lunes, 3 de julio de 2023

Novedad Editorial: Manuel F. Lorenzo, Filosofía de las manos, Lulu.com, 2023.

 




       


                        



Introducción

     Me propongo en este escrito llevar a cabo una nueva exposición de lo que denomino Filosofía de las Manos o Pensamiento Hábil, de un modo más completo y resumido que lo expuesto por mí en anteriores libros o artículos. Una exposición dirigida a la comprensión de un público interesado por las cuestiones filosóficas actuales que, aunque no tenga por qué tener un conocimiento preciso de los arduos trabajos académicos del denominado Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, si es necesario que se esté familiarizado de algún modo con algunos aspectos de su filosofía, a los que aludiremos a lo largo de la exposición, en la que estas investigaciones sobre las manos y su central papel en la racionalidad humana tuvieron inicio. Pues, dichas primeras obras ( Introducción al Pensamiento Hábil (2007), Principios filosóficos del Pensamiento Hábil (2009), Pensar con las manos (2017), La razón manual (2018)), en las que expuse lo que denomino Filosofía de las Manos,   exigían para su comprensión un previo conocimiento de la filosofía de Gustavo Bueno, el denominado Materialismo Filosófico, en la que me he formado como alumno, discípulo y colaborador  suyo, sobre todo, tras mi ingreso en el puesto de Profesor de la Universidad de Oviedo, pasando a ser integrante de la denominada Escuela de Oviedo durante un largo periodo de unos 15 años. Tras mi salida de dicha Escuela, a pesar de mis esfuerzos por encontrar alguna consideración de mis nuevos desarrollos filosóficos por parte de sus miembros integrantes, he recibido más bien la impresión de que, como se dice vulgarmente, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio, pues con excepción de mis trabajos previos de investigación doctoral sobre la obra póstuma de F.W.J. Schelling, - que han merecido un largo y elogioso Prólogo del propio Gustavo Bueno cuando fueron publicados en forma de libro (Manuel F. Lorenzo, La última orilla, Introducción a la Spätphilophie de Schelling, Prólogo de Gustavo Bueno, Pentalfa, Oviedo, 1989)-, mi obra posterior, en la que presento una nueva propuesta de fundamentación de la filosofía, denominada inicialmente como Pensamiento Hábil, no ha recibido por parte de dicha Escuela ni la más mínima atención, si acaso algún que otro rechazo basado en el insulto y la incomprensión de algún miembro aislado. Solamente algunos alumnos y amigos se han dirigido a mi interesándose por mis nuevas propuestas filosóficas y animándome apasionadamente a continuarlas.

       Más recientemente he recibido la invitación para exponer mis nuevas ideas filosóficas, en relación con su origen en el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, en el canal de Youtube Encuentros de Humanidades y Filosofía, dirigido por Antonio Muñoz Ballesta, editado con el título de “Manuel F. Lorenzo, la filosofía de las manos”:

https://www.youtube.com/watch?v=IJoDnLIOsQs&list=PLmFm1KQ5M14PiZpCuyjCPe-fQ3aXbmcHI

     No obstante, he observado que dicha presentación de mi filosofía, aunque puede ser recomendable para entender la génesis del Pensamiento Hábil de una forma clara y precisa, por estar expuesta de un modo coloquial y tratando de evitar los formalismos académicos, tiene el problema de que presupone en los oyentes cierto conocimiento del propio Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno y de su evolución.

     Por ello, partiendo de lo manifestado en dicho vídeo, trataré de exponer brevemente -de un modo que el lector pueda seguirme sin precisar un conocimiento técnico y preciso de la extensa obra de Bueno- cómo ha surgido mi propia posición filosófica a partir de los previos e innovadores desarrollos filosóficos de dicho filósofo en los que tuve la fortuna de formarme en mis inicios. En tal sentido, especialmente influyente fue la obra de Bueno Ensayos materialistas (1972), en la que se proponía una Ontología materialista sustituyendo la Idea tradicional de Ser de la Metafísica general de Christian Wolff por la de Materia ontológico-general y las tres Ideas de la Metafísica especial de Wolff, Mundo, Alma y Dios, por Tres Géneros de Materialidad (M1, M2, M3). De ella se derivaba un amplio y ambicioso proyecto de investigación aplicado a la Historia de la Filosofía, que el propio Bueno empezó a desarrollar en su obra La Metafísica Presocrática (1974), y después continuamos algu-nos discípulos, entre los que destacan Vidal Peña o Ricardo Sánchez-Ortiz de Urbina. En mi caso, fue resultado suyo mi tesis doctoral dedicada a la filosofía tardía de Schelling y publicada como libro, con un amplio Prólogo de Gustavo Bueno, con el título de La última orilla. Introducción a la Spätphilosophie de Schelling (1989).

