jueves, 20 de agosto de 2015

De Piaget a Gustavo Bueno (I)

     Después de presentar a Jean Piaget ( “Piaget filósofo”) como iniciador de una nueva concepción del conocimiento filosófica, aunque no especulativa, sino basada en sólidos fundamentos científico positivos, y de reseñar su influencia a través de la lectura de sus obras por el propio Ortega y Gasset (“Ortega lector de Piaget”) nos proponemos dedicar una serie de artículos para esbozar nuestra valoración e interpretación del Sistema del Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, que se suele caracterizar como la única exposición de una filosofia sistemática en la tradición académica clásico de los grandes filósofos habida hoy en España y, hasta donde alcanza nuestro conocimiento, en la propia Europa, cuna de la filosofía occidental. En tal sentido hemos adelantado algo de ello en el Prólogo que hemos hecho a la novela de Manuel Asur, El sotano de Sineo (Lulu, 2015), pero por las limitaciones propias del público al que se dirige una novela no hemos podido tratar de la conexión de la obra de Piaget con la de Gustavo Bueno con la extensión que merecía el asunto. Así que abordaremos ahora más detenidamente dicha tarea interpretativa.

      En el contexto global de una España franquista, donde imperaba el llamado nacional-catolicismo, que trataba de imponer como filosofía oficial en las Universidades el tomismo, -sin que ello quiera decir que lo consiguiese, pues coexistían también, aunque en minoría, fenomenólogos, existencialistas y otras corrientes filosóficas modernas-, en tal contexto, debido a la alianza de Franco con EEUU y a la apertura y cierta liberalización que supuso y posibilitó un espectacular despegue económico, la llegada del turismo exterior, los crecientes viajes a los países más libres y avanzados, el aumento de las traducciones de libros filosófico modernos en boga en Europa,  comenzaron a infiltrarse en las Universidades españolas en los años 60 nuevas corrientes filosóficas como el Marxismo, el Positivismo Lógico o el Estructuralismo francés. En la Universidad de Oviedo la corriente de mayor impacto fue el Estructuralismo lingüístico, introducido con fuerza en la Facultad de Filosofía y Letras por su representante más famoso en España, Emilio Alarcos Llorach. Pero el Estructuralismo francés no se reducía a la renovación del estudio de los lenguajes con Saussure o la Escuela de Copenhague, sino que también afectaba a otros campos más cercanos a la filosofía como la Antropología estructural de Levi-Strauss, la renovación del marxismo con Louis Althusser y su escuela, la Psicología y la Teoría del Conocimiento con Jean Piaget, etc. Estas corrientes fueron las que encontraron mayor eco en el Departamento de Filosofía, entonces dirigido por Gustavo Bueno. Un eco que no quedó en una mera repetición acrítica de lo recibido, sino que dio lugar a una crítica que, evitando el rechazo total, se centró, como crítica asimilativa y no meramente negativa, tanto en la contextualización y diagnostico de los  avances aportados por el Estructuralismo como en la denuncia de alguno de sus peligros más llamativos. Es el caso de los libros de G. Bueno, Etnología y utopía (1971) en el que se fustigaba el utopismo roussoniano naturalista de Levi-Strauss, o el libro Ensayo sobre las categorías de la economía política (1972) en el que se proponía la Teoría del Cierre Categorial como alternativa a la Teoría del Corte Epistemológico defendida entonces por el marxismo althusseriano para explicar la nueva ciencia de la Economía Política, tan importante para el marxismo. Precisamente la nueva explicación de lo que es la ciencia, la Teoría del Cierre Categorial, que constituirá la parte más importante y voluminosa de la filosofía buenista, -concebida en un proyecto de 15 volúmenes de los que, desde 1992, ya han ya aparecido 5 volúmenes (para un resumen introductorio claro y accesible remitimos a G. Bueno ¿Qué es la ciencia?, Oviedo, 1995)-, es la que creemos que no se puede comprender adecuadamente sin el conocimiento del significado que Jean Piaget dio al papel central que las estructuras operatorias  manuales-corporales juegan en la constitución y el avance del conocimiento.

