martes, 14 de septiembre de 2010

El problema catalán

Despues de leer en el Foro de Debates, antes del verano, los últimos artículos sobre el problema del nacionalismo catalán en relación con la polémica sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña con intervención del propio Mario Conde, no me resisto a escribir sobre ello intentando aclarar algunas cuestiones. No es la primera vez que escribo sobre este tema tan recurrente en los últimos años en la política española. Me remito a mis artículos publicados del 2004 al 2008 en diversas paginas webs:"25 años de Constitución democrática", "De nuevo la Constitución", "En defensa de la Constitución", "Buenas notícias para el sistema autonómico", "Cómo combatir el Estatuto de la minoría nacionalista catalana", "Estado Confederal, Federal y Autonómico", "Sobre la tentación de acabar con las Autonomías", "Sobre la defensa del sistema autonómico". Lamentablemente dichas paginas hoy han caducado (problemas y límites de Internet) y, por ello he decidido editarlos según la nueva modalidad de edición en papel y electrónica llamada on demand (soluciónes de Internet) con el título En defensa de la Constitución (2010, Lulu.com) para que este a disposición del lector interesado. A proposito de esto, la experiencia de convertirme en mi propio editor me ha parecido tan revolucionaria como fue la aparición de la imprenta en el Renacimiento por la que la Iglesia perdió el monopolio de la lectura con la consecuencia de que todo se puede leer. Ahora son los editores los que pierden su monopolio pues todo se puede editar.



El problema del Estatuto catalán se debe considerar muy importante por su influencia mismamente en el curso que pueda seguir la consolidación definitiva de España como nación política moderna sin menospreciar su relación con la fuerte crisis económica que nos golpea, pues el mismo tema lingüistico (rotulos y anuncios comerciales solo en catalán, etc.) tiene ya implicaciones económicas por aumento de costos, o por las transferencias de competencias fiscales, etc. El hecho de que haya problemas en una parte significativa de los españoles con la bandera y el himno nacional no es baladí. Las reticencias del PSOE o de los sindicatos con la bandera rojigualda, y su atracción sentimental por la bandera republicana está apoyado por sus numerosos votantes y seguidores, por media España. Las dos Españas, que parecían desaparecidas en las últimas décadas están de nuevo ahí, para el que sepa interpretar lo que ocurre. No nos engañemos, para muchos españoles la selección de futbol es "la roja", antes que la nacional, término discutible para el propio Zapatero. Este problema no existe en Alemania, Francia o Inglaterra, se dice. Pero es porque tales países se han consolidado como naciones modernas y nosotros todavía no. Hubo tambien dos Inglaterras, la de las Dos Rosas, la Protestante y la Católica. Dos Alemanias, la capitalista y la socialista. Pero hoy solo hay una, identificada con una única bandera e himno. ¿Que es entonces lo que nos falta para ser una nación moderna?. Vertebrarnos, como decía Ortega, en un Estado nación unido y solido, con un himno y una bandera aceptados fervorosamente por la mayoría. Para ello no basta con imitar y copiar lo que han hecho estos grandes países. Eso ya se hizo cuando Felipe V, el primer Borbon, con el que se inicia el moderno problema catalán, introdujo la administración centralista copiando a Luis XIV. Pero España no se modenizó. Al contrario, entró en decadencia agónica. En la segunda mitad del XIX, con la llamada Restauración se imita el modelo de Monarquía Constitucional a la inglesa, manteniendo el centralismo. España tampoco se moderniza y además entra en el siglo XX con el estallido del problema social (huelgas generales, etc.) y del secesionista (proclamación de la soberanía de Cataluña como Estado Federado en la Revolución del 34, etc.



A la vista de ello surge entre nosotros el hombre providencial, Ortega y Gasset, fruto maduro y resultado de las reflexiones de dos generaciones de intelectuales anterores a la suya, la de Clarín y la de Unamuno, que propondrá, además de la solución europea - de la que hablamos en un artículo anterior publicado en este foro -, la solución a los dos problemas internos: llamada a una empresa de industrialización nacional por la colaboración de obreros y empresarios ("Nación y Trabajo", Discurso en el Teatro Campoamor de Oviedo el 10 de abril de 1932), siguiendo más a Saint-Simon que a Marx, diriamos nosotros, para solucionar el problema social, y reforma autonómica generalizada del Estado para solventar el problema separatista. Ortega creía que la dictadura de Franco, que es la que hace que España pase de ser un país eminentemente agrícola (la España de la alpargata de la II República) a ser un país industrial, con una industria nacional forjada principalmente por el INI, (la España del 600), debía desembocar en una restauración de la Monarquía democrática y constitucional por lo que el mismo , desde su exilio en Lisboa, formó parte del Consejo privado de Don Juan. Pero dicha Restauración de la Monarquía Constitucional debía diferenciarse de la Restauración decimonónica muy especialmente en la nueva Organización Autonómica del Estado, generalizando el Regimen Autonómico y no contemplandolo sólo como una solución para algunas regiones conflictivas, como había planteado la II Republica. Esto último creo que es poco conocido por la opinión pública española. He publicado un artículo sobre ello con el título "Idea leibniziana de una constitución autonómica para España en Ortega".



