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viernes, 13 de diciembre de 2019
martes, 12 de noviembre de 2019
La civilización europea y la griega
Hoy
asistimos a una crisis abierta en la Unión Europea por la petición de salida de
una de las grandes naciones constituyentes fundamentales de la civilización
europea occidental, como es Inglaterra, con el famoso brexit.
Ello está llevando a discusiones de fondo sobre lo que es Europa, no solo como
espacio político, sino como agente cultural creador de
importantes valores civilizatorios que han permitido la
existencia de la actual Civilización Occidental que incluye los territorios más ámpliamente industrializados y desarrollados del Globo terráqueo. Hay muchas
formas de preguntarse por lo que es Europa, pero aquí vamos a intentar
responder a ello buscando algunas analogías que mantiene con la Civilización
Griega, de la cual en parte procedemos.
Los
historiadores, cuando hablan de Grecia, no la presentan como una civilización
homogénea, sino que presentan a dos ciudades-estados, Esparta y
Atenas, como dos modelos políticos enteramente opuestos, pero ambos
claves, en la explicación del desarrollo de dicha civilización. Esparta tuvo su
gran legislador Licurgo y Grecia tuvo a Solón, los cuales concibieron dos modelos de Estado muy diferentes y en gran
parte opuestos, con el predominio de la organización militar en Esparta, por el
peligro que representaron los Mesenios, y el predominio del comercio y el
cultivo de las artes en Atenas, debido a su carácter marítimo.
Europa
también puede ser vista de forma no homogénea como una civilización en la que
dos Monarquías nacionales, como la española y la inglesa, crearon dos modelos
de Estado opuestos, la Monarquía Absoluta española y la Monarquía Parlamentaria
inglesa, las cuales, tras la creación de sus respectivos Imperios, fueron decisivas en frenar y neutralizar la amenaza islámica (primero
España con su Reconquista y su Lepanto y, finalmente Inglaterra, con la
destrucción del Imperio Turco en la I Guerra Mundial). Dicha amenaza islámica
puede compararse a la que representaron para los griegos los temibles ejércitos persas, que amenazaron con
destruirlos y someterlos, pero fueron frenados por los espartanos en el paso
delas Termópilas permitiendo así la decisiva derrota naval de Salamina por la
flota comandada por Temístocles.
La
Monarquía Absoluta española establecida por los Reyes
Católicos, llevada a su máximo poder y expansión con Felipe II, fue
el primer modelo de Estado moderno centralizado y burocratizado que se creó en
Europa, imitado después por países como Francia y otros. Inglaterra, tras
fracasar su imitación de dicho modelo absolutista, ensayada desde Enrique VIII
a los Estuardo, hará triunfar, tras el enfrentamiento del Parlamento con sus
reyes absolutistas, la Monarquía Parlamentaria, teorizada por auténticos nuevos
legisladores como John Locke. Dicho modelo permitió, mejor que el español,
el desarrollo de la industria y el comercio junto con
las nuevas ciencias y la filosofía. Con él, Inglaterra acabaría imponiéndose
como potencia hegemónica en Europa, desplazando a España y a una Francia
aspirante a tal función tras las guerras religiosas entre protestantes y
católicos que asolaron Europa desde el Renacimiento.
Aunque
España no fue plenamente derrotada, pues mantendrá la mayor parte de su Imperio
hasta las guerras napoleónicas, sin embargo su influencia decaerá de forma
notable. España, como Esparta, destacó por sus grandes conquistadores y por la
efectividad de sus famosos tercios y su poder marítimo. En Inglaterra
predominó, como en Atenas, el carácter comerciante y el
fomento de las artes y las ciencias que condujeron a su
Revolución Industrial. Pero lo mismo que Esparta y Atenas acabaron siendo
rebasadas por otros modelos de Estado diferentes y que se demostraron más
poderosos, como la Macedonia de Alejandro y finalmente Roma, la superación de
la Monarquía se va a intentar primero con el modelo de República
presidencialista francesa que acabará imponiéndose con la Tercera República y
después con el ascenso en la I y la II Guerra Mundial de la República
Presidencialista de EEUU.
Un
modelo que introduce la compleja separación de poderes de Montesquieu, con un
poder presidencial que, sin pasar por el Parlamento, deriva directamente del
ciudadano permitiendo sortear las crisis a que conducirá el parlamentarismo
inglés con la extensión del voto a un elector masificado y proclive a ser presa
de los demagogos, junto con la reducción creciente del papel de su Corona a una
función meramente decorativa. Por eso se tiende a ver EEUU como una nueva Roma que pasa a hegemonizar el
liderazgo en la civilización llamada Europeo Occidental desde América, a través
de la OTAN y de otras organizaciones, aunque estén surgiendo grietas, como la
de la crisis de la propia Unión Europea, por el ascenso de las ideologías
multiculturalistas fomentadas desde la ONU, además del ascenso de una poderosa
y gigantesca economía como la que hoy representa China tras las reformas de
Deng Xiaoping.
Artículo publicado en El Español (9-10-2019)
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miércoles, 9 de octubre de 2019
Sobre la superación de la Leyenda Negra
Ante la superación de la denominada
“leyenda negra”, que brillantemente proponen actualmente algunos en España,
como Iván Velez o Maria Elvira Roca-Barea, es importante evitar caer sin darse
cuenta de nuevo en la leyenda rosa. Sobre todo cuando se propone salirse de
Europa para aventurarse de nuevo en la creación de una Federación o
Confederación política con los Estados Hispanoamericanos, como hace el propio
Gustavo Bueno en su influyente España frente a Europa. Pero hay que distinguir
Europa como Civilización, en el sentido de Ostwald Spengler, renovado por S.