    Pues, por aquella época, Piaget fue objeto de un intenso estudio en el Departamento de Filosofía, a nivel de tesis doctorales incluso. Hasta tal punto que el Departamento de Filosofía de Oviedo se distinguió de los del resto de España por la asimilación crítica de la concepción operacional del conocimiento, que Piaget denominaba Epistemología Genética, en relación, más que con su importancia psicológica o pedagógica (que es lo que más influyo de Piaget en la Universidad española y en el resto del mundo), en su importancia estrictamente filosófica. Pues Piaget no solo fue un mero psicólogo infantil, sino que su proyecto de una Epistemología Genética fue planteado, ya desde sus inicios, como un proyecto el mismo filosófico, aunque el Piaget  maduro abjurase finalmente de sus pretensiones filosóficas de juventud. Un proyecto de carácter filosófico como lo vio entonces Pilar Palop, integrante del llamado entonces Grupo buenista de la Universidad de Oviedo, en su trabajo doctoral Epistemología genética y filosofía (Barcelona, 1981).

     Pero Piaget no consiguió alcanzar la finalidad más importante de su proyecto epistemológico, que era la explicación desarrollada y acabada de su Epistemológia Genética en la forma de una Teoría de la Ciencia que pudiese rivalizar con las que entonces dominaban el panorama internacional como las del Positivismo Lógico, o la de Popper y sus seguidores. Lo más que consiguió llevar a cabo en este campo fueron algunas aportaciones derivadas de sus descubrimientos psicológicos a la Historia de la Ciencia y la realización de Congresos con enfoques multidisciplinares sobre las diversas Ciencias. En tal sentido puede verse la Teoría del Cierre Categorial buenista como la primera Teoría de la Ciencia ámpliamente desarrollada que supone, a nuestro juicio, el estructuralismo operatorio como base filosófica en sus explicaciones y análisis de las ciencias. No obstante, nos atreveríamos a decir que Piaget, al que se le debe considerar como un filósofo malgré lui, ha imprimido, después del propio Husserl, el mayor reajuste al llamado “giro copernicano” que Kant habría hecho a la concepción del conocimiento. Pues, Kant habría partido en su explicación de la Conciencia y no de los Objetos, como había hecho Aristóteles y el sensualismo empirista de los griegos, dando a sí un giro de 180 º al planteamiento filosófico tradicional. Por eso Kant se veía como un Copérnico que puso el Sol (el Sujeto del conocimiento) en el centro del Sistema solar en vez de pone a la Tierra (el Objeto del conocimiento), como era habitual desde Aristóteles. Piaget, para seguir con la comparación kantiana, habría sido un Kepler que rectificó la naturaleza de las orbitas entendiéndolas como elipses bifocales y no como circunferencias de centro único. Pues para Piaget, y este ha sido el principio de sus grandes descubrimiento que le llevan a sostener el origen corporal operatiológico de la inteligencia humana, el conocimiento no se explica desde un único foco, el circular de la auto-reflexión interior de la Auto-conciencia kantiana, sino que, como una elipse, requiere dos focos, la conciencia interior, por supuesto, pero además un cuerpo hábil en su relación con los objetos del mundo exterior. Un cuerpo dotado de órganos operatorios, como los labios para succionar en el bebe, los pies para desplazarse y las manos para manipular los objetos y, coordinando sus acciones, para comprender y asimilar las estructuras lógicas con el fin de su utilización más ventajosa que nos ayude a adaptarnos al mundo entorno como seres vivos que somos. Seres, por tanto, dados originaria y constitutívamente en un mundo y no como meras conciencias. La conciencia es el otro foco desde el que entendemos el mundo, sin duda, pero no es para Piaget el Sol originario de donde extraemos la luz racional que ilumina y sostiene nuestra existencia. La conciencia se constituye posteriormente cuando el niño adquiere la capacidad o habilidad de crear símbolos, por la imitación o el juego, que permiten representar los objetos en ausencia y operar con ellos de modo abstracto juntando o separando imágenes, palabras, símbolos, etc.  En tal sentido Piaget podría ser considerado como una especie de Tetens (psicólogo alemán de gran influjo en Kant) del siglo XX por sus originales aportaciones psicológicas a la explicación del conocimiento humano. 


