Hemos llegado a una situación en la actual
política española en la que no se ve con claridad cual puede ser la salida. Pues la
esperanza puesta en Vox para una regeneración del sistema democrático parece
enfrentarse con serios escollos por la dificultad de construir una mayoría
electoral de derechas con el PP, que no sea meramente coyuntural, sino que
ofrezca garantías de continuidad. Ello conlleva el peligro de que, cuando
alcanzan dicha mayoría electoral, aparecen fuertes discrepancias en temas como
las Leyes LGBTI, el aborto, la lengua, etc. Por ello, aunque Feijóo llegase al
poder en las próximas elecciones con los votos de Vox, se producirían de nuevo
los mismos conflictos elevados a un nivel mayor de tensión y de inestabilidad
política. Lo cual es malo para una España que, si quiere regenerarse y volver a
crecer económica y culturalmente, necesita de otro largo periodo como el que
hemos tenido desde la llamada Transición a la Democracia.
Habría, entonces,
que analizar con precisión la clave que permitió la larga estabilidad del
llamado bipartidismo imperfecto de PSOE y PP con la ayuda de la bisagra
nacionalista catalana y vasca. Creemos que dicha clave está en dicha bisagra,
la cual demostró cómo desde un número de votos minoritario se puede ejercer un
decisivo poder arbitral que determinó en cada momento el turno de partidos
cuando ni PSOE ni PP conseguían la mayoría absoluta. Dicha bisagra, mostrándose
cada vez más independentista, fue arrancando transferencias y privilegios
presupuestarios que han conducido a la nave del Estado lo más cerca posible de
la meta en que soñaban, la disgregación de España como Estado nacional
unitario. Por eso hoy estamos al borde de la ruptura nacional si no tomamos
enérgicas y sabias medidas antes de que ocurra una catástrofe del tipo de una
balcanización que nos podría conducir a otra guerra civil, de las que ya
parecían superadas. Los propios dirigentes de Vox son conscientes de ello
cuando afirman no querer romper el marco democrático constitucional que nos
rige desde el final del franquismo.
Pero el problema es que Vox solo podría
imponer sus medidas de un reforzamiento de la unidad nacional y de un volver a
coser y atar con hilos más fuertes las costuras rotas de la actual
Constitución, si consiguiese una improbable mayoría absoluta o si gobernase con
el PP. Lo primero parece muy difícil por el estigma de partido extremista y lo
segundo porque, como venimos observando en los últimos resultados electorales,
no consigue imponer su política en asuntos claves. Por ello creemos que, por lo
aprendido de la experiencia del poder de la bisagra nacionalista en las últimas
décadas para conseguir avances estratégicos en sus fines, como el
independentismo ya factico de algunas Autonomías, podría ensayarse una política
similar, pero de fines contrarios, como es el reforzamiento de la unidad de la
nación española. Pues ello sería una política de un nuevo poder de centro
enfrentado, en el nuevo contexto mundial en que nos movemos, a la polarización
política extremista que pretende la destrucción de los llamados Estados
nacionales tradicionales en beneficio de los nuevos poderes globales y de la
creación de nuevos poderes locales propugnada por el secesionismo creador de
mini-Estados más fácilmente manejables por el Globalismo. Esta sería en esencia
la justificación política de un nuevo centrismo para el que se precisarían
nuevos partidos bisagras que pudiesen actuar en el aún persistente marco de
tendencia bipartidista español, para romper o doblar la espina dorsal
estratégica que comparten en las últimas décadas tanto PSOE como PP: su
subordinación al Globalismo y, por ello, su debilidad frente el independentismo
localista.
Alguien me podrá
decir que la bisagra de partidos centristas ya se intentó desde los tiempos de
Adolfo Suarez hasta los actuales Ciudadanos, y que se demostró con fracasos
rotundos. Bien, eso quiere decir que han fracasado dichos partidos centristas, porque
no fueron una bisagra adecuada. Pues la bisagra funciona cuando es adecuada a
la situación como demostraron los partidos nacionalistas. Por tanto, el
problema está en que tales partidos centristas eran débiles ideológicamente
hablando: en el caso de Suarez por su incapacidad de prever la amenaza
secesionista con sus generosas concesiones a nacionalistas catalanes y vascos;
en el caso de Ciudadanos porque, aunque se opuso vigorosamente al
independentismo, no dudo en asimilarse al globalismo de la Unión Europea. Por
eso acabó convirtiéndose en un partido globalista que pretendió competir con
PSOE y PP, perdiendo de modo espectacular.
Por ello,es
necesario repensar el centro político, pero principalmente desde la nueva
política mundial en que nos encontramos. Mientras no surja este nuevo tipo de
partido y alcance una votación suficiente para hacer de nueva bisagra, el
horizonte político seguirá lleno de oscuros nubarrones.
Manuel F. Lorenzo
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