viernes, 25 de noviembre de 2022

Spinoza



     Benito o Bento de Espinosa es como firmaba aquel gran filósofo al que muchos todavía siguen considerando holandés. Pero es más cierto que bien podría decir, -como dijo Clarín, el famoso autor de La Regenta, considerándose asturiano de estirpe, aquello de “me nacieron en Zamora”-, “me nacieron en Ámsterdam”. Pues hoy sabemos, tras las investigaciones de estudiosos de su vida y obra, que su lengua materna era el español, por lo que sus abuelos y padres eran judíos expulsados de Castilla por la Inquisición española. Su biblioteca personal, que hoy se conserva en su Casa-Museo en Rijnsburg, contiene obras de Quevedo, Cervantes y Lope. Ya Salvador de Madariaga se dio cuenta de que el borrado en los libros de Historia de la Filosofía de su origen cultural español, presentándolo como un filósofo holandés, o a todo lo más de origen portugués, no era algo inocente, sino una operación más de la propaganda denigratoria de todo lo español por la denominada Leyenda Negra. La latinización de su nombre como “Spinoza” trataría de ocultar que esa cultura española, tan denigrada aun hoy por los que acabaron con nuestra supremacía en Europa, pudiese haber producido al que influyentes filósofos franceses, como Gilles Deleuze, consideran el Príncipe de los Filósofos, por encima de un Leibniz o el propio Descartes.

     Pero así fue, porque a veces ocurre de forma trágica que muchos españoles se exilian y luego sus hijos tienden a regresar a la patria de sus padres. Espinosa, que alguna vez dijo que le gustaría conocer España, no pudo regresar, ni siquiera después de muerto. El Absolutismo de la monarquía católica no lo permitía y la Nación española moderna, tras dotarse de gobiernos liberales, estos ni siquiera reclamaron para España sus restos que permanecían enterrados entre oprobio y condenas cerca de la Haya, como si fueron reclamados en Francia los de Descartes, hoy enterrado en Paris. Para que ello ocurriese tenían que pasar los españoles por un proceso similar por el que pasaron los franceses de recepción del cartesianismo como la nueva filosofía que encarnaba una forma de pensar que impregnó a sus élites y acabaría siendo la dominante en Francia. Dicha penetración del cartesianismo en la mentalidad francesa tuvo lugar en gran parte por la influencia del Padre Malebranche, el cual supo difundir el cartesianismo a través de la enseñanza de los colegios oratorianos, rivales entonces de los más prestigiosos colegios de los anti-cartesianos jesuitas. En un colegio oratoriano se formó Montesquieu, iniciador de la Ilustración francesa.

      Algo parecido podría estar ocurriendo en España con un retraso de dos siglos. Pues hoy se está produciendo un movimiento cultural formidable de revisión y denuncia de las mentiras y tergiversaciones malintencionadas por la propaganda negro-legendaria, con obras de gran lectura y difusión impensable hasta ahora en el ámbito cultural hispano. Se echa de menos, sin embargo, la reivindicación de Spinoza como filósofo español, la cual no tendría que ser solo un acto de orgullo nacional, sino que, más importante que ello, sería conseguir para la filosofía española moderna lo que Descartes supuso para la francesa. Hay buenas bases para ello, pues las Obras Completas de Spinoza se han traducido por fin al español y ha aparecido su penetración académico-escolar debido a la singular obra de Gustavo Bueno, que lo ha puesto en lugar preferente en su filosofía con la intención de desmarcarse, tanto del espiritualismo filosófico-teológico, dominante en España desde la Neoescolástica española, como del nuevo dogmatismo materialista-marxista con el que la llamada “progresía” hispana lo quería sustituir. 