     Pero como Tetens, Piaget no pudo o no quiso ver la necesidad de insertar tan brillantes y revolucionarios descubrimientos cognoscitivos en la estructura más general de un Sistema filosófico, coherente y ordenadamente organizado. Kant los insertó en los moldes escolásticos de un wolffismo criticamente renovado. Pero Kant, al final de su vida, fue sorprendido por la aparición de un joven Fichte que, aun reconociendo los avances novedosos y espectaculares de la filosofía kantiana en la explicación del conocimiento humano, echaba en falta una forma de exponerlos y fundamentarlos estrictamente filosófica, que sustituyese a los caducos y metafísicos moldes escolástico-wolffianos en los que Kant todavía gustaba de envolver sus brillantes resultados. Pero, para realizar su tarea de fundamentación, el modelo ya no podía ser ni Leibniz ni Wolff, en los que Kant se había formado filosóficamente, sino que el modelo para Fichte, y después para Schelling y Hegel, sería Spinoza. En tal sentido, Fichte fue el primero de los post-kantianos en sistematizar filosóficamente el kantismo tomando al famoso Sistema de Spinoza, expuesto según el modo geométrico en su Etica, como un contra-modelo. El Dios Substancia Infinita de Spinoza como fundamento del Mundo será sustituido por Fichte por el Yo actividad infinita como fundamento último de nuestro conocimiento del Mundo, del cual derivan el Yo y el No-Yo, como de Spinoza derivaban del la Substancia divina la res cogitans (Pensamiento) y la res extensa (Extensión física).

     Desde nuestro punto de vista, en vez de considerar la obra de Bueno de modo autista,  como hacen muchos de sus seguidores, trataremos de ver su filosofía en el contexto de la filosofía que se hacía entonces en el resto de Europa, especialmente en relación con Piaget y el Estructuralismo que entonces estaba de moda.  Así, se puede dar un sentido al Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno interpretando su labor, aunque salvando todas las distancias que haya que salvar, como la de una especie de nuevo Wolff creador de un sistema de filosofía escolástica moderna. Pues Bueno, a diferencia del Piaget maduro que padeció un cierto desengaño y desilusión con la Filosofía (ver J. Piaget, Sabiduría e ilusiones de la filosofía, Barcelona 1970), -que recuerda en el ginebrino al Descartes que consideraba que bastaba con dedicarle un día al mes y el resto a las ciencias-, comenzó su obra precisamente con la  tarea académica de edificar de modo sistemático unos nuevos fundamentos ontológicos para  la filosofía  Materialista entonces de moda en toda Europa por el auge del Marxismo en las Universidades occidentales, como en la época de Wolff estaba de moda la filosofía de la Ilustración. El paralelo se refuerza porque Bueno recurre también, como sistema ontológico modelo, a la Ontología aristotélico-escolástica de Christian Wolff para mezclarla ahora con el materialismo marxista y con Spinoza en lugar del Leibniz del que dependía como discípulo Christian Wolff. Su concepción de una Materialidad ontológico-general (M), actualización del Ser de la Metafísica General wolffiana, se propone a la vez para ocupar el lugar del Dios Substancia infinita del comienzo de la Etica de Spinoza, que como Natura naturans se distingue de la Natura naturata o Mundo fenoménico (Mi). En tal sentido Bueno, a diferencia del idealista Fichte, no ve al filósofo judío (que en Oviedo se empezará a llamar Espinosa, por las abundantes pruebas que han ido apareciendo sobre sus orígenes culturales hispano-judios) como un contra-modelo, sino como un modelo ontológico-sistemático que debe ser perfeccionado y puesto en conexión con la tradición de la filosofía académica occidental que proviene de la Metafísica  de Aristóteles, reinterpreta-da en la modernidad por el jesuita escolástico Suarez o el propio Christian Wolff. Así, reinterpretando la Ontología wolffiana, que distingue el Ser en general de los tres seres especiales, Dios, el Alma y el Mundo, completa a Espinosa, cuyo Dios Substancia mostraba, de entre sus infinitos Atributos, solo dos, Pensamiento y Extensión, con el añadido de un Tercer Atributo que podría ser, como un tercer genero de materialidad (M3), el Dios de Wolff o el Ordo et Connexio, en terminología del propio Espinosa, diferenciado de los otros dos: Extensión (M1) y Pensamiento (M2). Tal es la tarea que llevó a cabo en su obra Ensayos Materialistas (1972). Allí, sin embargo, no justifica porque son tres ahora los Atributos o Géneros de la Substancia material general, sino que busca argumentos de autoridad en ejemplos de ontologías tridimensionales, como la Ontología de Wolff, o la Teoría de los Tres Mundos de Popper y otros filósofos históricos o contem-poráneos. Solo, mucho más tarde en una obrita de encargo (Materia, Pentalfa, Oviedo, 1990, p. 30 s.s.) para una Enciclopedia filosófica alemana, ofrece una justificación deductiva de tipo goseológico-trascendental, pues si en el conocimiento operacional es preciso distinguir los términos, las operaciones y las relaciones, así habrá tres clases de entidades M1, M2 y M3. Con ello sin embargo se incurre, a nuestro juicio, en un subjetualismo operacional piagetiano que parece incompatible con el objetivismo de una materialidad trascendental. Aquí sucede lo contrario de lo que le pasó a Fichte, el cual en su juventud como profesor en Jena, sustituyó la Substancia spinozista por el Yo, para en su posterior etapa berlinesa volver a poner como principio de su filosofía a Dios frente al Yo. Gustavo Bueno parece, de forma similar, que empieza con la Materia Ontologico-general como fundamento o Idea-límite para acabar en una justificación de los tipos de materia en función del Sujeto Corpóreo Operatorio (E) de carácter piagetiano.

