En
la Enciclopedia Libre Universal en Español, en Internet, se encuentra un esbozo
de artículo sobre Johann Gottlieb Fichte, de autor anónimo, que, según lo iba
leyendo, me recordaba a cosas que parecían tomadas como apuntes de mis clases sobre Historia de la Filosofía Contemporánea en la Universidad de Oviedo. Es un
mero esbozo con errores, imprecisiones, falta de conexión en el orden seguido,
etc. Por ello, me he animado a completarlo y darle una forma más acabada. Lo hago
porque Fichte me interesa especialmente porque pone a la actividad operatoria como origen de nuestro saber racional y por ser uno de los grandes filósofos
alemanes clásicos más tergiversado y peor entendido, que aún hoy espera la mano
que nos lo descubra en su verdadera profundidad y actualidad filosófica. Además un resumen de su filosofía puede servir como aperitivo ante el 200
aniversario de su muerte que se cumplirá el año próximo. El esbozo de la
Enciclopedia quedaría entonces como sigue:
Es
conocido la gran influencia que tuvo el Marxismo durante el siglo XX. Marx fue
en sus orígenes intelectuales un hegeliano de izquierdas. Por ello Hegel tenía mucha importancia para comprender
el marxismo y se le estudiaba profundamente, pues se le veía como el que llevaba a su
culminación la filosofía iniciada en Kant. A los filósofos que hay en medio,
Maimon, Reinhold, Fichte y Schelling, se
les veía, sin embargo, como meros eslabones intermediarios. Pero esto no es así, al menos en el caso de Fichte y de Schelling. Son algo más que eso, aunque todavía hoy
su lugar esté lejos de lograr una justa equiparación con Kant y Hegel, ambos
ampliamente reconocidos como grandes gigantes del pensamiento moderno.
No obstante, la estrella de Hegel parece declinar con la
caída del Muro de Berlín y el fracaso del experimento socialista que parecía
más influyente. Un Hegel que, no se puede olvidar, también influyó en el
movimiento fascista. Pues aunque las teorías fascistas se oponían a las
marxistas, en su base también hay una interpretación de las teorías hegelianas.
Por otra parte, parece que empiezan a ser tomadas en serio las críticas a la filosofía hegelina que el viejo Schelling
lanzó en sus lecciones de Munich y de Berlín.
Pero nos centraremos en lo que sigue en la figura de J.
Gottlieb Fichte (1762-1814). Se le presenta como un apasionado seguidor de
Kant, al que fue a visitar a Könisgberg, andando desde Polonia, y le pidió ayuda
dada su penosa situación económica. Kant le ofreció publicar, bajo su
recomendación, su escrito Ensayo de una
crítica de toda revelación que le haría famoso como joven escritor. No
obstante el bueno de Kant, aunque ya viejo,
publicaría un artículo rechazando la filosofía de Fichte como no
continuadora de su, por entonces ya famosa, filosofía crítica. Ello ocurrió
además en un momento muy crítico en la vida de Fichte, cuando fue acusado de
ateísmo y se vio obligado a dimitir de su cátedra en la Universidad de Jena. A
ella había sido promovido por Goethe, a la sazón ministro de Cultura en el
ducado de Weimar, del que dependía dicha Universidad. Goethe quería situar la
pequeña Universidad de Jena en la vanguardia de la cultura alemana y promovió
el acceso a sus cátedras también a Schelling y a Hegel, que serán las grandes
estrellas filosóficas después del deslumbrante quinquenio (1794-1799) de Fichte en Jena.
La filosofía de Fichte parte de Kant, pero desarrollando ideas propias. Algo parecido a lo que les ocurrió a Malebranche o
Spinoza con Descartes. Aunque Fichte no acepta el fondo de la filosofía de
Spinoza, su obra está muy influenciado por él. Spinoza tenía fama de ateo y de
panteísta, lo que provocó el interés de la juventud de la época en su obra a pesar de
que en el siglo XVIII Spinoza había sido tratado, en palabras de Lessing, como "perro muerto" y se había desarrollado todo
un género de refutaciones de su obra. Pero fue salvado como gran filósofo por el propio Lessing en una entrevista publicada póstumamente por el escritor Jacobi
que produjo una gran polémica y escándalo (Ver Manuel F. Lorenzo, "La polémica sobre el espinosismo de Lessing", El Basilisco nº 1, 1989, pp.65-74), atrayendo entre los jóvenes alemanes el interés
por su famosa Etica.
