Vivimos tiempos confusos en los que parecen volver los enfrentamientos sociales y políticos que se tenían por superados. Seguramente se podían buscar muchas causas de ello, como la corrupción de los políticos, la mediocridad de los electores, la incultura de las masas, la degeneración de las élites, etc. Algunos piensan que todo ello se podría corregir si hubiese más democracia. Otros creen más bien que la extensión de la democracia al modo igualitarista y fundamentalista es la que está produciendo el surgimiento de populismos y deseos de tiranías autoritarias y despóticas. Otros, por último, empiezan a ver dichas tiranías como el recambio necesario a las democracias actuales, corruptas e ineficientes ante los graves problemas que empiezan a aparecer por el horizonte (cambio climático, superpoblación, grandes migraciones, paro endémico, etc.) Precisamente, todo esto ocurre tras el momento en que las democracias liberales occidentales habrían triunfado, con la caída del Muro de Berlín, sobre la mayor amenaza totalitaria que habían tenido en el largo periodo de la Guerra Fría. No deja de ser, por ello, una paradoja que su inesperado y espectacular triunfo haya conducido, en unos escasos años, a la actual crisis que amenaza a la propia democracia liberal victoriosa. Pues el motivo no puede ser que la democracia liberal sea un régimen inestable históricamente hablando. Inglaterra y EE. UU. llevan ya siglos funcionando con ella. Entonces, ¿qué es lo que está pasando?
Así como Aristóteles decía que el Ser no es unívoco, pues se dice de diversas maneras, podríamos decir que la democracia se da también de diversas maneras. No es lo mismo la democracia directa de los griegos que la democracia representativa moderna. Ni es lo mismo una democracia limitada en sus poderes, que una democracia sin límites, de la misma manera que no es lo mismo una monarquía democrática, cuyo poder está limitado por el Parlamento, que una monarquía absoluta como la francesa de Luis XIV. Por ello, es importante saber en qué tipo de democracia nos encontramos actualmente para tratar de entender con más precisión la crisis política que se está abriendo paso en las democracias occidentales.
Los griegos fueron los primeros en la historia que introdujeron la democracia, pero fueron, por ello, también unos principiantes, como sostenía Hegel. Pues la democracia griega era todavía muy imperfecta y no conoció la división de poderes de la moderna. La Asamblea lo mismo nombraba al gobierno, declaraba la guerra o juzgaba a Sócrates. Una democracia tan imperfecta fue por ello presa de la degeneración demagógica y duró poco. La democracia liberal moderna, teorizada por Locke o Montesquieu, constituye un nuevo tipo de democracia más complejo y que se ha mostrado más duradero históricamente en el mantenimiento de un buen orden social. Pero parece que en las últimas décadas está cambiando. Estamos asistiendo, precisamente en el momento de su mayor prestigio nunca alcanzado, a su mayor crisis por su alcance mundial.
¿Qué está
pasando entonces? En fin, sobre esto hay variadas opiniones. Vamos aquí a
esbozar entonces una. Se trata de fijarse en el cambio que ha habido después de
la Segunda Guerra Mundial del paso de una democracia en la que el voto estaba
limitado a una minoría de rentistas o propietarios, a la extensión del voto a
todos los ciudadanos mayores de edad, incluyendo a las mujeres. Ello es propio
de la formación de las sociedades de masas actuales, que Ortega analizó en su
famoso libro La rebelión de las masas (1930). Ortega observa en él que
las multitudes lo empiezan a llenar todo, tratan de ocupar los lugares antes
reservados a las minorías socialmente distinguidas, etc. Este es un hecho que
vemos hoy claramente en la masificación de los conciertos musicales, por
ejemplo. Pero además observa que adoptan una actitud rebelde frente a cualquier
autoridad cultural o política. De ahí viene el hombre masa del comunismo y del
fascismo, cuya actitud vital Ortega condenó en su tiempo. Dichas rebeldías
fracasaron ante la posición que tomó el hombre masa norteamericano, el cual
pudo imponerse porque la democracia americana, con su contrapeso liberal de
limitación de poderes, evitó un triunfo del fanatismo. Pero el precio que se
pagó fue la creación de un Estado del bienestar basado en el hedonismo
consumista, como filosofía que pretendía llenar de sentido el american way
of life y que condujo a una sociedad en la que la satisfacción hedonista no
consigue calmar los deseos (el I cant´ get no satisfaction de los
Rolling), sino que paradójicamente crea dolor y en el mejor de los casos
aburrimiento. Se creó así un tipo de ciudadano en cuyo voto se basaron, no solo
las decisiones políticas sino las decisiones culturales sobre cómo había que
pensar y que es lo que nos debe gustar. Se han extirpado las élites egregias
sustituyéndolas por demagogos y mediocres autores de bestsellers.
Manuel F. Lorenzo
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