Huntington, del circunstancial Club de la Unión Europea actual.
Pues, en el
primer sentido, toda América es una prolongación de la cultura y las
tradiciones políticas europeas, desde Canada y USA a Chile y Argentina. Las antiguas
civilizaciones precolombinas han sido sustituidas por la civilización
occidental europea, aunque queden restos sincretistas todavía que se intentan
resucitar con las ideologías indigenistas. Precisamente la única justificación
que puede tener la violencia que hubo en tal conquista está en que supuso el
paso de unas civilizaciones precientíficas, a una civilización como la europea,
heredera de la superior ciencia y filosofía griega mezclada con una religión
más humanista como es el Cristianismo occidental, sustituta de religiones que
precisaban de cruentos sacrificios humanos.
Por ello el
Imperio Español no puede ser equiparado al Imperio Inca o al Persa. Sus
diferencias con el Imperio Inglés son de otro tipo pues ambos son desarrollos
sucesivos de la propia alta Cultura europea, forjada en común en el Medievo.
Dichos Imperios, como poderosas institucionales militares, tienen también
“alma”, en el sentido comtiano de un “poder espiritual” separado del “poder terrenal”. Dicho
poder no es ciertamente el poder de la espada, sino el poder que guía en último
término, en compleja dialéctica, a la propia espada. Dicho poder lo representó
para el Imperio español la Iglesia Católica con sus Doctores de la brillante
Neoescolástica Española. Pero, al surgir una filosofía moderna como la
cartesiana, se produjo un principio de crítica y de superación de la filosofía
aristotélico-escolástica en partes suyas esenciales, como la astronomía, la
teoría del conocimiento, la metafísica, etc., debido a la aparición de la
matemática algebraica que no existía en la época de Platón y Aristóteles.
Con ello se
crea un nuevo “poder espiritual” de filósofos y científicos que arrinconará
paulatinamente al de los escolásticos y minará el poder de la Iglesia, ya muy
debilitado por la propia división puramente religiosa entre Protestantes y
Católicos. De ahí que el conde de Saint-Simon interprete la Revolución Francesa
como la sustitución de la Alianza entre el Trono y el Altar por la nueva
Alianza de los industriales, científicos y filósofos positivos. Por ello se
puede afirmar, como hace Bueno, que el sujeto de la Historia son los pueblos o naciones organizados
en grandes Imperios o Federaciones, pero guiados por una serie
de valores intelectuales compartidos, que no se reducen a meros reflejos
mecánicos de sus intereses materiales, sino que solo pueden ser el resultado de
la existencia de poderes separados relativamente de dichos intereses y capaces
de construir unas constelaciones ideológico-culturales que engranen con la
realidad y, tras la revoluciones científicas, con amplias franjas de verdad.
Pues los valores supremos de tales civilizaciones, con raíces comunes, aunque
con diferente desarrollo, son un componente esencial que marca los límites
fronterizos últimos de los grupos humanos. Son los círculos culturales máximos
que pueden ser trazados.
De ahí que el
actual conflicto que se presenta a la Civilización Occidental, tras el
despertar del sueño de un fin democrático y homogéneo de la Historia, como
creía Fukuyama, sea el denominado por Samuel Huntington como “choque de
civilizaciones”. Pero el muticulturalismo dominante, inspirado en los ideales
de un humanismo cosmopolita acrítico e ignorante de la tozuda realidad de las
fronteras cree, cual paloma platónica, que puede elevar a la humanidad a un
vuelo universalista sin la resistencia de las peligrosas turbulencia
fronterizas. No comprende que la única forma de progresar en dicha
universalidad es a través de fronteras que solo se pueden fijar desde dentro de un gran proyecto político
cultural antrópico, que puede arrancar de un minúsculo estado
hasta alcanzar el tamaño máximo de una Civilización, de la misma manera que
desde una organismo unicelular se puede alcanzar a la generación de las
especies cada vez más diferenciadas y en competencia entre sí. La única
diferencia es que en la adaptación a la naturaleza, los choques entre los
grupos humanos puede escapar a los crueles rigores de la lucha animal, en tanto
que, mediante la técnica y la ciencia, somos nosotros quien podemos adaptar la
naturaleza a nuestras necesidades.
Artículo publicado en El Español (14-9-2019)
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Leyenda Negra,
M.E.Roca-Barea
lunes, 9 de septiembre de 2019
El ciclo platónico del poder
Volver a leer a los clásicos
puede ayudarnos a entender la realidad actual, si sabemos renovar sus profundos
análisis. Uno de estos clásicos es el filósofo griego Platón. En su famosa obra
La República, que es lo que los griegos y romanos entendían por el
Estado entonces, propone una explicación de la génesis de las diversas formas de
gobierno por las que había transcurrido la sociedad griega, incluyendo la
democracia como novedad histórica. Así
considera que, partiendo de la Aristocracia como el gobierno de los mejores o
más sabios, pronto se produce una degeneración militarista en la que predominan
los más valientes, la Timocracia presidida por la virtud del honor asociada al
valor guerrero y no a la prudencia del sabio. A su vez esta degenera en
Oligocracia o gobierno de los más ricos en la que la valentía es sustituida por
la riqueza de una minoría como el valor supremo, a costa del empobrecimiento de
la mayoría, lo que provocará su rebelión instaurándose la Democracia o gobierno
del pueblo. La virtud que prevalece en la democracia es la virtud de la
mayoritaria clase productora, la concupiscencia, la cual conduce a la búsqueda
del placer de cada uno para sí, con lo que la democracia degenera en anarquía y
demagogia, para salir de la cual, finalmente, el propio pueblo, cansado del
caos, buscara concentrar el poder en un tirano. La tiranía debería conducir de
nuevo a la Aristocracia, tal como el propio Platón lo intentó con Dionisio de
Siracusa, fracasando.