Fichte fue uno de esos jóvenes que leyó y estudio con gran
interés la obra de Spinoza. La leyó críticamente, pues, tras la “revolución
copernicana” de Kant, sólo cabe la filosofía crítica que no admite el
conocimiento de las “cosas en sí”, como era el Dios Substancia de Spinoza,
situado más allá de toda experiencia humana, real o posible. Pero Fichte considera
que Spinoza ofreció el mejor modelo de una buena fundamentación de la filosofía cartesiana y llevó sus ideas a la expresión más
profunda y coherente. Para Fichte la filosofía de Kant tampoco estaba bien
fundamentada, pues ofrece nuevas respuestas, pero parte de premisas oscuras. Hay
en Kant algunas contradicciones, como había señalado el propio Jacobi. Para Kant
sólo en el mundo de los fenómenos es legítimo hablar de causalidad. Sin embargo, al explicar la teoría del conocimiento, considera que hay una materia del
conocimiento (sensaciones) que son manifestaciones de una “cosa en sí” que está
detrás y más allá de los fenómenos. Es decir, para Kant, algo nouménico, la Cosa en sí, es la causa de las
sensaciones fenoménicas, aplicando así indebidamente la causalidad, que solo
puede aplicarse a las relaciones entre fenómenos, a las relaciones entre el
incognoscible mundo nouménico y el fenoménico.
Por otra parte la unidad de las tres famosas Críticas kantianas es una falsa unidad
por yuxtaposición que está basada en la teoría de las tres facultades
psicológicas de Tetens. Fichte pretende encontrar una unidad de la
filosofía kantiana de una manera estrictamente filosófica, racionalmente
coherente y completa.
Pero la reformulación del kantismo le conduce a una
elección entre la dos Ideas que presiden en Kant la división de la realidad en
dos mundos: fenoménico y nouménico. La Idea del Yo (Ego Trascendental) y la de la Cosa en sí. Si partimos, como Idea
primera, de la Cosa en sí recaemos en una filosofía pre-crítica similar al
spinozismo. Pero si partimos del Yo podemos reconstruir el Mundo de forma
crítica y limitada, como mundo de los fenómenos. No como mundo en sí, sino como
el mundo tal y como aparece en la representación (Vorstellung) que nos hacemos de él. Además, Fichte refuerza esta
elección con la afirmación de que ante las cuestiones filosóficas no podemos
permanecer neutrales, sino que debemos elegir la filosofía que esté de acuerdo
con el tipo de persona que somos. En este caso, los partidarios de que todo
siga como está, del fatalismo, elegirán una filosofía dogmática que se base en
una Substancia permanente y eterna de la que todo procede según necesidad, siendo inútil rebelarse. Sin embargo, los
partidarios de la libertad y del cambio, elegirán partir de la libertad
operativa que se atribuye al Yo, enfrentándose a un mundo que puede ser cambiado.
Fichte elige partir del Yo. En tal sentido la posición filosófica de Fichte fue
vista con simpatía por los partidarios de la Revolución francesa, que se había
producido por aquellos años, y con recelo por las posiciones políticamente
reaccionarias, lo que le dio un halo de
pensador audaz rodeado durante toda su vida por la polémica.
Fichte sustituye, pues, la Substancia de Spinoza, el
Dios-Naturaleza creadora, por el Yo humano. El Yo ocupa ahora el lugar relativo
que ocupaba la substancia divina en Spinoza, pero ello no quiere decir que
Fichte entienda el Yo como una Substancia espiritual, al modo del cogito cartesiano, sino que lo entiende
como acción, como actividad operatoria (Tathandlung),
de la que se deriva, no ya el Mundo, sino nuestras representaciones del
Mundo. Dicho Yo, que Fichte denomina Yo Absoluto, no es el Yo psicológico o
empírico, sino el Yo Trascendental kantiano que acompaña todas mis
representaciones y tiene el cometido de hacer la síntesis de intuiciones y
conceptos según esquemas de la imaginación creadora. El mundo, no en sí, sino tal
como se nos aparece, es entonces construido-constituido por los propios sujetos humanos.
