viernes, 28 de julio de 2017

Reseña de Meditaciones Fichteanas, de Manuel F. Lorenzo. Logos Verlag, Berlín: 2014

El filósofo asturiano Manuel Ángel Fernández Lorenzo lleva ya largos años inmerso en la elaboración de un sistema filosófico llamado "Pensamiento Hábil", sistema en pleno curso de realización y de cuya fragua han surgido varias e interesantes piezas, en forma de libros y artículos. Para su consulta recomendamos la web y el blog personales del autor. 

El profesor Fernández Lorenzo ejerce su docencia en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo, centro académico que ha brillado con luz propia gracias al astro de don Gustavo Bueno Martínez. El llorado e insigne catedrático, fallecido en agosto de 2016, dejó una ingente obra así como un nutrido, pero desigual y heterogéneo grupo de discípulos. Como suele acontecer, la cuestión de "quién es verdadero discípulo" es la fuente de una larga batalla entre enanos, pendencia de escaso interés historiográfico y poca enjundia filosófica. Muchas veces, justamente entre los heterodoxos seguidores, ajenos a los dogmas y ávidos de caminos nuevos, hemos de buscar las vetas y los filones de oro. Me parece que la "heterodoxia" del profesor Fernández Lorenzo es de ese tipo fértil y prometedor.

¿En qué doxa, opinión o dogma, se aleja el autor aquí reseñado para situarse en "otro" espacio distinto, para situarse objetivamente, en una hetero-doxia con respecto al sistema de Gustavo Bueno? En varios planos habría que alojar una respuesta, pero uno de ellos es el plano en el que se puede observar un alejamiento del profesor Fernández Lorenzo con respecto del marxismo y con respecto de otros compromisos metafísicos pre-críticos (pre-kantianos, si se quiere) con la idea de "materia". Compromisos con una "materia en general" a modo de fundamento o ámbito envolvente, genérico, de los diversos modos de materialidad. Ese fundamento, como claramente se formula en el "Pensamiento Hábil" hay que abandonarlo. Y debe hallarse en otra parte. Y Fernández Lorenzo ha buscado en Fichte.

¿Qué pasa con Fichte? El idealista olvidado (muy olvidado en comparación con Hegel, incluso con Schelling), el abstruso, difícil de leer y por tanto de divulgar, Juan Teófilo Fichte, podría ser un punto de partida para un sistema filosófico fundado no en una materia, sino en las propias operaciones del sujeto: "Pues Fichte es el primer filósofo moderno que formula filosóficamente la tesis, que Piaget enarbolará frente a los empiristas del Positivismo Lógico o frente a los "innatistas" como Chomsky, de que lo esencial para entender el conocimiento humano es la Acción, los hechos-acciones (Tathandlungen) del sujeto cognoscente" (p. 7). Palabras oportunas con las que arranca Meditaciones Fichteanas. El secreto a voces del llamado "materialismo filosófico" de la universidad ovetense fue el impacto que la Epistemología Genética de Jean Piaget provocó en el círculo inmediato de discípulos buenistas. Discípulos y colaboradores sumidos entonces en las corrientes que a fines de los sesenta y principios de los setenta eran novedosas (marxismo, estructuralismo, neopositivismo) y que buscaban "sistema". Toda una teoría de las operaciones era exigida internamente por ese "materialismo filosófico" en ciernes que repudiaba desde muy pronto el realismo marxista-leninista (el realismo tomista era muy superior filosóficamente a la teoría del conocimiento "por reflejo" de Lenin) o el simbolismo y formalismo de los neopositivistas, así como mostraban alergia ante la trivialización de la filosofía por la vía de un "análisis del lenguaje".

