lunes, 4 de julio de 2016

Ortega y las Autonomías

     Ortega, en La redención de las provincias, se da perfecta cuenta de que es necesario hacer un vestido nuevo y a medida del cuerpo político español. Ahí es donde, en el capítulo final, hace la propuesta de autonomía para todas las regiones españolas que él fija en una división muy similar a la actual. Dicha propuesta autonómica surge como resultado de la crítica del centralismo de la Restauración canovista. Por ello hay que entender las autonomías dialécticamente como negación y superación del fracasado sistema centralista de la Restauración. Todo el libro, para el que lo quiera ver y leer, está hecho según el modelo de lo que los matemáticos llaman una demostración por reducción al absurdo: Ortega parte de que la Constitución canovista era bien intencionada, pero al ponerla en marcha, como España no es Inglaterra o Francia, donde constituciones similares habían funcionado, no funcionó, apareciendo los famosos monstruos de la oligarquía y el caciquismo.

     Por ello Ortega señala que España, a diferencia de aquellos poderosos países, es un país donde predomina el localismo. Ese localismo hizo que Madrid no haya jugado el papel dirigente y de prestigio cultural de un Londres o París. La influencia de Madrid terminaba pasando la sierra de Guadarrama. El localismo o particularismo, para Ortega, es la circunstancia española y por eso, en vez de negarlo o reprimirlo habrá que utilizarlo diseñando un nuevo dispositivo territorial que permita explotar sus virtualidades políticas. El localismo es, según Ortega, la resistencia que en España se presenta a toda reforma regeneradora, por ello en vez de soñar con eliminarlo, como la paloma platónica que creería poder volar mejor sin la resistencia que el aire le opone, lo mejor sería construir un dispositivo aerodinámico que nos permita aprovechar dicha resistencia para, apoyándonos en ella, conseguir levantar el vuelo y despegar políticamente.
     Las Autonomías, por ello, no son una mera improvisación, pues están calculadas por Ortega siguiendo la tendencia liberal de introducir una nueva división del poder, la que conlleva la separación de los poderes nacionales de los locales, propia de los que hoy llamaríamos la democracia de la Tercera Ola de Toffler. Ahora bien, separación de competencias no implica compartir soberanía. Por eso Ortega, en sus intervenciones en las Cortes de la República, defendió el Autonomismo contra el Federalismo que se quería imponer por parte de los republicanos y socialistas. Además les dijo aquello de que el federalismo, como el de Alemania, más que descentralizar, podía ser de tendencia centralista. Pero si España, por su carácter unitario histórico y su localismo irreductible, precisaba de descentralización, lo acertado era el régimen Autonómico. A Ortega no le hicieron caso aquellos republicanos dominados políticamente por Azaña.
     La sorpresa, para mí, se produjo con Suárez y la Transición a la Democracia: unos falangistas aperturistas imponiendo las Ideas políticas de Ortega. Por supuesto que la Constitución de 1978 no es exactamente, en lo que respecta al importante y novedoso capitulo Autonómico, fiel a la letra del filósofo. Por ejemplo, en el caso de la diferenciación entre nacionalidades y regiones. Pero considerando que, del dicho al hecho siempre hay un trecho, la actual Constitución incorpora el espíritu de Ortega. Por ello, creo que como filósofo político ha tenido la gloria de influir en la historia, con su propuesta de separar los poderes nacional y local, como en su tiempo lo tuvo Locke en Inglaterra, con su propuesta de separación del poder ejecutivo y el legislativo. Después de Locke vino el primer ministro Walpole, con el que la izquierda de entonces llega al poder, gobierna unos quince años y se corrompe. Pero Inglaterra supo reponerse sin tener que renegar de Locke ni volver al Absolutismo monárquico. Tratemos por ello de arrojar esta agua sucia de la corrupción pero con cuidado de no tirar también al niño autonómico.
     Pues Ortega señala claramente qué competencias se deben ceder y cuáles no, lo mismo que señala que la propia Autonomía se debe suspender en el caso de que una región enseñe sus bíceps al Estado central, como está haciendo hoy Cataluña. Con respecto a la duplicación de administraciones, de gastos dobles de funcionariado, etc., Ortega también contempla todo esto como un precio político que exige la imposibilidad de acabar con el localismo. Lo mismo con respecto a la Universidad, la cual debería seguir como una competencia central y no caer en el localismo lingüístico. Otra cosa es que los que están hoy al mando de la nave política española, sean malos gobernantes o persigan sus propios fines oligárquicos, para los que les es indispensable estar en el poder a toda costa proponiendo nuevos federalismo o con-federalismos sin haber reflexionado antes lo más mínimo sobre nuestras singulares características nacionales.
Artículo publicado en El Español (3-6-2016)
    

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