La influencia de Platón y Aristóteles
llegará todavía a autores como Ciceron y sus brillantes aplicaciones del platonismo
en sus tratados La Republica y Las Leyes, del mismo título que
las obras platónicas, dedicados a explicar el gran poder alcanzado por la
Republica romana al basarse en una combinación de democracia (Tribunos de la
Plebe), aristocracia (Patriciado) y monarquía (Cónsules), tal como preconizaba
la mezcla platónica de Las Leyes. Pero la república democrática romana
defendida por Cicerón también fracasó y Roma se orienta con Cesar, y su sucesor
Augusto, hacia la dictadura prevista por Platón. Y es precisamente en el seno
de dicho imperio dictatorial romano donde se produce una recepción de la herencia
filosófica griega representada principalmente por estoicos, epicúreos y
neoplatónicos. Dicha herencia será incorporada, de forma original al mezclarse
con las crencias cristianas, por San Agustin y otros, dando lugar a la Iglesia
Católica como una organización del poder espiritual concentrado en una aristocracia de los más sabios que, tras la caída
de Roma, influye en la configuración de una sociedad medieval de sabios, guerreros
y campesinos, que representan un primer ejemplo histórico de la Republica platónica.
La Iglesia conseguirá subordinar, no sin tensiones y crisis como la cuestión de
las Investiduras, a su servicio a guerreros y campesinos creando un orden
social estable y de larga duración en Europa. Dicho orden medieval pondrá las bases
del nacimiento de la sociedad moderna, como mantiene el positivismo de Saint-Simón
frente al desprecio lleno de ignorancia de Voltaire hacia la “oscura” época
medieval. Platón habría ganado una batalla después de muerto, pues su propuesta
del gobierno de los filósofos se cumple con el predominio en la Iglesia Católica
de los filósofos escolásticos con su mezcla de Platón y Aristóteles con los
dogmas cristianos. Por eso Nietzsche decía que el Cristianismo es una forma de
platonismo.
Podemos actualizar el análisis cíclico platónico
de la sucesión de las formas de poder o gobierno. Si consideramos la época
medieval una época de gobierno Aristocrático en sentido platónico, esta entra
en crisis con la división que introduce el Protestantismo en la Iglesia, la
cual coincide con la creación del Imperio más poderoso del Renacimiento europeo,
el Imperio español. En términos platónico sería el paso de un gobierno de
sabios al gobierno de los guerreros basado en el predominio del valor (Timocracia)
y del honor conseguido a través de la valentía (timos). Por eso destaca España
por sus conquistadores y sus caballeros intrépidos y nobles. Pero Platón afirma que a la
Timocracia sucede la Oligarquía en la que predomina el gusto por el disfrute de
las riquezas y el abandono de los ideales guerreros. Ello empieza a ocurrir con
la decadencia española de los Austrias y se desarrolla sobre todo en la rica Francia
versallesca de Luis XIV y en la Inglaterra que se enriquece con la confiscación
por los nobles de los monasterios católico y con la piratería. Pero el aumento
de las desigualdades sociales que ello conlleva, reduciendo a la miseria a gran
parte de la población, llevará, cumpliéndose la predicción de Platón, al
estallido de las revoluciones democráticas: primero la inglesa y luego la americana y la francesa.
La Democracia está basada, según Platón, en
la búsqueda concupiscente del placer, lo cual conduce a un individualismo anárquico
que acabará por provocar el deseo “populista”, como se dice hoy, de un dictador.
Ello parece que está empezando a suceder en la actual democracia más poderosa
del mundo con el ascenso al poder de Donald Trump. Por ello USA, el único
imperio global hoy realmente existente, recuerda a la antigua Roma en su época
de crisis de la República, comparada brillantemente con la situación actual de
Europa por David Engels en su obra Le déclin (2014). No obstante, Platón
solo conoció la democracia griega, que era muy imperfecta y no disponía, como
la actual, de poderosos contrapoderes, jurídicos, económicos, etc. Por ello
bastará que se acentúe la tendencia presidencialista frente al parlamentarismo
para transformar autoritáriamente la democracia americana, sin necesidad de una
dictadura militar. Dictadura que hoy sería inviable en una compleja sociedad
cuyo poder ya no reside en la conquista militar y la explotación de otros, como
ocurría en el antiguo Imperio romano, cuanto en la explotación de las fuerzas naturales
por la ciencia y la distribución de la riqueza a través de los instrumentos que
proporciona la moderna ciencia económica. Queda sin embargo pendiente la
cuestión platónica del ascenso de un nuevo poder filosófico o “espiritual” que confiera
una larga duración y estabilidad a la organización científico-industrial moderna
de la sociedad y que, surgiendo de esta, permita superar el nihilismo o vacío
espiritual provocado por el predominio de una producción tecnológica al servicio
del mero consumismo hedonista, que amenaza incluso a la propia Naturaleza explotándola
de una forma sin limite, como muchos coinciden en reprocharle.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (6-8-2019).
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viernes, 9 de agosto de 2019
Una democracia fallida
La incertidumbre política en que nos
encontramos actualmente en España, tras los últimos procesos electorales, no
solo a nivel nacional sino también para poner en marcha importantes gobiernos
autonómicos, es un síntoma preocupante que está haciendo aparecer profundas
brechas políticas, tanto del lado de Ciudadanos y Vox como del lado de Pedro
Sánchez y Podemos.
