Ucrania ha formado mayormente parte de Rusia desde que
el líder cosaco Bohdan Khmelnytsky juró lealtad al Zar en 1654 para escapar del
dominio polaco. Ha estado ligada a Moscu desde entonces hasta la caída del Muro
de Berlín, a excepción de una efímera República independiente ucraniana, entre
1917 y 1920, en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Pero Ucrania, que
formo parte de Polonia, Lituania y del Imperio Austrohúngaro en momentos de su
historia, es un país escindido en dos culturas: la europeo-occidental y la rusa
oriental, como señaló ya Samuel Huntington en su profético libro El Choque
de civilizaciones (1997). El ucraniano y el ruso son sus lenguas
dominantes. El ucraniano occidental se asocia al nacionalismo y el ucraniano oriental
al ruso. Dicha escisión cultural, -que Huntington ilustra con un mapa (p. 160) con
una línea de fractura que recorre Ucrania de Norte a Sur y pasa por el mismo
centro-, se puso de relieve políticamente en las elecciones presidenciales de
1994, tras la caída del Muro de Berlín. En ellas Leonid Kravchuk ganó en las
provincias occidentales mientras su rival Leonid Kuchma ganó en las orientales
por mayorías similares.
A
consecuencia de la manifestación de la escisión cultural en división política,
empieza la lucha fratricida entre los ucranianos que llega hasta el inicio de
la actual guerra civil en 2014, cuando surgen los movimientos pro-rusos
separatistas en las provinciales orientales y se produce la anexión de la
península de Crimea, sede de la flota rusa del Mar Negro, por decisión
unilateral de Vladimir Putin. No obstante, debido a que ambas partes son
pueblos eslavos con múltiples relaciones de lazos matrimoniales y fraternales
entre ellos, se ha intentado evitar la escalada violenta del conflicto buscando
el dialogo y la negociación en acuerdos como los de Minks. Pero parece que es
muy difícil que se mantenga una unidad nacional ucraniana entre ambas partes. Por
ello estalló la actual guerra, la cual parece conducir a una Ucrania política,
cultural y territorialmente dividida entre una Ucrania oriental pro-rusa, que
se sostiene por la fuerza militar de Moscu, y una Ucrania pro-europea, que solo
puede mantenerse con el apoyo militar occidental, aunque sea indirecto y medido
en función de no llegar al enfrentamiento nuclear. Una situación que nos parece
menos probable, aunque no se puede descartar, es que Ucrania pase a ser
enteramente pro-occidental o enteramente pro-rusa.
Parece, por
ello, que permanecerá como una nación fallida. No obstante, los problemas más
difíciles a largo plazo serán los problemas de su desarrollo económico, debido
a su dependencia energética y a su bajo nivel de vida. La búsqueda legítima de una
mayor riqueza nacional e igualdad social le hace mirar al próspero capitalismo
occidental, pues la dependencia rusa conlleva un desarrollo capitalista más
estatalista e ineficiente, dominado por grandes oligarcas con estrechos
vínculos estatales. Pero los fuertes lazos culturales del eslavismo y el
cristianismo ortodoxo le hacen más difícil la integración en la cultura liberal
de Occidente, pues la Iglesia Ortodoxa se separó del cristianismo católico de
modo cismático ya en la Edad Media por una cuestión político-cultural decisiva:
la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado. Curiosamente muchos
ucranianos, sin embargo, fueron seguidores de la Iglesia uniata de ritos
ortodoxos, pero obediencia Papal. La Iglesia Ortodoxa continua hoy subordinada
al poder político en Rusia, como en los tiempos del zarismo, mientras que la
Iglesia Católica se mantiene como un poder espiritual trans-estatal.
Esto podría no ser un problema pues tampoco en el cristianismo protestante hay separación entre el poder religioso y el político, como ocurre en Inglaterra con su actual reina como cabeza de la Iglesia Anglicana. Pero Inglaterra, al declarar, tras su Revolución, la libertad de cultos en sus Leyes y separar el poder Legislativo del Ejecutivo, encontró una brillante formula para mantener la libertad de conciencia y de expresión entre sus nacionales. Cosa que parece que no es posible todavía en la Rusia de Putin. Evidentemente tampoco la Rusia de Putin es la antigua Unión soviética comunista, como algunos pretenden mantener para atizar más el fuego contra un demonizado Putin. Rusia ha hecho su transición a la democracia imitando por entonces a la exitosa Transición española en el paso incruento de una dictadura a una democracia. Otra cosa es que haya desembocado en una democracia fallida que encubre una autocracia. Pero ello podría decirse también de la actual Democracia española, la cual se está torciendo hasta unos límites de proliferación de autócratas regionales en Cataluña o el País Vasco que están saltándose las Leyes Constitucionales según su gusto y capricho y poniendo en peligro la propia unidad nacional de los españoles.
Manuel F. Lorenzo
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