viernes, 14 de marzo de 2014

El Europeísmo, Ortega y Pio Moa

     La crisis del Euro, abierta en los países del Sur de Europa por la dificultad de hacer frente a sus endeudamientos ruinosos, producidos, en parte, por la facilidad crediticia sin límites que proporcionó el ingreso en tal moneda, ha desatado la crítica a la ideología del Proyecto de Unidad Federal Europea propugnado principalmente por el llamado eje franco-alemán, e incluso, en España, ha despertado una tradición anti-europea que se remonta al Concilio de Trento, con su condena de la Europa Protestante, y que, pasando por el africanista Unamuno, llega hasta nuestros días expuesta de forma brillante en Blogs de gran difusión como el de Pio Moa. El chivo expiatorio habitual suele ser el filósofo Ortega y Gasset: “Quizá la expresión más precisa de esa vana retórica la haya ofrecido Ortega y Gasset con su frase ‘España es el problema, y Europa la solución’. Otras veces he señalado el cúmulo de insensateces en que caía nuestro filósofo cuando especulaba sobre política e historia. Aquella frase carece de lógica, pero es sugerente: sugiere que España funciona mal, o incluso es el mal, y ‘Europa’ el bien”.(Pio Moa, “El Europeismo en España II”, Blog de Intereconomía).

     Hemos tratado de la famosa frase pronunciada por Ortega en un artículo titulado “La solución europea”, pero vamos a retomar el tema de nuevo ya que persiste lo que consideramos un mal entendimiento de Ortega. Pues la solución europea para los problemas de España no era, en el filósofo madrileño, una cuestión meramente económica o política, sino educativa o, como hoy se dice, cultural. La “solución europea” era que España se incorporase a la cultura científica y filosófica que modernamente había florecido en los países como Inglaterra, Francia o Alemania, remediando un retraso secular en tales materias. Pues Ortega, que admiraba más al conde de Saint Simon o a Augusto Comte que a Marx, pensaba que el progreso y la riqueza de tales países se debía en una parte sustancial, no tanto al espíritu revolucionario inculcado por el Protestantismo, puramente destructivo, como a su apuesta por la ciencia y la filosofía moderna, mientras que una España intelectualmente decadente y poco modernizada, permanecía en la miseria y el atraso cultural, económico y social. Esa cultura moderna es la que hoy, con USA a la cabeza, continua siendo estimulada en los países más desarrollados del planeta, marcando un horizonte de civilización y progreso, aunque no exento de aspectos críticos como el diagnosticado por Ortega como "rebelión de las masas", que se ha impuesto históricamente sobre otros como los que intentaron imponer los llamados totalitarismos fascista y comunista. Esa cultura es la que, tras el despegue como potencia industrial en el franquismo, debía desarrollarse en España, pero no lo ha hecho de la forma debida. Lo cual nos ha  conducido al triunfo de una oligarquía de políticos, banqueros y medios de comunicación, caracterizada por la mediocridad de su filosofía (el europeismo utópico que sueña con ceder soberanía a una Europa Federal, p. ej., y que Ortega nunca defendió, como ya expusimos en un artículo titulado "Sobre la unidad europea") y la incapacidad de depurar sus excesos al haber politizado al Poder Judicial y  controlado a los grandes grupos mediáticos. Tales excesos y controles indebidos nos han conducido a la ruina económica en que nos encontramos actualmente como país, sin que se vean en el horizonte la aparición de unas nuevas fuerzas políticas y culturales que nos permitan otear un futuro más esperanzador e ilusionante para la mayoría de los españoles, en especial para los más jóvenes. 

