martes, 22 de mayo de 2018

Cuidado con Alemania

El “pueblo metafísico, la patria de “poetas y filósofos”. Así le gustaba al filósofo Heidegger denominar a Alemania. Habría que añadir a esto las grandes figuras de la música clásica, Bach, Mozart, Beethoven, Wagner, etc. Con ello Alemania se configuró en el siglo XIX como la superpotencia cultural europea, haciendo sombra a la propia Francia, reina de ilustrados y escritores. Al mismo tiempo, fruto de ese desarrollo de gran creación filosófica y modernización cultural, que empieza con Leibniz y Kant, se produce su industrialización y modernización política en el siglo XIX tras las reformas de Prusia, iniciadas por Federico, el llamado “Rey filósofo”.

En Berlín, capital de Prusia, vivieron los grandes filósofos que continuaron desarrollando y profundizando, desde la Universidad, la nueva forma de pensar críticamente el mundo que hiciera famoso a Kant. Fichte, Schelling y Hegel fueron entonces las “estrellas” filosóficas que atrajeron la mirada de la Europa culta. Fichte con sus “discursos” para regenerar una nación alemana, otrora gran imperio medieval, que había entrado en decadencia y guerras civiles con la división religiosa entre protestantes y católicos. Schelling con su Filosofía de la Naturaleza que sirvió de guía para el progreso de ramas nuevas de las ciencias naturales, como el electro-magnetismo, la Química orgánica o la fisiología. Y Hegel que llegó a ser considerado el Ideólogo oficial de Prusia, por su influencia en la Facultad de Derecho, que aún perdura entre tantos Constitucionalistas y teóricos del Derecho.

Alemania se modernizó porque se produjo la circunstancia de unos ministros y hombres de Estado que empezaron a acudir a las conferencias y cursos de Fichte y de Hegel, como estímulo y guía de sus proyectos políticos reformistas, una rara alianza entre la Inteligencia y el Poder, a pesar de grandes dificultades y fracasos sonados, como el fin de su Monarquía, tras la Primera Guerra Mundial, con la consecuente crisis económica que condujo al Reich hitleriano, y a su derrota militar por los aliados. Pero, cual Fenix, Alemania, con el Plan Marshall y la disciplina “prusiana”, resurgió de sus cenizas para convertirse inesperadamente, con la caída del Muro de Berlín, en la “locomotora económica” europea, por la potencia de su industria automovilística y tecnológica. Su tentación actual más peligrosa, por la falta de un contrapeso económico y cultural de calibre semejante, es caminar hacia el IV Reich, transformando la originaria forma Confederal del proyecto de unidad europea, auspiciado por USA, en un proyecto Federal hegemonizado por Alemania.

Hoy Inglaterra, que fue el tradicional contrapeso frente a las ambiciones imperiales continentales de la Francia napoleónica y de la Alemania Guillermina y Hitleriana, ya no está en condiciones de hacer de contrapeso, porque ha perdido su Imperio y además mantiene una política de subordinación política y cultural a USA, la potencia de cultura anglosajona hoy líder. Francia también ha perdido su Imperio y, aunque mantiene un cierto antiamericanismo, su posición económica y cultural parece debilitarse por el ascenso en el liderazgo cultural del mundo “latino” del español como lengua y moda en la música, la cocina, el turismo, etc. Solo queda España e Italia, entre los países del Sur de Europa que podrían ejercer de contrapeso ante una Alemania con pretensiones de superioridad cultural que, con su decisión de no entregar a Puigdemont a la justicia española, se permite dar lecciones de modernidad y democracia a una España a la que considera todavía como inquisitorial y atrasada. Italia, sin embargo, aunque tiene fuerza industrial, no es rival cultural por el poco alcance de su idioma.

Podemos pensar mal y considerar que la verdadera razón es que Alemania desea romper España apoyando al “nazismo” catalán para debilitar a un posible competidor. Pero eso también lo podrían desear, a pesar de negarlo diplomáticamente, Inglaterra e incluso Francia. El gobierno actual de Rajoy parece creer que basta con recurrir a la Justicia de la Unión Europea. Pero por la experiencia de anteriores recursos, sabemos que puede ser peor el remedio que la enfermedad. Se necesita por ello, que esos brotes de defensa de la unidad e identidad de España como nación que ha producido de rebote el golpe separatista catalán, se transformen en el surgimiento de una nueva política que no se limite a un quítate para ponerme yo, sino que tales políticos escuchen las propuestas filosófico-políticas de los filósofos españoles del siglo XX, desde Unamuno y Ortega hasta Gustavo Bueno, que han iniciado una crítica y superación de la filosofía alemana tanto la de Fichte o Hegel como la de Marx, de un modo único en Europa, pero que en la propia España han sido silenciados y marginados por los políticos papanatas y corruptos que nos gobiernan desde hace décadas.