Fichte intenta reconstruir sistemáticamente la obra de Kant
partiendo del Ego Trascendental como un fundamento crítico del que podemos
tener experiencia, una experiencia cognoscitiva de origen psicológico o
“mental”. Imita a Spinoza al intentar cierta formalización lógica de dicha
experiencia cognoscitiva por medio de unos principios lógico-deductivos. Pero
dichos Principios no son metafísicamente fijados. Deben extraerse de la experiencia, de lo que ocurre cuando
conocemos algo. Fichte pedía a sus alumnos que mirasen a la pared y analizasen
lo que ocurría en dicho acto perceptivo: un Yo que percibe un No-Yo. A
continuación les pedía que recordasen dicho acto. En el recuerdo aparece un
nuevo Yo que se percibe a si mismo en el momento en que miraba a la pared. Este
nuevo Yo es un Yo reflexivo en el que el sujeto se desdobla y se pone a si
mismo como objeto. Aunque sigamos introduciendo nuevos actos de conocimiento
como el de un yo que recuerda cuando recordaba que miraba a la pared, y así
indefinidamente, no nos aparecerá un nuevo Yo distinto del yo reflexivo. Por
eso el Primer principio de la filosofía de Fichte es “el yo pone al yo”. Dicho
cartesianamente: reflexiono, luego existo. El Yo produce o genera al propio Yo,
la conciencia produce la conciencia. Así el primer principio de la filosofía de
Fichte es la identidad reflexiva:
YO = YO (Primer Principio).
Pero el Yo no produce la conciencia desde sí mismo, como si
fuese una Substancia espiritual o un Espíritu divino, al modo de Berkeley, sino que
necesita suponerse para ello algo que le obliga a hacerlo. Por ello, frente al
Yo se presenta una resistencia a sus acciones, una “Cosa en sí” desconocida que
nos aparece ya en el Yo perceptivo como la “pared” y que Fichte prefiere
denominar No-Yo, pues no podemos saber positivamente que es. En realidad, para Fichte la postulación de un No-Yo deriva, no del conocimiento, como en Kant, sino que es una creencia que deriva de un sentimiento de encontrarnos con algo que resiste a nuestras acciones. Introduce así una especie de "Substancia infinita" como algo a posteriori, al contrario que Spinoza que parte de ella. Por ello
el Segundo principio de la filosofía de Fichte es: “Al Yo se opone un No-Yo”:
(YO/NO-YO) (Segundo Principio).
El Yo está amenazado por la cosa en sí, por el No-Yo, al igual que la Isla de
la Razón, de que hablaba Kant, está amenazada por los océanos misteriosos y sin
límites conocidos. El No-Yo no lo podemos conocer y lo único que podemos decir
de él es que no es Yo.
Pero la
actividad incesante del Yo no tendría sentido enfrentada a un No-Yo
indivisible, infinito e inabarcable, como la “cosa en sí” de la antigua
metafísica. Por ello es preciso, en sentido kantiano, restringir el conocimiento
al mundo fe los fenómenos dados a una conciencia. De ahí que Fichte introduzca
un “postulado de limitación”, entendiendo que la oposición entre el Yo y el
No-Yo solo tiene sentido cuando se da dentro del Yo, entre un Yo divisible y un
No-Yo divisible. No puede considerarse la contradicción del Yo y el No-Yo de manera
general e indeterminada, pues sería una contradicción entre dos infinitos. La oposición Yo y No-Yo debe ser limitada y
darse en el Yo. Así resulta el Tercer Principio: “en el Yo se opone un Yo
divisible a un No-Yo divisible”:
YO (YO/NO-YO) (Tercer Principio).