     Con la obra de Bueno quizás esté empezando la génesis de una nueva forma de Ilustración filosófica que eduque de un modo nuevo y más profundo la mentalidad de los españoles. De un modo especial, añadiríamos por nuestra parte, en la defensa de los principios racionales en que descansa la Democracia Liberal, que el propio Espinosa expuso y defendió filosóficamente como el mejor y más racional régimen que debe regir la vida de un Estado moderno. Con ello se destruye la leyenda del “oscurantismo medieval” del pensamiento español. Ciertamente, en la España oficial de entonces predominaba el oscurantismo, pero España se salvó, parodiando a la Biblia, por un solo justo, por la existencia de un pensador único e irreprochable, tanto en su insobornable y racionalmente mesurada vida personal, como en el atrevimiento de apostar por una filosofía que identificaba a Dios con la Naturaleza, adelantándose siglos al pensamiento dominante en su época. Hoy la España que apuesta por la Democracia está devolviendo la nacionalidad a los descendientes de aquello judíos expulsados de Castilla por los Reyes Católico. Debería también devolver de alguna manera la nacionalidad a Spinoza y dedicarle tantas estatuas como Descartes tiene en Francia o Leibniz en Alemania. 

Manuel F. Lorenzo

jueves, 22 de septiembre de 2022

Los peligros de la democracia



Vivimos tiempos confusos en los que parecen volver los enfrentamientos sociales y políticos que se tenían por superados. Seguramente se podían buscar muchas causas de ello, como la corrupción de los políticos, la mediocridad de los electores, la incultura de las masas, la degeneración de las élites, etc. Algunos piensan que todo ello se podría corregir si hubiese más democracia. Otros creen más bien que la extensión de la democracia al modo igualitarista y fundamentalista es la que está produciendo el surgimiento de populismos y deseos de tiranías autoritarias y despóticas.  Otros, por último, empiezan a ver dichas tiranías como el recambio necesario a las democracias actuales, corruptas e ineficientes ante los graves problemas que empiezan a aparecer por el horizonte (cambio climático, superpoblación, grandes migraciones, paro endémico, etc.) Precisamente, todo esto ocurre tras el momento en que las democracias liberales occidentales habrían triunfado, con la caída del Muro de Berlín, sobre la mayor amenaza totalitaria que habían tenido en el largo periodo de la Guerra Fría. No deja de ser, por ello, una paradoja que su inesperado y espectacular triunfo haya conducido, en unos escasos años, a la actual crisis que amenaza a la propia democracia liberal victoriosa. Pues el motivo no puede ser que la democracia liberal sea un régimen inestable históricamente hablando. Inglaterra y EE. UU. llevan ya siglos funcionando con ella. Entonces, ¿qué es lo que está pasando?

Así como Aristóteles decía que el Ser no es unívoco, pues se dice de diversas maneras, podríamos decir que la democracia se da también de diversas maneras. No es lo mismo la democracia directa de los griegos que la democracia representativa moderna. Ni es lo mismo una democracia limitada en sus poderes, que una democracia sin límites, de la misma manera que no es lo mismo una monarquía democrática, cuyo poder está limitado por el Parlamento, que una monarquía absoluta como la francesa de Luis XIV. Por ello, es importante saber en qué tipo de democracia nos encontramos actualmente para tratar de entender con más precisión la crisis política que se está abriendo paso en las democracias occidentales.

Los griegos fueron los primeros en la historia que introdujeron la democracia, pero fueron, por ello, también unos principiantes, como sostenía Hegel. Pues la democracia griega era todavía muy imperfecta y no conoció la división de poderes de la moderna. La Asamblea lo mismo nombraba al gobierno, declaraba la guerra o juzgaba a Sócrates. Una democracia tan imperfecta fue por ello presa de la degeneración demagógica y duró poco. La democracia liberal moderna, teorizada por Locke o Montesquieu, constituye un nuevo tipo de democracia más complejo y que se ha mostrado más duradero históricamente en el mantenimiento de un buen orden social. Pero parece que en las últimas décadas está cambiando. Estamos asistiendo, precisamente en el momento de su mayor prestigio nunca alcanzado, a su mayor crisis por su alcance mundial.