Antes de la dispersión y triturado de los sistemas filosóficos, acaecida desde la segunda mitad del siglo XIX, era norma edificar un sistema desde un fundamento, como cimiento o fondo inatacable desde el cual alzar, por algún método (cadenas deductivas, pasos dialécticos) los pisos superiores del sistema y dar remate al organismo de las ideas filosóficas. Así hizo Spinoza con la idea de Sustancia. En lugar de Dios o del Yo Pienso, el filósofo racionalista parte su construcción desde una entidad estática, omniabarcante, absolutamente independiente en su ser. Spinoza es el contramodelo desde el cual poder entender a Fichte. El fundamento en el idealismo alemán reside en el Sujeto, la verdadera entidad absoluta, independiente, primera. No obstante, el Yo de Fichte no es el equivalente subjetivo de la sustancia espinosista. No se trata de un trasvase de propiedades de la sustancia-objeto a una sustancia correlativa, la sustancia-sujeto. La cosa es más compleja. El propio idealismo alemán hubo de realizar su recorrido interno, experimentar una dialéctica propia con vistas a despojar de todo residuo de sustancialismo a la misma idea de Sujeto. Atrás debía quedar el "idealismo material" de Berkeley (esse est percipi, "ser es ser percibido") y, más cercanamente a Fichte, el "Principio de Conciencia" de Reinhold. 

En efecto, los discípulos eminentes de Kant habían localizado con precisión el "cabo suelto" del idealismo trascendental de Manuel Kant. La "cosa en sí" era el escándalo para el nuevo idealismo, que había de transitar caminos del todo ajenos al realismo de siglos pasados, incluyendo el "dogmatismo" (expresión con la que se solía designar el sustancialismo espinosista). La "cosa en sí" o bien no existía o bien había de reintroducirse hasta confundirse en el propio Yo, en el propio Sujeto. Reinhold se deshace de la cosa en sí y parte estrictamente de un mundo que sólo es mundo representado. Se parte exclusivamente de la conciencia dotada de su capacidad de representación. Ese es el "hecho" de conciencia (Tatsache). 

Fichte, no obstante, propone como fundamento del Sistema no un "hecho" sino la propia Acción. La palabra alemana Tathandlungen expresa esos "hechos-acciones" del Sujeto, que son el fundamento, y no una mera función abstracta (la capacidad de representar como un hecho general y enterizo). Reinhold dio el paso de entender que el fundamento de la nueva filosofía no había de ser sustancial sino "factual", en consonancia con el factum de las ciencias y con el allanamiento del campo cognoscible que supone el trabajo de las ciencias positivas. Fichte realiza una corrección superadora, desgranando ese hecho básico, general, enterizo, de una conciencia con funciones representacionales, en una multitud de hechos acciones de los cuales la conciencia es más un resultado sintético que un primum fontanal o causante de las acciones. Conviene anotar que éste es el punto del que arranca toda una línea "pragmatista" avant la lettre, que llega hasta el siglo XX con la Epistemología Genética de Piaget y el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno. Nuestro conocimiento no puede entenderse más en términos sustanciales (una relación causal entre sustancias, un "contacto" con objetos ya dados, etc.) sino en términos operacionales. Los hechos-acciones responden a su propia lógica, a unos principios que hay que descubrir y formular. Y decimos principios, en plural, por cuanto las acciones no dimanan de un solo fundamento. Aunque resulta paradigmático el idealismo de Fichte, que arranca a partir de un Yo, sin embargo no se trata de un "Yo" substancial, autogenerado, o un pensar que se piensa y se produce a sí mismo. El Yo que "se pone" o afirma a sí mismo siempre encuentra obstáculos, oposición, es decir, se topa con el No-Yo. Estos dos polos opuestos, Yo y el No-Yo (Mundo) forman un circuito infinito e incesante de relaciones, circuito muy similar a la idea orteguiana de Vida, el circuito del "Yo y mis circunstancias". El Yo y el No-Yo son conceptos conjugados, una pareja de términos que se da conjuntamente, en una dialéctica de oposición y necesidad recíproca, y cuyo nacimiento y desarrollo entrelazado a lo largo de su historia obliga a su consideración conjunta. El Yo y el No-Yo, al igual que el "Soy yo y mis circunstancias", son dos polos o focos de la elipse que luego en la Biología Teórica (disciplina de la que Piaget, al igual que Waddington, Uexküll, Emmeche, etc. es un insigne padre fundador) se pueden reformular como oposición (dialéctica, conjugada) entre Organismo y Medio. "Vivo, luego existo", será la corrección orteguiana al racionalismo moderno, imbuída ya de las aportaciones pragmatistas y vitalistas que también afectaron a Piaget. El Yo Absoluto será la síntesis del Yo y del No-Yo, el límite intraspasable, el Yo reflexivo que encierra toda la oposición entre el Yo y el No-Yo. Dicho en otros términos: la oposición entre Yo y No-Yo se da "dentro" del propio Sujeto, no se da en ninguna otra parte. Sujeto que, repetimos, no es sustancia sino acción y nada más que acción.

