De Ortega y
Gasset, en España, parece que solo se acuerdan algunos, como de Santa Bárbara,
cuando truena. Pues ahora que, en esta Segunda Restauración que nos ha tocado
vivir, está tronando a consecuencia de los rayos de la crisis económica que
caen provocando incendios y destrucciones devastadoras de la credibilidad de
los políticos, de los banqueros y de sus grandes medios de comunicación, casi
un siglo después es cuando se vuelve a leer aquel famoso discurso de Ortega del
Teatro de la Comedia titulado “Vieja y nueva política” del 23 de Marzo de 1914, con el que fundó la Liga para la Educación Política Española. Allí Ortega
critica certeramente los males de la Restauración con la famosa acusación de la
separación creciente de una España real y vital frente a una España oficial
corrupta y mediocre, deseando y prediciendo la
muerte de la Restauración Canovista, tras la cual una nueva política
debería desarrollar una nueva España nacional e industrializada. Eso fue lo que
realmente ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, aunque el precio que se
hubo de pagar fue la Guerra Civil y la larga dictadura franquista. Por eso
algunos, como Pio Moa, consideran que el precio fue excesivo y podía haberse
evitado si Ortega y los llamados Regeneracionistas no se hubiesen empeñado en
hundir aquel Régimen que, a pesar de sus defectos, dio una larga estabilidad
política al país que estaba empezando a mejorar la situación de miseria y
analfabetismo secular. Por tanto, mucho cuidado con volver a aquel Ortega. La crítica que busca destruir la actual Restauración por defectos similares,
puede conducirnos a una nueva tragedia que solo los muy necios aceptarían. Pues,
cabe todavía una regeneración interna del Sistema actual, como cabía entonces
si la fuerzas intelectuales de los Ortega y demás, combinadas con los nuevos
partidos revolucionarios y separatistas, no se hubieran unido para acabar
con la llamada Monarquía de Sagunto.
La cosa podía
ser razonable si no fuera que, en vez de a Ortega, se está combatiendo a una caricatura
deformada. Pues, a diferencia de Regeneracionistas como Joaquín Costa, por
ejemplo, la crítica de Ortega a la Restauración no va dirigida tanto a los
abusos evidentes (la oligarquía y el caciquismo) como a lo que él denomina los
“usos”, esto es, a aquello que resulta necesariamente de la propia estructura del
edificio que Cánovas (gran historiador aunque mediocre hombre de Estado, según
el propio Ortega) había diseñado. Pues la Restauración se habría hundido
necesariamente por defectos de diseño interno, como un barco mal concebido para
navegar en las procelosas y atrasadas aguas españolas. Por ello, nadie la
destruyó, sino que ella misma se vino abajo, como un edificio que no soporta su
uso. Ortega habría obtenido tal predicción como resultado de un frío análisis, propio
de la mente de un matemático que contempla como la mayor tragedia ver una
teoría, perfecta en su forma, que cae asesinada por un hecho. Para ello hay
que leer su brillante análisis en una obra que, los Pio Moa, Antonio García-Trevijano (que también se ha manifestado intentando desacreditar a Ortega) y otros, no parecen haber leído o al menos no parecen tener una mínima noción
de ella. Me refiero a La redención de la
provincias, publicada en forma de artículos periodísticos durante la
Dictadura de Primo de Rivera (el cual precisamente censuró el termino Autonomía, allí propuesto
por Ortega rara reorganizar el Estado, que tuvo que ser cambiado por el de Gran
Comarca) y publicada finalmente en forma de libro con el advenimiento de la República. He expuesto
en forma resumida este libro en un trabajo titulado “Idea leibniziana de una Constitución Autonómica para España según Ortega”, por lo que solo indicaré
aquí lo esencial para el caso. Con ello se ve como en España se echa de menos
cierta formación filosófica, y no solo de especialista en historia, derecho o
economía, para orientar la política nacional.
