Frente
a la posición del universalismo globalizador propia de los ideales de la
Ilustración, que hoy es dominante en Occidente, asociada al llamado por Francis
Fukuyama “fin de la Historia”, se abrió paso ya en el siglo XIX una
posición crítica con este idealismo globalizador abstracto, que fue la
filosofía de la historia positivista-romántica, defendida por los fundadores
del positivismo, Saint-Simon y Augusto Comte. En ella se defendía el progreso
pero, a la vez, se buscaba su conjugación con el orden histórico medieval. De
ello sacaban una conclusión interesante: lo que ocurrió en el medievo habría
ocurrido en otras épocas de la historia, pues los griegos también tuvieron su
medievo, la época de Troya, su época de caballeros (Aquiles) y damas (Elena), de
“iglesias y castillos”, como diría después Ostwald Spengler. Tuvieron también
su renacimiento en los filósofos jonios, milesios, pitagóricos, etc., y
abrieron una crisis de inseguridad cultural, política y social en el mundo
antiguo, en relación con sus creencias mitológicas anteriores, que empezaría a
cerrarse en el mundo romano, en el momento en que se establecen las bases de lo
que será el medievo europeo, vislumbrándose ya con la época imperial romana,
como dice el Conde de Saint-Simon, una “sociedad orgánica”, más estable y
segura, que deja atrás a la “sociedad en crisis” propia del helenismo.
Los
positivistas clásicos creían que este proceso, en grandes líneas, se iba a
repetir en el mundo moderno. Por tanto, la nueva crisis que abre la Modernidad
europea tiene que tener un Rubicón que marque el paso a una nueva “sociedad
orgánica” moderna, más avanzada y humana, no basada ya, por supuesto, en
guerreros y sacerdotes, sino en emprendedores industriales y sabios
(científicos, filósofos y humanistas) guiados por intereses más
trascendentálmente humanos. Una sociedad en la que no se esperen ya grandes
cambios en las estructuras sociales de poder, lo que posibilitaría una
conciencia mayor de seguridad que permitiría disfrutar realmente de la vida, de
los placeres cotidianos y sencillos, como hacían lo medievales, sin la
esquizofrenia o la depresión que caracteriza, aun hoy más que nunca, al
individuo moderno.
Aquí
salta a la vista el binomio actual europeos-norteamericanos. Ya se ha señalado,
después de la caída del Muro de Berlín, a los EEUU como una nueva Roma en el
mundo actual, no básicamente militar, sino industrial y tecno-científico, por
su aplastante hegemonía económica y política. Pero Roma pasó por periodos muy
diferentes y muy críticos. No es lo mismo la Roma republicana que la Imperial.
No es lo mismo la Roma de Cicerón que la de Augusto o la de Constantino el
Grande.
La
crisis actual, -que golpea también a los norteamericanos, profundamente
divididos en demócratas del “fin globalizador de la historia” y republicanos
más próximos, tras el 11-S, al “choque de civilizaciones”-, ¿sería una crisis
similar al paso de la República al Imperio en Roma?
El
historiador David Engels ha
señalado acertadamente en un análisis de Historia Comparada (Le déclin, Paris, 2014) las
analogías sorprendentes entre muchos fenómenos del siglo II y I antes de
Cristo, como la crisis de la familia tradicional, con el aumento creciente de
los divorcios y la caída de la natalidad por el auge del individualismo
hedonista, la necesidad de una inmigración también masiva que va adquiriendo la
ciudadanía romana formando una sociedad multicultural que genera numerosos
conflictos de crisis identitaria, cambio de valores, etc. Dichos fenómenos
serían equivalentes con los que hoy nos encontramos en la Unión Europea, y que
están provocando una profunda crisis. David Engels habla, en su libro y en este artículo publicado
en La tribuna del País Vasco, de la UE como una nueva versión del
Imperio Europeo intentado por Carlomagno, Carlos V, Napoleón o Hitler. Quizás
esto está en la intención de gobernantes como Angela Merkel o Macron, pero en
realidad la unidad europea actual es un proyecto de la Guerra Fría impulsado
por USA, quien todavía es la superpotencia mundial, o al menos líder de la
denominada civilización occidental, aunque se habla ya de multipolaridad
por el auge de China y Rusia. Precisamente el proyecto multi-cultural de la
Europa federal actual fue impulsado poderosamente desde la propia USA por el
presidente Obama y financieros como Soros, Rockefeller, el Club Bilderberg,
etc., reunidos en un liberalismo impulsor de la globalización económica y
social.
Pero
tal proyecto amenaza con acabar con el Estado de bienestar occidental,
siguiendo el dicho de desvestir a un santo (la clase media occidental) para
vestir a otro (los inmigrantes del Tercer Mundo). En tal sentido, el inesperado
y espectacular triunfo de Donald Trump, basado en frenar o poner límites a
dicha globalización para recuperar los empleos industriales necesarios para
salvar el Estado de bienestar en USA, abre una crisis de una violencia no vista
en el liberalismo americano. Por ello, la lucha por el poder se está
encarnizando hasta el punto de entreverse un “paso del Rubicón” en la política
norteamericana y, por extensión en la de los países aliados occidentales, que
guarda grandes analogías con el paso de la Roma republicana a la imperial.
En
Roma, como señala David Engels, se pasó de una democracia cada vez más corrupta
al establecimiento de la dictadura imperial, dada la naturaleza básicamente
militar del poder en la Antigüedad. En USA lo que está en crisis y corrupción
creciente es la llamada, por Alexis de Tocqueville, democracia americana,
analizada por Ortega y Gasset como democracia del imperio sin límite de las
masas. Y está en crisis tanto por escándalos económicos como por degeneración
de costumbres (drogas, sexualidad, etc.) e incluso vacío de ideas, aumento de
la manipulación ideológica, etc. Pero dicha democracia, en las sociedades
modernas industriales en que predomina el poder económico sobre el militar, y
por tanto la necesidad de mercados con libre competencia, no puede ser
sustituida establemente por dictaduras como las de los emperadores romanos,
sino acaso por democracias no fundamentalistas, limitadas o autoritarias si se
quiere, pero democracias liberales. De ahí el auge de un liberalismo
conservador, como el que representa Donald Trump, frente al liberalismo radical
globalizador de los derechos de las minorías étnicas, sexuales, etc., que se ha
apoderado del Partido Demócrata americano con la influencia de los Clinton y
Obama.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (27-3-2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario