Hoy se vuelve a hablar de la
necesidad de regenerar la democracia española.
Se coincide, por parte de muchos, en que nos encontramos ante un sistema
político-social que está dando alarmantes síntomas de descomposición y de
fracaso. Todo ello coincide, además, con una crisis
económica de la que nos cuesta salir. Y aquí es donde está
surgiendo el recuerdo de aquel movimiento regeneracionista de
carácter civil que encabezó Joaquín Costa durante
la llamada Restauración decimonónica.
Hay muchos paralelismos que se pueden hacer entre la crítica de
Joaquín Costa en su famoso libro-Informe, Oligarquía y Caciquismo, a la 1ª
Restauración y la que hoy se está haciendo a esta 2ª Restauración borbónica. En
ésta aparece una nueva oligarquía integrada
por los dos grandes partidos (PSOE, PP), más
alguna bisagra (CIU, PNV), junto con grandes bancos y grupos
mediáticos. Pero, si nos centramos en las diferencias, la
España oficial que hoy tenemos no se parece nada a la España oficial de la 1ª
Restauración. La España oficial decimonónica era “casticista” y defendía un
patriotismo español de “cartón piedra”, retórico, tradicionalista, etc.,
mientras que la España oficial actual es
europeísta, antipatriótica, rechaza la bandera, pone en cuestión la unidad e
identidad de la nación española, etc. La España de la 1ª
Restauración exaltaba al Cid y a Lepanto contra el Islam, a las glorias
literarias del Siglo de Oro. La España oficial actual ha dado tantas vueltas de
llave en la enseñanza, no solo al sepulcro del Cid, sino a la propia historia
de España, que hoy es sustituida en las autonomías
por la historia de Cataluña, del País Vasco, etc. El llamado “respeto” al Islam está llegando tan lejos que
se idealiza la Alhambra y lo islámico medieval como faro
de la civilización frente al cristianismo atrasado, bárbaro y supersticioso.
La 1ª Restauración carecía de “escuela y despensa”, según Costa.
Hoy podríamos decir lo contrario, pues hoy son enfermedades comunes y muy
extendidas entre el pueblo las que tienen que ver, no con el hambre, sino con
el exceso de consumo y la sobrealimentación. Incluso la escolarización es excesiva,
sujetando a los niños desde los cero hasta la mayoría de edad, lo que obliga a
todos a permanecer en una especie de guardería
infantil, con la consecuencia de un gran fracaso escolar
por la imposición del igualitarismo educativo y la pérdida de autoridad de los
profesores. Incluso se han creado un número
desorbitado de Universidades, mal dotadas y peor organizadas,
por intereses meramente electoralistas de los líderes autonómicos y locales.
Por todo ello, un movimiento regeneracionista actual, que trate de
criticar la nueva España oficial de esta 2ª Restauración borbónica, no debe repetir miméticamente el programa de
aquellos regeneracionistas decimonónicos que, a pesar de su poco
efecto político en el corto plazo, en el que Costa se consideró políticamente
como un fracasado, tuvo un efecto a medio y largo plazo que hace que, sin sus
críticas y propuestas, no se pueda entender algunas positivas medidas políticas
en la dictadura de Primo de Rivera y en la de Franco, incluso en algunos aspectos
de la II República, como fue la dignificación social del maestro de escuela. Un
movimiento regeneracionista de la situación política actual debería proponer reformas económicas, como la vuelta a un
capitalismo de carácter más industrial, para crear empleos de
calidad, con la reforma de la función de los bancos; debería proponer una
superación de la crisis institucional por la limitación de competencias
excesivas y, en los casos necesarios para el mantenimiento de la economía
nacional o el funcionamiento del Estado, su supresión.
Pero debería ser
también consciente de que la nueva regeneración política y social llevará tiempo y debe ser enfocada
para el medio y largo plazo, no obstante lo cual no se excluye que se produzcan
cambios en cualquier momento por la irrupción súbita de nuevas fuerzas
políticas, como está ocurriendo en otros países europeos ante
fenómenos difíciles de domesticar, como la inmigración. De ahí que sea muy
importante la formación de un nuevo tipo de políticos y minorías dirigentes,
como decía Ortega y Gasset, las cuales solo podrán acceder al poder si se crea un nuevo tipo de elector español medio,
que se aleje del seguidismo demagógico; porque estamos ante las circunstancias
de ser hoy España ya un país integrado en Europa, en el grupo de las cuatro
grandes economías, pero que, por errores de sus dirigentes políticos y
conformismo del electorado, nos hemos convertido en el eslabón más débil de la
cadena económica que soporta a la propia Europa, en el sentido de llegar a ser
un peligro sistémico. Y, ciertamente, no es precisamente ésta la función que
aquellos regeneracionistas decimonónicos querían para su regenerada España.
Recojamos, pues, si no su letra, sí al menos su espíritu de regeneración.
Artículo publicado en El Español (20-8-2018).
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