 ¿Qué está pasando entonces? En fin, sobre esto hay variadas opiniones. Vamos aquí a esbozar entonces una. Se trata de fijarse en el cambio que ha habido después de la Segunda Guerra Mundial del paso de una democracia en la que el voto estaba limitado a una minoría de rentistas o propietarios, a la extensión del voto a todos los ciudadanos mayores de edad, incluyendo a las mujeres. Ello es propio de la formación de las sociedades de masas actuales, que Ortega analizó en su famoso libro La rebelión de las masas (1930). Ortega observa en él que las multitudes lo empiezan a llenar todo, tratan de ocupar los lugares antes reservados a las minorías socialmente distinguidas, etc. Este es un hecho que vemos hoy claramente en la masificación de los conciertos musicales, por ejemplo. Pero además observa que adoptan una actitud rebelde frente a cualquier autoridad cultural o política. De ahí viene el hombre masa del comunismo y del fascismo, cuya actitud vital Ortega condenó en su tiempo. Dichas rebeldías fracasaron ante la posición que tomó el hombre masa norteamericano, el cual pudo imponerse porque la democracia americana, con su contrapeso liberal de limitación de poderes, evitó un triunfo del fanatismo. Pero el precio que se pagó fue la creación de un Estado del bienestar basado en el hedonismo consumista, como filosofía que pretendía llenar de sentido el american way of life y que condujo a una sociedad en la que la satisfacción hedonista no consigue calmar los deseos (el I cant´ get no satisfaction de los Rolling), sino que paradójicamente crea dolor y en el mejor de los casos aburrimiento. Se creó así un tipo de ciudadano en cuyo voto se basaron, no solo las decisiones políticas sino las decisiones culturales sobre cómo había que pensar y que es lo que nos debe gustar. Se han extirpado las élites egregias sustituyéndolas por demagogos y mediocres autores de bestsellers.

Manuel F. Lorenzo

martes, 31 de mayo de 2022

Guerra de Ucrania: información histórica frente a propaganda de guerra

 


         Ucrania ha formado mayormente parte de Rusia desde que el líder cosaco Bohdan Khmelnytsky juró lealtad al Zar en 1654 para escapar del dominio polaco. Ha estado ligada a Moscu desde entonces hasta la caída del Muro de Berlín, a excepción de una efímera República independiente ucraniana, entre 1917 y 1920, en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Pero Ucrania, que formo parte de Polonia, Lituania y del Imperio Austrohúngaro en momentos de su historia, es un país escindido en dos culturas: la europeo-occidental y la rusa oriental, como señaló ya Samuel Huntington en su profético libro El Choque de civilizaciones (1997). El ucraniano y el ruso son sus lenguas dominantes. El ucraniano occidental se asocia al nacionalismo y el ucraniano oriental al ruso. Dicha escisión cultural, -que Huntington ilustra con un mapa (p. 160) con una línea de fractura que recorre Ucrania de Norte a Sur y pasa por el mismo centro-, se puso de relieve políticamente en las elecciones presidenciales de 1994, tras la caída del Muro de Berlín. En ellas Leonid Kravchuk ganó en las provincias occidentales mientras su rival Leonid Kuchma ganó en las orientales por mayorías similares.

      A consecuencia de la manifestación de la escisión cultural en división política, empieza la lucha fratricida entre los ucranianos que llega hasta el inicio de la actual guerra civil en 2014, cuando surgen los movimientos pro-rusos separatistas en las provinciales orientales y se produce la anexión de la península de Crimea, sede de la flota rusa del Mar Negro, por decisión unilateral de Vladimir Putin. No obstante, debido a que ambas partes son pueblos eslavos con múltiples relaciones de lazos matrimoniales y fraternales entre ellos, se ha intentado evitar la escalada violenta del conflicto buscando el dialogo y la negociación en acuerdos como los de Minks. Pero parece que es muy difícil que se mantenga una unidad nacional ucraniana entre ambas partes. Por ello estalló la actual guerra, la cual parece conducir a una Ucrania política, cultural y territorialmente dividida entre una Ucrania oriental pro-rusa, que se sostiene por la fuerza militar de Moscu, y una Ucrania pro-europea, que solo puede mantenerse con el apoyo militar occidental, aunque sea indirecto y medido en función de no llegar al enfrentamiento nuclear. Una situación que nos parece menos probable, aunque no se puede descartar, es que Ucrania pase a ser enteramente pro-occidental o enteramente pro-rusa.

