Continuando con lo dicho en los anteriores
artículos (“Sobre la crítica de Ortega a la Restauración”, I y II), nos
encontramos en una situación en la que se repite el fracaso en España de una
nueva Restauración, similar en muchos aspectos a la llamada Restauración
decimonónica, objeto de las famosas críticas de Ortega. Al exponerlas, llegamos
a la conclusión de que la propuesta orteguiana de la urgente necesidad de unas
minorías filosófico-intelectuales modernas en España, que influyan y colaboren
al planteamiento y resolución de los graves problemas con que se encuentra el
país, para culminar su modernización y para salir de la situación de atraso y
postración secular en el que había caído, es más urgente y necesaria todavía
hoy que entonces. Pues lo que diferencia a la Restauración decimonónica de la
actual, -como vimos en otro artículo titulado “Oligarquía y separatismo”-, es
que lo que está provocando su fracaso no es ya la situación de atraso
industrial, con sus secuelas de ruralismo caciquista y pucherazo electoral, sino
la debilidad y practica inexistencia de fuerzas políticas de centro, desde la
importante y enigmática defenestración de Adolfo Suarez con motivo de los
diversos “Golpes de Estado” del 23-F, que ahora salen a la luz en libros de
grupos mediáticos y editoriales influyentes.
A partir del arrollador triunfo socialista de Felipe Gonzalez en 1982,
la democracia liberal española, que había sido introducida con los gobiernos de
Adolfo Suarez, toma un rumbo “absolutista” al politizar la justicia (conformación
por Ley del Consejo Geneal del Poder Judicial, cuyos miembros se eligen por cuotas
de los partidos) y utilizar a los partidos separatistas catalanes y vascos como
bisagra necesaria para gobernar con estabilidad. Posteriormente, los gobiernos
de Aznar continuaran, e intensificarán más si cabe, dicha tendencia absolutista
iniciada por los socialistas. Se dice que uno de los grandes meritos de
Gonzalez y Aznar ha sido la búsqueda del centro político, para evitar la
radicalización de la sociedad española. Pero habría que añadir que en realidad
esto se hizo eliminando al verdadero centro, encarnado entonces por Suarez, el
cual murió electoralmente, mucho antes de su Alzheimer terminal ciertamente,
pero porque se juntaron la debilidad y escasez de la base que podía votarlo con
la acción descaradamente favorecedora de las minorías separatistas por parte de
los dos grandes partidos Socialista y Popular, con la disculpa de aplacar sus
ansias independentistas. Con ello aparecen dos males que están conduciendo a la
actual Restauración de la Monarquía democrática a su fracaso económico y
estatal: la creación durante las últimas décadas de una “oligarquía” poco
competente de socialistas, populares y separatistas, por no ser posible la
crítica moderadora interna del Sistema que podría desempeñar un partido
centrista y, por otra parte, la excesiva transferencia de competencias
autonómicas, impuestas por los partidos separatistas, e imitadas por los demás
gobiernos autónomos, que están llevando a una situación de “reinos de Taifas”
ingobernables al resto del país, con grave riesgo de ruptura nacional.
En tal sentido, cualquier proyecto político de mantenimiento de la
democracia liberal en España, sea el proyecto que haya que iniciar por
hundimiento del actual régimen de la Restauración de forma brusca, como ocurrió
con la Restauración decimonónica, o por una “catarsis” reformadora interna, que
podría tener lugar si aumenta y se consolida el voto de nuevos partidos
centristas como UPYD, Ciudadanos u otros que surjan, lo que permanece claro,
según el análisis que hacemos, es que es necesario un movimiento filosófico-intelectual
educador, similar al que Ortega proponía en su Liga de Educación política, pues
sin él no se consolidará en España un autentico e influyente, aunque
minoritario, movimiento político-intelectual de regeneración. Pero, aunque hoy
todavía es más urgente que en los tiempos de Ortega la creación de tal
movimiento político-intelectual, las dificultades para lograrlo nos parecen
todavía mayores, no tanto por causas nacionales o internas, sino por razones
procedentes del panorama internacional. Razones que fueron extraidas ya por el
propio Ortega en su prematuro, aunque exitoso libro, La rebelión de las masas (1930). Hoy vivimos el triunfo mundial,
tras la caída del Muro de Berlín, de la Democracia “americana”, en el sentido
de Tocqueville, esto es de la Democracia de “masas”, resultante de la extensión
del voto a la mayoría de los ciudadanos, de lo que resulta un inevitable
ascenso e imposición sin freno, mediática-democrática, de los gustos
“populistas” del ciudadano medio, dando lugar a lo que Ortega llamaba un
ademocracia “morbosa”. Una democrácia absolutista en la que las
minorías culturales “egregias” son marginadas y sustituida su secular
influencia por los autores de “best sellers” de todo tipo, que al democratizar
la cultura, paradójicamente, la degradan y trivializan. Ortega ya había
detectado, en Papeles sobre Velázquez
y Goya, en la sociedad española dieciochesca, un ejemplo histórico de
degeneración cultural en la preferencia de los nobles de más alcurnia de
entonces, como la Duquesa de Alba, por lo valores populares de lo que
llamaríamos hoy la “sociedad del espectáculo”: los majos y las majas, las
manolas, los toreros, las actrices y tonadilleras, etc. Un caso claro de la
“inversión de los valores” y de rebelión de las masas de que hablaba también Nietzsche.
