La globalización
pretende crear una sociedad sin fronteras por medio de instituciones civiles,
tipo Médicos Sin Fronteras, Reporteros Sin Fronteras, Empresas Transnacionales,
Monedas Digitales (Bitcoins), etc. Pero, al pretender igualmente el
trasvase de poblaciones (exiliados, emigrantes, refugiados) y capitales
(deslocalización de empresas, Tratados de Libre Comercio, etc.) sin control de
los Estados, está destruyendo las Sociedades de Bienestar Occidentales abriendo
profundas crisis políticas como las que estamos viendo en USA y Europa.
Al relajar la
vigilancia fronteriza en los bordes de la propia UE, al alimón con las llamadas
a la emigración, que hicieron dirigentes políticos como Zapatero o Angela
Merkel y con las guerras de Irak, Libia y Siria, la situación se hizo incontrolable y explosiva con la irrupción en
la propia Europa de un terrorismo islámico inesperado que nos amenaza
gravemente a todos nosotros, ciudadanos de a pie, ya seamos
habitantes de ciudades cosmopolitas o rurales de Texas.
Por eso
constatamos que no todas las fronteras son iguales. Eliminar el control de
personas en Irún no tiene las mismas consecuencias que eliminar dicho control
en Ceuta o en la isla de Lesbos. ¿Qué tipo de frontera es pues esta última?
Para responder a esta pregunta no nos basta con recurrir a conceptos
técnico-administrativos propios de un funcionario de Aduanas. Precisamos
algunos conocimientos histórico-filosóficos para abordar con suficiente
profundidad la cuestión. Precisamos pues de una Filosofía de la Frontera. En un
artículo anterior (Nacionalismo contra Globalización) me referí a Eugenio Trías como el pensador español que centró
su reflexión filosófica sobre la Idea de Límite o Frontera -el limes romano- enseñándonos a ver que la frontera
no es una mera línea o barrera, fácil de borrar, que separa dos territorios,
sino que ella misma es algo más complejo e importante. Trías empieza su
libro, Lógica del Límite (1991) con estas palabras:
“Los romanos llamaban limitanei a los habitantes del limes. Constituían el sector fronterizo del ejército
que acampaba en el limes del
territorio imperial, afincado en dicho espacio y dedicándose a la vez a
defenderlo con las armas y a cultivarlo. En virtud de este doble trabajo
militar y agricultor el limes poseía plena consistencia
territorial, definiendo el imperio como un gigantesco cercado que esa franja
habitada y cultivada delimitaba, siempre de modo precario y cambiante.
Más allá de esa circunscripción se hallaba la eterna amenaza de los extranjeros
o extraños o bárbaros. Estos, a su vez, se sentían atraídos por esa franja
habitable y cultivable que les abría el posible acceso a la condición cívica,
civilizada, del habitante del Imperio.
Los bárbaros,
instigados y hechizados por el imperio, sometían ese limes a un cerco a veces difuso, a veces hostil y
amenazante, si bien con suma frecuencia se enrolaban en esos ejércitos
agricultores que trabajaban y defendían el limes. A su vez la metrópolis y su centro de poder temían la irrupción
imprevista de algún general victorioso que fuese habitante del limes o
que pretendiese, desde esta zona estratégica, hacerse con el poder e investirse
de la condición de emperador. Había, pues, un triple cerco: el que
los bárbaros sometían al limes e, indirectamente, al propio cercado imperial;
el que éste sometía a estos peligrosos amigos-enemigos que habitaban el limes,
y el cerco que el limes y sus habitantes fronterizos sometían tanto a los
bárbaros del más allá como a los civilizados del
más acá”.
El limes, la frontera entre Occidente y otras culturas
como la Islámica no es, por ello, una mera raya en la carretera, algo meramente
convencional y superficial. Trías atribuye a la Filosofía
de la Modernidad esa concepción que él llama negativa, de límite y frontera,
“como puro lugar evanescente, convencional y puramente lineal” e
intenta con su Filosofía de la Frontera “sugerir un giro verdaderamente copernicano en relación con esta noción”.
Traducido a los acontecimientos políticos que estamos contemplando,
podemos ver como el poder metropolitano lo encarnan hoy las grandes ciudades
(Nueva York, Londres, París, Berlín, etc.) en las que, por la apertura
incontrolada de las fronteras, surgen barrios enteros de los llamados
migrantes, procedentes de sociedades más atrasadas y bárbaras que, al no integrarse, las someten a un
cerco de rechazo que puede llegar al ataque terrorista organizado en redes
dirigidas desde el exterior. A su vez, muchos ciudadanos de a pie, más próximos
al campo y al terruño, y menos cosmopolitas, buscan a un líder populista que
demuestre sus dotes de salvador cerrando las fronteras a los migrantes y
derrotando su red terrorista. No estamos pues ante un
pensamiento único globalizador, ni ante un dualismo de buenos y malos, sino ante
un triple cerco cuya dialéctica debería presidir los análisis de detalle.
Artículo publicado en El Español (22-6-2017)
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