sábado, 15 de abril de 2023

España necesita un nuevo partido bisagra


 

     Ciudadanos fue el último de los partidos que parecía destinado a cumplir en la política española el papel de un nuevo partido bisagra que sirviese para enmendar el destructivo rumbo para la unidad e identidad nacional española que la actual bisagra de partidos separatistas vasco-catalanes llevan ejerciendo desde hace varias décadas. No sabemos si Ciudadanos desaparecerá electoralmente en los próximos comicios que se avecinan o quedará como un pequeño partido con representación parlamentaria. La huida de muchos de sus actuales diputados o dirigentes al PP no sería tan mala para el partido pues podría permitir la corrección de una funesta política fomentada por Albert Ribera que aun, manteniendo su rechazo del separatismo catalán y vasco, sin embargo, asumió erróneamente, a nuestro juicio, una política globalista similar a la que mantienen tanto PP como PSOE. Ribera llevó a Ciudadanos al colapso electoral y una violenta crisis interna en la que todavía permanece sumido.  Su error principal: la apuesta por el globalismo europeísta actualmente dominante en la UE.

No se trata ahora de cambiar el globalismo por un nacionalismo españolista irredento al estilo de VOX, sino de una defensa de la soberanía de la nación española en el marco de una Europa de las Naciones como pensaba Ortega y Gasset, al que parece que solo se cita de oídas a pesar de ser nuestro principal filósofo español defensor de una democracia liberal. Si fuese más leído, se vería que Ortega, junto con Marañón, Antonio Machado y Perez de Ayala en la Agrupación al Servicio de la República, defendió un Autonomismo más razonable y jurídicamente preciso que el que tenemos, pues mantuvo que no se debía transferir las competencias en Educación y Justicia ya que sus valores, la Verdad, el Bien, no son valores locales, sino universales.

Ortega pronunció en un discurso en Bilbao la famosa frase “España es el problema, Europa la solución”, que tanto se cita sin tener en cuenta que Ortega se refiere principalmente a una integración en “instituciones” europeas como la Ciencia y la Filosofía modernas. Solo después de la Iª y IIª Guerras Mundiales se planteará Ortega el problema de la reconstrucción de una Europa políticamente unida, optando por una Europa de las Naciones y no por una UE Globalista como la actual, que pretende destruirlas por medio del multiculturalismo y una masiva inmigración ilegal permitida y fomentada desde Bruselas. Es curioso que el origen de Ciudadanos de Cataluña estuvo en la decisión de un amplio grupo de intelectuales y artistas, como Félix de Azua, Boadella, Ovejero, etc., por lo que es un partido surgido de una élite intelectual y no del pueblo. 

Los partidos populistas o de arraigo popular son necesarios y en España tenemos dos como PSOE y PP que cubren con continuidad ese espectro del voto democrático. Pero en una democracia liberal y no absolutista, dicho voto parlamentario debe estar limitado en las cuestiones que solo puede entender una élite intelectual, en el sentido de Ortega. Ese sería un voto minoritario, ciertamente, porque solo a una pequeña parte de la población, aquí y en toda sociedad civilizada, le está reservado, por diferencia inevitable en las capacidades y estudios profesionales, el conocer la realidad de las difíciles cuestiones planteadas con cierto rigor y garantías de encontrar soluciones que serían beneficiosas para la propia mayoría electoral. Pero, Albert Ribera cometió el error de caer en el populismo necesario para transformar Ciudadanos en un partido mayoritario.

Por ello, dado que parece que hay una persistencia tozuda en el electorado español de mantener dos grandes partidos que conforman una especie de bipartismo imperfecto, ya que la irrupción espectacular de grupos como Podemos y Vox parece declinar, y salvando que ocurran situaciones catastróficas que lleven a enfrentamientos violentos, solo queda la posibilidad de frenar la descomposición y ruptura de la nación por medio de la aparición de un partido que encarne este nuevo liberalismo democrático, que procede en España de Ortega y Gasset, surgido a su vez de los profundos análisis sobre la democracia moderna del famoso libro La Democracia en América de Alexis de Tocqueville. Aquí hay muchos que no saben todavía que el liberalismo democrático de Locke y Adam Smith, que luchaba contra el feudalismo, fue vigorosamente reformado por el filósofo inglés Herbert Spencer en su famoso libro El individuo contra el Estado, donde escribió que “la superstición política del pasado era el derecho divino de los reyes: la de hoy es el derecho divino de los Parlamentos”. Hoy los Parlamentos encarnan un nuevo poder absoluto en la versión dominante de una democracia fundamentalista, como la llamaba Gustavo Bueno. Es tarea del liberalismo democrático de hoy limitar ese nuevo absolutismo político. Pero ese límite ahora, sin que se destruya, la democracia, solo lo puede poner un nuevo poder arbitral, el poder de la minoría de intelectuales y sus seguidores de la que hablaba Ortega.

Manuel F. Lorenzo