sábado, 22 de septiembre de 2018

Regenerar la democracia española

Hoy se vuelve a hablar de la necesidad de regenerar la democracia española. Se coincide, por parte de muchos, en que nos encontramos ante un sistema político-social que está dando alarmantes síntomas de descomposición y de fracaso. Todo ello coincide, además, con una crisis económica de la que nos cuesta salir. Y aquí es donde está surgiendo el recuerdo de aquel movimiento regeneracionista de carácter civil que encabezó Joaquín Costa durante la llamada Restauración decimonónica.

Hay muchos paralelismos que se pueden hacer entre la crítica de Joaquín Costa en su famoso libro-Informe, Oligarquía y Caciquismo, a la 1ª Restauración y la que hoy se está haciendo a esta 2ª Restauración borbónica. En ésta aparece una nueva oligarquía integrada por los dos grandes partidos (PSOE, PP), más alguna bisagra (CIU, PNV), junto con grandes bancos y grupos mediáticos. Pero, si nos centramos en las diferencias, la España oficial que hoy tenemos no se parece nada a la España oficial de la 1ª Restauración. La España oficial decimonónica era “casticista” y defendía un patriotismo español de “cartón piedra”, retórico, tradicionalista, etc., mientras que la España oficial actual es europeísta, antipatriótica, rechaza la bandera, pone en cuestión la unidad e identidad de la nación española, etc. La España de la 1ª Restauración exaltaba al Cid y a Lepanto contra el Islam, a las glorias literarias del Siglo de Oro. La España oficial actual ha dado tantas vueltas de llave en la enseñanza, no solo al sepulcro del Cid, sino a la propia historia de España, que hoy es sustituida en las autonomías por la historia de Cataluña, del País Vasco, etcEl llamado “respeto” al Islam está llegando tan lejos que se idealiza la Alhambra y lo islámico medieval como faro de la civilización frente al cristianismo atrasado, bárbaro y supersticioso.  

La 1ª Restauración carecía de “escuela y despensa”, según Costa. Hoy  podríamos decir lo contrario, pues hoy son enfermedades comunes y muy extendidas entre el pueblo las que tienen que ver, no con el hambre, sino con el exceso de consumo y la sobrealimentaciónIncluso la escolarización es excesiva, sujetando a los niños desde los cero hasta la mayoría de edad, lo que obliga a todos a permanecer en una especie de guardería infantil,  con la consecuencia de un gran fracaso escolar por la imposición del igualitarismo educativo y la pérdida de autoridad de los profesores. Incluso se han creado un número desorbitado de Universidades, mal dotadas y peor organizadas, por intereses meramente electoralistas de los líderes autonómicos y locales.  

Por todo ello, un movimiento regeneracionista actual, que trate de criticar la nueva España oficial de esta 2ª Restauración borbónica, no debe repetir miméticamente el programa de aquellos regeneracionistas  decimonónicos que, a pesar de su poco efecto político en el corto plazo, en el que Costa se consideró políticamente como un fracasado, tuvo un efecto a medio y largo plazo que hace que, sin sus críticas y propuestas, no se pueda entender algunas positivas medidas políticas en la dictadura de Primo de Rivera y en la de Franco, incluso en algunos aspectos de la II República, como fue la dignificación social del maestro de escuela. Un movimiento regeneracionista de la situación política actual debería proponer reformas económicas, como la vuelta a un capitalismo de carácter más industrial, para crear empleos de calidad, con la reforma de la función de los bancos; debería proponer una superación de la crisis institucional por la limitación de competencias excesivas y, en los casos necesarios para el mantenimiento de la economía nacional o el funcionamiento del Estado, su supresión.

Pero debería ser también consciente de que la nueva regeneración política y social llevará tiempo y debe ser enfocada para el medio y largo plazo, no obstante lo cual no se excluye que se produzcan cambios en cualquier momento por la irrupción súbita de nuevas fuerzas políticas, como está ocurriendo en otros países europeos  ante  fenómenos  difíciles de  domesticar,  como  la inmigración. De ahí que sea muy importante la formación de un nuevo tipo de políticos y minorías dirigentes, como decía Ortega y Gasset, las cuales solo podrán acceder al poder si se crea un nuevo tipo de elector español medio, que se aleje del seguidismo demagógico; porque estamos ante las circunstancias de ser hoy España ya un país integrado en Europa, en el grupo de las cuatro grandes economías, pero que, por errores de sus dirigentes políticos y conformismo del electorado, nos hemos convertido en el eslabón más débil de la cadena económica que soporta a la propia Europa, en el sentido de llegar a ser un peligro sistémico. Y, ciertamente, no es precisamente ésta la función que aquellos regeneracionistas decimonónicos querían para su regenerada España. Recojamos, pues, si no su letra, sí al menos su espíritu de regeneración.