     A pesar de la innegable utilidad hermenéutica de dicha sistema-tización y modernización de la Ontología llevada a cabo por Bueno, al rescatarla de la metafísica onto-teológica tradicional, de una forma similar a como Karl Popper había hecho con su teoría de los Tres Mundos en su obra On the Theory of the objetive Mind (1968), quedaban algunas cuestiones pendientes de fundamentación que no estaban entonces claras. Una de ellas surgió precisamente en algunas reseñas críticas de Ensayos materialistas que Fernando Savater llevó a cabo en algunos artículos publicados en la Revista Triunfo y otros posteriores. En tales críticas, si no recuerdo mal, el propio Fernando Savater había planteado la pregunta de porqué había 3 Géneros de Materialidad y no 7. La respuesta que se le dio era que ya se contenía en una Tabla de Correspondencias -insertada en el libro de Bueno-, entre los Tres Géneros de Materialidad y Conceptos filosóficos de diferentes Sistemas filosóficos clásicos. Pues la correspondencia se podía establecer, por ejemplo, entre una amplia lista de filósofos, con la tripartición de los estoicos entre Física, Ética y Lógica, con la de Hegel entre Naturaleza, Espíritu y Lógica, o con los Tres Mundos de Popper o los Tres Reinos de Simmel. El problema era que tal respuesta era un argumento de autoridad, más que una deducción o fundamentación de tal tripartición. Además, la crítica era importante porque Bueno mantenía que su filosofía era un Sistema y por tanto no bastaban los argumentos de autoridad. Esta crítica, aunque no podría precisar ahora si provino realmente del propio Savater, pues no he podido localizar el artículo en cuestión que leí en entonces, quedó grabada en mi memoria, aunque en aquel momento no le di especial importancia. Fue posteriormente cuando, impulsado por mi  interés  de llevar a cabo una  asimilación crítica y no meramente repetitiva de la obra de Bueno, me vi obligado a plantearme una respuesta a dicha pregunta. Pues el propio Bueno mantenía que su filosofía era un nuevo Sistema y no una mera rapsodia de filosofemas  o  una  mera  actualización del materialismo del DIAMAT Soviético. Pero, entonces había un problema, pues tenía que ser posible una deducción o justificación racional de la Doctrina de los Tres Géneros dentro del propio Sistema.

     La Idea de Sistema filosófico es propia de la modernidad, sobre todo a partir de Descartes. Esta inspirada en la sistematización de la Geometría. Siguiendo su modelo Descartes pretendía descubrir nuevas verdades seguras en filosofía, de un modo similar a como las Matemáticas, en tiempo de los griegos y en su propio tiempo con la aparición de la Geometría Analítica que el propio Descartes contribuyó a crear, permitieron avances espectaculares en las ciencias físicas con Kepler y Galileo. Descartes pretendía establecer en Filosofía unas primeras evidencias claras y distintas, captadas de forma intuitiva, para apoyarse en ellas como un fundamentum in concusum a partir del cual, y de modo rigurosamente deductivo, ir obteniendo verdades filosóficas seguras, cuya evidencia descansaba y era garantizada en último término por las evidencias intuitivas primeras de las que se partía. Sería Spinoza, que al parecer reprochaba a Descartes haber expuesto su filosofía según un método meramente analítico, por lo que se propuso una exposición deductiva o sintética de la propia filosofía cartesiana, -según nos cuenta Luis Meyer en su Prefacio a la edición de los Principios de filosofía de Descartes de Spinoza- el que, en su famosa Ética, compondría una filosofía demostrada sintética y deductivamente al modo de los geómetras, como reza el propio título completo de dicha obra. Posteriormente, Fichte se inspiraría especialmente en Spinoza, -que había sido reconocido como un gran filósofo en Alemania por figuras culturales tan influyentes como Goethe o Lessing, después de una larga proscripción-, para crear el denominado primer Sistema del Idealismo alemán a partir de la obra también predominantemente crítico-analítica de Kant.

     Fichte abriría el paso a los grandes Sistemas de Schelling y, sobre todo, del de Hegel, de gran influencia en el marxismo más escolástico de Engels y el DIAMAT soviético y, por ello, de gran influencia  indirecta  en  los  Ensayos materialistas de Gustavo Bueno. En esta obra Bueno trataba de corregir el Materialismo monista de Engels y el DIAMAT, muy influidos por el hegelianismo, que pretendían explicar sistemáticamente la realidad partiendo de la Idea de Materia en vez de partir del Yo de Fichte o del Espíritu Absoluto hegeliano.  Gustavo Bueno proponía un Materialismo  no monista que entendía la Materia originaria, o Materia Ontológico General, como una pluralidad de partes extra partes irreductibles a una unidad. Pero Bueno consideraba que desde esta Materia Ontológico General no es posible deducir, al modo monista, el Mundo como un compuesto de Tres Géneros de Materialidad Ontológico Especial. Ello estaría imposibilitado racionalmente por un dialelo argumentativo de tipo antrópico, que abre un hiato imposible de saltar deductivamente entre la materia originaria y el mundo actual, a diferencia de lo que sostenía el DIAMAT, el cual consideraba, en la línea, por ejemplo, que hoy sostiene la Teoría del Big-Bang, que todo lo que existe sale y se deduce de un primer estado de la materia física.

     El uso que Bueno hace del término “Materia”, por tanto, no es unívoco, sino que pretende ser análogo, ya que Bueno distingue la materia física (M1) de la materia psicológica (M2) y de la materia lógica (M3). Pero esto da, sin embargo, lugar a equívocos entre los que consideran que la materia es solo la materia física, como ocurre con el DIAMAT. Es cierto que en español se puede usar la palabra “materia” de modo análogo, por ejemplo, cuando se habla de la materia de un poema o de algo objeto de estudio como, por ejemplo, las materias o contenidos de un curso universitario. Con ello no se pretende significar algo físico, como las letras del poema o los manuales o libros del curso, sino algo contenido en ellos, como el asunto del que trata el poema o los contenidos literarios, científicos, etc., desarrollados en el curso. Por ello, más que materia, habría que usar aquí la palabra realidad, en el sentido del Ser o existir, para referirse a Tres Dimensiones de la realidad en vez de a Tres Géneros de Materialidad. Pues a Bueno le sucede en dicha obra lo mismo que a Spinoza, en el cual se inspira en parte importante de su filosofía (podríamos hablar incluso de la filosofía de Spinoza-Bueno como se habló de la filosofía de Leibniz-Wolff), cuando sostiene que hay una Substancia infinita, que contiene infinitos Atributos dados de infinitos Modos, pero que solo conocemos dos,  Pensamiento  y  Extensión.  Para  Bueno  hay una Materia infinita de la cual solo Tres Géneros son los que constituyen el Mundo que conocemos como dado a nuestra escala antrópica. Pero, así como Spinoza no deduce Pensamiento y Extensión, sino que los introduce de hecho -como han observado interpretes como Vidal Peña en su obra El materialismo de Spinoza (1974)-, Bueno, en sus Ensayos materialistas, tampoco justifica racional o  deductivamente que haya Tres Géneros de Materialidad Ontológico Especial y solos Tres. Y ello porque M es solo el resultado al que se llega tras un regressus que parte de Mundo ya dado. Es por ello un concepto puramente negativo a partir del cual no se puede hacer el progressus hacia el Mundo. Por ello M no se puede considerar como el verdadero fundamento deductivo de otras partes de su filosofía como la Doctrina de los Tres Géneros de Materialidad.

    Eso me llevó a la pregunta por el verdadero fundamento que podría explicar por qué hay Tres Géneros y no siete, por ejemplo. Asimismo, mi interés por la obra de Bueno me condujo a plantearme problemas de fundamentación, a preguntar por el fundamento de esta filosofía de la que admiraba muchos resultados crítico-analíticos nuevos que aportaba en campos tan diversos como las explicaciones, que fue posteriormente desarrollando, del conocimiento científico, de las relaciones políticas, religiosas, éticas y morales, etc., en las cuales siempre suponía un fundamento materialista. Pero mi constatación de que había problemas en tal fundamentación o construcción última sintético-materialista, me llevó finalmente a centrarme en esta parte, ya no meramente critico-analítica, sino sintético-deductiva que se me aparecía de forma claramente problemática en la obra de Bueno, más que a limitarme a la mera repetición escolar de ella.

     La obra de Bueno es muy extensa, no solo en libros, artículos, entrevistas, vídeos, etc., sino también en el tiempo. Son más de 40 años de investigación filosófica desde los Ensayos materialistas (1972), por ejemplo, hasta su último libro El Ego trascendental (2016), en el que precisamente analiza la Idea de Ego (E), que era el tercer Ensayo que faltaba a los Ensayos materialistas, pues estos solo trataban de la Materia Ontológico General (M) en el Ensayo I y del Mundo constituido por los Tres Géneros de Materialidad (Mi) en el Ensayo II.  Para  redactar este análisis de la Idea de Ego necesitó de una  larga  evolución en la que pasa a primer plano lo que podemos denominar como la investigación operatiológica llevada a cabo en sus análisis y teorización del proceder científico realizados en su Teoría del Cierre Categorial (5 vols., 1992-93).  Es entonces cuando la preocupación gnoseológica desplaza en Bueno, a nuestro juicio, a la puramente ontológica de los Ensayos y aparecen los nuevos planteamientos que le permitirán deducir los Tres Géneros. El propio Bueno rescatará en su última época la idea de una Noeto-logía que había formulado ya en su polémico libro El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970), pero que solo ahora se presentaba como una disciplina que debía explicar, no solo el conocimiento científico, sino el conocimiento racional general común también al arte, a la técnica, etc. Pero Bueno, ya al final de su vida, no llegó a desarrollar esta Noetología. Por nuestra parte hemos tratado de desarrollar un proyecto gnoseológico similar en nuestra obra La razón manual (2018), en la que tratamos de fundamentar la racionalidad humana de una forma nueva, muy diferente de la tradicional aristotélica, que ya definía al hombre como un “animal racional”, como de la idealista kantiana basada todavía en supuestos de estructuras racionales aprioristas, apoyándonos precisamente para ello en las potencialidades, más que en las actualidades, del Materialismo Filosófico del propio Gustavo Bueno.

     En una obra de tan larga duración como la de Gustavo Bueno, consideramos que su interpretación no puede quedar fijada ya en el principio, pues ésta fue evolucionando y cambiando. Su interés se fue desplazando desde las cuestiones ontológica hacia el papel gnoseológico del sujeto racional humano y sus operaciones al desarrollar y pulir sus explicaciones sobre el conocimiento científico. Por todo ello fue grande mi sorpresa cuando el propio Bueno, 20 años después de la publicación de los Ensayos materialistas, consigue responder de forma deductiva a la pregunta de porque hay solo Tres Géneros de Materialidad. Ello ocurrió en un pequeño escrito sobre la voz “Materia” realizado por encargo de una enciclopedia filosófica alemana. En él se plantea Bueno, casi dos décadas después de la publicación de Ensayos materialistas, buscar un “hilo conductor”, parodiando al Kant de la Deducción Metafísica de las Categorías, que le permita una deducción de los Tres Géneros de Materialidad:

