Llegábamos en un anterior artículo (“Oligarquíay Separatismo, dos males de la actual Democracia española”) a la conclusión de
que era urgente y necesaria la existencia de una fuerza electoral de centro y
basada en el voto de la minoría que constituyen en España las clases
profesionales ilustradas. Minoría electoral que actuase de balance
of power entre los dos grandes partidos mayoritarios, conservador y
socialista, para sustituir al arbitraje chantajista que han venido ejerciendo
las minorías separatistas vasca y catalana, y que nos ha llevado a una crisis
de desgobierno del poder central, imposibilitado por estar dividido ante la
cuestión de cómo mantener la unidad de España. Un poder central que además parece incapaz de dibujar
un nuevo proyecto económico nacional que nos permita salir de la crisis en que
nos hallamos e incapaz de controlar y corregir los escandalosos excesos de
corrupciones y abusos del poder que están aflorando continuamente en los medios, afectando a la entera clase política, sindical, bancaria, industrial, etc,
dominante en las últimas décadas. En tal sentido manteníamos la semejanza de la
actual Restauración Monarquica con la llamada Restauración Decimonónica en la
existencia de una Democracia mezclada con la Oligarquía; pero veíamos la diferencia
en que el rasgo que destruyó a la Restauración Decimonónica fue el caciquismo
electoral, en tanto que ahora, debido a la desaparición del ruralismo tras el duro y dictatorial, aunque finalmente exitoso, proceso de industrialización de España bajo el franquismo, el defecto político que amenaza con destruir el actual régimen político ya no es el pucherazo electoral de los caciques rurales sino que es el bien organizado y electorálmente poderoso secesionismo separatista catalán y vasco.
Según nos vamos metiendo más y
más en las futuras batallas electorales tengo la sensación de que solo hay dos Españas que
cuentan, que ocupan de forma abrumadora los medios de comunicación, sobre todo
los telediarios de las grandes cadenas, en
los que el tuya mía, tuya mía, entre el PSOE y el PP, se impone de forma
aplastante. Realmente esto no es nuevo, sino que viene sucediendo desde el fin
de la UCD de Adolfo Suárez, cuando el bipartidismo se impone. Lo nuevo es que,
hasta Zapatero, los dos grandes partidos asumieron, por lo menos en su
propaganda, los valores democrático-liberales que eran propios de aquel
proyecto de una España liberal y democrática de los Ortega, Madariaga y demás.
Aunque, de hecho, se fueron introduciendo ya algunos deslizamientos y
perversiones como la muerte de Montesquieu, proclamada por Alfonso Guerra y
plasmada en la politización de la Justicia, -muerto que Aznar, con mayoría
absoluta, no quiso resucitar y que el actual ministro de Justicia, Gallardón, ha vuelto a rematar-, o las concesiones excesivas en materia de
competencias lingüísticas y educativas a los micro-nacionalismos insaciables.
Pero en general no se tocó en sus bases el pacto constitucional, fruto optimo
de la transición a la democracia desde el franquismo.
Con Zapatero todo esto empieza a cambiar y
se intenta que reaparezcan las dos Españas machadianas. En el PSOE se impone su
ala más radical y antiliberal, como ya ocurrió en la II Republica y, como toda
acción provoca una reacción en sentido contrario, el PP, aunque sin muchas
ganas de batalla, se apresta a defenderse, como es natural. En tiempos de Zapatero no se quemaban
Iglesias, como en la República, pero se empieza a atacar sedes del PP, o a
boicotear sus mítines o conferencias en la Universidad, ante la pasividad y
poca contundencia de los instrumentos policiales y judiciales. Si esta situación continuase al agravarse la crisis económica, lo más probable
es que la derecha española, que no se deja amilanar fácilmente, como sabemos
por la historia de la República, comenzara a organizar o tolerar una respuesta
que se tome la justicia por su mano. Situación sumamente peligrosa, como
sabemos por experiencias pasadas, debido a las tendencias cainitas que
padecemos los españoles.
Por ello es necesario que, ante el empate
de fuerzas que volverá a ocurrir tras la previsible perdida de la mayoría absoluta por el PP de Rajoy, surja una nueva o varias fuerzas electorales que recojan la política de una España liberal, como era la denominada tercera
España, que hoy ni el PSOE ni el PP toleran prefiriendo la alianza con los
nacionalismos totalitarios y secesionistas. Esta nueva fuerza que parece perfilarse
con mayor posibilidad de obtener algún escaño, como anticipa las últimas encuesta del CIS y de diversos medios periodísticos, es
la del partido fundado por la eurodiputada Rosa Diez, el filósofo Fernando Savater
y otros intelectuales a imitación de Ciudadanos de Cataluña. Por fín parece moverse algo en el mundo de ciertas minorías intelectuales españolas, que parecían haber desertado para siempre de su necesaria función crítica, adormecidas por los cantos de sirena y las prebendas de unos poderosos y despóticos grupos político-mediáticos como lo fue durante décadas el imperio de Polanco y el grupo PRISA. El diario El País fue su buque estrella despues de traicionar el espíritu liberal orteguiano que presidió su proyecto fundacional.