A partir del Tercer principio Fichte reorganiza toda la
filosofía Kantiana. Fichte trata de reconstruir desde este Tercer Principio todas
las representaciones de la conciencia, ya sean teóricas o prácticas. Así el Tercer
Principio YO (YO/NO-YO) puede interpretarse en dos sentidos: si suponemos al
No-Yo actuando sobre un Yo pasivo obtenemos las representaciones del
conocimiento teórico, que Kant analiza en la Crítica
de la Razón Pura. Si suponemos, por el contrario, un Yo activo actuando
sobre un No-Yo que le presenta una resistencia pasiva, obtenemos las
representaciones morales, o prácticas en general, analizadas por Kant en las
otras dos críticas.
SERIE REAL: YO (NO-YO -> YO)
SERIE IDEAL:
YO (YO -> NO-YO)
La Serie Real de representaciones necesarias se centra en
cómo se produce la sensación, la percepción, la imaginación, los conceptos,
etc. La Serie Ideal de representaciones prácticas tiene que ver con la génesis de las representaciones éticas, morales, políticas, jurídicas, etc.
Tales son en Fichte, los
principios racionales de la subjetividad, que se mantienen constantes a lo
largo de su obra, los famosos Tres Principios de su Doctrina de la Ciencia (Wissenschaftslehre) expuesta en 1794. Con ellos
pretende explicar racionalmente la totalidad del conocimiento humano, tanto
nuestras representaciones cognoscitivas teóricas como las prácticas, organizando sistemáticamente los novedosos resultados que Kant había alcanzado en sus famosas tres Críticas, pero no de un modo monista,
como había pretendido Reinhold con su famoso Principio de la Conciencia (Satz des Bewusstsein), sino por una
construcción dialéctica de Tres Principios que “cierran” o acotan el campo del
conocimiento humano en una forma que podríamos comparar a Estructuras de
principios explicativos racionales, como, p. ej., los famosos Tres Principios
de la Mecánica Newtoniana, en la cual, a partir de unos mismos principios se
demuestran un conjunto de teoremas. Fichte, imitando a Spinoza, concebirá las
verdades demostradas de su Filosofía como Teoremas, aunque estas demostraciones
no sigan el modo geométrico, sino el dialéctico de las tesis, antítesis y
síntesis que Kant había iniciado.
Los tres principios de Fichte no son, sin embargo, una deducción meramente
lógico-formal, sino una reproducción del desarrollo dialéctico del propio
conocimiento humano que se hace patente al observar la estructura que dibujan los Tres
Principios, interpretando el Primero como una Tesis o posición de partida
(Yo=Yo); el segundo como la negación de dicha tesis (Yo/No-Yo); el Tercero como
resultado de la Síntesis de ambos: Yo (Yo/No-Yo).
El método más adecuado para la filosofía, según Fichte, es, por ello,l método dialéctico. Fichte ve la filosofía como una actividad constructiva y sintética que avanza, con la aplicación en todos sus territorios del método dialéctico; aunque introduce una forma
de fundamentar la filosofía idealista y más bien relacionada con una
fundamentación antropológica que ontológica, su obra resulta enteramente original y
novedosa. Su brillante utilización del método dialéctico frente al
método analítico, acabará influyendo, a través de Hegel, en el Marxismo, que lo hará popular. La importancia del método dialéctico se manifiesta en que, para Fichte, la filosofía no es
sólo un sistema de pensamiento, una mera colección o conexión de Proposiciones (Sammlung von Sätzen) que
pueden ser aprendidas, sino que es más bien una cierta visión de las
cosas (Ansicht der Dinge), un
especial modo de pensar (Denkart), un modo de pensar dialéctico, que debemos producir en nosotros mismo (J. T.
Fichte, Wissenschaftslehre nova método,
Felix Meiner Verlag, Hamburg, 1994, p. 11). Recoge
así la conocida distinción kantiana entre saber filosofía y saber filosofar.
Fichte aplicó los principios de su Teoría de la Ciencia (Wissenschaftslehre) a la teoría política (El
Estado comercial cerrado), a la filosofía moral (Ética), al derecho (Fundamento del Derecho natural), pero no
a la naturaleza. Esto lo hará su brillante joven seguidor en Jena, Schelling,
aunque dando lugar a una filosofía muy diferente de la fichteana, tal
como Hegel lo percibió en su escrito Sobre
la diferencia de los sistemas de Fichte y de Schelling (1801).
