lunes, 24 de julio de 2023

Por una Agrupación al Servicio de la Democracia



      El título de este artículo quiere recordar aquella famosa Agrupación al Servicio de la República impulsada por intelectuales como Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala durante la Segunda República española. Y lo hace en relación con la necesidad de contar en la actual democracia española con un nuevo partido bisagra, tal como hemos manifestado en recientes artículos, publicados como Sobre el fracaso de los partidos bisagra y España necesita un nuevo partido bisagra. Poníamos como modelo de un partido bisagra de élites, que sirva de contrapeso a los dominantes partidos de masas como PSOE y PP, a los que prefieren votar de modo sostenido la mayoría de los españoles, a la Famosa Agrupación impulsada por Ortega. Un partido de élites al que solo votarían una minoría de españoles moralmente responsables y culturalmente bien formados. Existen hoy en España partidos de minorías catalanas, vascas, con mucho poder, pero que no tiene nada de elitistas. Estar en minoría no significa pertenecer a una élite egregia en el sentido de Ortega.  

Hoy las circunstancias políticas vuelven de nuevo a llevarnos a replantear dicho modelo. Ciertamente ya no es una cuestión palpitante la disyuntiva entre Monarquía/República, tal como se planteó entonces. Tampoco parece haber un peligro de deriva hacia una nueva guerra civil, que obligó al propio Ortega a tomar distancias con el rumbo radical que tomó la Republica con su famoso “no es eso, no es eso”. Una diferencia fundamental es que España entonces era un país preindustrial, bastante pobre y sin una amplia clase media, sin la que es imposible que se sostenga la democracia. En el denominado desarrollismo franquista, que algunos consideran que fue la única forma en que unas élites de ministros economistas e ingenieros bien formados, y de forma dictatorial, lograron poner en marcha el llamado Plan de Estabilización, se produjo el asombroso “milagro económico” español, gracias al cual pasamos a ser un país desarrollado e integrante del bloque de los países más industrializados del mundo.

Con ello se creó una amplia clase media que posibilitó la transición no violenta a la democracia en la que nos encontramos. La Monarquía acabó aceptando la completa cesión de la soberanía nacional al Parlamento, recogida en la actual Constitución que nos rige, con lo que su papel ya no es tan decisivo en los asuntos políticos como lo era en tiempos de Alfonso XIII. Por ello hoy parece exagerado querer hacer responsable a la forma monárquica del Estado de las acciones más decisivas que competen a los grandes partidos que son los que nos gobiernan. Hoy la cuestión ya no es Monarquía/República sino Democracia/Dictadura, tal como se observa en la imposición antidemocrática de las pretensiones de la minoría separatistas, sexuales, étnico-culturales, etc. Por otro lado, está también la subordinación de la soberanía nacional a instancias no-democráticas y de carácter globalista en determinadas políticas derivadas de las altas esferas de la UE a la que pertenecemos. Esa doble tenaza es la que amenaza con destruir nuestra democracia.

Con respecto a la llamada “Monarquía de Sagunto” de Alfonso XIII, Ortega, Melquiades Álvarez y otros ya sostenían que debía de ser “nacionalizada”, es decir ponerse al servicio de la mayoría de los españoles y no poner a estos al servicio de la Familia Real. La monarquía actual parece que, en la figura de Juan Carlos I, no ha visto con claridad dicha advertencia vital para su propia supervivencia y la de España. Pero ha mostrado un atisbo de resolución clara en la defensa de los asuntos nacionales poniendo en riesgo su actual situación con el famoso discurso de Felipe VI condenando el intento de golpe separatista en Cataluña. No obstante, la Casa Real sufre una preocupante confusión ideológica propia de los tiempos de confusión demagógica en que nos encontramos.

Por ello, para introducir claridad en dicha confusión ideológica es necesario desarrollar algo que, ni el franquismo con apego al nacional-catolicismo, ni los ideólogos democráticos actuales han hecho, debido a su propensión a copiar superficialmente las ideologías provenientes del extranjero. Y ello, a pesar de que disponemos en el siglo XX de una pléyade de destacados filósofos e intelectuales que se han preocupado de crear y desarrollar una filosofía moderna que se adapta como el guante a la mano a nuestras peculiaridades culturales y nacionales. El caso más exitoso ha sido el de Ortega y Gasset que se preocupó por pensar a fondo la constitución política democrático-liberal más conforme con nuestra peculiar forma de ser y estar en el mundo. Por eso debemos partir de él para tratar de configurar unas nuevas élites político-democráticas, capaces de agruparse en un nuevo partido o movimiento político-cultural que sea capaz de moderar e influir para evitar la ruina y destrucción a la que parece encaminarse la actual democracia española.

Manuel F. Lorenzo

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