Por ello debemos recordar que, ya en la época de la Dictadura de Primo de Rivera, Ortega propone la Reforma Autonómica, en una serie de artículos periodísticos que se publicaron en forma de libro cuando llegó la República con el título de La redención de las provincias. Allí demuestra que la imitación inglesa de la monarquía parlamentaria en la Restauración decimonónica no funcionó, dando lugar a las lacras de la oligarquía y el caciquismo, porque España, a diferencia de Inglaterra o Francia, tiene el defecto político del gran peso del localismo. Por ello una administración centralizada y jacobina en la que todo se decidía en Madrid, no consiguió modernizar politicamente a un país excesivamente provinciano y localista. Ortega propuso entonces introducir en la propuesta reformista de una Constitución democrático liberal una nueva división del Poder, añadida a la ya clásica de Montesquieu, que separase claramente las competencias de gobierno nacionales y las locales. Para llevarla a cabo sería necesario hacer una descentralización de la Administración del Estado. Dicha descentralización autonómica la volvió a proponer en un famoso discurso pronunciado en las Cortes Constituyentes de la República, contraponiendola dialécticamente a una división Federal, que era la propuesta de la izquierda y de los nacionalistas catalanas. Aclaró una asunto que hoy todavía muchos confunden: que Autonomismo es diferente de Federalismo, esto es, que el Autonomismo no es un Federalismo que se queda corto, sino que en cierto sentido el Autonomismo es lo contrario del Federalismo, cosa que habría que recordar a muchos líderes políticos de la izquierda e incluso hasta a famosos catedráticos de Derecho. Pues, para Ortega, el Federalismo supone admitir una soberanía previa de las partes a federar, las cuales confluyen en un proceso de centralización más bien que de descentralización. Buscan la unidad de una soberanía federal partiendo de la diversidad soberana de partida, cediendo soberanía más que ganandola. El Autonomismo que Ortega propone para un Estado como el español, cuya soberanía es unitaria desde los Reyes Católicos, no parte por ello de soberanías particulares sino, al reves, de una soberanía unitaria ya establecida que acepta ceder competencias, y no la soberanía indivisible, con vistas a descentralizar funciones administrativas. Por ello, el autonomismo tiende a la descentralización y no tanto a la unión rígida y homogenea, sino más bien a la flexibilización de una unión que ya existe, con el fin de construir una unidad de España más fuerte y rica. No trata de dividir y separar una soberanía indivisible sino las competencias atribuidas a dicha soberanía. ¿Hasta donde? Ortega ponía como límite competencias tales como la Defensa, la Justícia., las Relaciones Exteriores, las Comunicaciones nacionales, La Educación y la Investigación Científica, es decir, todo aquello que ponga en peligro la unidad del Estado o que tenga, como la ciencia o la justicia, un valor universal. Todo lo demás se podría transferir.



La descentralización así entendida era para Ortega la solución de un problema que no tenía una solución radical, por eso decía que "...el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar"("El Estatuto de Cataluña. Primera intervención", Discursos políticos, Alianza Editorial, Madrid, 1990, p. 231). Pues las soluciones extremistas no contentan a todos: el centralismo nacional rígido y extremo no contenta a esa mitad de los catalanes que se declaran vagamente nacionalistas y, al reves, la independencia de Cataluña contentaría a una minoría fanatizada pero dejaría a una gran parte de los catalanes descontentos que tratarían de volver a unirse a España. La solución Autonómica cede en parte y crea una posición que excluye a las minorías radicales, tanto la independentista como la rigidamente centralista, quedando en especial la minoría nacionalista independentista en un estado quimicamente puro, aislada y sin capacidad real de influir pues su victimismo que se alimenta de la persecución de la lengua, dejaría de tener sentido.



Cuando se redacto la actual Constitución, gobernando Adolfo Suarez, su ministro Clavero Arevalo fue el que introdujo el Autonomismo, acordandose de Ortega, como modelo para evitar el Federalismo que proponían de nuevo la izquierda y los nacionalistas, colandose en el tira y afloja la distinción, no admitida por Ortega en su mapa autonómico, entre nacionalidades y regiones. La tendencia a transformar este autonomismo en federalismo comienza con los gobiernos de Felipe Gonzalez con sus pactos con los nacionalistas vascos y catalanes culpables de la transferencia de competencias que Ortega consideraba no transferibles como la Educación, o discutibles, como las fiscales que han abierto un proceso de deriva hacia el federalismo o confederalismo que culmina con la reforma encubierta de la Constitución que representa el Estatuto de Cataluña, en el que se reconoce a Cataluña ya no como nacionalidad sino como nación. De aquellos polvos estos lodos. Para transformar el Autonomismo en Federalismo es preciso romper la soberanía indivisible de la nación española. Eso es lo que se está haciendo al admitir por la via del dicho (la denominación de nación catalana no tiene efectos jurídicos) que Cataluña es una nación. Del dicho al hecho hay todavía un trecho. Para cruzarlo es necesaria la guerra que ya está a punto de comenzar como guerra de recursos y contrarecursos de inconstucionalidad sobre las multas lingüisticas, la lengua vehicular, etc. Guerra de manifestaciones y violencia pública, referendums que deben volver a repetirse aunque se ganasen, etc., con posibilidad de ingerencias extranjeras de mediación de la ONU, guerras locales, etc. Es necesario que se reaccione ante esto, que surjan nuevas fuerzas políticas que convenzan a los españoles para que el rumbo se corrija y volvamos al puerto del que partimos, volver, para orientarnos y no caer en la confusión federalista, a nuestro gran legislador de lo más caracteristico de la Constitución, que no fue Fraga ni los llamados Padres de la Constitución Autonómica (que lo son en sentido técnico jurídico pero no filosófico), sino a Ortega, que debía ser para nosotros como Locke para los ingleses o Montesquieu para los franceses.









Manuel F. Lorenzo