Es curioso observar en los últimos años como los intelectuales, como Fernando Savater, desertan del PSOE, siendo sustituidos por los que podíamos llamar los
“sentimentales”, esto es, los artistas de la farándula y el espectáculo que son
hoy los que firman los manifiestos antaño reservados a aquellos. Manifiestos más
sentimentales que intelectuales, puesto que sus tomas de posición están más
orientadas por la víscera, ayuna de estudio y de poco sentido común, que otra
cosa. La derecha ya hace tiempo que se ha quedado huérfana de su tradicional
“intelectual orgánico”, la Iglesia católica, pues los nuevos tiempos democráticos imponen
ciertas distancias ideológicas necesarias. A su vez los intelectuales
liberales, como Jiménez Losantos o Pio Moa, empiezan tambien a recelar de los acomplejados líderes
del PP. Por ello el nuevo partido de Rosa Diez tiene posibilidades de
convertirse en el nuevo partido de los intelectuales españoles. En tal sentido
recuerda al Partido Reformista de Melquíades Alvarez o a la Agrupación de
Intelectuales al Servicio de la República de Ortega, Marañón y Ayala.
La comparación no es superficial ya que
puede tener un calado más hondo, en el sentido de que una preocupación esencial
de aquellos partidos republicanos era dar presencia en la vida política
nacional a las minorías intelectuales, las “elites”, que Ortega echaba de menos
en España, en comparación con lo que ocurría en nuestros poderosos y avanzados
vecinos franceses, ingleses y alemanes. Dichas minorías intelectuales,
integradas por profesores, humanistas, científicos, médicos, abogados, lo que se
denomina personas cultas en general, que parecen coincidir con el perfil de
votante del partido de Rosa Diez, debían aportar a la dirección política del
país un peso de seriedad y competencia, avalado por el conocimiento de la
historia y de las complejidades de las modernas sociedades industriales, que
pueda influir, por el peso arbitral de sus votos, en la dirección última del destino de
los españoles, para que este no se configure únicamente por fuerzas económicas
y sociales polarizadas en una lucha ciega, sorda e irreflexiva, como ha ocurrido en
trágicos enfrentamientos pasados.
Precisamente, una de las causas que
condujeron a la guerra civil fratricida entre españoles, llena de ignorancia y
fanatismo, fue la dificultad y el retraso de España en sustituir a una élite intelectual
medieval, como era la Iglesia, la cual todavía en la Restauración decimonónica,
que pretendió modernizar el país, ostentaba la mayoría de las cátedras
universitarias, por una élite científica e intelectual ya entonces con
importantes figuras como Ramón y Cajal, Clarín, o el movimiento krausista, que
permanecieron marginados por los políticos del famoso turno entre Canovas y
Sagasta. A pesar de los esfuerzos de acciones aisladas como la Extensión
Universitaria en la Universidad de Oviedo, el pueblo, en progresivo proceso de
proletarización, permanecía en la ignorancia más absoluta sobre la nueva
sociedad industrial que se estaba abriendo camino, un poco tardíamente, en
España. Dicha ignorancia le conduciría a caer en manos del fanatismo proletario
fomentado por los partidos revolucionarios obreristas que se constituían entonces.
La organización de unas minorías
intelectuales que asumiesen los principios de la sociedad moderna había dado un
paso muy grande, con respecto al siglo XIX, por obra de lideres intelectuales
como Unamuno y Ortega. Fue la primera vez que España pudo ofrecer al mundo, agrupados en la institución cultural de la mítica Residencia de Estudiantes, un
conjunto de nombres en los diferentes campos de la cultura y la ciencia
moderna, desde Ortega hasta Dalí, pasando por Buñuel , Ramón y Cajal o Severo Ochoa, con amplia
resonancia y efecto internacional. Pero el intento de reconducir la República,
por la intervención de tales intelectuales, señaladamente las agrupaciones de
Ortega y Melquíades Álvarez, evitando el enfrentamiento trágico entre los
extremistas antidemocráticos, fracasó. La guerra civil y la dictadura
franquista fueron los corolarios de aquella esperanza que trajo la II Republica.
Hoy nos encontramos en una situación en
que una nueva Restauración democrática está conduciendo, en su desarrollo
bipartidista, a nuevos enfrentamientos, ya no tanto en torno a un radicalismo social organizado,
sino en torno a la cuestión territorial y lingüística, con amenazas serias de
secesión de algunas partes de España. Esperemos y confiemos en que la irrupción
del nuevo partido de Rosa Diez y Savater, y de otros que buscan ocupar el verdadero centro, permita que el poder moderador de los votos de tales minorías intelectuales se imponga, por su posibilidad de hacer de arbitro moderador, (desplazando al nefasto arbitrismo de los nacionalista vascos y catalanes) sobre las tendencias bárbaras, ignorantes y fanáticas que amenazan con apoderarse de nuevo de un pueblo al que se pretende, desde la llamada Transición, mantener alejado de la
ilustración y el progreso por medio del monopolio de los grandes medios de
comunicación, singularmente la televisión hoy dominada por la cultura de la
banalidad y el entretenimiento. Es la única esperanza de regeneración que vislumbramos a corto plazo. A medio plazo se requiere algo más profundo, como sería el cumplimiento del programa orteguiano de introducir, por medio de las minorías culturales que han resistido a la corrupción cultural y política del actual Sistema oligarquico, pagando el precio de una especie de muerte civil y un desplazamiento de las altas magistraturas por los intelectuales arrivistas del PSOE o del PP, una filosofía que de nueva vida y racionalidad al pensamiento y a las Ideas que deben presidir y dirigir la necesaria crítica filosófica, sin la cual debe abandonarse toda seria esperanza de regeneración y progreso.
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