El
mal que está minando la actual Restauración Democrática es muy diferente del
que afectó mortalmente a la Restauración decimonónica. Ya no es el caciquismo
de la compra del voto. El mal es nuevo, es el crecimiento del separatismo.
Ortega sostenía que el caciquismo no era un producto conscientemente buscado
por los que instauraron aquel régimen, sino que era un resultado inexorable y
necesario del choque de la Constitución con el país real, debido a que, en los
distritos rurales, que eran la mayoría en una España todavía eminentemente
agrícola y atrasada, el elector llamado a votar no entendía, por su incultura y
atraso, las diferencias ideológicas entre conservadores, liberales, etc. Y por
tanto se abstenía. Como
no había elección, el Gobierno nombraba, por defecto, esto es, sin votos, a los
llamados diputados "cuneros". Estos eran entonces los encargados de
repartir los fondos gubernamentales para hacer obras y otras cosas que
afectaban directamente la vida y haciendas de los rurales. Entonces es cuando
aparece el avispado cacique rural que convence a aquellos ignorantes electores
para que le voten a cambio de un dinero, que le compensaba adelantar por cada
voto, con vistas a obtener, como representante electo por verdadera votación,
los cuantiosos dineros y beneficios gubernamentales que se encargaría de
administrar en su personal beneficio. Así había elección donde antes
predominaba la abstención, solo que la elección se basaba en la corrupción. No
obstante el Régimen no podía subsistir de otra forma y pudo resistir mientras
la suma de diputados de las grandes ciudades, donde no había necesidad del
caciquismo por la mayor cultura política ciudadana, y la de los cuneros, fue
mayor que la de los corruptos distritos rurales. Pero en el momento en que
estos últimos fueron mayoritarios y con capacidad para chantajear con chulería
al propio Gobierno, el Régimen canovista se hundió en crecientes desordenes
públicos por el desgobierno del poder central.
Por
ello, es preciso hacer un análisis comparativo con lo que está pasando hoy con
el crecimiento del separatismo catalán y vasco. Estos lodos vienen de un
problema diferente. Hoy España ya no es aquel atrasado país rural, sino un
Estado industrial moderno, que se estaba ya acercando a converger realmente con
nuestros vecinos europeos más industrializados. El separatismo, como antaño el
caciquismo, no hay que verlo necesariamente como un resultado de la mala fe de
nuestros políticos, sino que deriva de una carencia no prevista de los propios
electores españoles. Esta carencia la situaríamos en la mentalidad política
persistente en el electorado de las “dos” Españas, reflejadas en los dos
grandes partidos, PP y PSOE, y la debilidad electoral de una “tercera” España.
Esta es la que, integrada por las capas más tolerantes de la sociedad española,
debía votar a partidos centristas que hiciesen de balanza y equilibrio del
poder, como ocurre en otros países europeos con los partidos liberales
(Alemania, Inglaterra, etc.). En el inicio del actual Régimen político
existieron propuestas de tales partidos, como el CDS de Adolfo Suarez. Pero
electorálmente no consiguieron convertirse en bisagras del sistema bipartidista
determinado por la Ley d’Hont. La llamada Tercera España no votó con suficiente
fuerza a dicho partido y entonces ocurrió necesariamente algo inesperado: el
papel de bisagra, ante el empate de las dos grandes fuerzas políticas de
conservadores y socialistas, pasó a ser desempeñado por las minorías
separatistas de catalanes y vascos, que habían sido beneficiados por el sistema
electoral impuesto con una ponderación alta del peso nacional de sus votantes.
Estas
minorías, en principio no mostraban ningún interés por la democracia o la
Constitución española. Incluso los peneuvista vascos no la votaron. Pero todo
cambió cuando comprendieron que apoyar con sus votos al Gobierno nacional
permitía una mayor transferencia de competencias administrativas que aumentaban
su capacidad de autogobierno y su camino hacia la meta independentista, a la
que nunca habían renunciado. Las transferencias competenciales han sido tan
desmesuradas que el Gobierno central cada vez se veía más impotente para
controlar y gobernar extensas áreas del territorio nacional, el cual se cuartea
por la conversión de facto del Régimen Autonómico inicial en un Régimen
Confederal, en una especie de Reinos de Taifas.
Por
ello estamos alcanzando el momento en el que esta 2ª Restauración empieza a
naufragar ante la chulería chantajista del independentismo aliado con el
republicanismo totalitario de Podemos. Pero hoy no parece posible un Primo de
Rivera. Solo la “dictadura de Bruselas” podrá frenar por un cierto tiempo, como
en Grecia, un desgobierno autodestructivo. Queda la esperanza de que el
reformismo centrista llegue a ser entonces no una opción electoral más sino una
necesidad imperiosa.
(Artículo publicado en El Español, 1-4-2016)