     “Es evidente que, si este hilo conductor o criterio deductivo existe, deberá estar vinculado al contexto mismo originario de la idea de materia determinada, el contexto tecnológico transformacional. Ahora bien, desde un punto de vista sintáctico, todo sistema tecnológico comporta tres momentos o, si se prefiere, sus constituyentes pueden ser estratificados en tres niveles diferentes: el nivel de los términos, el de las operaciones y el de las relaciones. Las transformaciones en cuyo ámbito suponemos se configura la idea de materia determinada tiene siempre lugar entre términos, que se componen o dividen por operaciones, mejor o peor definidas, para dar lugar a otros términos que mantienen determinadas relaciones con los primeros. En las transformaciones de un sílex en hacha musteriense, los términos son la lajas, ramas o huesos largos; operaciones son el desbastado y el ligado y relaciones las proporciones entre las piezas obtenidas o su disposición (…) En suma, parece obligado concluir que la materia determinada, en el contexto de las transformaciones operatorias, se nos ofrece como una realidad sintácticamente compleja, en la cual se entretejen momentos de, por lo menos, tres órdenes o géneros muy distintos, pero tales que todos ellos son materiales (…) La materia determinada se nos dará, bien como una materia determinada del primer género (por ejemplo, como una multiplicidad de corpúsculos codeterminados), o bien como una materia del segundo género (una multiplicidad de operaciones interconectadas), o bien como una materia del tercer género (por ejemplo, una multiplicidad de razones dobles constituyendo un sistema)” (Gustavo Bueno, Materia, Pentalfa, Oviedo, 1990, pp. 30-31).

     Entonces resulta que es el “contexto tecnológico transformacional” el hilo conductor que finalmente le permite justificar filosóficamente que hay Tres Géneros y solo tres. Dicho contexto es, a nuestro juicio, la base o raíz generadora de una gnoseología constructivista circularista, del tipo de la asumida por el propio Gustavo Bueno, junto con Piaget y otros, como alternativa a las gnoseologías del descripcionismo positivista, del teoreticismo kantiano o del adecuacionismo aristotélico. Precisamente el construccionismo circularista y dialéctico, que parte de la interacción entre el Sujeto y el Objeto, es iniciado modernamente por Fichte. Con él se abrirá paso una concepción del Sistema filosófico,  no ya al modo de una cartesiana o spinozista  deducción lineal a partir de un fundamento, sino como una construcción deductiva circular y dialéctica. Un Sistema será ahora el resultado de una totalización de unas partes o términos entre las cuales se establecen relaciones producto de determinadas acciones u operaciones que, más que descansar en un fundamento estático y sustancial (como ocurría todavía en Descartes y Spinoza), consigue flotar y mantenerse como si la realidad fuese un mar sin fondo, como si no existiese una “cosa en sí” detrás de los fenómenos.  Pero Fichte, no obstante su interés por la tecnología, a diferencia de Kant, se planteó el construccionismo cognoscitivo de un modo todavía idealista o “mentalista”, partiendo de las acciones (Tathandlungen) y operaciones del Yo Trascendental kantiano, con-vertido por él en nuevo fundamentum inconcusum.

     Fue entonces cuando surgió, por ello, en mi un interés especial por la obra de Fichte debido a que comprendí que, así como Gustavo Bueno había elaborado la Ontología de Ensayos materialistas sobre la división de Christian Wolff, -considerado el formulador de la Metafísica moderna u Ontología, tomada como modelo por Kant en su Crítica de la razón pura-,  entre una Metafísica generalis, que trataba del Ser y una Metafísica specialis, que trataba de Dios del Alma y del Mundo, habría que preguntar entonces quien se podía considerar el modelo más desarrollado en la Filosofía idealista Moderna de una Gnoseología o Teoría del Conocimiento. A mi juicio, la respuesta a tal pregunta era que este modelo lo encarnó en su tiempo Fichte con su famosa Wissenschaftslehre, en la cual organiza y desarrolla todo el conocimiento humano a partir de sus famosos Tres Principios de los Grundlage der gesamten Wissen-schaftslehre de 1794. Pero habría, todavía, que reelaborar tales Tres Principios de un modo no Idealista, de la misma manera que Bueno reinterpretó la Metafísica onto-teológica de Wolff en términos materialistas sustituyendo el Ser por la Materia Ontológico General y las Ideas metafísicas especiales de Mundo, Alma y Dios por los Tres Géneros de Materialidad. En tal transformación, Bueno se remitió a filósofos contemporáneos como Popper, especialmente a su Teoría de los Tres Mundos en la que, apoyándose en Platón y los estoicos, sostiene que para superar el tradicional dualismo de Alma (mind) y Cuerpo habría que postular un Tercer Mundo, el mundo de la Ideas o entidades matemáticas de Platón. Gustavo Bueno asimila de un modo semejante,  aunque discrepando del darwinismo mecanicista de Popper, el Dios de los filósofos wolffiano con este Tercer Mundo popperiano, considerándolo como Tercer Género de Materialidad para evitar entenderlo al modo de una tercera sustancia metafísica hipostasiada.

