El modo en el que los Estados nacionales tenderían a desaparecer por la creación de nuevas estructuras políticas, que conduciría a una sociedad igualitariamente homogénea, de atomización y despersonalización individualista y solipsista, como es la sociedad occidental actual, fue ya previsto por Francis Fukuyama con su visión del aburrido “fin de la historia”, en el que nada nuevo ocurre con el triunfo final de la democracia, creándose un vacío existencial que solo llenan la visión de vídeos y la cultura del entretenimiento, el cual exigiría el triunfo final de una forma de Estado liberal-democrático que se iría extendiendo paulatinamente por todo el Globo terráqueo y que podría acabar creando un único Estado Mundial. Sería la plasmación de la antigua Cosmópolis estoica del triunfo de una Humanidad igualitaria.
Pero frente a esta visión algunas novelas
futuristas habían pintado ya, sin embargo, con carácter sombrío, dicha
situación, como fue el caso de la novela de George Orwell, 1984 (1949),
en la que se insiste en el control absoluto de un individuo despersonalizado,
no ya por un Estado Mundial, sino por tres Estados totalitarios presidido por
un Gran Hermano, que busca también la
felicidad de la mayoría al precio de su libertad de pensar y actuar como
individuo.
La Idea de un Estado único mundial, sin
embargo, como señaló Gustavo Bueno, es irreal, pues el Estado es un concepto
político dialéctico que exige la co-determinación, la lucha y oposición con
otros Estados. Sin ello no tiene sentido. No pude hablarse de Estado en
singular, puesto que no hay Estado sin fronteras cerradas y determinadas por
otro Estado. Por ello la novela de Orwell no contempla un futuro pacifico de la
Humanidad englobada en un único Estado, como podía ser el que propone el
globalismo democrático, sino el de la Guerra necesaria entre al menos tres
grandes Estados (en la novela son denominados como Oceanía, del que
forma parte Inglaterra, América, y el Sur de África, Eurasia con la
Rusia soviética y Europa, y Asia Oriental con China, Japón y Corea).
George Orwell, quizás por su forma de
pensar dialéctica, propia del marxismo que profesó, dibuja un Estado final no
sustancializado y definitivo, como el que se da en el globalismo, sino que se
lo representa, no ya como una estructura estática o hipostasiada, sino como una
situación continuamente cambiante por medio de una guerra constante y externa
entre tres grandes Estados, dos de los cuales se alían de modo rotatorio frente
a un tercero, según pudo percibir ya en el sorprendente Pacto Germano-Soviético
que se dio entre Hitler y Stalin y que se rompió con la Operación Barbarroja de
la invasión de la Unión Soviética por Hitler, formándose a continuación la
alianza de Inglaterra y USA con Stalin. Pero Orwell creía que tales pactos
estaban sujetos a repetirse indefinidamente con lo que la situación no
cambiaría en su estructura de fondo. Aparece aquí la Idea de un Estancamiento
más bien que un Final de la Historia en el que, aunque sigue habiendo
acontecimientos como guerras, aliados y enemigos, persecuciones de discrepantes,
etc., sin embargo, la situación de la Humanidad no progresa, sino que se
estabiliza en una repetición de sucesos, de inversión de papeles, en un
nietzscheano “eterno retorno”.
Pero en Orwell la repuesta a esta
situación final ya no es sublime, como lo pretendía la propia del romanticismo
socialista son el triunfo final del proletariado, sino que tiene un carácter más bien siniestro, por deducir las
consecuencias totalitarias y deshumanizadoras de las ideologías del Progreso
técnico-social, deviniendo tal progreso en un repetición indefinida de una
situación hoy denominada precisamente como “orwelliana”, presentada
demagógicamente bajo el disfraz ideológico de un humanismo benefactor.
En el fondo, los Tres Grandes Estados de
la novela de Orwell, -en lo que se
pueden ver algunas anticipaciones de los actualmente llamados “Estados
Continentales” por su tamaño y poder en armamento nuclear: los Rusos, Chinos y
Norteamericanos de la multipolar situación actual-, los cuales serían más
parecidos que diferentes en tanto que tenderían a un control completo de los
individuos mediante las técnicas informáticas de vigilancia y la utilización
del poder de una propaganda mediática aplastante, con su “Ministerio de la
Verdad”, que difundiría las hoy llamadas fake news y la falsificación continua
de la “memoria” histórica, como ya hacían los comunistas soviéticos y los
nazis. En tal sentido Orwell habría sido profético cuando en 1984 pinta
un modelo único de Estado que se realiza dialécticamente en Tres Estados
diferentes y contrapuestos, como una identidad de los opuestos de la llamada filosofía
dialéctica marxista pues, aunque Estados enfrentados a muerte, su lógica de
funcionamiento es la misma en los tres: continua Guerra fría o caliente,
Ministerio de la Verdad, fake news, satanización de los críticos como
anti-sistema, etc.
Manuel F. Lorenzo
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