domingo, 17 de marzo de 2019

La nueva crisis del liberalismo


Nos referimos al liberalismo anglosajón, que es el que se ha impuesto en la modernidad de forma modélica a través de la poderosa influencia política de Inglaterra en el siglo XIX y de EEUU en el XX. Se trata de un liberalismo que defiende los derechos de la persona individual frente a cualquier intromisión que amenace su libertad de acción o de pensamiento. Fruto de esta forma de pensar, cuyo gran teórico fue el filósofo inglés John Locke, fue el llamado Liberalismo económico, el cual defendió el lema clásico anti-intervencionista del laissez faire, laissez passer. Dicha doctrina económica es la que impulsó a potencia mundial a Inglaterra, el país que se había adelantado a sus rivales europeos creando la Revolución Industrial, una forma nueva de aumentar exponencialmente la producción de bienes económicos explotando las fuerzas de la naturaleza por medio de tecnologías nunca vistas, derivadas de los descubrimientos científicos. 

Pero el liberalismo económico inglés no supo resolver el problema de la creciente pauperización de las clases trabajadoras, lo que condujo a la Gran Crisis mundial de 1929 y al ascenso del movimiento socialista. Una crisis en la que el individualismo protestante plasmado en el liberalismo del “laissez faire, laissez passer”, ha tenido que frenarse con diversas modalidades del intervencionismo estatal, para crear el Estado del bienestar occidental, que superó a los modelos económicos totalitarios comunistas o nazis. 

Fue EEUU, la potencia donde habían triunfado las doctrinas económicas inglesas, el país que encontró la salida de tal crisis, primero con la doctrina del New Deal de Roosevelt y finalmente con la aplicación de las doctrinas intervencionistas de Keynes por su primer presidente católico, John Kennedy, el cual las impulsó nombrando por primera vez ministros económicos keynesianos. Con ello se frenó la pobreza del trabajador elevándolo a clase media, con el ascenso a superpotencia de la antigua colonia inglesa, que sustituía a una Inglaterra ya sin Imperio. 

El nuevo problema, que está hoy alcanzando su punto crítico, es el de la llamada “nueva izquierda”, que surge precisamente en EEUU en la década de los 70 con las marchas por los llamados “derechos civiles”, lo que hoy denominamos los derechos de las minorías. La democracia liberal se basa en el predominio de la voluntad de la mayoría pero, a la vez, respetando a la minoría.

En tal sentido el problema nuevo que afrontó el liberalismo democrático de EEUU fue el problema de la integración de su gran minoría negra, herencia del pasado colonial inglés. Pues la eliminación del esclavismo por el presidente Lincoln, tras la Guerra de Secesión, no impidió la formación de los guetos negros. Por eso este es el problema más sangrante de EEUU, el cual la Nueva Izquierda norteamericana creé poder resolver disolviéndolo en un problema mayor que afectaría a la integración de todas las minorías restantes, sexuales, culturales, etc. De ahí surgen las nuevas ideologías multiculturales y de Género que alcanzan una inesperada fuerza con el fenómeno económico y cultural de la globalización. 

La fuerza de dicha corriente ha llegado a apoderarse de la dirección ideológica del poderoso partido Demócrata norteamericano. Con ello se han introducido un radicalismo político que toma el aspecto de un nuevo absolutismo denominado “lo políticamente correcto”. Por ello, en el comienzo del siglo XXI asistimos a una nueva crisis causada por un individualismo, de raíz protestante, que afecta a la estructura básica de las unidades familiares y estatales occidentales por el ascenso del igualitarismo llamado de género, que equipara en derechos las uniones sexuales de cualquier género, así como los derechos humanos de los inmigrantes con los de los ciudadanos nativos de cada país, en nombre de las ideologías de la Globalización. 

Frente a tal liberalismo cabe oponer un liberalismo que llamaríamos de raíz católica. Dicho liberalismo no admite el individualismo absoluto propio de la “rebelión de las masas”, ya denunciada por Ortega y Gasset, pues entiende la libertad del individuo condicionada por las circunstancias institucionales, por el respeto propio del católico, a diferencia del protestante, a las jerarquías más sabias, que ayer eran las eclesiásticas, pero hoy son las científicas y filosóficas.

Este es el nuevo liberalismo que puede hacerse fuerte e influyente, si engrana con la forma de pensar y de vivir, igualmente norteamericana, de la creciente minoría hispana de origen católico de EEUU. Lejos de perjudicar a la poderosa nación norteamericana, podría ser una especie de nuevo New Deal, ahora cultural, para afrontar la crisis abierta entre los nuevos “populismos” a lo Trump y las denominadas minorías radicales de raíz radicalmente individualista y que, por su culto beato a la Globalización, han perdido el sentido de la nación.