Por más que Fichte rechace la filosofía de Spinoza como una
filosofía pre-crítica, sin embargo está de acuerdo con él en la defensa de la
libertad de pensamiento: el Estado debe permitir todas las opiniones
racionales. Con Spinoza nace la tradición de las ideas democráticas modernas,
al oponerse al fanatismo religioso y político de su tiempo. Aunque Spinoza fue
un personaje famoso e influyente en su corta vida, fue posteriormente muy marginado y tratado, como “perro muerto” por su radicalidad y heterodoxia.
Fichte escribió también una Ética,
según los Principios de la Doctrina de la Ciencia.
En ella sigue la crítica de Kant a las “éticas materiales”, que ponían el placer
o la felicidad en esta vida como premio a la virtud. Kant
coloca en el lugar central a la virtud y no a la felicidad, recogiendo así la
tradición estoica que mantiene que el premio a la virtud solo puede ser la
virtud misma. Con ello se define una “ética formal” que pide el atenerse al
Imperativo Categórico de la ley moral que exige hacer el bien sin obtener
ninguna recompensa material a cambio. Pero Kant considera también que el Sumo
Bien debería incluir también la Felicidad y no solo la Virtud. Ve en la
creencia cristiana de un premio en la otra vida, en la vida del puro mundo
nouménico de los espíritus resucitados, una compensación, no material (fenoménica) sino
puramente espiritual (nouménica), para aquellos que sigan una vida virtuosa. Según Fichte
esto es una recaída en un cristianismo infantil que supone un Dios al que se
puede comprar con diligencias, etc. Para él, la felicidad o beatitud (Exhortación a la vida beata, 1806) es la
satisfacción del deber bien hecho. Así el premio, ni es material ni es formal:
es el sentimiento puro de satisfacción que está basado, no en agradar a un Dios
personal entendido como un juez de premios y castigos, sino en un sentimiento de Amor a un Dios
que no es nada distinto del Orden Moral del Mundo, con el que tiene que
identificarse la Humanidad en su continuo proceso de mejora y progreso
racional. Dicha Idea de un Dios puramente racional fue introducida por Fichte
para escapar a la acusación de ateísmo que se le hizo y que provocó, bajo
fuertes presiones, su dimisión y su cese orgullosamente voluntario, -no “expulsión” como se suele decir-, de la Universidad de Jena.
Es cierto que, desde
las contundentes críticas kantianas a las Pruebas de la Existencia de Dios,
arranca una cierta escisión entre Filosofía y Teología, pero las posiciones
políticas y la mentalidad religiosa imperantes entonces en el mundo germánico, a diferencia del francés, p.ej., impidieron
el desarrollo de una filosofía exenta de teología. Schelling y Hegel aprendieron
de los ataques religiosos que había sufrido Fichte y por eso en sus obras
utilizan un lenguaje onto-teológico ambiguo con el fin de evitar los conflictos con las
comunidades religiosas, tanto protestantes como católica, en que seguían divididos los alemanes. Pero la razón del
mayor peso de la religión en la obra del Fichte posterior a Jena tiene también
sus motivos en debilidades de su propia filosofía. Es cierto que Fichte no
utiliza el análisis del Yo como un mero trampolín cartesiano fundamentador, que
necesita todavía elevarse a una instancia teológica, a la existencia de un Dios racional
y bueno que garantice las evidencias del Yo, sino que, tras la demolición por
Kant de la llamada “prueba ontológica” de la existencia de Dios, que Descartes
todavía aceptaba, Fichte propone una fundamentación dialéctica e interna al propio
mundo del Yo, una especie de lo que Husserl llamará Egología, quizás como
contraposición a la Teología. Esto es, la reconstrucción lógica de la Subjetividad y del mundo de los
objetos como representaciones cognitivas según principios puramente filosófico-racionales.