Algunos
creen que es cuestión de buena voluntad y de cierta prudencia y concesiones
para alcanzar pactos políticos que estabilicen al menos la situación evitando
crisis mayores. Este es el criterio más extendido entre los comentaristas
políticos habituales de los medios. Solo unos pocos son claramente conscientes
de la gravedad de la situación, la cual requiere una visión de más largo
alcance, para lo que se requiere, a nuestro juicio, un vuelo intelectual al
estilo del que se atribuía a los filósofos platónicos. Ortega lo señalaba en
alguna ocasión cuando decía que si le preguntas a un filósofo platónico por una
situación actual, sea política o de otro tipo, su actitud será, en vez de
analizar la cuestión concreta y pronunciarse sobre las posibles salidas,
iniciar previamente una huida o regressus en sentido
contrario, una salida de la caverna, hacia un horizonte lejano donde se
encuentre alguna luz que nos puede iluminar para entender la situación,
evitando las falsas apariencias en que se percibe habitualmente. Y después
volver de nuevo a la caverna platónica (progressus) para tratar de
convencer a los que siguen presos de las apariencias y sacarlos de su error,
corriendo el peligro, como dice el mismo Platón, de que te intenten matar,
aunque sea como hoy, solo por linchamiento mediático o por censura de silencio,
equivalente a una muerte civil.
Pues,
para Platón, saber es recordar lo que ya sabíamos cuando vivíamos en el mundo
de las Ideas, en el que contemplamos la verdad y del que hemos caído a este
mundo de las apariencias. Por ello podemos acudir a situaciones pasadas, lejos
de nuestra perspectiva más inmediata, vistas como problemas ya resueltos y que,
aunque lejanas en el tiempo, recordándonos en ciertas semejanzas la situación
actual de la que pretendemos salir, nos ayuden a encontrar una solución a
nuestros problemas.
La
democracia actual ya dura 40 años, un número que es similar a lo que
duraron otros regímenes políticos estables, como la Restauración decimonónica o
el propio Régimen de Franco. Las Iª y IIª Repúblicas fueron periodos inestables
y de muy corta duración. Por ello, la crisis política actual que atravesamos se
debe entender como una crisis de un Régimen de larga duración. Nada nuevo bajo
el sol español. Lo que puede ser interesante de este diagnóstico es entonces
tratar de dibujar cuál podría ser la salida de la actual situación política de
crisis de Estado. En tal sentido podría compararse con el final de la
Restauración decimonónica que llevó a la dictadura de Primo de Rivera. Pero,
aunque hay mucho elementos semejantes, como la corrupción, el separatismo, hay
otros que no coinciden, como las luchas obreras o el terrorismo anarquista. Y
ello es porque aquella era una España todavía agraria mientras que hoy vivimos en
una España industrial, que alcanzó a instaurar una sociedad del bienestar ya
desde el final del franquismo.
Por
ello, puede ser más adecuado comparar la posible salida de lo que algunos
denominan una democracia “fallida” con la famosa Transición del franquismo a la
Democracia. Pues el franquismo, aunque cosechó grandes éxitos económicos y
de bienestar social, nunca antes alcanzados, fue un Régimen políticamente
fallido, ya que con la muerte de Franco se abrió una crisis sucesoria que
dividió a la propia clase gobernante franquista en continuistas (los del
“bunker”) y los reformistas. Además el propio entorno internacional, dominado
por USA, presionaba hacia su no continuidad. Se abrió así la llamada
Transición, que fue posible porque el propio Franco había designado a Juan
Carlos como sucesor suyo a título de Rey y esté impulso el cambio desde arriba
apoyándose en reformistas franquistas como Torcuato Fernández Miranda y
Adolfo Suarez. Ello muestra que el franquismo no era estrictamente monolítico,
sino que en él compartían el poder, además de falangistas de diverso tipo,
democristianos, carlistas, etc. Frente al peligro de una vuelta al Frente
Popular de la Republica que auspiciaban los partidarios de la “ruptura” (PSOE,
PCE y otros) triunfó en referéndum la transición de la “Ley a la Ley” propuesta
por el reformismo franquista.
El
actual periodo democrático, aunque ha tenido éxitos de diverso tipo como la
creación de un periodo largo de estabilidad política por el bipartidismo
dominante y la expansión de los grandes bancos y empresas en Hispanoamérica
donde llegamos a ser los grandes inversores junto con USA, sin embargo parece
que está llegando a convertirse en lo que se denomina una democracia “fallida”,
ante la impotencia del poder central en frenar la balcanización de España. Por
ello está apareciendo una división entre los llamados partidos
constitucionalistas que se oponen a los separatistas, que provocan sus
rebeliones sediciosas proclamando la República catalana, y a sus aliados como
Podemos o incluso el mismo PSOE, que permite el incumplimiento de la
Constitución.