     Por ello, el propio Bueno se apercibió, con el paso del tiempo y el desarrollo de sus investigaciones gnoseológicas, de que había problemas de fundamentación en su filosofía, como el de los propios Tres Géneros, que había que resolver de modo deductivo y sistemático. Así, se interesó entonces, y de modo especial en El sentido de la vida (1996), por comprender mejor que se entendía por Sistema, cuando hablamos por ejemplo de un Sistema filosófico o científico. Para ello se remitió particularmente, dado el contexto de sus desarrollos de la Teoría del Cierre Categorial, a la sistematización que Newton había hecho de la Física clásica según sus famosos Tres principios de la Mecánica. Se pregunta Bueno entonces porque Newton consigue establecer o “cerrar” de una forma sistemática el campo de la Física Clásica. La clave cree que está en la configuración básica que conforman sus famosos Tres Principios: el Primer Principio de la Inercia, el Segundo Principio de la Fuerza (Masa por Aceleración) y el Tercer Principio de la Acción y Reacción. Con ellos Newton estableció una estructuración operatoria que Bueno pone en relación con los Principio básicos de la Gnoseología operatoria resultante de lo que llama el “complejo tecnológico transformacional”. De tal modo el Primer Principio de Newton es un Principio de los Términos o “masas inerciales” de que trata la Física, el Segundo Principio es el Principio de las Operaciones con las que captamos los cambios de movimiento en función de las fuerzas actuantes, y el Tercer Principio es el Principio de las Relaciones derivadas de la Acción Recíproca entre las masas, de la que se acabará derivando la relación expresada como ley universal que se expresa en la Ley de Gravitación.

     Pero Bueno extiende también esta estructuración en Tres Principios gnoseológicos a los Principios que rigen la Ciencia política, comparándolos con los Tres famosos Principios de la Revolución Francesa, que son la base de la modernización política: el Principio de la Libertad como Principio de los Términos políticos, los ciudadanos libres, el de la Igualdad como el Principio de las Operaciones que regulan las fuerzas sociales, y el de la Fraternidad como el Principio de las Relaciones que regulan la cooperación basada en la reciprocidad. La diferencia entre los Principio físicos y los políticos residiría en el grado en que se puedan eliminar las operaciones de los términos objeto de estudio. Cuando esta eliminación se consigue, por neutralización de las operaciones, tales Principios pasarían a ser constitutivamente verdaderos. mientras que cuando esto no es posible, como en el caso de las relaciones políticas por la imposibilidad de reducir a los individuos actuantes a meras masas inerciales, dada el supuesto de la propia capacidad recursiva y de retroalimentación auto-regulativa de su conducta, entonces se consideran Principios postulatorios, cuya naturaleza no permite cierres científicos categoriales necesarios y universales, sino cierres que permanecen siempre abiertos. De este tipo serían también los cierres que se pueden establecer en materias filosóficas, con la diferencia de que ahora, para decirlo en términos de Kant, se trata de Ideas de la Razón y no de Conceptos científicos del Entendimiento. Concibiendo ahora, por ello, las Ideas filosóficas, como hace Bueno, en cuanto entidades que derivan, no tanto de la composición de juicios o proposiciones científicas aisladas (como mantiene todavía el propio Kant), cuanto de la reflexión de segundo grado sobre las propias ciencias y de las técnicas de las que derivan, las cuales generan unas Ideas que no se reducen a conceptos particulares roturados exclusivamente en los campos científicos y tecnológicos, sino que semejan a los olivos en los municipios andaluces, que brincan más allá de los límites de los municipios en que fueron plantados y se extienden por una espacio muchísimo mayor e irreductible a su mero control local como es la entera región andaluza. Por ello Ortega sostenía en relación con la producción olivarera, que ello exigía, para una mejora y mejor organización de la producción olivarera, base de la riqueza económica andaluza, la creación de un organismo general de control y regulación de dicha producción con el fin de disponer de medios más potentes de intervención para superar los obstáculos que plantean las cegueras localistas. (Aquí está la base de la Idea de Descentralización Autonómica que propuso Ortega y no en supuestos lingüísticos o nacionalistas fragmentarios, como se ha desarrollado en la España actual, amenazando con la destrucción del país en vez de conseguir su vertebración). Las Ideas filosóficas, por tanto, son más generales que las categorías o conceptos científicos en  tanto  que  brincan y desbordan sus campos al modo como la Idea de Espacio es tratada por la Física, pero también por la Geometría o por la Psicología Genética que lo entiende como el resultado de un cierre algebraico operatorio aplicado al conjunto de los desplazamientos de un individuo.

     Por ello, la elaboración de un Sistema filosófico debe buscar unos Principios de los Términos, las Relaciones y las Operaciones que mantienen la Ideas filosóficas de modo similar, aunque no idéntico, al que lo hacen las sistematizaciones científico-categoriales. En tal sentido he tratado de interpretar la famosa Teoría de Fichte de los Tres Principios del Conocimiento, a partir de los cuales erige su Sistema filosófico, de un modo similar a como Newton erigió su Sistema Mecánico de la Física. De tal modo, el Primer Principio de Fichte, “el Yo pone al Yo”, sería un Principio de los Términos, en tanto que los sujetos cognoscentes no son  objetos inerciales ni meras sustancias cartesianas, sino sujetos cuya naturaleza es la acción de ponerse a si mismos; el Segundo Principio, “al Yo se opone un No-Yo”, sería el principio de las Operaciones, y el Tercer Principio, “en el Yo, un Yo limitado se opone a un No-Yo limitado”, resultante según Fichte de un postulado de limitación y un principio de oposición recíproca; a partir de dicho Tercer Principio, que sería un Principio de las Relaciones, Fichte trata entonces de deducir todas nuestras representaciones cognoscitivas del mundo. Pero Fichte hace esto dentro del marco de una Filosofía Idealista tan criticable para nosotros como lo fue la Metafísica wolffiana para Bueno. Pero crítica no quiere decir aquí rechazo total de lo propuesto por Fichte, sino criba, arrojar el agua sucia, pero no al niño.