No obstante, cuando Fichte trata de reconstruir el mundo
de los alter egos, de la
intersubjetividad, a través de la categoría del “reconocimiento” (Anerkennung), -tomada y hecha famosa posteriormente por Hegel en
la conocida “Dialéctica del Amo y el Esclavo” de la Fenomenología del Espíritu-, se ve obligado a recurrir, como
garantía del triunfo del bien, a la existencia de un Dios entendido, por
influencia de Kant, como el “orden moral” del mundo. El reconocimiento entre
dos Yoes no es directo, pues por él solo percibo al otro Yo como mi
representación, no en si mismo. Para alcanzar su realidad solo lo puedo hacer
de forma indirecta, a través de Dios mismo que es la garantiza de la existencia
de un Orden Moral que incluye otras personas como yo necesarias para
realizarlo. Por ello en Fichte se da una especie de “ocasionalismo”
malebranchiano en tanto que las personas solo se reconocen como tales, no directamente, sino a través
de la identificación con dicho Orden divino. En el Destino del Hombre (1800), escribe: «No fluye directamente de ti a
mí y de mí a ti el conocimiento que tenemos uno del otro; nosotros estamos
separados por un ordenamiento limitativo insuperable. Sólo a través de nuestra
común fuente espiritual sabemos respectivamente el uno del otro; sólo en ella
nos conocemos y nos influimos mutuamente» (II, 301). En comparación con el
Malebranche introductor, desarrollando Ideas cartesianas, de la existencia de
un “espacio físico inteligible”, Fichte es el introductor, desarrollando Ideas
kantianas, de un “orden moral inteligible” construido a partir de las
actividades operatorias de los Yos individuales, y no por mera revelación
divina, aunque garantizado aún por supuestos teológicos. Dicho Orden Moral
impuesto por encima de las voluntades particulares será la Idea rectora que
abrirá el campo de las llamadas Ciencias Humanas a través de la Idea hegeliana
del Espíritu Objetivo, y que Marx reinterpretará como una mixtificación de
realidades históricas bien positivas como las luchas económicas causantes de
leyes estructurales que se imponen “por encima de las voluntad” de los hombres,
o en la Antropología funcionalista y estructuralista, como estructuras
elementales del parentesco, etc.
Con ello la filosofía fichteana de la
época de Berlín queda marcada por esta dependencia teológica, adquiriendo
incluso tonos místicos en su escrito Iniciación
a la vida beata (1806), lo que ha conducido a la contraposición entre el
Fichte revolucionario de Jena y el Fichte religioso y conservador de Berlín. No
obstante se puede admitir una continuidad básica, una estructura nuclear o nudo
común, entre todas las diferentes y numerosas versiones de su Doctrina de la Ciencia. En tal
sentido, Fichte nunca abandonó la Doctrina de los Tres Principios que le
hicieron famoso en Jena. Podríamos decir entonces que, al igual que Descartes
habría sido precursor del “giro copernicano” de Kant al partir con tan buen
paso, como diría el poeta Peguy, del Yo pienso, aunque entendendiendo dicho Yo
como una substancia que requiere el concurso y garantía en sus evidencias de la
infinita Substancia divina, Fichte es el precursor de la comprensión del
conocimiento teórico como un conocimiento que se construye y se fundamenta en
el conocimiento práctico, tal como sostendrá, p.ej., la Epistemología de
Piaget, (Ver mi artículo "Fichte a la luz de Piaget"), pero fue incapaz de encontrar una fundamentación del conocimiento moral
sin recurrir a creencias teológicas.