Manuel Fernández Lorenzo, especialista como es en el Idealismo Alemán, reconoce en Fichte el inicio de estas corrientes pragmatistas y operacionalistas, pero también el punto de arranque de lo que podríamos llamar un "positivismo olvidado". Tras el ciclo del idealismo clásico alemán, la Metafísica se derrumba, Europa deja caer los viejos –y antaño orgullosos- edificios de su Metafísica tradicional. Tras la muerte de los viejos Hegel y Schelling quedan ruinas y demoliciones, quedan filosofías relampagueantes e incendiarias, pero filosofías que ya no pueden volver a los momentos pre-kantianos, salvo transmutándose en anti-filosofías (marxismo, positivismo-lógico). O asumimos plenamente la destrucción de la Metafísica iniciada por Kant, o proponemos un nuevo "Sistema", una Filosofía que sea, más bien una "Teoría de la Ciencia", en vez de una Metafísica. La Teoría o Doctrina de la Ciencia (Wissenschaftslehre) al modo fichteano consiste en alzar un sistema de conocimientos rigurosamente fundados. Es la idea de una "filosofía rigurosa" que rompa con las arbitrariedades de los sistemas prekantianos (ya sean escépticos, ya sean dogmáticos). Con una falta de base "científica" el estudiante poco avanzado adquiera la impresión nefasta de que uno puede "tomar la filosofía que más le guste", como si de seguir una moda o un capricho personal se tratara. El ideal de "filosofía rigurosa" de Fichte, por cierto, será retomado por la Fenomenología husserliana y por el propio materialismo filosófico de Gustavo Bueno, así como por la Epistemología Genética piagetiana. En estos tres casos, se ponen las bases de un nuevo "positivismo", en una fundamentación rigurosa de la Filosofía, más allá de las arbitrariedades de la Metafísica tradicional o de las modernas ideologías. En este sentido la Filosofía cumplirá una función esencial en la sociedad, como luz que disolverá las tinieblas de las ideologías, o falsos fundamentos. La era de las ideologías ya ha tocado a su fin lo cual no debe suponer un retorno al cientismo, a una falsa y mala filosofía que imite o compendie a las ciencias, presuntamente objetivas y neutrales ideológicamente. De sobra vemos que la tecnociencia actual es pura y simplemente "ideología" o, si se quiere, la Metafísica "en vigor". Antes al contrario, la Filosofía con una base positiva no será vista más como una ciencia al lado de las ciencias, ni una Enciclopedia o Compendio de los saberes y menos aún una emulación de los saberes tecnocientíficos. La Filosofía, en gran medida, será una Operatiología, esto es, un análisis y reconstrucción de nuestros conocimientos a partir de esos hechos-acción de que hablaba Fichte, una Teoría de la Ciencia hecha al margen de todo escepticismo o dogmatismo. La Filosofía, lejos de toda "ingeniería social", volverá a su cometido fundacional en Grecia: alzarse como un saber reflexivo que aniquile las ideologías y las arbitrariedades dogmáticas, que devuelva racionalidad a todas y cada una de las prácticas civilizadas sin devenir, por ello, un dogmatismo más. Transformar al hombre, fabricar hombres de nuevo cuño y sociedades programadas ha sido la pesadilla que numerosas veces acarreaba el racionalismo mal digerido. En cambio, la reflexión sobre lo que hacemos (incluyendo lo que conocemos), su génesis y proceso, puede ayudarnos a suministrar vacunas de racionalidad práctica en este mundo tan necesitado de ella.


Carlos Javier Blanco Martín
Doctor en Filosofía

martes, 11 de julio de 2017

Filosofía de la Frontera

La globalización pretende crear una sociedad sin fronteras por medio de instituciones civiles, tipo Médicos Sin Fronteras, Reporteros Sin Fronteras, Empresas Transnacionales, Monedas Digitales (Bitcoins), etc. Pero, al pretender igualmente el trasvase de poblaciones (exiliados, emigrantes, refugiados) y capitales (deslocalización de empresas, Tratados de Libre Comercio, etc.) sin control de los Estados, está destruyendo las Sociedades de Bienestar Occidentales abriendo profundas crisis políticas como las que estamos viendo en USA y Europa.