Artículo publicado en El Español (14-4-2018)

miércoles, 9 de mayo de 2018

Defectos de la democracia española

El régimen político español actual, salido de la Transición, recuerda en muchos aspectos a la Restauración decimonónica de los Cánovas y Sagasta, representantes de una oligarquía que se turna en el poder. Hoy se habla de la oligarquía partitocrática del PSOE y del PP, aunque esta sea una oligarquía que no necesita la compra caciquil y descarada de los votos como ocurría entonces. Las elecciones son ahora democráticamente homologables a las que ocurren en las modernas democracias avanzadas. El mal que destruyó al Sistema político de la Restauración canovista fue el crecimiento inexorable de los distritos electorales de los caciques frente a aquellos cuya elección dependía del Gobierno.

Ortega sostenía, frente a la acusación de Joaquín Costa, autor del famoso diagnóstico de la Restauración canovista como un régimen de Oligarquía y Caciquismo, que el caciquismo no era un producto conscientemente buscado por los que instauraron aquel régimen, sino que era un resultado inexorable y necesario del choque de una Constitución copiada de la inglesa con el país real, debido a que, en los distritos rurales, que eran la mayoría en una España todavía eminentemente agrícola y atrasada, el elector llamado a votar no entendía, por su incultura y atraso, las diferencias ideológicas entre conservadores, liberales, etc. Y por tanto se abstenía.

Como no había elección, el Gobierno nombraba, por defecto, esto es, sin votos, a los llamados diputados "cuneros". Estos eran entonces los encargados de repartir los fondos gubernamentales para hacer obras y otras cosas que afectaban directamente la vida y haciendas de los rurales. Entonces es cuando aparece el avispado cacique rural que convence a aquellos ignorantes electores para que le voten a cambio de un dinero, que le compensaba adelantar por cada voto, con vistas a obtener, como representante electo por verdadera votación, los cuantiosos dineros y beneficios gubernamentales que se encargaría de administrar en su personal beneficio. Así había elección donde antes predominaba la abstención, solo que la elección se basaba en la corrupción. No obstante, el Régimen no podía subsistir de otra forma y pudo resistir mientras la suma de diputados de las grandes ciudades, donde no había necesidad del caciquismo por la mayor cultura política ciudadana, y la de los cuneros, fue mayor que la de los corruptos distritos rurales. Pero en el momento en que estos últimos fueron mayoritarios y con capacidad para chantajear con chulería al propio Gobierno, el Régimen canovista se hundió con los crecientes desordenes público (grandes huelgas, Semana Trágica de Barcelona, etc.) por el desgobierno del poder central.

El mal que está minando la actual democracia española es muy diferente. Ya no es el caciquismo de la compra del voto, aunque quede algo de eso en las "peonadas" andaluzas. El mal es nuevo, es el crecimiento del separatismo. Por ello, es preciso hacer un análisis comparativo con lo que está pasando. Hoy España ya no es aquel atrasado país rural, sino un Estado industrial que ya desde el final del franquismo se estaba acercando a converger realmente con nuestros vecinos europeos más industrializados. El separatismo, como antaño el caciquismo, no hay que verlo necesariamente como un resultado de la mala fe de nuestros políticos, sino que deriva de una carencia de los propios electores españoles, no prevista. Esta carencia la situaríamos en la mentalidad política persistente en el electorado de las “dos Españas”, reflejadas en los dos grandes partidos, PP y PSOE, y la debilidad electoral de una "tercera España”.

Dicha Tercera España no votó con suficiente fuerza al centrismo que representaba Adolfo Suarez y entonces ocurrió necesariamente algo inesperado: el papel de bisagra, ante el empate de las dos grandes fuerzas políticas de conservadores y socialistas, pasó a ser desempeñado por las minorías separatistas de catalanes y vascos. Estas minorías nacionalistas, en principio no mostraban ningún interés por la democracia o la Constitución española. Incluso los peneuvistas vascos no la votaron. Pero todo cambió cuando comprendieron que apoyar con sus votos al Gobierno nacional permitía una mayor transferencia de competencias administrativas que aumentaban su capacidad de autogobierno y su camino hacia la meta independentista a la que nunca habían renunciado. Las transferencias competenciales han sido tan desmesuradas que el Gobierno central cada vez se veía más impotente para controlar y gobernar extensas áreas del territorio nacional, el cual se cuartea por la conversión de facto del Régimen Autonómico inicial en un Régimen Confederal, en una especie de Reinos de Taifas. Por ello estamos alcanzando el momento crítico en el que el Gobierno empieza a mostrarse impotente ante la chulería chantajista del separatismo catalán. La historia se repite, pero como tragicomedia.


Artículo publicado en El Español (21-3-2018)