viernes, 3 de febrero de 2023

Sobre el origen divino del poder de los Reyes

 

     Las teorías de la religión hasta el siglo XIX podían clasificarse en teístas o ateístas. Kant, con su posición agnóstica, habría abierto una tercera posibilidad, pero que solo tenía sentido en relación con el Dios de la llamada Metafísica. Pero el desarrollo a finales del siglo XIX y en el XX del evolucionismo biológico, que hace derivar la especie humana y su cultura de los animales superiores, considerados como seres inteligentes dotados de cierta personalidad, ha permitido desarrollar nuevas interpretaciones de la religión, como la llevada a cabo por Gustavo Bueno en su obra El animal divino (1985), que permite encontrar un fulcro de realidad para el origen de las creencias religiosas en la zoolatría, la cual da culto a determinados animales sagrados (los bisontes, osos, tigres, caballos, etc., pintados en las cavernas prehistóricas). De dichos númenes sagrados, llenos de misterios para los primitivos y con los que mantenían relaciones reales a través de la caza, derivarían, según Gustavo Bueno, por transformación evolutiva, las creencias ya puramente imaginarias posteriores de los dioses y demonios, y hasta del propio Dios monoteísta.

     Por tanto, aunque no se puede sostener hoy la creencia de que el poder de los reyes deriva de seres puramente imaginarios, como eran los dioses, si tiene sentido sostener que puede haber alguna base real para el surgimiento de dicha creencia al derivarla de seres reales, como la creencia en el temible poder de los animales considerados sagrados. Pues dicha creencia tendría entonces su origen en fenómenos producidos en lo que Bueno denomina Capa Fronteriza de los Estados, en la que se contempla la relación de los humanos, no solo con entidades religiosas zoolátricas, sino también con otros homínidos considerados como extranjeros y por tanto asimilados a las bestias animales. En tal sentido se habla de la famosa batalla de Krapina contra los neandertales como de una cacería de otros seres vistos como extraños, más que como una guerra. Podría encontrase entonces en el fenómeno de la exogamia, una especie de cacería de mujeres, por las trascendentales consecuencias que tuvo, el fulcro real que pudo haber generado la creencia en el origen divino de los reyes. Pues con el rapto de las mujeres de otros pueblos extraños se generó, como sabemos hoy por la biología genética, un mejoramiento de la especie en los hijos de aquellos matrimonios, que contrastaba con la menor vitalidad y abundancia de taras genéticas a que conducía la endogamia predominante. Pero como los primitivos no sabían biología moderna no podían atribuir aquellos cambios más que a explicaciones fenoménicas, como que eran hijos de mujeres procedentes de un mundo misterioso situado más allá de sus fronteras, en el que moraban los animales sagrados a los que se atribuían poderes superiores. En tal sentido podrían atribuir la excelencia de la nueva clase patricia derivada de las mejoras exogámicas a influencias divinas.

     La creencia en el origen divino de los reyes fue eficaz en el mantenimiento y organización de los primeros Estados, aunque la razón real era la creación por la exogamia de una aristocracia natural de individuos, el grupo de los gobernantes, que Platón consideraba, recurriendo todavía a un mito, como conformados en su composición por el predominio de los metales más nobles. Pero el origen de estos guerreros aparece ya, por ejemplo, como señalaba Ortega en El origen deportivo del Estado, en el rapto de la Sabinas ocurrido en el nacimiento de Roma. De ahí se deriva, para algunos, una influencia de las mujeres por su fatal atractivo en el estallido de guerras importantes, como ocurrió con el amor por princesas extranjeras como Helena de Troya en el origen de dicha famosa guerra, merecedora de ser cantada dramáticamente por el poeta Homero. Otros supondrán, como los historiadores marxistas, que el motor de dicha guerra, como el de la mayoría, fue económico. Desde luego, el enriquecimiento paulatino de esta clase patricia introducirá posteriormente, en la propia existencia del Estado, la división de que habla el marxismo en clase económicas, lo que será motivo de la aparición de guerras civiles

     Pero desde la concepción de un vitalismo como el orteguiano, las clases de las sociedades primitivas no son propiamente clases económicas, sino clases por edad primero (viejos/jóvenes) y después por selección biológica, determinante de una nueva situación político-institucional con la aparición de aristocracias de sangre. Son estas las que estarían a la base de la fundación del Estado como institución política con la apropiación de un territorio y la creación posterior de una clase biológica, resultado de la exogamia, que se impondrá como una aristocracia social y política de la que proviene la aparición de la monarquía política, la cual precisa de un tipo de familia muy diferente de la anterior familia endogámica matriarcal. 

Manuel F. Lorenzo

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