Artículo publicado en El Español (20-8-2018).

viernes, 7 de septiembre de 2018

El regreso liberal de Mark Lilla


Mark Lilla es un profesor de la Universidad de Columbia que llevaba una vida académica dedicada a la reflexión sobre temas de la historia intelectual europea y, a la vez, como hacemos otros, sintió la necesidad de practicar lo que en España se llama la “extensión universitaria”, publicando artículos sobre temas varios de actualidad, en periódicos como el New York Times. Pero, uno de esos artículos, en el que criticaba la incapacidad del partido Demócrata norteamericano para ganar a Trump tras abandonar la defensa de los intereses de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses en favor de las identidades de grupos minoritarios, raciales, culturales o de “genero”, provocó la respuesta airada de la izquierda demócrata tratando al autor de reaccionario, etc., con el consiguiente escándalo mediático.

Mark Lilla, entonces, considerando que debía explicarse mejor, defendiendo su crítica como liberal y no reaccionaria, publicó un ensayo (Mark Lilla, El regreso liberal, Ed. Debate) en el que, ante el triunfo inesperado de Donald Trump, culpa a la izquierda demócrata norteamericana por anteponer un liberalismo identitario e impulsar los temas de las minorías de “género”, culturales, etc., que atomizaron la idea de una ciudadanía nacional común a los norteamericanos. Además de que, de modo más grave aún, el partido Demócrata de los Clinton y Obama, han dado la espalda a la propia clase trabajadora, dejando que una coalición de tales minorías ocupase el lugar de las tradicionales élites liberales directoras de la política. En Europa, según Lilla, estaría pasando algo similar, con el equivalente de los demócratas norteamericanos que son la izquierda socialista en sus diversas variantes. 

Mark Lilla, en la presentación de su libro en España se refirió al problema de la minoría catalana y vasca, que está disolviendo en la izquierda el sentido de la común unidad de la ciudadanía española. Estoy leyendo su libro apresuradamente, constatando para mi sorpresa, como su crítica a la anti-política, que para él representan estos movimientos minoritarios, su peor romanticismo sentimentalista, su falta de “politesse” y de sentido común, es la misma que intenté denunciar en un libro (La rebelión de las minorías) que decidí publicar yo mismo hace una década, tras enviarlo a algunas editoriales con resultado nulo. Al que le interese puede leerlo en Internet. Así empezaba mi libro: 

“Un nuevo fenómeno político-social comienza a arribar a nuestras playas políticas provocando una profunda división en el país: la equiparación en derechos y consideración social de las minoritarias uniones entre homosexuales con las mayoritarias uniones heterosexuales. El actual gobierno de Zapatero parece estar dispuesto a que la voluntad de una minoría social homosexual se equipare a la mayoría heterosexual en la consecución de iguales derechos, incluidos los derechos de adopción y crianza de niños. 

El fenómeno ocurre en otros países y no es por ello privativo de España. Por ello para analizarlo a fondo es preciso ir más allá de la mera constatación de enfrentamientos con la Iglesia o con la mentalidad católica tradicional, etc. (…) Pues dicho enfrentamiento no nos parece que sea un episodio más del tradicional choque entre reacción y progreso en la extensión de las libertades individuales o sociales (…) El problema está en que, debido al creciente predominio de la demagogia sobre la democracia, determinados partidos políticos tienden a defender los principios de la democracia como una nueva forma de régimen absoluto en el que la democratización no tiene límites. Es decir, no entienden la democracia al modo liberal, esto es como democracia con límites marcados por la separación y quilibrio de poderes que inventaron Locke y Montesquieu (…) Sino que la entienden como que el ser ciudadano de un país democrático hace a todo el mundo igual, tanto en su derecho a votar, lo cual es ciertamente legítimo, como en cuanto a sus opiniones sobre todas las cosas sin límite ninguno”.  

Creo que me adelante en años a la eclosión del tema minoritario, y eso no es bueno. Mark Lilla lo hizo en un mejor momento y su efecto ha sido muy superior. Incluso yo publiqué, en este Blog del Suscriptor, con ocasión de la rebelión catalana de Puigdemont, un artículo titulado “La rebelión de las minorías”, que fue uno de los más leídos, según informaciones de El Español. Pero no hubo polémica, quizás porque en España sigue predominando la tradición inquisitorial de silenciar al hereje, ya que hoy no se le puede encarcelar o quemar. Quizás porque no se me considera un hereje importante o no se me quiere dar publicidad. Pero, si mi artículo hubiese provocado un debate con la izquierda, estoy seguro de que lo que ocurriría a continuación sería lo mismo que en USA le ocurrió al profesor Lilla: el intento de desacreditarlo como retrógrado o reaccionario. 


Artículo publicado en El Español (8-8-2018).