     Ortega tenía, al menos, otra filosofía. Por ello, es preciso recordar, para una mejor comprensión de la frase, que Ortega, en una fase posterior a esta en que pronunció la frase famosa en el discurso de marzo de 1910 en la Sociedad El Sitio de Bilbao, consiguió liberárse de la influencia culturalista alemana de los neokantianos de Marburgo, y se atrevió posteriormente a proponer una nueva filosofía, el llamado Raciovitalismo, que contribuyese a superar la crisis interna de la modernidad europea que estalla en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Es decir, que Ortega creía, después de tan terrible conflicto, que España, para solucionar sus problemas de atraso y decadencia, no solo debía modernizarse copiando o imitando las corrientes filosóficas inglesas, francesas o alemanas, sino que debía modernizarse culturalmente lo más originalmente posible (por eso escribió aquello de "nada moderno, muy siglo XX"), para aportar soluciones filosóficas y culturales nuevas que permitiesen a la civilización europea superar la llamada crisis de la Modernidad (aquí puede tener cierto sentido decir, como sostiene Po Moa, que muchos regeneracionistas estaban contagiados por la famosa "leyenda negra", en su rechazo miméticamente tomado de los ideólogos ingleses o franceses, de la España Imperial pero, en Ortega, no se encontrará ni pizca de odio a España, sino solo interés intelectual, amor intellectuallis, en descubrir las causas de nuestra decadencia para poder neutralizarlas. Su famoso diagnóstico de la debilidad y escasez de número e influencia de unas élites excelentes, sigue siendo una constatación en la España democrática actual, tan ayuna de los mejores y tan llena de numerosas mediocridades con mucho poder). Desde luego que era preciso ponerse al día de lo que era la filosofía europea de entonces y por ello llevó a cabo una formidable labor de traducciones y de artículos periodísticos que permitiesen salir a las minorías intelectuales del país de la ignorancia reinante sobre tales materias en las cátedras universitarias mayormente controladas por el clero. Pero con eso no bastaba. Había que llevar a cabo la aportación española a la ciencia y a la filosofía europea. Para eso era necesario la creación de minorías intelectuales formadoras de opinión y de nuevas Ideas en la línea de una aportación nacional española a la filosofía europea, que Ortega orientó hacia el Vitalismo, como hizo ya el joven Unamuno, creyéndolo más acorde para la forma de ser de los españoles, que el descarnado racionalismo cartesiano francés, el marxismo germánico o el positivismo cientificista anglosajón.

     No fue muy lejos en su tarea, debido sobre todo a la crisis que abrió la II Republica y la consiguiente Guerra Civil. Por ello la obra filosófica de Ortega, unos la verán como fracasada o llena de errores, como cuando Pio Moa reprocha a Ortega  su opinión que atribuye la debilidad de las minorías intelectuales españolas, en comparación con las de otros países europeos, a la herencia de unos visigodos alcoholizados de romanismo (Ver su monumental, rigurosa y amena Nueva Historia de España, de la que nos ha parecido especialmente novedosa su periodización). Es fácil decir esto hoy cuando disponemos de un conocimiento riguroso de la Historia medieval española, gracias a historiadores como Sanchez-Albornoz, quien sin embargo en su famosa España un enigma histórico, mantiene la diferencia señalada por Ortega en relación con las élites, aunque la justifica en hechos más positivos y comprobables, como que fue la guerra total y secular contra el Islam la que permitió un igualitarismo social español inusual en el resto de Europa. Pues, a diferencia de los torneos u ocasionales guerras del resto de Europa, los reinos medievales hispánicos debían movilizar a todo el pueblo y de forma bastante prolongada, en unas condiciones que permitieron la apertura de la clase noble a los innumerables héroes de guerra populares suavizando notablemente las rígidas jerarquías medievales. También señala Albornoz que ese estado de guerra total, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, hacía que las mujeres tuviesen que sustituir a menudo a los hombres en los trabajos agrícolas y artesanos haciéndolas tomar conciencia de su valía e igualdad, de la que algo queda en el famoso mito de Carmen. Ortega, ciertamente, cometió errores históricos, pero también debe reconocerse que libros como España Invertebrada, alumbraron hipotesis que contribuyeron a que otras generaciones iniciasen por fin el estudio riguroso y científico de nuestro oscuro pasado medieval.

     Pero en otros aspectos, como los más estrictamente filosóficos, a otros nos gustaría sugerir que quizás Ortega, con todas sus insuficiencias haya sido una especie de visionario o de profeta, una especie de Moisés que apunta el camino hacía una Tierra Prometida para España y para la Filosofía española, aunque fue condenado a no llegar a pisarla. A Ortega no habría que compararlo con un Husserl o un Heidegger, como a veces se hizo, ya sea para ningunearlo o para engrandecerlo, sino con filósofos que marcan con sus escritos un carácter nacional a la filosofía, como ocurre con el profético Francis Bacon, el cual en una filosofía muy ensayística, y tan poco sistemática como la de Ortega, conduce a  la filosofía inglesa moderna por las sendas del Empirismo. Ortega quiso conducirla hacia el Vitalismo. Habrá que esperar que resulta en el futuro de ello. De momento se le puede reconocer el acierto en la elección de los temas biológicos, vitales, como temas que empiezan a aparecer en nuestro horizonte del siglo XXI como profundos y dignos de preocupación para el futuro, como el "cambio climático", la superpoblación, la manipulación genética, el sentido de la vida, etc. Pero, Ortega, en tanto que no se redujo a ser un filósofo académico, tiene también mucho de gran crítico cultural y en este sentido podría jugar un papel para la cultura española futura como lo jugo un Montaigne con sus ensayos para la cultura francesa moderna o u Lessing para la cultura alemana clásica. Es legítimamente debatible todo ello, pero mal encaminados vamos si se empieza por no diferenciar claramente a Ortega de toda aquella barahunda de los regeneracionistas europeístas o de los actuales europeístas “papanatas”.