     Se trataría entonces, por nuestra parte, de apoyarnos de modo análogo a como hizo Gustavo Bueno para rectificar la Ontología de  Wolff, en Teorías del Conocimiento contemporáneas que no fuesen idealistas, pero que guardasen una semejanza esencial con la Teoría del Conocimiento fichteana, para trasponerla, conservando su estructura esencial de circularismo constructivista, a un marco de una filosofía no idealista. En tal sentido podemos considerar la Epistemología Genética de Piaget, -aunque el propio Piaget no haya estado influido directamente por el conocimiento de la obra de Fichte-, como guardando unas semejanzas que nos permiten desarrollar  sistemáticamente  la  Gnoseología  que creemos precisa para fundamentar filosóficamente el “contexto tecnológico transformacional” al que remite Gustavo Bueno para la deducción de los Tres Géneros.

     La analogía principal que nos permite conectar a Fichte con Piaget (hemos desarrollado más detalladamente una interpretación de la filosofía de Fichte desde Piaget en Manuel F. Lorenzo, Meditaciones Fichteanas, Logos, Berlín, 2014), reside en que ambos consideran que la explicación del conocimiento debe partir de las acciones y no tanto de las sensaciones. Estas se siguen considerando, pero solo en tanto que subordinadas a las acciones. En Fichte tales acciones (Tathandlungen) son acciones u operaciones de un Yo interior, dado en relación consigo mismo por la Autoconciencia. Pero en Piaget se abandona este Idealismo de la Conciencia al considerar el sujeto de las acciones como un ser vivo, corpóreo-operatorio, dado en relación originaria, no ya consigo mismo, sino con un medio entorno del que depende principalmente para su supervivencia y no solo para el desarrollo de su Conciencia. Por ello Piaget investiga el desarrollo del conocimiento inteligente de los niños observando, en relación con un medio vital, sus acciones y operaciones corporales, como el chupar, coger objetos, arrojarlos, golpearlos, etc., ya desde un periodo sensorio-motriz anterior a los dos años en que todavía no  hablan y por tanto no pueden tener representaciones de sus acciones en un yo auto-consciente. Tales acciones inteligentes, por tanto, no brotan, según Piaget, de la interioridad de la conciencia, como en Fichte, sino que derivan evolutivamente de la transformación de instintos biológicos previos, como el instinto de mamar o el de cerrar la mano en los bebes, como actos reflejos de los que derivan primero los hábitos de chupar y las habilidades manuales. Piaget esta ya inmerso en un biologismo evolucionista darwiniano, aunque en una perspectiva filosófica que podíamos denominar como la de un vitalismo anantrópico, ya que su biologismo se da en continuidad con el desarrollo cognitivo de animales, como los chimpancés, sin marcar claramente una diferencia entre animales y humanos. Pues la diferencia entre la inteligencia de un niño y un chimpancé, según Piaget, es que el desarrollo de este último se detendría en unos meses, mientras que el niño requiere años para su maduración intelectual.

     Desde el punto de vista ontogenético de la Psicología infantil, en que se sitúa Piaget, es difícil sostener otra cosa. Para ello habría que recurrir a la Antropología evolucionista en la que se percibe la dimensión filogenética, complementaria de la anterior, para poder marcar una diferencia irreductible entre el conocimiento humano y el meramente animal. El propio Piaget, como sostiene en su entrevista con Jean-Claude Bringuier, en Conversaciones con Piaget (Gedisa, Barcelona, 2004), había contemplado en sus iniciales planteamientos epistemológicos la necesidad de esta perspectiva filogenética antropológica, pero debido al precario desarrollo empírico de la Paleoantropología a principio del siglo XX, optó por centrarse en la ontogenia, para la cual disponía de unas posibilidades experimentales mayores y más fiables debido a la posibilidad de repetir las observaciones indefinidamente, pues todos los días nacen nuevos niños a los que se puede observar, mientras que los datos y descubrimientos de la Antropología evolucionista eran azarosos y por entonces muy precarios. Pero, será en la segunda mitad del siglo XX cuando se empiecen a producir descubrimientos antropológicos que conducirán a final de siglo, como refleja ampliamente la obra de Frank R. Wilson, La mano. De como su uso configura el cerebro, el lenguaje y la cultura humana (Barcelona, 2002), al establecimiento de las grandes diferencias entre la mano humana y la mas próxima a nosotros de los simios, las cuales posibilitaron la aparición de las técnicas de fabricación de hachas y de una industria lítica, ya en los homínidos a partir del homo habilis, que marca el paso de las meras acciones rutinarias de los animales a las acciones normativas humanas, que precisan para su producción, mantenimiento  y desarrollo de lo que denominamos instituciones antropológicas permanentes como el taller artesano, por ejemplo.

