viernes, 24 de agosto de 2018

La Constitución acuchillada por un hecho

Herbert Spencer, el pensador mundiálmente leído de la época victoriana, fue uno de los grandes filósofos ingleses, aunque hoy esté prácticamente olvidado incluso en su propio país. Solo Margaret Thatcher se acordó de sus propuestas liberales de limitar la creciente estatalización de la vida pública con la pretensión, manifestada ya en su tiempo por Spencer, de privatizar hasta el servicio de Correos. Autor de una filosofía sistemática, era un modelo de filósofo positivista que todo lo analizaba y trataba de explicar de modo racional. Se decía de Spencer que “no era un hombre; era un intelecto”. Sin embargo, algo de hombre si tenía, pues llegó a mantener una relación amorosa con la famosa poetisa y novelista George Eliot. Además, lejos de llevar una vida de filósofo anacoreta, Spencer solía recalar por las tardes en el Ateneo, el gran club literario londinense, situado hoy todavía cerca de Picadilly Circus, donde jugaba al billar y conversaba con ilustres conocidos como Thomas Huxley, el llamado “bulldog de Darwin”. Huxley, al enterarse de que Spencer había escrito una tragedia, no pudo menos de exclamar jocosamente que la idea de una tragedia de Spencer debía consistir en algo así como “una deducción asesinada por un hecho”.

Una idea similar de tragedia nos puede servir para entender lo que que algunos ven en la crítica situación española en la que nos encontramos: un imponente edificio constitucional, aprobado en 1978, basado en unos Principios jurídicos propios de un régimen democrático-liberal, de los cuales se deducen con racionalidad unas normas de la convivencia política que son finalmente acuchilladas, en la Autonomía catalana y otras, por un “hecho” político, el separatismo creciente. El asesinato empezó por las normas lingüísticas, marginando al idioma español común, el castellano; se continuó con la eliminación de la enseñanza de la Historia común a los españoles, y está acabando con la persecución de los propios derechos ciudadanos comunes a la nación. Si queremos entender tal hecho asesino, habrá que preguntar por su génesis, por cómo se ha llegado a semejante situación. Hay que volver, por ello, a recordar el origen de todo esto para romper el maleficio que parece paralizar hasta a Presidentes del Gobierno, como vimos en el caso más sorprendente del señor Rajoy, imagen triste de la impotencia, que alcanza rasgos surrealistas, de todo un Estado ante la rebelión de una minoría separatista fanatizada. 

Decimos surrealista porque nos viene a la memoria una situación similar de una famosa película de Luis Buñuel, El Angel Exterminador, en que se produce un hecho inesperado que impide abandonar la casa, de modo incomprensible, como si de un sortilegio se tratara, a unos miembros de la alta sociedad, reunidos en una mansión durante una velada nocturna. La situación se va degradando hasta unos límites que muestran las bajezas propias de la condición humana. Entonces, a alguien se le ocurre recordar el momento en que se produjo el encierro que les impide salir de la casa. Se da cuenta que eso ocurrió cuando una pianista interpretaba una pieza musical. Tratan entonces de volver a repetir la escena consiguiendo vencer el sortilegio y salir de la mansión, en torno a la cual la policía y las multitudes se habían agrupado masivamente alertados por la extraña situación. De la misma manera que en la película, debemos volver a recordar cuando se produjo el momento en que el Gobierno de la nación empezó a estar preso de los separatistas. De tal forma que, repitiendo ese momento, podamos ver claramente la forma de conjurarlo y encontrar la salida de la trágica situación en que nos encontramos.

Dicho momento tuvo lugar cuando no se encuentra más solución para acceder al gobierno nacional que los pactos con los denominados partidos nacionalistas, eliminado y desprestigiado un Adolfo Suarez que, al margen de sus aciertos y errores, representaba al comienzo de la Transición un potente electorado de centro por primera vez en la Historia de la democracia en España. De esos polvos vienen, de modo imprevisto para tantos, los lodos de la actual rebelión separatista y de la parálisis del Gobierno de la nación. La culpa última no está en uno u otro partido, sino en el poder soberano propio de una democracia, que es el voto del elector conformador de las mayorías parlamentarias de las últimas décadas. Ese elector se ha caracterizado por apoyar mayoritariamente posiciones de izquierda (PSOE) o de derecha (PP), pero ha despreciado todas las propuestas de volver al centro. Eso ha ocurrido de forma continuada en las últimas décadas y solo en las últimas encuestas parece que ese voto está cambiando de forma espectacular hacia un partido o movimiento, como Ciudadanos, que busca la reconstrucción del espacio político de centro. Quizás sea este el sortilegio que nos hará salir de la situación de impotencia en que se encuentra el Gobierno central.