     Este paralelismo se refuerza con otro cambio muy significativo en sus posiciones políticas. Pues Fichte se reveló de joven como un partidario de la Revolución francesa, mientras que en su etapa berlinesa, que coincide con la ocupación napoleónica de Prusia, pronuncia sus famosos Discursos a la nación alemana apoyando al nacionalismo alemán conservador frente a Napoleón. Gustavo Bueno sorprende también a sus seguidores pasando de simpatizar con la Revolución soviética a oponerse a la izquierda marxista o socialista, apoyando políticas del nacionalismo conservador español. Libros como España frente a Europa (1999) o España no es un mito (2005), son una muestra de ello, donde ya no se reivindica la Revolución sino la reconstitución de un Imperio o confederación de naciones hispanas, restos descompuestos del pujante Imperio español, que se extendía por ambos Hemisferios. Desde luego, aquí como en el caso de Fichte, cabe siempre la interpretación de si hay dos filosofías o dos políticas contrarias o hay una coherencia de fondo. Pero la impresión más fuerte, a nuestro juicio, es la de cierta incoherencia para la que habría que encontrar asimismo razones de fondo. Por ello esta semejanza con Fichte es más bien superficial y reside, como veremos, en el carácter dualista de la famosa elección fichteana entre el Idealismo de la Libertad y el dogmatismo necesitarista del Materialismo.

    Para tratar de vislumbrar una posibilidad de salida a este carácter abstruso,  incoherente en muchos aspectos centrales, políticos e incluso ontológico-sistemáticos, que guarda ciertas semejanzas entre Fichte y Bueno y lo distancian del estilo mas “cancilleresco” de Kant (y que en el caso de Bueno sus cambios extremos de posiciones políticas han dividido a su numerosa Escuela en una derecha y una izquierda buenista), tal como se puede interpretar desde posiciones que no son meramente seguidistas de sus obras, sino que las consideran como una gran “casa común” filosófica, con muchos aciertos conceptuales, aunque defectuosa en sus cimientos o a medio hacer en sus nuevas estancias, debemos volver a observar primero más de cerca lo que ocurrió en la filosofía alemana que se abrió camino después de Fichte, en el proyecto común de combinar el kantismo con las enseñanzas de Spinoza. Eso nos ayudará a tratar de comprender y continuar creatívamente el proyecto de una nueva filosofía que, en otros lugares hemos denominado Operatiológica, por contraposición a la Filosofía Fenomenológica de Husserl (Ver p. ej., Manuel F. Lorenzo, Introducción al Pensamiento Hábil, Lulu, 2007, Meditaciones fichteanas, Logos Verlag, Berlin, 2014, p. 55 s.s.), proyecto que deriva de la consideración como esencial, y no como una influencia más, de la mezcla de Piaget con Spinoza-Wolff en el inicio de la sistematización filosofíca buenista.