Tales
partidos constitucionalistas pretenden defender la monarquía constitucional que
tiene su origen en la Transición frente al peligro de un nuevo frente-populismo
republicano, aunque difieren en la forma de hacerlo. PP y Cs pretenden defender
la Constitución sin tocar apenas aspectos claves que han provocado la crisis,
como las cesiones de soberanía a algunas autonomías o a la propia UE en la
cuestión de la inmigración, mientras que Vox cree que la mejor defensa de la
Constitución que garantiza la unidad de España está en revertir, dentro de la
Constitución, esa soberanía al Estado central español, el cual, además,
requiere de un reforzamiento ideológico de su identidad nacional, fruto de su
larga e impresionante historia que habría que librar de negrolegendarismo. Por
ello Vox podría acusar a PP y Cs de encerrarse en el “bunker” de una democracia
fallida para conservar unos privilegios adquiridos por una partitocracia
anterior que pone en peligro la existencia de España. Deberían, por el
contrario, llegar a un acuerdo para una Reforma profunda de la política actual
haciendo el harakiri de la partitocracia y sus excesos, como se la hicieron las
Cortes franquistas. Para ello se necesita un nuevo Torcuato y que el Rey como
Jefe del Estado junto al pueblo soberano, que sacó las banderas, lo apoyen
mayoritariamente y derroten en las urnas al nuevo Frente Popular de Pedro
Sanchez y sus aliados, que están provocando ya el desgobierno, la quiebra de la
democracia constitucional y la posible ruptura de España.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (20-7-2019)
jueves, 11 de julio de 2019
Frente a la nostalgia del bipartidismo
Pasada
la resaca electoral nos acercamos ahora al momento decisivo en que nuestra
participación electoral se va a transformar en poder real y efectivo de tomar
decisiones y ejecutar actos político administrativos. Ahora viene el momento de
los pactos y de las coaliciones cada vez más generalizadas en la constitución
de los gobiernos nacional, autonómicos y locales. Máxime cuando ya no hay dos
grandes partidos que destaquen sobremanera sobre los demás, incluso aunque siga
vigente la famosa Ley d’Hont. Señal inequívoca de que se ha terminado el
bipartidismo que presidió durante décadas el sistema político surgido de la
Transición, aunque algunos nostálgicos crean que se podría volver a él. Los que
así piensa quizás saldrían de su error si conociesen algo de la propia Historia
de España. Por ejemplo, lo que pasó con el Régimen de la llamada Restauración
decimonónica.
El bipartidismo de las últimas décadas ha fracasado, como
fracasó el bipartidismo decimonónico. No porque lo hayan derrotado sus escasos
y poco influyentes críticos, sino porque su estrategia era un craso error
político. El error de la Restauración decimonónica, tal como lo analiza
magistralmente Ortega en su libro La redención de las provincias, fue Cánovas,
quien se empeñó en dotar a España de una Constitución política a imitación del
turno de partidos a la inglesa. Pero España es muy diferente de Inglaterra y su
cuerpo político acabó rechazando aquel régimen de imitación al producir los
monstruos imprevistos de la oligarquía y el feroz caciquismo, como denunció
Joaquín Costa. Cayó dicho Régimen, al no engranar con la España real (Ortega
explica con mucha claridad cómo se produjo el choque de la España oficial con
la real en el libro citado), en una gran crisis para salir de la cual se
necesitó el regeneracionismo del cirujano de hierro que pedía Costa, que se
encarnó en las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco.
Fueron las dictaduras y la guerra civil males dolorosos, pero necesarios, para que como un fórceps se pariese con dolor la España industrializada y modernizada, sin la que no hubiese sido posible el actual sistema político. Esa situación no se dio ni en la Restauración decimonónica, ni en la IIª República, porque España era todavía un país preponderantemente agrícola y rural, la llamada “España de la alpargata”. El desarrollismo franquista cambió todo esto con una fuerte industrialización, la Seguridad Social, el crecimiento de las ciudades, el despegue espectacular del turismo, etc. No reconocer esto, como es habitual por los políticos de la Transición y actuales, que se presentan como anti-franquistas para así pasar por demócratas, más que una injusticia o un ejercicio de hipocresía, es un serio error de juicio.
Restaurada de nuevo la Monarquía, por decisión del propio Franco, esta apoyó con decisión e inteligencia la llamada Transición a la Democracia. Con ello se abrió un nuevo proceso Constituyente del Estado como había ocurrido en la época de Cánovas. Ahora se eligió, por los que elaboraron la actual Constitución, un modelo bipartidista de nuevo, facilitado por la Ley d’Hont, pero que ya no seguía el modelo de la centralista democracia inglesa, sino el modelo federalista alemán. España se descentralizaba con las Autonomías como equivalentes de los Länder alemanes. En principio la división Autonómica, tal como la diseñaron Torcuato Fernández-Miranda y Suárez, se inspiró en las propuestas de Ortega, en sus discursos en las Cortes republicanas en las que distinguía entre Federalismo y Autonomismo como cosas opuestas, pues el primero parte de Soberanías nacionales separadas y el segundo solo parte de una única Soberanía indivisible, pero que se puede descentralizar por traspaso de Competencias que siempre se pueden retirar si se utilizan indebidamente. Aunque Torcuato no parecía partidario de generalizar las Autonomías, Suárez introdujo por razones tácticas el llamado “café para todos”. En esto coincidía con el propio Ortega, que también concibió la generalización de las Autonomías para neutralizar al separatismo catalán o vasco.
Pero la llegada de los socialistas
al poder en 1982 interpretó las Autonomías, no como un fin estabilizador de los
conflictos territoriales españoles, sino como un medio para llegar al
Federalismo, a imitación de Alemania. Los socialistas, tal como se ve ahora, no
seguían a Ortega, sino al Federalismo basado en el confuso concepto de España
“nación de naciones” elaborado por un tal Anselmo Carretero. Así se fue
desarrollando una deriva en la que, en lugar de fortalecer el modelo
Autonomista de creación filosófica orteguiana, se abrió paso de nuevo una
imitación de la nueva España oficial que choca con la España real, que está
empezando a despertar para hacer frente al proceso de Secesión abierto por
Cataluña y alentado por otras Comunidades Autónomas como el País Vasco,
Baleares, Valencia, etc.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (17-6-2019)
lunes, 3 de junio de 2019
El peligro crece, pero aumenta la esperanza
En
la larga noche electoral se podía escuchar, en boca de algunos comentaristas
televisivos del resultado de las pasadas elecciones del 26 de Mayo, la frase
“sensación agridulce” con que querían expresar su estado de ánimo tras conocer
los resultados electorales. Compartimos esa sensación, pero intentaremos
explicarla en lo que sigue, pues, aunque el sentimiento “agridulce” es
semejante, las referencias pueden ser muy distintas en cada caso pues, aun
siendo las mismas, pueden captarse de forma confusa y poco precisa.