En relación con sus doctrinas políticas, Fichte considera
que el Liberalismo económico, por si mismo, no puede acabar con la miseria ni
con las crisis económicas, y propone, en El Estado
Comercial Cerrado (1800), la intervención del Estado en la Economía. El
Estado no debe permitir un libre intercambio de mercancías, de la misma manera
que no permite la libre circulación de individuos, sino que debe intervenir controlando
su producción y flujo, con el fin de evitar las crisis económicas. Los
ciudadanos se definen por la propiedad que adquieren con su trabajo, pero dicha
propiedad no debe entenderse al modo substancialista de Locke, o Kant, p.ej., de una
cosa poseída, sino de algo solo necesario en función de la capacidad o actividad operativa del que la
posee. Fichte, a diferencia de Kant, no admite tampoco, la pena de muerte, como un derecho unilateral
del Estado. Pues al aceptar el Contrato Social en que se basa el Estado, el
ciudadano no puede renunciar a un derecho irrenunciable, al derecho a vivir, poniendo su vida en manos del
Estado. Frente a un Kant decidido partidario de la pena de muerte, sostiene que la pena
no es un fin en sí mismo, solo es un medio para reintegrar al individuo en la
sociedad, restableciendo el reconocimiento recíproco de los derechos. En las
situaciones en que se hace imposible la dialéctica del reconocimiento recíproco
entre los ciudadanos como seres humanos, con iguales derechos, con riesgo de
destrucción del orden moral, el infractor, en tanto que se declara un fuera de
la ley, debe ser condenado a vivir fuera de la sociedad humana, ya sea
expulsándolo a vivir en la selva o en las tierras sin colonizar. Solo cuando no
es posible esto, como lo era todavía en el siglo XIX, queda justificada excepcionalmente la pena capital. Pero
entonces, según Fichte, no hay pena propiamente, sino venganza, pues no se trata ya de un
ciudadano sino de un enemigo social, de una alimaña. Con ella la sociedad trata
al criminal con su propia ley, la ley de la selva.
Fichte siempre fue un defensor de los principios políticos racionales surgidos de la
Revolución francesa, pero se opuso a Napoleón cuando invadió Prusia en el
sentido de que este no representaba a sus ojos la extensión de la Revolución Francesa,
sino su involución hacia el despotismo feudal. En esto coincide con Augusto
Comte, quien veía a Napoleón, en su intento por restaurar la Monarquía Imperial, como un Juliano el Apostata que pretendió restaurar el paganismo frente al
cristianismo, oponiéndose al progreso general la civilizatorio. Al contrario
que Hegel, quien veía en Napoleón la encarnación de espíritu universal, Fichte
proponía su destrucción. Por ello lo combatió valerosamente en su Discursos a la nación alemana (1808)
pronunciados ante un numeroso auditorio en la
Academia de las Ciencia de Berlín, bajo la ocupación de las tropas
napoleónicas
La Francia revolucionaria, como portadora de la antorcha civilizadora, había
fracasado y el relevo, según Fichte, había
de tomarlo Alemania. Afirmación sorprendente pues en ese momento Alemania no
era más que un conjunto decadente de pequeños principados resultantes de la decadencia
y fragmentación del Sacro Imperio medieval. Alemania había sido, como señala Fichte en sus famosos Discursos, el origen de la
civilización europea, mezclando el cristiano de origen romano con las
tradiciones ancestrales de los pueblos germánicos. Pero, en la época de
Kant, Fichte veía que los alemanes empezaban a mostrar ciertos rasgos de
supremacía cultural en Europa. Por ello Alemania sería, una vez hecha su
unificación como nación moderna y democrática, el nuevo motor civilizador de la
Humanidad, después de Francia. No obstante Fichte se muestra cauto
advirtiendo a su pueblo que, si Alemania
fracasaba , el testigo sólo podrá tomarlo el país que para los demócratas europeos
de entonces podía albergar semejante esperanza y evitar un retroceso al
despotismo político: los Estados Unidos de Norteamerica. En tal sentido las
ideas políticas de Fichte son democrático reformistas, lejos de todos los
totalitarismos políticos con los que a veces se le quiere relacionar
La filosofía de Fichte produjo una enorme impresión en su
época. Federico Schlegel dijo que los tres acontecimientos más importantes de
su época eran la Revolución francesa, la filosofía de Fichte y el Wilhelm Meister de Goethe. Fue un
filósofo muy profundo y, aunque Hegel y Schelling entendieron lo esencial de su
filosofía en Jena, desconocieron la mayor parte de la evolución posterior ofrecida
en sus cursos de la Universidad de Berlín. Universidad conocida hoy como “la
Humboldt” que el mismo contribuyó a fundar y de la que fue su primer Rector. Su muerte se produjo el 29 de Enero de 1814 a
consecuencia de un virus que le transmitió su mujer, Johanna María Rahn,
sobrina del poeta Klopstock, contraído durante su servicio como enfermera
voluntaria en la guerra de liberación de Prusia de la ocupación napoleónica.
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