Al relajar la vigilancia fronteriza en los bordes de la propia UE, al alimón con las llamadas a la emigración, que hicieron dirigentes políticos como Zapatero o Angela Merkel y con las guerras de Irak, Libia y Siria, la situación se hizo incontrolable y explosiva con la irrupción en la propia Europa de un terrorismo islámico inesperado que nos amenaza gravemente a todos nosotros, ciudadanos de a pie, ya seamos habitantes de ciudades cosmopolitas o rurales de Texas.

Por eso constatamos que no todas las fronteras son iguales. Eliminar el control de personas en Irún no tiene las mismas consecuencias que eliminar dicho control en Ceuta o en la isla de Lesbos. ¿Qué tipo de frontera es pues esta última? Para responder a esta pregunta no nos basta con recurrir a conceptos técnico-administrativos propios de un funcionario de Aduanas. Precisamos algunos conocimientos histórico-filosóficos para abordar con suficiente profundidad la cuestión. Precisamos pues de una Filosofía de la Frontera. En un artículo anterior (Nacionalismo contra Globalización) me referí a Eugenio Trías como el pensador español que centró su reflexión filosófica sobre la Idea de Límite o Frontera -el limes romano- enseñándonos a ver que la frontera no es una mera línea o barrera, fácil de borrar, que separa dos territorios, sino que ella misma es algo más complejo e importante. Trías empieza su libro, Lógica del Límite (1991) con estas palabras:

“Los romanos llamaban limitanei a los habitantes del limes. Constituían el sector fronterizo del ejército que acampaba en el limes del territorio imperial, afincado en dicho espacio y dedicándose a la vez a defenderlo con las armas y a cultivarlo. En virtud de este doble trabajo militar y agricultor el limes poseía plena consistencia territorial, definiendo el imperio como un gigantesco cercado que esa franja habitada y cultivada delimitaba, siempre de modo precario y cambiante. Más allá de esa circunscripción se hallaba la eterna amenaza de los extranjeros o extraños o bárbaros. Estos, a su vez, se sentían atraídos por esa franja habitable y cultivable que les abría el posible acceso a la condición cívica, civilizada, del habitante del Imperio.

Los bárbaros, instigados y hechizados por el imperio, sometían ese limes a un cerco a veces difuso, a veces hostil y amenazante, si bien con suma frecuencia se enrolaban en esos ejércitos agricultores que trabajaban y defendían el limesA su vez la metrópolis y su centro de poder temían la irrupción imprevista de algún general victorioso que fuese habitante del limes o que pretendiese, desde esta zona estratégica, hacerse con el poder e investirse de la condición de emperador. Había, pues, un triple cerco: el que los bárbaros sometían al limes e, indirectamente, al propio cercado imperial; el que éste sometía a estos peligrosos amigos-enemigos que habitaban el limes, y el cerco que el limes y sus habitantes fronterizos sometían tanto a los bárbaros del más allá como a los civilizados del más acá”.

El limes, la frontera entre Occidente y otras culturas como la Islámica no es, por ello, una mera raya en la carretera, algo meramente convencional y superficial. Trías atribuye a la Filosofía de la Modernidad esa concepción que él llama negativa, de límite y frontera, “como puro lugar evanescente, convencional y puramente lineal” e intenta con su Filosofía de la Frontera “sugerir un giro verdaderamente copernicano en relación con esta noción”.

Traducido a los acontecimientos políticos que estamos contemplando, podemos ver como el poder metropolitano lo encarnan hoy las grandes ciudades (Nueva York, Londres, París, Berlín, etc.) en las que, por la apertura incontrolada de las fronteras, surgen barrios enteros de los llamados migrantes, procedentes de sociedades más atrasadas y bárbaras que, al no integrarse, las someten a un cerco de rechazo que puede llegar al ataque terrorista organizado en redes dirigidas desde el exterior. A su vez, muchos ciudadanos de a pie, más próximos al campo y al terruño, y menos cosmopolitas, buscan a un líder populista que demuestre sus dotes de salvador cerrando las fronteras a los migrantes y derrotando su red terrorista. No estamos pues ante un pensamiento único globalizador, ni ante un dualismo de buenos y malos, sino ante un triple cerco cuya dialéctica debería presidir los análisis de detalle.


Artículo publicado en El Español (22-6-2017)