La referencia principal que tenemos muchos
españoles es la del peligro de la ruptura de España como nación moderna,
derivada de la brillante historia de una monarquía imperial anterior que se
truncó, tras un largo periodo de unos tres siglos, con la invasión napoleónica.
Pues fue en la Cortes de Cadiz cuando, secuestrado el Rey por Napoleón en
Bayona, los diputados reunidos en Cadiz declararon por primera vez la transferencia
de la soberanía del rey al pueblo que ellos representaban. Dicho paso era
imprescindible para que España se convirtiese en un país moderno desde un punto
de vista político, eliminando así los obstáculos para su progresiva
industrialización y consecuente enriquecimiento y aumento del bienestar general
de la población, como había propuesto Jovellanos.
Pero, del dicho al hecho hubo un largo
trecho por medio de luchas y sangrientas guerras civiles hasta que finalmente
España deja de ser, con el desarrollismo franquista, un país eminentemente
agrícola y atrasado y se convierte en una de las 10 potencias más
industrializadas y modernamente avanzadas del mundo. La denominada Transición a
una democracia homologable con las occidentales fue entonces posible por el
anterior desarrollismo económico, el denominado “milagro económico” español
(equiparable entonces por su altas tasas de crecimiento con el milagro
económico alemán o japones) que evitó nuevas guerras civiles y baños de sangre,
pues la mayoría de los votantes apoyó la Transición desde arriba, de la Ley a
la Ley como propuso Torcuato Fernández-Miranda con las sucesivas victorias
electorales de Adolfo Suarez.
En las décadas posteriores, en que se
estabiliza el actual régimen democrático, se cometieron, sin embargo, serios
errores en el proceder político mantenido de forma continuada por las dos
fuerzas políticas más importantes, PSOE y PP. Se dice que algo peor que un
crimen puede ser un error. Peor que la corrupción sistémica de estos dos
partidos ha sido el error de solventar sus empates electorales buscando la
alianza con los nacionalismos catalán y vasco, que nunca ocultaron sus
intenciones separatistas. Pero tampoco se trata ahora de buscar culpables de
este error, vista la situación de ruptura de la unidad de la nación moderna
española a que nos ha llevado el golpe separatista catalán. Dejemos eso para la
Historia que siempre acaba poniendo a cada uno en su sitio. Tratemos de lo más
urgente, que es evitar esa ruptura, que sería mala para todos, analizando lo
más fríamente posible cómo cambiar de política a seguir a medio y largo plazo.
Lo principal sería crear un bloque político nuevo, una vez roto el bipartidismo
causante del trágico error y diseñar una nueva política que debe comenzar por
retirar la alianza de las últimas décadas con los partidos separatistas,
aislándolos políticamente e incluso prohibiéndolos si fuera preciso por
anticonstitucionales.
No se ha seguido el consejo de Ortega de
aislar al separatismo, cediendo a Cataluña, o a otras regiones levantiscas,
solo aquellas competencias que no afectasen a poderes necesariamente de
exclusividad central, como la Educación, la Justicia, etc. Se han pasado
ampliamente tales líneas rojas confiando interesadamente en personajes como
Jordi Pujol, creyendo que no iba a pasar nada. Pero ha empezado a pasar lo
peor: la posible secesión en cadena de amplias regiones de España. Y lo peor de
lo peor, un Partido Socialista de Pedro Sanchez dispuesto a mantener dichas
alianzas con el separatismo cuando éste se ha quitado la careta y no oculta ya
su política anti-constitucional y anti-española. Así como se transfirieron
imprudentemente poderes educacionales a los separatistas, el PP ha permitido
además que la hegemonía de los medios de comunicación, tan importantes en la
creación de una opinión publicada que influye poderosamente en el voto, quedase
en manos de una cultura de la izquierda que hoy llamaríamos, parodiando a
Machado, propia de una España de “pandereta rock” y mentira histórica.
Pero la repetición a mayor escala de la
derrota de la alianza del PSOE con el populismo separatista en el Ayuntamiento
y la Comunidad de Madrid y de otras Autonomías y Ayuntamientos aumenta la
esperanza frente al peligro sedicioso y demagógico. Vox, aunque todavía minúsculo
en Ayuntamientos y Comunidades, parece el más consciente de la importancia de
la lucha ideológica en aspectos clave para desmontar la demagogia en que hoy a
caído la izquierda con respecto a temas como la españolidad, la memoria
histórica, las leyes y costumbres domesticas y que partidos como el PP, y en
parte Ciudadanos, se han tragado casi sin rechistar. Nuestra esperanza no es
ciega. No se trata de creer que no hay intereses que también separan a estos
tres partidos, pues basta ver cómo se ven obligados a atacarse en periodo
electoral, sino de buscar al menos una firme alianza frente a terceros, frente
al nuevo Frente Popular de Pedro Sanchez, que intenta desesperadamente separar
con un cinturón sanitario a Vox del resto, satanizándolo como ultraderecha.
Esta será seguramente la lucha más inmediatamente próxima.
Articulo publicado en La Tribuna del País Vasco (28-5-2019)
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lunes, 6 de mayo de 2019
Lo que nos han mostrado las elecciones
Las pasadas elecciones al
Congreso y al Senado han puesto de manifiesto algunas tendencias que es
necesario reseñar. La más llamativa es el fracaso espectacular de la
regeneración del PP. Casado ha cometido un serio error al querer rescatar la
figura de Aznar, el cual representó precisamente la mayor traición a la derecha
nacional con su pacto del Majestic con Pujol y las transferencias
competenciales subsiguientes que llevaron a la deriva secesionista actual.
