en marcha, como España no es Inglaterra o Francia, donde constituciones similares habían funcionado, no funcionó, apareciendo los famosos monstruos de la oligarquía y el caciquismo.

     Por ello Ortega señala que España, a diferencia de aquellos poderosos países, es un país donde predomina el localismo. Ese localismo hizo que Madrid no haya jugado el papel dirigente y de prestigio cultural de un Londres o París. La influencia de Madrid terminaba pasando la sierra de Guadarrama. El localismo o particularismo, para Ortega, es la circunstancia española y por eso, en vez de negarlo o reprimirlo habrá que utilizarlo diseñando un nuevo dispositivo territorial que permita explotar sus virtualidades políticas. El localismo es, según Ortega, la resistencia que en España se presenta a toda reforma regeneradora, por ello en vez de soñar con eliminarlo, como la paloma platónica que creería poder volar mejor sin la resistencia que el aire le opone, lo mejor sería construir un dispositivo aerodinámico que nos permita aprovechar dicha resistencia para, apoyándonos en ella, conseguir levantar el vuelo y despegar políticamente.
     Las Autonomías, por ello, no son una mera improvisación, pues están calculadas por Ortega siguiendo la tendencia liberal de introducir una nueva división del poder, la que conlleva la separación de los poderes nacionales de los locales, propia de los que hoy llamaríamos la democracia de la Tercera Ola de Toffler. Ahora bien, separación de competencias no implica compartir soberanía. Por eso Ortega, en sus intervenciones en las Cortes de la República, defendió el Autonomismo contra el Federalismo que se quería imponer por parte de los republicanos y socialistas. Además les dijo aquello de que el federalismo, como el de Alemania, más que descentralizar, podía ser de tendencia centralista. Pero si España, por su carácter unitario histórico y su localismo irreductible, precisaba de descentralización, lo acertado era el régimen Autonómico. A Ortega no le hicieron caso aquellos republicanos dominados políticamente por Azaña.
     La sorpresa, para mí, se produjo con Suárez y la Transición a la Democracia: unos falangistas aperturistas imponiendo las Ideas políticas de Ortega. Por supuesto que la Constitución de 1978 no es exactamente, en lo que respecta al importante y novedoso capitulo Autonómico, fiel a la letra del filósofo. Por ejemplo, en el caso de la diferenciación entre nacionalidades y regiones. Pero considerando que, del dicho al hecho siempre hay un trecho, la actual Constitución incorpora el espíritu de Ortega. Por ello, creo que como filósofo político ha tenido la gloria de influir en la historia, con su propuesta de separar los poderes nacional y local, como en su tiempo lo tuvo Locke en Inglaterra, con su propuesta de separación del poder ejecutivo y el legislativo. Después de Locke vino el primer ministro Walpole, con el que la izquierda de entonces llega al poder, gobierna unos quince años y se corrompe. Pero Inglaterra supo reponerse sin tener que renegar de Locke ni volver al Absolutismo monárquico. Tratemos por ello de arrojar esta agua sucia de la corrupción pero con cuidado de no tirar también al niño autonómico.
     Pues Ortega señala claramente qué competencias se deben ceder y cuáles no, lo mismo que señala que la propia Autonomía se debe suspender en el caso de que una región enseñe sus bíceps al Estado central, como está haciendo hoy Cataluña. Con respecto a la duplicación de administraciones, de gastos dobles de funcionariado, etc., Ortega también contempla todo esto como un precio político que exige la imposibilidad de acabar con el localismo. Lo mismo con respecto a la Universidad, la cual debería seguir como una competencia central y no caer en el localismo lingüístico. Otra cosa es que los que están hoy al mando de la nave política española, sean malos gobernantes o persigan sus propios fines oligárquicos, para los que les es indispensable estar en el poder a toda costa proponiendo nuevos federalismo o con-federalismos sin haber reflexionado antes lo más mínimo sobre nuestras singulares características nacionales.
Artículo publicado en El Español (3-6-2016)