Artículo publicado en El Español (7-2-2019).

domingo, 3 de marzo de 2019

España frente a la Modernidad protestante


Decía Ortega y Gasset que resultaba curioso observar cómo, al final del Imperio Romano, el legado cultural científico y filosófico griego fue más rápidamente asimilado por los pueblos islámicos que por el cristianismo de occidente. Hasta tal punto se retrasó Europa en la asimilación de la filosofía de Aristóteles o de la matemática griega, que lo principal de esta alta cultura tuvo que ser transmitida precisamente por los árabes, principalmente en los tiempos del rey castellano Alfonso X El Sabio a través de la famosa Escuela de Traductores de Toledo. Sin embargo, señala Ortega, ese retraso europeo inicial en la recepción del legado de alta cultura griega, frente a la mayor apertura y tolerancia del Islam ante el pagano Aristóteles estudiado por Avicena y Averroes, fue brillantemente corregido cuando Europa, no solo lo asimila, sino que lo recrea y enriquece espectacularmente, superándolo con la Revolución científica y filosófica del Renacimiento de Copérnico, Galileo o Descartes. A partir de entonces la civilización cristiana europea, que ya había hecho retroceder al Islam con la Reconquista española, acabará por empezar a dividirlo y neutralizarlo con la colonizaciones, que inicia Napoleón al conquistar Egipto y terminan los ingleses en la Primera Guerra mundial destruyendo el Imperio turco. 

Hoy la situación se ha vuelto a complicar por el rebrote del magma, ardiente de fanatismo, del volcán islámico, realimentado por los inesperados petrodólares que surgen, como un maná providencial de Alá, en los desiertos del cercano Oriente. Gustavo Bueno señalaba, como causa de esta victoria filosófica de la modernidad europea, a la superioridad del tomismo frente al averroísmo, en tanto abrió una interpretación del aristotelismo que posibilitaría su superación en la Modernidad del Renacimiento. En tal sentido el retraso inicial europeo y el atraso cultural de sus Cortes en relación con el tamaño y riqueza cultural del pensamiento y de las bibliotecas de Damasco o Córdoba, habría sido superado al final del medievo. 

Se nos ocurre, entonces, plantear una analogía para entender la rivalidad moderna, también de origen religioso, entre católicos y protestantes, rivalidad que brota en la propia Europa en el momento en que, con la batalla de Lepanto España, destruye la armada turca que amenazaba a la cristiandad europea, superándose un peligro semejante al que superaron los griegos frente a los persas en la batalla de Salamina. La nueva rivalidad entre Católicos y Protestantes determinará una división religiosa y cultural en Europa que se sustanciará en el choque, frente al poderoso Imperio español, de ingleses, holandeses y alemanes, con el problema añadido de una Francia dividida, primero de forma religiosa por los hugonotes y, tras la Revolución, sometida a sucesivas restauraciones y revoluciones. 

La Europa protestante, como ocurrió con el Islam, fue mucho más rápida y hábil en la asimilación primero, y brillante desarrollo posterior, de la revolución científica y filosófica, que había surgido en países católicos con Galileo o Descartes. España se cerró en el siglo XVII, como decía Ortega, ante la ciencia y la filosofía modernas, que constituyeron durante siglos nuestras dos asignaturas pendientes. A partir del siglo XVIII intenta modernizarse yendo a la escuela de franceses, ingleses y, por último, con Ortega, de los alemanes. Pero perdió su Imperio y estuvo varias veces en peligro de ser destruida por su precaria modernización cultural e industrialización.

No obstante, en el siglo XX ha conseguido superar su atraso en la modernización, acercándose  al grupo de cabeza formado por sus antiguos rivales protestantes. Incluso, de la mano de Ortega, ha entrado con buen pie en el inicio de una nueva filosofía crítica con el idealismo y utopismo de la Modernidad, asociada a figuras mundialmente famosas como Heidegger, que promete orientarnos ante los últimos coletazos de la crisis de la Modernidad, representados actualmente por las ideologías globalizadoras o de genero procedentes de la crisis de las Universidades norteamericanas dominadas por las élites WASP.

De la misma manera que se dice que Inglaterra, perdido su Imperio, conserva un resto de él en la red global de paraísos fiscales, base del gran poder de la City londinense, España conserva, de sus tiempos imperiales, la tecnología global del idioma español, hoy creciente hasta en los mismos EEUU. Podría por esa vía lingüística, favorecida por Internet, extenderse la influencia de sus filósofos y pensadores, tales como Ortega y Gasset o Gustavo Bueno que, a pesar de haber alcanzado un nivel filosófico actualísimo y sumamente novedoso, están ausentes de los foros mediáticos europeos y norteamericanos, dominados, todavía hoy, por el prejuicio de la Leyenda Negra frente a la “inteligencia” española. Por eso debemos defender el español, no sólo en Cataluña, sino en la red que comunica al Mundo entero.


Artículo publicado en El Español (22-1-2019).