Pues Ortega
lleva a cabo un análisis de la Restauración al modo geométrico spinozista. Un análisis al modo de lo que los matemáticos llaman un demostración por Reducción
al Absurdo: se parte de una hipótesis que, al desarrollarla, nos conduce a una
contradicción, la cual debe ser superada retirando la hipótesis inicial y
buscando otro camino que nos permita evitarla. Antes de proceder, hace como
Galileo cuando parte de un plano inclinado ideal, sin rozamientos, etc. Así
Ortega considera a la Constitución canovista de 1876 como un diseño Ideal que
se debe considerar en un funcionamiento sin “rozamientos” (los rozamientos se solucionaban con el aceite engrasador de las corrupciones de los
políticos encargados de velar por su cumplimiento, etc.). En tal sentido ideal se debe
analizar su funcionamiento. Una vez elaborada y aprobada la Constitución, relata Ortega, se convocan las elecciones y los partidos acuden a
los mítines exponiendo sus programas basados en diferentes ideologías, conservadores,
liberales, etc. Pero, entonces surge algo inesperado e imprevisto en el diseño:
una gran parte del electorado no vota, se abstiene. El hecho tozudo tiene lugar
en los distritos rurales. No tendría el menor inconveniente para el buen
funcionamiento de la Constitución propuesta sino fuera que tales distritos, en
una España todavía predominantemente agrícola, son la mayoría. No obstante el
Gobierno, considerando esta como un defecto no esencial, sino superable con el
tiempo, toma la decisión de nombrar diputados gubernamentales, los llamados
“cuneros”, en los distritos en que no hay quórum
electoral. De un modo meramente formal
se cumple así el expediente, aunque falseando la legitimidad democrática. Con
el tiempo los distritos rurales son organizados por caciques que por pucherazo
electoral (compra de votos, etc.) consiguen ser elegidos acabando con el
predominio de la abstención. Ahora sí se cumple con la legitimidad electoral,
pues la mayoría de los diputados son realmente elegidos y no impuestos
autocráticamente por el Gobierno, pero pagando el precio de que resultan
distritos electorales sanos (las grandes ciudades) y otros podridos (las zonas
rurales).
Al ir creciendo
los distritos caciqueados hasta conseguir que fuese mayor el número de
diputados que los representaban en la Cortes, que el de los que representaban a
las fuerzas más modernas de las grandes ciudades y de los “cuneros”gubernamentales, se produjo
entonces una crisis política en la que el Gobierno central perdió el Poder para
gobernar el país, entrándose así en una fase de desgobierno por la rebelión caciquil
que podía imponer su particularismo, etc. De ahí que Ortega haya visto la
intervención de Primo de Rivera, no tanto como el típico golpe de Estado de la
derecha cavernícola, sino como una forma de salvar al Estado central evitando
que se viniese abajo en medio de luchas fratricidas y particularistas. Fue, sin
embargo, una solución provisional que desembocó en la República. Pero, la
República no siguió la vía de moderación que pretendió inculcarle Ortega,
entonces en el momento de su mayor influencia intelectual en España. Demostró
por ello Ortega una gran prudencia de nuevo al comprender que las fuerzas de
izquierda no tenían interés por una Republica democrática y liberal, como la
que el proponía, sino que mayoritariamente seguían la dirección del
totalitarismo soviético. Ortega entonces condenó la Revolución del 34" y, con su famoso “No es eso, no es eso”,
abandonó su intervención directamente política, ya para siempre, pues la Guerra
Civil y la Dictadura subsiguiente no dejaban espacio para ello a un demócrata
liberal.
