lunes, 22 de noviembre de 2010

Una visión cultural de la crisis

La economía manda mucho. Se nota en la fuerte asociación actual de la palabra crisis con lo económico. Pero no debemos olvidar que, en una perspectiva más amplia, más real, la crisis actual tiene mas dimensiones que la estrictamente económica: entre otras, la de la enseñanza y producción del conocimiento, la de su difusión y, finalmente la última, pero quizas la más importante, la de los valores y perspectivas vitales de los individuos y los diversos grupos humanos. No viene mal, en tal sentido, escuchar lo que nos dicen los buenos ensayistas que indagan los cambios que caracterizan la sociedades más industrializadas del mundo que nos ha tocado vivir. Uno de estos, Gilles Lipovetsky, que hace años nos impresionó con sus brillantes análisis y prospecciones sociales en los comienzos de la década de los ochenta con La era del vacio (1983), en el que de forma brillante se describía una nueva sociedad que se empezó a llamar "postmoderna" en la que se constataba una perdida de sentido de las instituciones modernas ya clásicas como los partidos políticos, las luchas sociales y su sustitución por una sociedad abierta en la que triunfaba la tolerancia, el hedonismo, la educación anti-autoritaria, el crepúsculo de los deberes, el hiperconsumo, el imperio de las modas y de lo efímero, la denominada liberación sexual, la proliferación de humoristas televisivos, el narcisismo y el individualismo extremo buscando refugio en los placeres privados y más inconfesables, etc. En definitiva, una sociedad de consumo.

Casi 20 años despues el autor hace balance y apunta hacia una rectificación en una entrevista concedida al Magazine del periódico El Mundo (21-11-2010) con motivo de la publicación de su último libro La cultura-mundo: respuesta a una sociedad desorientada. Así, cuando la entrevistadora le pregunta porqué ahora denomina "hipermoderna" a la sociedad actual y no "postmoderna", como hacía antes, el autor responde que: "Es sólo cuestión de lenguaje. El término fue correcto en su momento, pero lo que hoy vivimos se corresponde con una hipermodernidad; es decir, este sentimiento de exceso y la crisis en la que desembocó a partir de 2008, que es una crisis de lo hiper. Hiper como sinónimo de exceso: no hay nada que pueda limitar esta modernidad, su poder tecnológico que, por ejemplo, implanta en un vivo el rostro de un muerto, el flujo de información en internet, etcétera. Los límites, la lógica que frenaba la modernidad (religión, servicio público, escuela) han sido destruidos por la fuerza de esta cultura-mundo, que ya no es occidental, sino planetaria". La apuesta por el exceso la vivimos en España con las grandes concentraciones bancarias, mediáticas y políticas de los 80 y 90 que ahora amenazan con caer sobre nuestras cabezas. Lipovetski sostiene que , sin embargo, no hay una alternativa revolucionaria o drástica a esta sociedad como la sostenida por grupos minoritarios, ecologistas y demas. Pues "ya no existe la dualidad capitalismo-comunismo y la revolución se ha convertido en un mito". La unica salida que nos queda es poner límites a los abusos ecológicos, financieros, etc., y regular esta hipermodernidad que nos ha tocado vivir como un destino al que no podemos escapar, como un estadio por el que inexorablememte debe pasar la civilización: "El capitalismo es un sistema contradictorio que no existe sin sus crísis cíclicas (...), tenemos que limitar los dispositivos que crean estas crísis".

Pero, ¿cómo regulamos esta hipermodernidad?, ¿cómo ponemos esos límites?. En primer lugar Lipovetski propone que el Estado recobre cierto poder "controlando la tecnología al servicio del planeta". Pero para que esto ocurra debemos librar previamente al Estado de las garras de los que lo usan para sus beneficios particulares, politizando la economía, la justicia, los grandes grupos mediáticos, como en España tuvimos ocasión de comprobar en las últimas tres décadas. Y, continúa Lipovetsky, "reinventando la institución escolar (que no quiere decir volver a la escuela autoritaria), etcétera". Pues "el problema hoy no son los colegios ni la tele ni los ordenadores: son los padres que no saben educar. Entre un 5 y un 10% de adolescentes de 14 años no sabe leer, son prácticamente analfabetos y entre un 10 y un 20% no entiende lo que lee, tras ocho años de escuela obligatoria. 150.000 jóvenes franceses terminan anualmente la escuela sin graduarse. Es un escandalo, y los responsables últimos son los padres". Hay que recuperar el sentido de lo armónico, de lo equilibrado en todo, no solo en el Estado o en la educación, incluso en el Arte, a diferencia de lo que proponían por ejemplo las vanguardias artísticas a principios del siglo XX, un siglo de grandes excesos en todos los terrenos. El siglo XXI debería huir de tales excesos y ser consciente de los límites que no podemos traspasar, so pena de grandes catastrofes y calamidades: "Es lo que yo llamo clasicismo renovado y me parece sabio porque no pretende el ascetismo, no: es positivo permitirse una dosis de placer; sino evitar el exceso de cualquier orden. Mira, las culturas antiguas utilizaban el opio, el alcohol, pero en dosis moderadas de placer. Hoy hace falta una legislación prohibitiba porque su consumo se da de forma excesiva y peligrosa. Tenemos que poner en marcha los mecanismos que permitan recuperar el valor antiguo de la armonía frente a la disonancia de las vanguardias artísticas del siglo pasado, que querían destruirla porque la consideraban un valor desfasado". Pero ello no significa, como algunos creen una vuelta de la religiosidad o de la cutura como sucedaneo sagrado, pues el siglo en que entramos "será capitalista, técnico, mediático, consumista e individualista". Lipovetsky termina su entrevista con una confesión personal que expresa tras un rato de silencio, como si quisiera sincerarse y hablar con claridad y rotundidad: "Soy un viejo racionalista, y aunque la aventura de la ciencia me produce cierto miedo, confio en el progreso de la sociedad democrática liberal donde la crítica, la emamcipación de la mujer y el respeto a la individualidad son posibles, y donde la lucha social puede hacer cambiar ciertas cosas. La revolución informática y genética es extraordinaria: tiene a su alcance la posibilidad de realizar el viejo sueño del hombre: vencer a la muerte".

Esto último, lo de vencer a la muerte, quiza sea la última utopía moderna. Ya sería bastante con vencer a la enfermedad y alargar una vida sana lo más que se pueda. El mismo Lipovetsky es consciente de la conversión de la muerte en un tema tabú en una sociedad tan hedonista en la que la juventud es un valor que se pretende universal: "Pero es un poco dramático, porque no queremos envejecer y, sin remedio, envejecemos. Mantenemos un pulso contra el tiempo y la muerte. Vamos hacia una sociedad donde los síntomas de vejez se ocultrán, como ya se oculta lo relativo a la muerte; lo viejo será obsceno y las terapias genéticas se afanaran en que desaparezcan los síntomas físicos de la vejez".