     La mano humana, que aparece ya claramente diferenciada de la mano de los simios en la australopiteca Lucy, habría sido la palanca o Rubicón que marca el paso del animal al hombre, no tanto porque los animales careciesen de técnica alguna, como porque la mano humana es capaz de realizar prensiones de los objetos, ya sea en pinza para lanzar objetos con la fuerza y la precisión de un proyectil, ya sea en el martillear, enhebrar una aguja o producir fuego frotando un palillo, cosas que ningún animal es capaz de hacer (Ver Collin Mc Ginn, Prehension. The Hand and the Emergence of Humanity, The Mit Press, 2015) Ello conlleva una capacidad de transformación del medio que permite una puesta progresiva y creciente de la naturaleza en torno a nuestro servicio, aumentando nuestra capacidad de supervivencia como especie y el control y dominio del resto de las especies animales con las que estábamos en competencia en la darwiniana lucha por la vida.

    No obstante, Piaget presenta el desarrollo del conocimiento según unas afirmaciones que nos permiten reinterpretar los Tres Principios de Fichte en una perspectiva vitalista. Aunque dicha perspectiva no la entendemos al modo Anantrópico, propio de un Vitalismo filosófico monista, próximo al de Bergson, como el que mantuvo el joven Piaget, sino según un modo Antrópico y concebida dentro de un Vitalismo pluralista como el sostenido por Ortega y Gasset, en el que la Vida humana no se reduce a ser una mera continuación de la Vida biológica, tal como defendió en “Ni vitalismo ni racionalismo” (1924).

     En primer lugar, el Primer Principio de Fichte, “el Yo pone al Yo”, es el que proclama la Autonomía del Yo. Fichte entiende al Yo como la acción de ponerse a si mismo, como una especie de Causa Sui. En tal sentido mejora a Descartes que todavía sostenía que el Yo era una Substancia, res cogitans. Para Fichte el Yo no es algo substancial y estático sino que es pura actividad en relación consigo mismo y con el medio externo (No-Yo). Pero, según Piaget, pensar que el sujeto del conocimiento es autónomo, como todavía ocurre en Fichte, es puro idealismo, pues como sujeto biológico no es autónomo, sino que depende irremediablemente de un medio natural del que toma la energía para sus acciones. No obstante, como ser vivo, aunque no sea autónomo, puede autorregular su conducta de modo recursivo en relación con dicho medio, tanto para adaptarse a él como para transformarlo con sus acciones corporales. Piaget ya observó cómo, onto-genéticamente, van estructurándose evolutivamente en los niños las acciones corporales, de la boca, los pies y las manos, para asimilar y acomodarse de modo inteligente al medio, como lo haría un chimpancé, pues esto ocurre ya antes de que el niño empiece a hablar. Será, sin embargo, la Antropología evolucionista posterior la que resalte de modo esencial a las habilidades manuales como la principal  palanca  autorregulativa  que  nos aleja del mundo animal, pues gracias a la especificidad de tales manos exentas, desarrolladas en consonancia con la bipedestación, como ya había señalado el propio Darwin en El origen del hombre, fue posible el surgimiento de la industria técnica, sobre todo a partir del denominado homo hábilis, hace unos 2 millones de años.

     Con ello quedan definidos precisamente los sujetos humanos como términos, no ya meramente inerciales, como una piedra, ni meras conciencias para las que el mundo es algo primordialmente “ante los ojos” (Vorhandenheit), sino como seres dados en un “mundo a la mano” (Zuhandenheit), como sostuvo Heidegger en Ser y Tiempo. Pues definir al hombre como un sujeto corpóreo que opera originaria y esencialmente con sus manos es rectificar el Primer Principio fichteano según el hilo conductor del “complejo tecnológico transformacional” del que habla Gustavo Bueno. La actividad manual es entonces, en tanto que un principio de autorregulación conductual, la esencia del sujeto humano representada por este Primer Principio en el sentido de principal órgano corporal de adaptación y transformación humana del medio y del propio ser humano en su evolución. Por tanto no es ya la Autoconciencia reflexiva del Yo fichteano el fundamento último del saber humano, sino la Operatoriedad manual humana principalmente, que actúa como condición de posibilidad de dicho saber, en tanto que con ella se desarrolla una técnica que permite la construcción normativizada, y no meramente rutinaria, de instrumentos como un hacha de sílex, que han sido trascendentales por sus consecuencias en la creación de un poderoso mundo humano para alejarnos del resto del reino animal. En tal sentido señalaba Bergson, recogiendo una afirmación de Aristóteles, a la mano humana como un “instrumento de instrumentos”, como el instrumento orgánico para fabricar instrumentos inorgánicos, en el sentido de que conserva una especie de capacidad reflexiva como la que tenía la Autoconciencia fichteana. Así como Fichte decía que el Yo reflexivo de la Autoconciencia pone al Yo perceptivo de la sensibilidad externa, podemos decir que la mano instrumento humana pone o funda al instrumento técnico que nos da acceso a la racionalidad estrictamente humana.

