En
la larga noche electoral se podía escuchar, en boca de algunos comentaristas
televisivos del resultado de las pasadas elecciones del 26 de Mayo, la frase
“sensación agridulce” con que querían expresar su estado de ánimo tras conocer
los resultados electorales. Compartimos esa sensación, pero intentaremos
explicarla en lo que sigue, pues, aunque el sentimiento “agridulce” es
semejante, las referencias pueden ser muy distintas en cada caso pues, aun
siendo las mismas, pueden captarse de forma confusa y poco precisa.
La referencia principal que tenemos muchos
españoles es la del peligro de la ruptura de España como nación moderna,
derivada de la brillante historia de una monarquía imperial anterior que se
truncó, tras un largo periodo de unos tres siglos, con la invasión napoleónica.
Pues fue en la Cortes de Cadiz cuando, secuestrado el Rey por Napoleón en
Bayona, los diputados reunidos en Cadiz declararon por primera vez la transferencia
de la soberanía del rey al pueblo que ellos representaban. Dicho paso era
imprescindible para que España se convirtiese en un país moderno desde un punto
de vista político, eliminando así los obstáculos para su progresiva
industrialización y consecuente enriquecimiento y aumento del bienestar general
de la población, como había propuesto Jovellanos.
Pero, del dicho al hecho hubo un largo
trecho por medio de luchas y sangrientas guerras civiles hasta que finalmente
España deja de ser, con el desarrollismo franquista, un país eminentemente
agrícola y atrasado y se convierte en una de las 10 potencias más
industrializadas y modernamente avanzadas del mundo. La denominada Transición a
una democracia homologable con las occidentales fue entonces posible por el
anterior desarrollismo económico, el denominado “milagro económico” español
(equiparable entonces por su altas tasas de crecimiento con el milagro
económico alemán o japones) que evitó nuevas guerras civiles y baños de sangre,
pues la mayoría de los votantes apoyó la Transición desde arriba, de la Ley a
la Ley como propuso Torcuato Fernández-Miranda con las sucesivas victorias
electorales de Adolfo Suarez.
En las décadas posteriores, en que se
estabiliza el actual régimen democrático, se cometieron, sin embargo, serios
errores en el proceder político mantenido de forma continuada por las dos
fuerzas políticas más importantes, PSOE y PP. Se dice que algo peor que un
crimen puede ser un error. Peor que la corrupción sistémica de estos dos
partidos ha sido el error de solventar sus empates electorales buscando la
alianza con los nacionalismos catalán y vasco, que nunca ocultaron sus
intenciones separatistas. Pero tampoco se trata ahora de buscar culpables de
este error, vista la situación de ruptura de la unidad de la nación moderna
española a que nos ha llevado el golpe separatista catalán. Dejemos eso para la
Historia que siempre acaba poniendo a cada uno en su sitio. Tratemos de lo más
urgente, que es evitar esa ruptura, que sería mala para todos, analizando lo
más fríamente posible cómo cambiar de política a seguir a medio y largo plazo.
Lo principal sería crear un bloque político nuevo, una vez roto el bipartidismo
causante del trágico error y diseñar una nueva política que debe comenzar por
retirar la alianza de las últimas décadas con los partidos separatistas,
aislándolos políticamente e incluso prohibiéndolos si fuera preciso por
anticonstitucionales.
No se ha seguido el consejo de Ortega de
aislar al separatismo, cediendo a Cataluña, o a otras regiones levantiscas,
solo aquellas competencias que no afectasen a poderes necesariamente de
exclusividad central, como la Educación, la Justicia, etc. Se han pasado
ampliamente tales líneas rojas confiando interesadamente en personajes como
Jordi Pujol, creyendo que no iba a pasar nada. Pero ha empezado a pasar lo
peor: la posible secesión en cadena de amplias regiones de España. Y lo peor de
lo peor, un Partido Socialista de Pedro Sanchez dispuesto a mantener dichas
alianzas con el separatismo cuando éste se ha quitado la careta y no oculta ya
su política anti-constitucional y anti-española. Así como se transfirieron
imprudentemente poderes educacionales a los separatistas, el PP ha permitido
además que la hegemonía de los medios de comunicación, tan importantes en la
creación de una opinión publicada que influye poderosamente en el voto, quedase
en manos de una cultura de la izquierda que hoy llamaríamos, parodiando a
Machado, propia de una España de “pandereta rock” y mentira histórica.
Pero la repetición a mayor escala de la
derrota de la alianza del PSOE con el populismo separatista en el Ayuntamiento
y la Comunidad de Madrid y de otras Autonomías y Ayuntamientos aumenta la
esperanza frente al peligro sedicioso y demagógico. Vox, aunque todavía minúsculo
en Ayuntamientos y Comunidades, parece el más consciente de la importancia de
la lucha ideológica en aspectos clave para desmontar la demagogia en que hoy a
caído la izquierda con respecto a temas como la españolidad, la memoria
histórica, las leyes y costumbres domesticas y que partidos como el PP, y en
parte Ciudadanos, se han tragado casi sin rechistar. Nuestra esperanza no es
ciega. No se trata de creer que no hay intereses que también separan a estos
tres partidos, pues basta ver cómo se ven obligados a atacarse en periodo
electoral, sino de buscar al menos una firme alianza frente a terceros, frente
al nuevo Frente Popular de Pedro Sanchez, que intenta desesperadamente separar
con un cinturón sanitario a Vox del resto, satanizándolo como ultraderecha.
Esta será seguramente la lucha más inmediatamente próxima.
Articulo publicado en La Tribuna del País Vasco (28-5-2019)
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