Volver a leer a los clásicos
puede ayudarnos a entender la realidad actual, si sabemos renovar sus profundos
análisis. Uno de estos clásicos es el filósofo griego Platón. En su famosa obra
La República, que es lo que los griegos y romanos entendían por el
Estado entonces, propone una explicación de la génesis de las diversas formas de
gobierno por las que había transcurrido la sociedad griega, incluyendo la
democracia como novedad histórica. Así
considera que, partiendo de la Aristocracia como el gobierno de los mejores o
más sabios, pronto se produce una degeneración militarista en la que predominan
los más valientes, la Timocracia presidida por la virtud del honor asociada al
valor guerrero y no a la prudencia del sabio. A su vez esta degenera en
Oligocracia o gobierno de los más ricos en la que la valentía es sustituida por
la riqueza de una minoría como el valor supremo, a costa del empobrecimiento de
la mayoría, lo que provocará su rebelión instaurándose la Democracia o gobierno
del pueblo. La virtud que prevalece en la democracia es la virtud de la
mayoritaria clase productora, la concupiscencia, la cual conduce a la búsqueda
del placer de cada uno para sí, con lo que la democracia degenera en anarquía y
demagogia, para salir de la cual, finalmente, el propio pueblo, cansado del
caos, buscara concentrar el poder en un tirano. La tiranía debería conducir de
nuevo a la Aristocracia, tal como el propio Platón lo intentó con Dionisio de
Siracusa, fracasando.
La influencia de Platón y Aristóteles
llegará todavía a autores como Ciceron y sus brillantes aplicaciones del platonismo
en sus tratados La Republica y Las Leyes, del mismo título que
las obras platónicas, dedicados a explicar el gran poder alcanzado por la
Republica romana al basarse en una combinación de democracia (Tribunos de la
Plebe), aristocracia (Patriciado) y monarquía (Cónsules), tal como preconizaba
la mezcla platónica de Las Leyes. Pero la república democrática romana
defendida por Cicerón también fracasó y Roma se orienta con Cesar, y su sucesor
Augusto, hacia la dictadura prevista por Platón. Y es precisamente en el seno
de dicho imperio dictatorial romano donde se produce una recepción de la herencia
filosófica griega representada principalmente por estoicos, epicúreos y
neoplatónicos. Dicha herencia será incorporada, de forma original al mezclarse
con las crencias cristianas, por San Agustin y otros, dando lugar a la Iglesia
Católica como una organización del poder espiritual concentrado en una aristocracia de los más sabios que, tras la caída
de Roma, influye en la configuración de una sociedad medieval de sabios, guerreros
y campesinos, que representan un primer ejemplo histórico de la Republica platónica.
La Iglesia conseguirá subordinar, no sin tensiones y crisis como la cuestión de
las Investiduras, a su servicio a guerreros y campesinos creando un orden
social estable y de larga duración en Europa. Dicho orden medieval pondrá las bases
del nacimiento de la sociedad moderna, como mantiene el positivismo de Saint-Simón
frente al desprecio lleno de ignorancia de Voltaire hacia la “oscura” época
medieval. Platón habría ganado una batalla después de muerto, pues su propuesta
del gobierno de los filósofos se cumple con el predominio en la Iglesia Católica
de los filósofos escolásticos con su mezcla de Platón y Aristóteles con los
dogmas cristianos. Por eso Nietzsche decía que el Cristianismo es una forma de
platonismo.
Podemos actualizar el análisis cíclico platónico
de la sucesión de las formas de poder o gobierno. Si consideramos la época
medieval una época de gobierno Aristocrático en sentido platónico, esta entra
en crisis con la división que introduce el Protestantismo en la Iglesia, la
cual coincide con la creación del Imperio más poderoso del Renacimiento europeo,
el Imperio español. En términos platónico sería el paso de un gobierno de
sabios al gobierno de los guerreros basado en el predominio del valor (Timocracia)
y del honor conseguido a través de la valentía (timos). Por eso destaca España
por sus conquistadores y sus caballeros intrépidos y nobles. Pero Platón afirma que a la
Timocracia sucede la Oligarquía en la que predomina el gusto por el disfrute de
las riquezas y el abandono de los ideales guerreros. Ello empieza a ocurrir con
la decadencia española de los Austrias y se desarrolla sobre todo en la rica Francia
versallesca de Luis XIV y en la Inglaterra que se enriquece con la confiscación
por los nobles de los monasterios católico y con la piratería. Pero el aumento
de las desigualdades sociales que ello conlleva, reduciendo a la miseria a gran
parte de la población, llevará, cumpliéndose la predicción de Platón, al
estallido de las revoluciones democráticas: primero la inglesa y luego la americana y la francesa.
La Democracia está basada, según Platón, en
la búsqueda concupiscente del placer, lo cual conduce a un individualismo anárquico
que acabará por provocar el deseo “populista”, como se dice hoy, de un dictador.
Ello parece que está empezando a suceder en la actual democracia más poderosa
del mundo con el ascenso al poder de Donald Trump. Por ello USA, el único
imperio global hoy realmente existente, recuerda a la antigua Roma en su época
de crisis de la República, comparada brillantemente con la situación actual de
Europa por David Engels en su obra Le déclin (2014). No obstante, Platón
solo conoció la democracia griega, que era muy imperfecta y no disponía, como
la actual, de poderosos contrapoderes, jurídicos, económicos, etc. Por ello
bastará que se acentúe la tendencia presidencialista frente al parlamentarismo
para transformar autoritáriamente la democracia americana, sin necesidad de una
dictadura militar. Dictadura que hoy sería inviable en una compleja sociedad
cuyo poder ya no reside en la conquista militar y la explotación de otros, como
ocurría en el antiguo Imperio romano, cuanto en la explotación de las fuerzas naturales
por la ciencia y la distribución de la riqueza a través de los instrumentos que
proporciona la moderna ciencia económica. Queda sin embargo pendiente la
cuestión platónica del ascenso de un nuevo poder filosófico o “espiritual” que confiera
una larga duración y estabilidad a la organización científico-industrial moderna
de la sociedad y que, surgiendo de esta, permita superar el nihilismo o vacío
espiritual provocado por el predominio de una producción tecnológica al servicio
del mero consumismo hedonista, que amenaza incluso a la propia Naturaleza explotándola
de una forma sin limite, como muchos coinciden en reprocharle.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (6-8-2019).
En algún lugar he leído que la historia de Occidente habría sido otra si la bicefalia de la Cristiandad medieval se hubiera resuelto en favor de los gibelinos, esto es, aminorar el poder del Obispo de Roma y conservar toda la sacralidad y preeminencia moral del Emperador. Un Occidente federal gobernado no por un déspota sino por una máxima autoridad moral que pacta y modera (con ayuda de los caballeros) con los otros cuerpos intermedios. El despotismo moderno nace con los ataques al Sacro Imperio y al Imperio Español. La intromisión clerical en la política a ras de suelo, el Papa como "Jefe de Estado" fue tan destructivo para el catolicismo como la misma existencia de los protestantes, de Francia como reino y de la depredación inglesa.
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