Muchos votantes del PP en anteriores elecciones han percibido en Casado la
misma doblez y posible engaño que en Aznar, con el agravante del neófito. Han
preferido votar a Abascal, político igualmente neófito como líder, pero más
creíble por provenir de la lucha en la frontera con la anti-España secesionista
vasca. Y, aunque Vox no ha cumplido las expectativas que algunos esperaban, sin
embargo ha conseguido salir del ostracismo político en el que lo mantuvo Rajoy
y crear un grupo parlamentario básico para su futuro crecimiento, si lo
administra bien.
Vox,
por ello, parece llamado a llegar a ser el partido mayoritario de una derecha
nacional regenerada, necesaria para continuar la modernización de la sociedad
española que logró el franquismo con su denominado “milagro económico”. No se
olvide que quien parecía predestinada para producir tal milagro eran las
izquierdas de la República, pero que fracasaron por la tendencia totalitaria
del Frente Popular, imitadora de la Revolución Soviética. Con ello cometieron
un grave error y, tras perder la Guerra Civil, el llamado Estado del Bienestar
en España lo hizo el desarrollismo franquista, desde el mítico Seat 600 hasta
la Seguridad Social.
La
Transición desde el franquismo a la Democracia actual, que empezó muy bien, se
ha torcido en las últimas décadas. Una de las razones ha sido la
existencia de una derecha política sin ideas y acomplejada frente a un resurgir
de la antigua izquierda socialista y comunista, que también ha pecado de ser
incapaz de revisar y corregir a fondo sus errores pasados del frente-populismo.
Más bien ha vuelto a las andadas tratando de reconstituir un nuevo Frente
Popular con Zapatero y ahora con Pedro Sanchez. La victoria electoral de este
último mantiene el peligro "frentepopulista", aunque en una fase de
espera por la posibilidad de otras alianzas posibles que se abren en el juego
parlamentario de la mano de un crecido Ciudadanos.
Pero
el partido de Albert Rivera, que se ha curtido en el otro territorio comanche
anti-español del secesionismo catalán, carece de una idea de España como
nación, con sus profundas complejidades, y cree que basta con disolverse en la
Unión Europea que hoy defiende Macron para que se resuelvan. Se presenta
como un partido centrista, pero su tendencia a asumir las leyes de género y del
multiculturalismo de la UE y de la izquierda norteamericana, lo convierten en
un partido de nueva izquierda, entrando en competencia con el propio PSOE
actual de Pedro Sanchez.
Por
ello, el centro en España sigue vacío desde de que Suárez lo encarnó con la
orientación intelectual de Torcuato Fernández-Miranda, los dos políticos que el
Rey dispuso para la famosa Transición. Los dos complementarios y esenciales. Su
separación fue, por ello, el final del centro político. Albert Rivera se quiere
presentar como el nuevo Suárez para la nueva Transición desde el Bipartidismo
imperfecto de un PSOE-PP aliados con los separatistas, hoy ya roto, hacia una
Democracia anti-separatista. Pero Ciudadanos representa hoy más bien
los ideales de la nueva izquierda, en cuestiones de género y globalización.
Podría desplazar a la izquierda que representa el PSOE si éste persiste en
cruzar las líneas rojas que ponen en peligro la integridad de la nación
española. Con ello se establecería una especie de nuevo bipartidismo formado
por Vox y Ciudadanos. Aunque sería necesario, todavía, un verdadero partido de
centro que actuara como bisagra, para que no resurgiera la tentación de
apoyarse otra vez en los regionalismos que podrían surgir en el futuro por el
característico localismo y particularismo que secularmente nos aqueja, ya
señalado por Ortega y Gasset.
Vox,
de momento, ha conseguido poner en el centro de estas elecciones el peligro del
separatismo que amenaza a España como nación moderna. Pero se necesita poner
también en el centro de los debates electorales cuestiones como el
reconocimiento crítico de las raíces de nuestra industrialización moderna en el
franquismo, evitando los análisis sectarios sobre dicho periodo histórico que
ha fomentado interesadamente la izquierda con su Ley de Memoria Histórica, que
la derecha se ha tragado sin rechistar. La censura casi unánime que ha caído
sobre la revisión de nuestra historia reciente llevada a cabo por Pío Moa y
otros es indicativa de la losa que ahoga en el mundo cultural y universitario
la libertad de crítica y de pensamiento hoy en España. Y ello es así por la
corrupción intelectual y la ceguera o invidencia de quienes dirigieron en las
últimas décadas, de paralela corrupción política, las desastrosas reformas
universitarias y educativas.
Son
asuntos estos sin los cuales no se puede plantear la cuestión de la
consolidación de un orden interior política y económicamente estable y su
correspondiente traducción a una posición en el orden internacional que inspire
respeto a la nación española y a su historia, aun hoy escarnecida por la
incomprensión y la Leyenda Negra.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (3-5-2019)
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28 de Abril 2019,
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domingo, 7 de abril de 2019
Crisis en Occidente
Frente
a la posición del universalismo globalizador propia de los ideales de la
Ilustración, que hoy es dominante en Occidente, asociada al llamado por Francis
Fukuyama “fin de la Historia”, se abrió paso ya en el siglo XIX una
posición crítica con este idealismo globalizador abstracto, que fue la
filosofía de la historia positivista-romántica, defendida por los fundadores
del positivismo, Saint-Simon y Augusto Comte. En ella se defendía el progreso
pero, a la vez, se buscaba su conjugación con el orden histórico medieval. De
ello sacaban una conclusión interesante: lo que ocurrió en el medievo habría
ocurrido en otras épocas de la historia, pues los griegos también tuvieron su
medievo, la época de Troya, su época de caballeros (Aquiles) y damas (Elena), de
“iglesias y castillos”, como diría después Ostwald Spengler. Tuvieron también
su renacimiento en los filósofos jonios, milesios, pitagóricos, etc., y
abrieron una crisis de inseguridad cultural, política y social en el mundo
antiguo, en relación con sus creencias mitológicas anteriores, que empezaría a
cerrarse en el mundo romano, en el momento en que se establecen las bases de lo
que será el medievo europeo, vislumbrándose ya con la época imperial romana,
como dice el Conde de Saint-Simon, una “sociedad orgánica”, más estable y
segura, que deja atrás a la “sociedad en crisis” propia del helenismo.
