Henri Focillon, fallecido en 1943, fue un crítico e historiador francés del Arte, especialista en la Edad Media, introductor del llamado método del análisis formalista interno de la obra de Arte, en la línea de Wolfflin y en contraposición a otros métodos de análisis externos del arte muy de moda en los años 70, como los sociológicos de Arnold Hauser, de influencia marxista, o los literario-iconológicos de Panofsky. Focillón seguía a Spengler en sus concepciones vitalistas de las fases culturales, aplicándolas a los estilos artísticos, los cuales evolucionarían según una ley, semejante a la conocida ley spengleriana que regíria para las grandes Culturas o Civilizaciones, pasando por cuatro momentos: Pre-clásico, Clásico, Manierista y Barroco.
El pasado curso académico, en el que continuamos la exposición y exploración de la “filosofía de las manos”, tratando de rescatar lo que denominamos heideggerianamente “el olvido de la mano” en la comprensión filosófica del conocimiento humano desde los lejanos tiempos del filósofo griego Anaxágoras,- quien habría ya dicho que el hombre es superior al resto de los animales porque tiene manos-, llegó a nuestras manos, valga la redundancia, un pequeño y ya clásico texto de Henri Focillon titulado Elogio de la mano. Fue gracias a una alumna destacada del curso, Eulalia Silva Seijo, la cual lo tomó de la biblioteca de su padre arquitecto. El texto, que me prestó amablemente, está incluido en una traducción al español del libro de Henri Focillon, La vida de las formas y elogio de la mano, Xarait Ediciones, 1983. La edición francesa de este libro se hizo en 1943 en Presse Universitaires de France y se puede acceder a ella en Internet. Yo sabía de la existencia del texto por referencias indirectas en citas de otros autores, pero no lo había leído.
Después de leerlo, me gustaría llamar la atención sobre algunas interesantes afirmaciones que se apuntan en él. En primer lugar Focillon contrapone la mano al rostro humano señalando el “olvido” de la primera en los tratados antiguos: “La fisiognomía, antaño practicada asiduamente por los maestros, se hubiera perfeccionado si se hubiera enriquecido con un capítulo sobre las manos. El rostro humano es, sobre todo, un compuesto de órganos receptores. La mano es acción: coge, crea y, a veces, diríase que piensa. En reposo, no son un utensilio sin alma, abandonado encima de una mesa o colgando a lo largo del cuerpo: la costumbre, el instinto y la voluntad de la acción meditan en ellas, y no hace falta un raciocinio muy prolongado para adivinar el gesto que van a hacer” ( p. 71). La mano, continúa Focillon, es un órgano privilegiado hasta tal punto que en realidad más que un producto más de la evolución del hombre es la que realmente ha hecho al hombre mismo: “El hombre ha hecho la mano, quiero decir que la ha separado poco a poco del mundo animal, que la ha liberado de una antigua y natural servidumbre, pero la mano también ha hecho al hombre. Le ha permitido ciertos contactos con el universo que no le aseguraban sus otros órganos y las otras partes de su cuerpo” (p. 73). Nos acordamos de una frase semejante de Federico Engels en El origen de la familia la propiedad privada y el Estado, donde decía que el hombre había inventado el fuego, y que el fuego había inventado a su vez al hombre, en el sentido de que sin él no se habría podido defender de los animales por la noche, ni podría cocinar sus carnes, ni sobrevivir en los climas glaciares, etc. Pero hoy, añadiríamos con Focillon, que sin manos no habría fuego humano ninguno, por lo que son estas las que en realidad han hecho el mundo del hombre. Pues la posesión de un mundo, el heideggeriano “estar en el mundo” (In der Welt sein), solo es posible por las manos: “... lo que pesa con peso insensible o con el cálido batir de la vida, lo que tiene una corteza, un manto, un pelaje, la misma piedra, tallada por los golpes, redondeada por lo torrentes o con su grano intacto, tiene que ser cogido con la mano, hay que tener experiencia de ello y ésta no se consigue sólo con la vista o con el espíritu. La posesión del mundo exige una especie de olfato táctil. La vista resbala por la superficie del universo. La mano sabe que el objeto está habitado por el peso, que es liso o rugoso, que no está soldado en el fondo del cielo y de la tierra con el que parece formar cuerpo. La acción de la mano define el hueco del espacio y el lleno de las cosas que están en él. Superficie, volumen, densidad, gravedad no son fenómenos ópticos. El hombre los conoce primariamente por sus dedos, por la palma de sus manos. El espacio lo mide, no con la mirada, sino con du mano y con su paso. El tacto llena la naturaleza de fuerzas misteriosas. Sin él sería semejante a los deliciosos paisajes de la cámara oscura, ligeros, planos, quiméricos” (pgs. 73-74).
Pero, no solo la posesión práctica del mundo requiere de las manos sino que la posesión teórica o cognoscitiva también, pues “Sin la mano no habría geometría, ya que hacen falta rayas y círculos para especular sobre las propiedades de la extensión. Antes de reconocer una pirámide, un cono, una espiral, en las conchas y en los cristales, ¿no era preciso que primeramente el hombre hubiera 'pintado' en el aire o en la arena las formas regulares de aquellos?”(p. 74). Tampoco habría aritmética sin los dígitos de las manos. Ni lenguaje: “También las manos modelaron el lenguaje, primeramente expresado con el cuerpo y mimado por la danza. Los usos corrientes de la vida recibieron su impulso de los gestos de la mano, ellos contribuyeron a reticularla, a separar los elementos, a aislarla de un basto sincretismo sonoro, a darle un ritmo y hasta colorearla de sutiles inflexiones. De esta mímica de la palabra, de estos intercambios entre la voz y las manos, algo queda en lo que los antiguos llamaban acción oratoria”(Ibid.). Y recordando un famoso pasaje del Fausto de Goethe dice Focillon: “No hay que tener que elegir entre las dos fórmulas que han hecho vacilar a Fausto: al comienzo era el Verbo, al comienzo era la Acción, puesto que Acción y Verbo, las manos y la voz, están unidas desde sus mismos comienzos” (Ibid.).
En un tiempo, leí mucho a Carl G. Jung, un hombre que trabajaba mucho con las manos pese a ser un intelectual. A través de las manos, "liberaba" las fuerzas del Inconsciente, según decía. Los psicólogos analíticos, a diferencia de los freudianos ortodoxos, emplean mucho la expresión plástica como método terapéutico, pues se da en las manos ese nexo entre espíritu y materia. Jung se autopresentaba casi como un dualista de aspecto, al modo spinozista. La más cruda materia es espíritu y la mano es un borde, un límite activo él mismo. También la conexión spengleriana es importante. Acabo de releer "El Hombre y la Técnica". El tacto sería el primer sentido filogenéticamente, y la mano acarrea con esa ancestralidad. Haga lo que haga la mano, dadora de formas, siempre implicará con-tacto. Las más modestas amebas o infusorios, sin manos, tienen con-tacto con un medio. La "espiritualidad" del hombre ya reside en las manos, pues el tacto se hace activo en grado máximo. Las referencias a "operaciones quirúrgicas" -juntar, separar- a que reducía Bueno la actividad operatoria son muy pobres para reconstruir el sujeto operatorio. La propia "Vida" consta de con-tacto, esto es separación y fusión del organismo con el medio, y esto ya se da antes de que exista un "sujeto quirúrgico".
ResponderEliminar