Manuel F. Lorenzo 

(Publicado el 5-7-2013)

martes, 4 de marzo de 2014

En el bicentenario de la muerte de Fichte

Este año de 2014 celebramos y conmemoramos el 200 aniversario de la muerte de Johann Gottlieb Fichte, el gran filósofo idealista alemán, discípulo de Kant y genial creador del primer gran sistema filosófico basado en los revolucionarios hallazgos de la filosofía kantiana. Con él se inició el brillante camino que conducirá a la filosofía contemporánea. A pesar de la inmensa fama e influencia que tuvo en su tiempo, Fichte, junto con su inicial y brillante seguidor, Schelling, ha sido relegado posteriormente por figuras como el propio Kant o Hegel. Aunque también Hegel ha padecido, tras la caída del Muro de Berlín, un cierto desinterés por su filosofía. Como se ha señalado, al comienzo del siglo actual:

“…le paradigme continental, dans son opposition à la philosophie anglo-saxonne est, ces dernières années, toléré, accepté ou revendiqué lorsqu’il s’agit de Kant ou Husserl, mais réellement déconsidéré dans son versant purement idéaliste et speculatif” (Isabelle Thomas-Fogiel, Fichte. Réflexion et Argumentation, Vrin, Paris, 2004, p. 7).

No obstante, en la segunda mitad del pasado siglo, se ha iniciado, entre los especialistas, un proceso de rehabilitación y nueva valoración de su filosofía, junto con la del propio Schelling, que ha ido dando frutos al renovar el interés de los estudiosos actuales de aquella época filosófica del llamado Idealismo clásico alemán por ambos filósofos. Un testimonio de ello ha sido el libro, de título significativo, Between Kant and Hegel (Harvard University Press, 2003), de Dieter Heinrich, en el que, invirtiendo el planteamiento del clásico libro de Richard Kroner, Von Kant bis Hegel, en el que se consideraba a ambos filósofos como meras figuras de transición entre Kant y Hegel, Heinrich resalta precisamente como figuras llenas de interés por sí mismas a Schelling o al poéta Hölderlin y, especialmente, a Fichte, por su concepción del conocimiento, en relación precisa con el auge de la filosofía cognitiva o Philososophy of Mind norteamericana.

Quisiéramos añadir, por nuestra parte, a las voces que se unan al coro conmemorativo de aquel gran filósofo alemán, algunas reflexiones a modo de meditaciones sobre un aspecto que puede despertar de nuevo el interés por la obra fichteana, y que no lo hemos visto tratado en ningún sitio, que es el de la conexión anticipadora de la Teoría del Conocimiento de Fichte desarrollada en su Wissenschaftslehre, con las novedosa y mundialmente influyente concepción del conocimiento humanos desarrollada por Jean Piaget en su Epistemología Genetica.

Justamente en relación con esto, hemos venido proponiendo y desarrollando, en los últimos, años una reforma fundacional de la Filosofía en relación con la nueva concepción del conocimiento introducida por Jean Piaget en la segunda mitad del pasado siglo con el nombre de Epistemología Genética y que, a nuestro juicio, posibilita en muchos de sus resultados el desarrollo de una nueva forma de pensar la realidad que hemos interpretado como el desarrollo de un Pensamiento Hábil (Ver Manuel F. Lorenzo, Introducción al Pensamiento Hábil, 2007). En dicha obra, (p. 18) nos acogíamos precisamente a la definición fichteana de la Filosofía, entendida no como una mera colección o conexión  de Proposiciones (Sammlung von Sätzen), que pueden ser aprendidas,  sino como una cierta visión de las cosas (Ansicht der Dinge), un especial modo de pensar (Denkart), que debemos producir en nosotros mismos.