Los
positivistas clásicos creían que este proceso, en grandes líneas, se iba a
repetir en el mundo moderno. Por tanto, la nueva crisis que abre la Modernidad
europea tiene que tener un Rubicón que marque el paso a una nueva “sociedad
orgánica” moderna, más avanzada y humana, no basada ya, por supuesto, en
guerreros y sacerdotes, sino en emprendedores industriales y sabios
(científicos, filósofos y humanistas) guiados por intereses más
trascendentálmente humanos. Una sociedad en la que no se esperen ya grandes
cambios en las estructuras sociales de poder, lo que posibilitaría una
conciencia mayor de seguridad que permitiría disfrutar realmente de la vida, de
los placeres cotidianos y sencillos, como hacían lo medievales, sin la
esquizofrenia o la depresión que caracteriza, aun hoy más que nunca, al
individuo moderno.
Aquí
salta a la vista el binomio actual europeos-norteamericanos. Ya se ha señalado,
después de la caída del Muro de Berlín, a los EEUU como una nueva Roma en el
mundo actual, no básicamente militar, sino industrial y tecno-científico, por
su aplastante hegemonía económica y política. Pero Roma pasó por periodos muy
diferentes y muy críticos. No es lo mismo la Roma republicana que la Imperial.
No es lo mismo la Roma de Cicerón que la de Augusto o la de Constantino el
Grande.
La
crisis actual, -que golpea también a los norteamericanos, profundamente
divididos en demócratas del “fin globalizador de la historia” y republicanos
más próximos, tras el 11-S, al “choque de civilizaciones”-, ¿sería una crisis
similar al paso de la República al Imperio en Roma?
El
historiador David Engels ha
señalado acertadamente en un análisis de Historia Comparada (Le déclin, Paris, 2014) las
analogías sorprendentes entre muchos fenómenos del siglo II y I antes de
Cristo, como la crisis de la familia tradicional, con el aumento creciente de
los divorcios y la caída de la natalidad por el auge del individualismo
hedonista, la necesidad de una inmigración también masiva que va adquiriendo la
ciudadanía romana formando una sociedad multicultural que genera numerosos
conflictos de crisis identitaria, cambio de valores, etc. Dichos fenómenos
serían equivalentes con los que hoy nos encontramos en la Unión Europea, y que
están provocando una profunda crisis. David Engels habla, en su libro y en este artículo publicado
en La tribuna del País Vasco, de la UE como una nueva versión del
Imperio Europeo intentado por Carlomagno, Carlos V, Napoleón o Hitler. Quizás
esto está en la intención de gobernantes como Angela Merkel o Macron, pero en
realidad la unidad europea actual es un proyecto de la Guerra Fría impulsado
por USA, quien todavía es la superpotencia mundial, o al menos líder de la
denominada civilización occidental, aunque se habla ya de multipolaridad
por el auge de China y Rusia. Precisamente el proyecto multi-cultural de la
Europa federal actual fue impulsado poderosamente desde la propia USA por el
presidente Obama y financieros como Soros, Rockefeller, el Club Bilderberg,
etc., reunidos en un liberalismo impulsor de la globalización económica y
social.
Pero
tal proyecto amenaza con acabar con el Estado de bienestar occidental,
siguiendo el dicho de desvestir a un santo (la clase media occidental) para
vestir a otro (los inmigrantes del Tercer Mundo). En tal sentido, el inesperado
y espectacular triunfo de Donald Trump, basado en frenar o poner límites a
dicha globalización para recuperar los empleos industriales necesarios para
salvar el Estado de bienestar en USA, abre una crisis de una violencia no vista
en el liberalismo americano. Por ello, la lucha por el poder se está
encarnizando hasta el punto de entreverse un “paso del Rubicón” en la política
norteamericana y, por extensión en la de los países aliados occidentales, que
guarda grandes analogías con el paso de la Roma republicana a la imperial.
En
Roma, como señala David Engels, se pasó de una democracia cada vez más corrupta
al establecimiento de la dictadura imperial, dada la naturaleza básicamente
militar del poder en la Antigüedad. En USA lo que está en crisis y corrupción
creciente es la llamada, por Alexis de Tocqueville, democracia americana,
analizada por Ortega y Gasset como democracia del imperio sin límite de las
masas. Y está en crisis tanto por escándalos económicos como por degeneración
de costumbres (drogas, sexualidad, etc.) e incluso vacío de ideas, aumento de
la manipulación ideológica, etc. Pero dicha democracia, en las sociedades
modernas industriales en que predomina el poder económico sobre el militar, y
por tanto la necesidad de mercados con libre competencia, no puede ser
sustituida establemente por dictaduras como las de los emperadores romanos,
sino acaso por democracias no fundamentalistas, limitadas o autoritarias si se
quiere, pero democracias liberales. De ahí el auge de un liberalismo
conservador, como el que representa Donald Trump, frente al liberalismo radical
globalizador de los derechos de las minorías étnicas, sexuales, etc., que se ha
apoderado del Partido Demócrata americano con la influencia de los Clinton y
Obama.
Artículo publicado en La Tribuna del País Vasco (27-3-2019)
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