Ciudadanos fue el último de los partidos
que parecía destinado a cumplir en la política española el papel de un nuevo
partido bisagra que sirviese para enmendar el destructivo rumbo para la unidad
e identidad nacional española que la actual bisagra de partidos separatistas
vasco-catalanes llevan ejerciendo desde hace varias décadas. No sabemos si
Ciudadanos desaparecerá electoralmente en los próximos comicios que se avecinan
o quedará como un pequeño partido con representación parlamentaria. La huida de
muchos de sus actuales diputados o dirigentes al PP no sería tan mala para el
partido pues podría permitir la corrección de una funesta política fomentada
por Albert Ribera que aun, manteniendo su rechazo del separatismo catalán y
vasco, sin embargo, asumió erróneamente, a nuestro juicio, una política
globalista similar a la que mantienen tanto PP como PSOE. Ribera llevó a
Ciudadanos al colapso electoral y una violenta crisis interna en la que todavía
permanece sumido. Su error principal: la
apuesta por el globalismo europeísta actualmente dominante en la UE.
No se trata ahora
de cambiar el globalismo por un nacionalismo españolista irredento al estilo de
VOX, sino de una defensa de la soberanía de la nación española en el marco de
una Europa de las Naciones como pensaba Ortega y Gasset, al que parece que solo
se cita de oídas a pesar de ser nuestro principal filósofo español defensor de
una democracia liberal. Si fuese más leído, se vería que Ortega, junto con Marañón, Antonio Machado y Perez de Ayala en la Agrupación al Servicio de la República, defendió un
Autonomismo más razonable y jurídicamente preciso que el que tenemos, pues
mantuvo que no se debía transferir las competencias en Educación y Justicia ya
que sus valores, la Verdad, el Bien, no son valores locales, sino universales.
Ortega pronunció
en un discurso en Bilbao la famosa frase “España es el problema, Europa la
solución”, que tanto se cita sin tener en cuenta que Ortega se refiere
principalmente a una integración en “instituciones” europeas como la Ciencia y
la Filosofía modernas. Solo después de la Iª y IIª Guerras Mundiales se
planteará Ortega el problema de la reconstrucción de una Europa políticamente
unida, optando por una Europa de las Naciones y no por una UE Globalista como
la actual, que pretende destruirlas por medio del multiculturalismo y una
masiva inmigración ilegal permitida y fomentada desde Bruselas. Es curioso que
el origen de Ciudadanos de Cataluña estuvo en la decisión de un amplio grupo de
intelectuales y artistas, como Félix de Azua, Boadella, Ovejero, etc., por lo
que es un partido surgido de una élite intelectual y no del pueblo.
Los partidos
populistas o de arraigo popular son necesarios y en España tenemos dos como
PSOE y PP que cubren con continuidad ese espectro del voto democrático. Pero en
una democracia liberal y no absolutista, dicho voto parlamentario debe estar
limitado en las cuestiones que solo puede entender una élite intelectual, en el
sentido de Ortega. Ese sería un voto minoritario, ciertamente, porque solo a
una pequeña parte de la población, aquí y en toda sociedad civilizada, le está
reservado, por diferencia inevitable en las capacidades y estudios
profesionales, el conocer la realidad de las difíciles cuestiones planteadas
con cierto rigor y garantías de encontrar soluciones que serían beneficiosas
para la propia mayoría electoral. Pero, Albert Ribera cometió el error de caer
en el populismo necesario para transformar Ciudadanos en un partido mayoritario.
Por ello, dado
que parece que hay una persistencia tozuda en el electorado español de mantener
dos grandes partidos que conforman una especie de bipartismo imperfecto, ya que
la irrupción espectacular de grupos como Podemos y Vox parece declinar, y
salvando que ocurran situaciones catastróficas que lleven a enfrentamientos
violentos, solo queda la posibilidad de frenar la descomposición y ruptura de
la nación por medio de la aparición de un partido que encarne este nuevo
liberalismo democrático, que procede en España de Ortega y Gasset, surgido a su
vez de los profundos análisis sobre la democracia moderna del famoso libro La
Democracia en América de Alexis de Tocqueville. Aquí hay muchos que no
saben todavía que el liberalismo democrático de Locke y Adam Smith, que luchaba
contra el feudalismo, fue vigorosamente reformado por el filósofo inglés
Herbert Spencer en su famoso libro El individuo contra el Estado, donde escribió
que “la superstición política del pasado era el derecho divino de los reyes: la
de hoy es el derecho divino de los Parlamentos”. Hoy los Parlamentos encarnan
un nuevo poder absoluto en la versión dominante de una democracia
fundamentalista, como la llamaba Gustavo Bueno. Es tarea del liberalismo
democrático de hoy limitar ese nuevo absolutismo político. Pero ese límite
ahora, sin que se destruya, la democracia, solo lo puede poner un nuevo poder
arbitral, el poder de la minoría de intelectuales y sus seguidores de la que
hablaba Ortega.
Manuel F. Lorenzo
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