Artículo publicado en El Español (6-6-2018) 

viernes, 10 de agosto de 2018

Desenterrar a Franco


El actual Presidente, Pedro Sánchez, se propone desenterrar a Franco de su tumba del Valle de los Caídos. Su decisión puede ser vista como una maniobra de distracción de los graves problemas que nos siguen aquejando, como la actitud de continuar el camino hacia la separación de Cataluña del actual presidente Torra, o el tratar de contentar a sus socios de Gobierno, como Podemos y los propios separatistas. Pero también se puede considerar, desde otra perspectiva, como la actitud propia de un aprendiz de brujo que desata fuerzas que después no puede controlar. Pues inevitablemente se está ya empezando a producir un debate que acabará llegando a la opinión pública, por mucho que, a excepción de Internet, la mayoría de la opinión publicada en los grandes medios se considere antifranquista y por tanto no va a salir en defensa del ilustre enterrado. Pues el debate está empezando a cuestionar, en libros de gran tirada, como los de Pio Moa y otros, los mitos y mentiras sobre la figura de Franco y de su largo Régimen dictatorial.

Mitos que los historiadores, salvo raras excepciones, no se han preocupado de combatir con rigor y metodología científica, dejando el espacio libre para el predominio de los que podemos denominar “cronistas” de la izquierda, cuyos relatos parten ya del supuesto de que el progreso lo representaba el socialismo, el comunismo y el separatismo, mientras que el franquismo no era más que un freno histórico y una vuelta a la caverna. Un cronista se diferencia de un historiador en que, como en la Edad Media, relata los hechos sucedidos siempre en beneficio de mantener el prestigio de su señor, al que sirve, mientras que un historiador, buscando el contraste con fuentes seguras e independientes, trata de reconstruir en lo posible lo que verdaderamente sucedió, caiga quien caiga. Los científicos deben ser, en tal sentido, como decía Fichte de los filósofos, sacerdotes del templo de la verdad y no meros cronistas o propagandistas al servicio de los políticos de turno. 

Después de transcurrido casi medio siglo, desde el final del franquismo, parece llegado el momento de la verdad histórica, a pesar de los intentos por parte de la izquierda, con el consentimiento del PP de Rajoy y el silencio de otros, de establecer una “verdad” por la Ley de la Memoria Histórica, con la que se apuesta más por los cronistas que por los verdaderos historiadores, a los que se trata de amenazar incluso con multas y cárcel por enaltecer el Régimen franquista. Todo se andará en la época de las fake news, pero la verdad, como tal, siempre ha demostrado ser muy tozuda. De momento, por lo que está saliendo a la luz, en estas revisiones históricas espoleadas inevitablemente por la caída del Muro de Berlín y el fracaso del socialismo y comunismo soviéticos, la figura de Franco es vista como alguien que nos libró con su victoria en la Guerra Civil de semejante pesadilla. Por otra parte, aunque Franco se vistió de fascista y buscó la alianza con Hitler por necesidades militares, su Régimen fue calificado más precisamente, no de “fascista”, sino de “autoritario”, por sociólogos de prestigio como Juan Linz. Pues Franco, a diferencia de Hitler, Mussolini o el propio Stalin, no fue un político, sino un militar de prestigio. 

Su Régimen puede ser calificado más de bonapartismo que de terrorismo jacobino, como fue el caso de Hitler o Stalin. Pero se diferencia del corso en que sus victorias militares no tuvieron carácter continental, sino que se redujeron a España. En esto recuerda más al vencedor de la Guerra Civil inglesa Oliver Cromwell. Pues este también se consideró un vencedor en lo que entendía como “cruzada” de los puritanos contra los católicos. Cromwell, cuyo cadáver fue desenterrado y su cabeza colgada de una pica en el centro de Londres, cuando se restauró la monarquía católica de los Estuardo con Carlos II, fue sin embargo rehabilitado posteriormente como el que puso las bases con la creación de la Commonwealth de la posterior hegemonía inglesa en los mares. Hoy tiene una estatua en Londres. 

Franco se parece a Cromwell en su dureza y en su proyección de futuros progresos, al poner las bases económicas de una riqueza nacional inédita, con la modernización de España, elevándola a figurar entre los diez países más industrializados del mundo. La transición a la democracia no debería olvidar que no hubiese sido posible de la forma pacífica en que lo hizo sin la extensa clase media creada en el desarrollismo franquista. Jacobo II quiso restaurar el catolicismo en Inglaterra y fue derrocado por el golpe de Estado de Guillermo de Orange, inicio de la monarquía democrática inglesa. Si Pedro Sánchez y sus socios de gobierno pretenden volver a restaurar la República quizás se encuentren con los votos ascendentes (las espadas de la democracia) de los españoles crecientes en número que luchan por mantener, junto con la Monarquía democrática, la unidad e identidad de España. 


Artículo publicado en El Español (20-7-2018)