      Piaget evita el determinismo y la falta de libertad, a que puede conducir  la  dependencia  del  medio natural, al sostener que un ser vivo, aunque este determinado por el medio, en tanto que tiene la capacidad de moverse por si mismo, puede autorregular sus movimientos y acciones, al coordinarlos por medio de sus habilidades manuales y corporales. Por ello es libre, no ya en un sentido absoluto, como el Yo de Fichte, sino en un sentido relativo, en tanto que, por dichas habilidades operatorias, -que ya no son meros instrumentos de la conciencia, como pensaba Fichte, sino que son instrumentos prístinos u originarios, fruto de la propia evolución biológica-, puede escapar o vencer al determinismo natural que le presenta resistencia, en tanto que se adapta a él. Nuestra libertad está, pues, no ya en función de una autonomía Kantiana, recogida por Fichte, del Yo consciente, cuanto en función de nuestras habilidades operatorias, las cuales tienen su origen como transformación evolutiva de los instintos o rutinas de la propia vida inconsciente o preconsciente.

   Piaget, al admitir la dependencia del medio, admite pues dialécticamente, como Fichte, que el origen y desarrollo de nuestras acciones y operaciones, no surge de la Nada, no es por ello algo hipostasiado, sino que supone un No-Yo, un medio natural que se nos resiste, lo cual debe ser recogido como un Segundo Principio. Pero al ser un medio biológico positivo, este Segundo Principio de las Operaciones,  no se reduce a un mero No-Yo, a un Principio puramente lógico-negativo, sino que dicho medio entorno presenta resistencias concretas a nuestra conducta, pero también facilidades, que se pueden determinar positivamente, por ciencias como las ciencias positivas (ciencias físicas, químicas, biológicas, sociológicas, psicológicas etc.) con vistas a una acción inteligente para controlarlas.

     Piaget precisa esta idea entonces añadiendo, en un sentido ya no idealista, sino vitalista, lo que podemos considerar como un equivalente del Tercer Principio de Fichte, al suponer que la Adaptación evolutiva al medio se lleva a cabo a través de dos funciones opuestas, pero dadas en reciprocidad: la Asimilación y la Acomodación. El organismo, en vez de someterse pasivamente al medio, lo modifica asimilándolo a las estructuras que le son  familiares, a las  estructuras propias disponibles,  incorporando los objetos a sus “esquemas de acción” conductuales, como hace un niño cuando ante objetos desconocidos ensaya sus esquemas de acción más habituales, chupando, golpeando, frotando, arrojando los objetos, etc., para incorporarlos a su conducta práctica cotidiana. Así, cuando al chuparlo no obtiene alimento descubre, sin embargo, que le proporciona un placer que le calma. O cuando arroja los objetos no es por capricho, sino porque está experimentando como un científico, dice Piaget, para ver si se rompen o rebotan. Así amplia su conocimiento del mundo y empieza a distinguir una pelota de algo que no lo es, como una esfera de cristal, por ejemplo. Al mismo tiempo, si se produce alguna dificultad en el manejo de los objetos, el organismo lleva a cabo acciones de acomodación a la nueva situación, como cuando el niño debe estirar los brazos para golpear un objeto distante, que no puede alcanzar en su posición habitual, etc. De esta forma sus esquemas cognoscitivos van cambiando, como cuando un niño que tiene el esquema de la figura de un caballo, y en el Zoo lo aplica a una jirafa, su madre le hace sustituir o acomodar su esquema del caballo al de una jirafa, diciéndole que el cuello de la jirafa es más largo, por lo que no es un caballo.

     Fichte pretendía explicar desde su Tercer Principio la totalidad del saber humano, tanto del teórico como del práctico por medio del dualismo actividad/pasividad del Sujeto respecto al Objeto para generar las representaciones cognoscitivas prácticas (actividad) y teóricas (pasividad). Según él todas las representaciones de los objetos mundanos se reducían a estas dos: las representaciones naturales que se nos imponen necesaria y pasivamente, como cuando oímos una explosión, y las representaciones que creamos libremente con nuestra imaginación, como, por ejemplo, un centauro. Las primeras son las que Kant analiza en la Critica de la razón pura y las segundas, las representaciones morales o estéticas, las que analiza en las otras dos Críticas. Si en el Tercer Principio, en el que la oposición entre un Yo finito y un No-Yo finito, según la formula Yo (Yo/No-Yo), consideramos que el Yo es pasivo y el No-Yo activo (entendiendo dialécticamente que pasivo/activo son términos relativos), tenemos lo que Fichte llama la serie de las representaciones reales de las cosas. Cuando consideramos lo contrario, esto es, que el Yo es activo y el No-Yo natural se nos resiste de modo pasivo, entonces surge la serie ideal de las representaciones morales, por ejemplo, cuando reprimimos nuestros instintos naturales en base a principio ideales, éticos. El problema está en que Fichte sigue aquí preso del dualismo kantiano entre Naturaleza y Espíritu que pretendía superar.

     Pero Piaget consigue evitar dicho dualismo al plantear desde su Principio de Adaptación con las funciones de Asimilación y Acomodación, tres posibilidades de generar la totalidad de las estructuras cognoscitivas: si la Asimilación predomina sobre la Acomodación, tenemos, como es en el caso de los juegos de construcción en los niños analizados por Piaget, una especie de conocimiento propio de la actividad técnica humana. Si la Acomodación predomina sobre la Asimilación, como ocurre en los juegos infantiles de imitación, tenemos el conocimiento artístico. Y si hay un equilibrio entre ambas funciones tenemos el conocimiento propiamente inteligente, base de los saberes científicos y filosóficos.



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