Hoy nos
encontramos ante la crisis de una 2ª Restauración que vuelve a ser analizada superficialmente por muchos críticos con la cantinela de la “casta” corrupta de
los políticos, etc., con lo que todo español se contenta echándole la culpa de
los males patrios a los demás, como ya decía el propio Ortega. Estos análisis, aun relatando defectos
innegables del actual Sistema político, no tienen la más mínima profundidad
filosófica, pues no van más allá de las apariencias. Se detienen en los síntomas
sin ver las causas profundas de la enfermedad. Por ello Ortega nos parece
actual por su modélico análisis de la Restauración decimonónica realizado en La Redención de las provincias. Deberíamos
imitarlo en esto. Por mi parte he ofrecido un pequeño esbozo de análisis, “al
modo orteguiano”, de las causas de la crisis de la actual Restauración
juancarlista en mi artículo “Oligarquía y Separatismo, dos graves defectos de la actual Democracia española”. En él concluyo que el problema que nos
lleva a la crisis del segundo intento de
modernizar políticamente nuestro país es la debilidad filosófica y política de las llamadas “clases ilustradas” españolas,
como en la Restauración decimonónica el problema era, para Ortega, el atrasado ruralismo
del país, causante principal del fracaso de la Constitución canovista, valida para los ingleses, a los que se copiaba, pero inútil para una España muy diferente; solo una filosofía profunda, que el historiador Canovas no tenía, podía ayudar a elaborar una Constitución realista hecha a la medida del país. Ahora, desaparecido el atraso rural, el principal problema es otro. Es el problema de lo que Ortega denominaba la debilidad de las"minorías dirigentes". Es la debilidad de lo que se denomina la “tercera España”, que representan las actuales "minorías dirigentes", brillante en tiempos
de la República con los Unamuno, Ortega, Marañón, etc., aunque entonces poco
influyente electoralmente.
Esta Tercera España ha sido doblemente golpeada en el siglo XX, cuando acababa de nacer, pues sus representantes filosóficos, los llamados "intelectuales", traicionaron, durante la llamada Guerra Fría, su filosófico sacerdocio de buscar la verdad con su adicción mayoritaria al adormecedor opio del sueño dogmático marxista del que, en España, parecen aun no haber despertado, como se lamenta a menudo con razón Pio Moa. Por otra parte han sido sustituidos, debido a la llamada "rebelión de las masas" que Ortega genialmente diagnosticó, en su papel de influir y crear una opinión pública crítica y filosófica, por un sucedáneo: la también llamada “casta periodística” que se dedican a difundir la banalidad y a la proliferación clónica endogámica de unos periodistas que entrevistan mayormente a otros periodistas en las abundantes tertulias de los medios de comunicación. Necesitamos, por ello, en vez de demonizar a Ortega, como algunos pretenden, retomar su proyecto de una nueva Liga para la Educación Política en la España actual, que se proponga acabar con los particularismo y adormecedores sectarismos intelectuales aun dominantes para elevar el atrasado nivel filosófico hoy reinante. Pues sin eso no conseguiremos hacer estable, eficiente y duradero ningún proyecto de Democracia Liberal que sea realmente efectivo para el progreso y la indispensable modernización inacabada de España.
Esta Tercera España ha sido doblemente golpeada en el siglo XX, cuando acababa de nacer, pues sus representantes filosóficos, los llamados "intelectuales", traicionaron, durante la llamada Guerra Fría, su filosófico sacerdocio de buscar la verdad con su adicción mayoritaria al adormecedor opio del sueño dogmático marxista del que, en España, parecen aun no haber despertado, como se lamenta a menudo con razón Pio Moa. Por otra parte han sido sustituidos, debido a la llamada "rebelión de las masas" que Ortega genialmente diagnosticó, en su papel de influir y crear una opinión pública crítica y filosófica, por un sucedáneo: la también llamada “casta periodística” que se dedican a difundir la banalidad y a la proliferación clónica endogámica de unos periodistas que entrevistan mayormente a otros periodistas en las abundantes tertulias de los medios de comunicación. Necesitamos, por ello, en vez de demonizar a Ortega, como algunos pretenden, retomar su proyecto de una nueva Liga para la Educación Política en la España actual, que se proponga acabar con los particularismo y adormecedores sectarismos intelectuales aun dominantes para elevar el atrasado nivel filosófico hoy reinante. Pues sin eso no conseguiremos hacer estable, eficiente y duradero ningún proyecto de Democracia Liberal que sea realmente efectivo para el progreso y la indispensable modernización inacabada de España.
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