     Parece, por ello, que permanecerá como una nación fallida. No obstante, los problemas más difíciles a largo plazo serán los problemas de su desarrollo económico, debido a su dependencia energética y a su bajo nivel de vida. La búsqueda legítima de una mayor riqueza nacional e igualdad social le hace mirar al próspero capitalismo occidental, pues la dependencia rusa conlleva un desarrollo capitalista más estatalista e ineficiente, dominado por grandes oligarcas con estrechos vínculos estatales. Pero los fuertes lazos culturales del eslavismo y el cristianismo ortodoxo le hacen más difícil la integración en la cultura liberal de Occidente, pues la Iglesia Ortodoxa se separó del cristianismo católico de modo cismático ya en la Edad Media por una cuestión político-cultural decisiva: la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado. Curiosamente muchos ucranianos, sin embargo, fueron seguidores de la Iglesia uniata de ritos ortodoxos, pero obediencia Papal. La Iglesia Ortodoxa continua hoy subordinada al poder político en Rusia, como en los tiempos del zarismo, mientras que la Iglesia Católica se mantiene como un poder espiritual trans-estatal.

     Esto podría no ser un problema pues tampoco en el cristianismo protestante hay separación entre el poder religioso y el político, como ocurre en Inglaterra con su actual reina como cabeza de la Iglesia Anglicana. Pero Inglaterra, al declarar, tras su Revolución, la libertad de cultos en sus Leyes y separar el poder Legislativo del Ejecutivo, encontró una brillante formula para mantener la libertad de conciencia y de expresión entre sus nacionales. Cosa que parece que no es posible todavía en la Rusia de Putin. Evidentemente tampoco la Rusia de Putin es la antigua Unión soviética comunista, como algunos pretenden mantener para atizar más el fuego contra un demonizado Putin. Rusia ha hecho su transición a la democracia imitando por entonces a la exitosa Transición española en el paso incruento de una dictadura a una democracia. Otra cosa es que haya desembocado en una democracia fallida que encubre una autocracia. Pero ello podría decirse también de la actual Democracia española, la cual se está torciendo hasta unos límites de proliferación de autócratas regionales en Cataluña o el País Vasco que están saltándose las Leyes Constitucionales según su gusto y capricho y poniendo en peligro la propia unidad nacional de los españoles.

Manuel F. Lorenzo


miércoles, 6 de abril de 2022

Actualidad de George Orwell

      El modo en el que los Estados nacionales tenderían a desaparecer por la creación de nuevas estructuras políticas, que conduciría a una sociedad igualitariamente homogénea, de atomización y despersonalización individualista y solipsista, como es la sociedad occidental actual, fue ya previsto  por Francis Fukuyama con su visión del aburrido “fin de la historia”, en el que nada nuevo ocurre con el triunfo final de la democracia, creándose un vacío existencial que solo llenan la visión de vídeos y la cultura del entretenimiento, el cual exigiría el triunfo final de una forma de Estado liberal-democrático que se iría extendiendo paulatinamente por todo el Globo terráqueo y que podría acabar creando un único Estado Mundial. Sería la plasmación de la antigua Cosmópolis estoica del triunfo de una Humanidad igualitaria.