En España Invertebrada, Ortega relaciona
la invertebración del país precisamente con la “inversión de los valores” o
aristofobia que aqueja a los españoles de la llamada decadencia.
Pero esto es hoy un fenómeno dominante en la llamada “sociedad del
espectáculo” post-moderna. Sobre todo desde que los EEUU aparecen como una
nueva Roma que ejerce una especie de poder imperial, propio de una
Super-potencia, de una Sociedad de Producción y Consumo de Masas, bajo cuyo
paraguas ha caído Europa y gran parte del mundo. Cuando Montesquieu analizaba
el Imperio romano se daba cuenta de que el secreto de su tan larga duración y
efecto civilizador residía en un equilibrio de poderes entre el Emperador, el
Senado, los Tribunos del Pueblo, etc., que permitía una rectificación y
moderación de los abundantes excesos que se producían. El poder absoluto, que
intentaron los Nerones y Caligulas de triste recuerdo, no se consolidaba porque
continuamente “el poder frenaba al poder”. Igualmente podemos decir hoy que el
Imperio de las Masas, que triunfa en los EEUU, tras la derrota de otros Imperios
de Masas alternativos, como el Nazi o el Soviético, debe su pujanza y poder
sostenido a la herencia de Montesquieu, recogida en su Constitución política democrática-liberal
que consagra principalmente la división neta de poderes entre la Casa Blanca y
El Capitolio, además de la independencia del Poder Judicial. Lo cual permite
corregir y rectificar los excesos y errores cometidos por sus dirigentes,
demostrando ser una sociedad con gran pragmatismo y capacidad de acomodación a
las situaciones cambiantes que caracterizan el mundo dominado por los avances
científicos e industriales.
Es precisamente este escollo de los excesos incorregibles, ante el que ha naufragado la Restauración
decimonónica española, el que está haciendo fracasar la Restauración
democrático monárquica actual. En ella es imposible escapar al Imperio de las
Masas, las cuales tenderán al “doble frenesí” de volver a imponer, a través de
las urnas, -pues otra forma no admitiría la decisva homologación democrática
norteamericana-, un absolutismo radical para-soviético o para-fascista, disfrazado
de “democracia” popular u “orgánica”, a menos que se constituya un poder
moderador democrático-liberal de centro que ejerza de balance of power, garantizando una democracia de masas, pero con
mecanismos correctores de sus excesos. Pero la determinación clara de que algo
sea exceso o no, es difícil que la establezca la masa ciudadana, o sus
demagógicos “políticos reflejo”, periodistas semi-cultos, etc., una masa que, por lo general, permanece apática y no
tiene los conocimientos necesarios para ello. Solo el poder de la minoría
intelectual de un país puede presentar planes y orientaciones bien meditadas y
discutidas que ayuden a generar nuevas Ideas orientadoras. Pero para ello es
necesaria la promoción y desarrollo de la “minoría egregia” intelectual de la
que hablaba Ortega, y que hoy ya existe aunque dispersa y actuando como una
especie de guerrilla de francotiradores a través de Internet, marginada por la “censura mediática” que
continuamente ejerce el actual poder
oligárquico, controlador absolutista de los mass-media. Dicha minoría
intelectual, aunque todavía débil y escasa, silenciada por la característica
legión hispana de los invidentes-envidiosos, es la única que puede asumir el
papel de consejera sabia posible en la orientación de las complejas decisiones
políticas y culturales que el futuro más inmediato ya nos está presentando. Pero para ello es necesario que los nuevos partidos centristas emergentes, que accedan a ocupar parcelas de poder político-mediático, las saquen de su actual invisibilidad para el gran público, si realmente quieren promover una democrácia liberal y no absolutista.
¡Brillante!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con la generalidad de su reflexión. Creo, efectivamente, que el más grave problema que aqueja a España es su manifiesta "aristofobia". De hecho, resulta significativo que, tras la extinta URSS y su fallido suprematismo comunista, España haya sido (albores del 36) el único país europeo donde la pseudomoral eslava estuvo a punto de ser una realidad. La GC impidió tal posibilidad, pero a costa de acabar defenestrando cualquier atisbo de corriente liberal. Llevo tiempo sosteniendo que uno de los más importantes problemas de España, de entre los muchos que podríamos señalar, es que jamás ha existido una alternativa auténticamente liberal después del régimen franquista. España pasó del intervencionismo nacional-católico al intervencionismo socialista, y Aznar siguió en las mismas. Aristofobia y necesidad de proteccionismo estatal van unidas de la mano. Allí donde el individuo teme ser libre por fuer ha de ser súbdito, tanto da que sea de una monarquía ornamental o de un sistema de gobierno "democrático" basado en una socialdemocracia mal entendida y peor llevada a la praxis.
Saludos.
Gracias por su comentario favorable ya que la "aristofobia" española es un serio problema que se suele escamotear muy a menudo. Un saludo
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