“ Philosophie ist nicht eine Sammlung von Sätzen, die so gelernt werden, sondern sie ist eine gewisse Ansicht der Dinge, eine besondere Denkart, die man in sich hervorbringen muss”, (J. T. Fichte, Wissenschaftslehre nova método, Felix Meiner Verlag, Hamburg, 1994, p. 11).

Pero Fichte no era entonces la mera ocasión para una cita que venía bien, sino que conformaba el surgimiento en la filosofía moderna de lo que denominamos una fundamentación operatiológica del conocimiento que sería científicamente desarrollada por Jean Piaget en el siglo XX. Pues Fichte es el primer filósofo moderno que formula filosóficamente la tesis, que Piaget enarbolará frente a los empirista del Positivismo Lógico o “innatistas” como Chomsky, de que lo esencial para entender el conocimiento humano es la Acción, los hechos-acciones (Tathandlungen) del sujeto cognoscente. De ahí que el estudio y la meditación de la obra fichteana, especialmente de su Wisseschaftslehre, con la dificultad correspondiente de sus múltiples versiones ofrecidas en sus diversos cursos universitarios, haya sido una necesidad para conectar muchos de los brillantes resultados de la Epistemología Genética piagetiana con la renovación de una filosofía actual que pretenda abrirse camino en un mundo post-metafísico. En tal sentido la obra de Fichte plantea serias dificultades por su incompletud y sus continuas remodelaciones, a lo que se une muchas veces el carácter oscuro y difícil de su forma de escribir. Ortega decía, en tal sentido, que Fichte, ebrio de claridades, avanzaba dando tumbos.

Frente a la claridad cartesiana, sin embargo, Fichte se nos aparece como un filósofo oscuro, aunque más profundo. No obstante ello, Ortega consideraba a Fichte, y no a Hegel, como el hombre a batir en la cuestión de la superación del Idealismo y el paso a su Racio-vitalismo. Proponía sustituir la Idea fichteana de Yo, - que Fichte había puesto en lugar del Dios Substancia de Espinoza -, por la de la Vida. Ortega, parodiando al Husserl de las Meditaciones Cartesianas, proponía la formula de llevar a cabo un “cartesianismo de la vida” y no un mero “cartesianismo fenomenológico”, como pretendía Husserl. Esta fórmula de Ortega la hemos usado alguna vez, pero creemos que deberíamos reformularla ahora como un “fichteanismo de la vida”, para precisar nuestra propuesta filosófica de una filosofía operatiológica. Además, es preciso recordar que el modelo que Fichte tomó para desarrollar plenamente el kantismo no fue precisamente Descartes, sino más bien Spinoza, cuyo sistema metafísico “dogmático”, en términos kantianos, se convirtió en un contra modelo para desarrollar el sistema crítico-idealista fichteano. Un “espinosismo de la libertad” era la formula que mejor correspondía a las filosofías sistemáticas del propio Fichte, pero también de Schelling y Hegel como señala D. Heinrich en Between Kant and Hegel.

En tal sentido, mutatis mutandis, hoy nos parece que es Fichte, y no Kant o Hegel, como quieren Schopenhauer o Marx, respectivamente, el contra-modelo de referencia a seguir para superar el Idealismo moderno, en el sentido preciso de pasar de un “fichteanismo idealista” a un positivo “fichteanismo de la vida”, mejor que al orteguiano "cartesianismo de la vida", y que tanta semejanza tiene con el enfoque operacional piagetiano en la explicación del conocimiento humano, aunque el propio Piaget no fuese consciente de ello, al menos si tenemos en cuenta la ausencia de referencias a Fichte en sus principales obras en comparación con Kant, Hegel o Husserl. Debemos recordar aquí que fue precisamente Fichte quien sistematizó la filosofía kantiana siguiendo el modelo de filosofar de Espinoza. Con ello, aquel gran filósofo hispano-judio dejó de ser tratado en las Historias de la Filosofía como un "perro muerto" y su modo de pensar fue, en cierto sentido, incorporado y revivido en el pensamiento alemán de Schelling y Hegel. Por ello, al invertir a Fichte, volvemos, en cierto modo, a revivir en España a nuestro ancestro Espinoza, aunque dentro de una filosofía positiva que se quiere crítica y no ya dogmatica o idealista.