Las teorías de la religión hasta el siglo
XIX podían clasificarse en teístas o ateístas. Kant, con su posición agnóstica,
habría abierto una tercera posibilidad, pero que solo tenía sentido en relación
con el Dios de la llamada Metafísica. Pero el desarrollo a finales del siglo
XIX y en el XX del evolucionismo biológico, que hace derivar la especie humana
y su cultura de los animales superiores, considerados como seres inteligentes
dotados de cierta personalidad, ha permitido desarrollar nuevas
interpretaciones de la religión, como la llevada a cabo por Gustavo Bueno en su
obra El animal divino (1985), que permite encontrar un fulcro de
realidad para el origen de las creencias religiosas en la zoolatría, la cual da
culto a determinados animales sagrados (los bisontes, osos, tigres, caballos,
etc., pintados en las cavernas prehistóricas). De dichos númenes sagrados,
llenos de misterios para los primitivos y con los que mantenían relaciones
reales a través de la caza, derivarían, según Gustavo Bueno, por transformación
evolutiva, las creencias ya puramente imaginarias posteriores de los dioses y
demonios, y hasta del propio Dios monoteísta.
Por tanto, aunque
no se puede sostener hoy la creencia de que el poder de los reyes deriva de
seres puramente imaginarios, como eran los dioses, si tiene sentido sostener
que puede haber alguna base real para el surgimiento de dicha creencia al
derivarla de seres reales, como la creencia en el temible poder de los animales
considerados sagrados. Pues dicha creencia tendría entonces su origen en
fenómenos producidos en lo que Bueno denomina Capa Fronteriza de los Estados, en
la que se contempla la relación de los humanos, no solo con entidades
religiosas zoolátricas, sino también con otros homínidos considerados como
extranjeros y por tanto asimilados a las bestias animales. En tal sentido se
habla de la famosa batalla de Krapina contra los neandertales como de una
cacería de otros seres vistos como extraños, más que como una guerra. Podría
encontrase entonces en el fenómeno de la exogamia, una especie de cacería de
mujeres, por las trascendentales consecuencias que tuvo, el fulcro real que
pudo haber generado la creencia en el origen divino de los reyes. Pues con el
rapto de las mujeres de otros pueblos extraños se generó, como sabemos hoy por
la biología genética, un mejoramiento de la especie en los hijos de aquellos
matrimonios, que contrastaba con la menor vitalidad y abundancia de taras
genéticas a que conducía la endogamia predominante. Pero como los primitivos no
sabían biología moderna no podían atribuir aquellos cambios más que a
explicaciones fenoménicas, como que eran hijos de mujeres procedentes de un
mundo misterioso situado más allá de sus fronteras, en el que moraban los
animales sagrados a los que se atribuían poderes superiores. En tal sentido
podrían atribuir la excelencia de la nueva clase patricia derivada de las
mejoras exogámicas a influencias divinas.
La creencia en el
origen divino de los reyes fue eficaz en el mantenimiento y organización de los
primeros Estados, aunque la razón real era la creación por la exogamia de una
aristocracia natural de individuos, el grupo de los gobernantes, que Platón
consideraba, recurriendo todavía a un mito, como conformados en su composición
por el predominio de los metales más nobles. Pero el origen de estos guerreros
aparece ya, por ejemplo, como señalaba Ortega en El origen deportivo del
Estado, en el rapto de la Sabinas ocurrido en el nacimiento de Roma. De ahí
se deriva, para algunos, una influencia de las mujeres por su fatal atractivo
en el estallido de guerras importantes, como ocurrió con el amor por princesas
extranjeras como Helena de Troya en el origen de dicha famosa guerra,
merecedora de ser cantada dramáticamente por el poeta Homero. Otros supondrán,
como los historiadores marxistas, que el motor de dicha guerra, como el de la
mayoría, fue económico. Desde luego, el enriquecimiento paulatino de esta clase
patricia introducirá posteriormente, en la propia existencia del Estado, la
división de que habla el marxismo en clase económicas, lo que será motivo de la
aparición de guerras civiles
Pero desde la concepción de un vitalismo como el orteguiano, las clases de las sociedades primitivas no son propiamente clases económicas, sino clases por edad primero (viejos/jóvenes) y después por selección biológica, determinante de una nueva situación político-institucional con la aparición de aristocracias de sangre. Son estas las que estarían a la base de la fundación del Estado como institución política con la apropiación de un territorio y la creación posterior de una clase biológica, resultado de la exogamia, que se impondrá como una aristocracia social y política de la que proviene la aparición de la monarquía política, la cual precisa de un tipo de familia muy diferente de la anterior familia endogámica matriarcal.
Manuel F. Lorenzo
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