     Pero frente a esta visión algunas novelas futuristas habían pintado ya, sin embargo, con carácter sombrío, dicha situación, como fue el caso de la novela de George Orwell, 1984 (1949), en la que se insiste en el control absoluto de un individuo despersonalizado, no ya por un Estado Mundial, sino por tres Estados totalitarios presidido por un Gran Hermano,  que busca también la felicidad de la mayoría al precio de su libertad de pensar y actuar como individuo.

     La Idea de un Estado único mundial, sin embargo, como señaló Gustavo Bueno, es irreal, pues el Estado es un concepto político dialéctico que exige la co-determinación, la lucha y oposición con otros Estados. Sin ello no tiene sentido. No pude hablarse de Estado en singular, puesto que no hay Estado sin fronteras cerradas y determinadas por otro Estado. Por ello la novela de Orwell no contempla un futuro pacifico de la Humanidad englobada en un único Estado, como podía ser el que propone el globalismo democrático, sino el de la Guerra necesaria entre al menos tres grandes Estados (en la novela son denominados como Oceanía, del que forma parte Inglaterra, América, y el Sur de África, Eurasia con la Rusia soviética y Europa, y Asia Oriental con China, Japón y Corea).  

     George Orwell, quizás por su forma de pensar dialéctica, propia del marxismo que profesó, dibuja un Estado final no sustancializado y definitivo, como el que se da en el globalismo, sino que se lo representa, no ya como una estructura estática o hipostasiada, sino como una situación continuamente cambiante por medio de una guerra constante y externa entre tres grandes Estados, dos de los cuales se alían de modo rotatorio frente a un tercero, según pudo percibir ya en el sorprendente Pacto Germano-Soviético que se dio entre Hitler y Stalin y que se rompió con la Operación Barbarroja de la invasión de la Unión Soviética por Hitler, formándose a continuación la alianza de Inglaterra y USA con Stalin. Pero Orwell creía que tales pactos estaban sujetos a repetirse indefinidamente con lo que la situación no cambiaría en su estructura de fondo. Aparece aquí la Idea de un Estancamiento más bien que un Final de la Historia en el que, aunque sigue habiendo acontecimientos como guerras, aliados y enemigos, persecuciones de discrepantes, etc., sin embargo, la situación de la Humanidad no progresa, sino que se estabiliza en una repetición de sucesos, de inversión de papeles, en un nietzscheano “eterno retorno”. 

     Pero en Orwell la repuesta a esta situación final ya no es sublime, como lo pretendía la propia del romanticismo socialista son el triunfo final del proletariado, sino que tiene un carácter más bien siniestro, por deducir las consecuencias totalitarias y deshumanizadoras de las ideologías del Progreso técnico-social, deviniendo tal progreso en un repetición indefinida de una situación hoy denominada precisamente como “orwelliana”, presentada demagógicamente bajo el disfraz ideológico de un humanismo benefactor.

     En el fondo, los Tres Grandes Estados de la novela de Orwell,  -en lo que se pueden ver algunas anticipaciones de los actualmente llamados “Estados Continentales” por su tamaño y poder en armamento nuclear: los Rusos, Chinos y Norteamericanos de la multipolar situación actual-, los cuales serían más parecidos que diferentes en tanto que tenderían a un control completo de los individuos mediante las técnicas informáticas de vigilancia y la utilización del poder de una propaganda mediática aplastante, con su “Ministerio de la Verdad”, que difundiría las hoy llamadas fake news y la falsificación continua de la “memoria” histórica, como ya hacían los comunistas soviéticos y los nazis. En tal sentido Orwell habría sido profético cuando en 1984 pinta un modelo único de Estado que se realiza dialécticamente en Tres Estados diferentes y contrapuestos, como una identidad de los opuestos de la llamada filosofía dialéctica marxista pues, aunque Estados enfrentados a muerte, su lógica de funcionamiento es la misma en los tres: continua Guerra fría o caliente, Ministerio de la Verdad, fake news, satanización de los críticos como anti-sistema, etc.

Manuel F. Lorenzo