martes, 4 de febrero de 2014

Hace falta una tercera España con fuerza electoral

Llegábamos en un anterior artículo (“Oligarquíay Separatismo, dos males de la actual Democracia española”) a la conclusión de que era urgente y necesaria la existencia de una fuerza electoral de centro y basada en el voto de la minoría que constituyen en España las clases profesionales ilustradas. Minoría electoral que actuase de balance of power entre los dos grandes partidos mayoritarios, conservador y socialista, para sustituir al arbitraje chantajista que han venido ejerciendo las minorías separatistas vasca y catalana, y que nos ha llevado a una crisis de desgobierno del poder central, imposibilitado por estar dividido ante la cuestión de cómo mantener la unidad de España. Un poder central que  además parece incapaz de dibujar un nuevo proyecto económico nacional que nos permita salir de la crisis en que nos hallamos e incapaz de controlar y corregir los escandalosos excesos de corrupciones y abusos del poder que están aflorando continuamente en los medios, afectando a la entera clase política, sindical, bancaria, industrial, etc, dominante en las últimas décadas. En tal sentido manteníamos la semejanza de la actual Restauración Monarquica con la llamada Restauración Decimonónica en la existencia de una Democracia mezclada con la Oligarquía; pero veíamos la diferencia en que el rasgo que destruyó a la Restauración Decimonónica fue el caciquismo electoral, en tanto que ahora, debido a la desaparición del ruralismo tras el duro y dictatorial, aunque finalmente exitoso, proceso de industrialización de España bajo el franquismo, el defecto político que amenaza con destruir el actual régimen político ya no es el pucherazo electoral de los caciques rurales sino que es el bien organizado y electorálmente poderoso secesionismo separatista catalán y vasco.

Según nos vamos metiendo más y más en las futuras batallas electorales tengo la sensación de que solo hay dos Españas que cuentan, que ocupan de forma abrumadora los medios de comunicación, sobre todo los telediarios de las grandes cadenas, en  los que el tuya mía, tuya mía, entre el PSOE y el PP, se impone de forma aplastante. Realmente esto no es nuevo, sino que viene sucediendo desde el fin de la UCD de Adolfo Suárez, cuando el bipartidismo se impone. Lo nuevo es que, hasta Zapatero, los dos grandes partidos asumieron, por lo menos en su propaganda, los valores democrático-liberales que eran propios de aquel proyecto de una España liberal y democrática de los Ortega, Madariaga y demás. Aunque, de hecho, se fueron introduciendo ya algunos deslizamientos y perversiones como la muerte de Montesquieu, proclamada por Alfonso Guerra y plasmada en la politización de la Justicia, -muerto que Aznar, con mayoría absoluta, no quiso resucitar y que el actual ministro de Justicia, Gallardón, ha vuelto a rematar-, o las concesiones excesivas en materia de competencias lingüísticas y educativas a los micro-nacionalismos insaciables. Pero en general no se tocó en sus bases el pacto constitucional, fruto optimo de la transición a la democracia desde el franquismo.

Con Zapatero todo esto empieza a cambiar y se intenta que reaparezcan las dos Españas machadianas. En el PSOE se impone su ala más radical y antiliberal, como ya ocurrió en la II Republica y, como toda acción provoca una reacción en sentido contrario, el PP, aunque sin muchas ganas de batalla, se apresta a defenderse, como es natural. En tiempos de Zapatero no se quemaban Iglesias, como en la República, pero se empieza a atacar sedes del PP, o a boicotear sus mítines o conferencias en la Universidad, ante la pasividad y poca contundencia de los instrumentos policiales y judiciales.  Si esta situación continuase al agravarse la crisis económica, lo más probable es que la derecha española, que no se deja amilanar fácilmente, como sabemos por la historia de la República, comenzara a organizar o tolerar una respuesta que se tome la justicia por su mano. Situación sumamente peligrosa, como sabemos por experiencias pasadas, debido a las tendencias cainitas que padecemos los españoles.

Por ello es necesario que, ante el empate de fuerzas que volverá a ocurrir tras la previsible perdida de la mayoría absoluta por el PP de Rajoy, surja una nueva o varias fuerzas electorales que recojan la política de una España liberal, como era la denominada tercera España, que hoy ni el PSOE ni el PP toleran prefiriendo la alianza con los nacionalismos totalitarios y secesionistas. Esta nueva fuerza que parece perfilarse con mayor posibilidad de obtener algún escaño, como anticipa las últimas encuesta del CIS y de diversos medios periodísticos, es la del partido fundado por la eurodiputada Rosa Diez, el filósofo Fernando Savater y otros intelectuales a imitación de Ciudadanos de Cataluña. Por fín parece moverse algo en el mundo de ciertas minorías intelectuales españolas, que parecían haber desertado para siempre de su necesaria función crítica, adormecidas por los cantos de sirena y las prebendas de unos poderosos y despóticos grupos político-mediáticos como lo fue durante décadas el imperio de Polanco y el grupo PRISA. El diario El País fue su buque estrella despues de traicionar el espíritu liberal orteguiano que presidió su proyecto fundacional.

Es curioso observar en los últimos años como los intelectuales, como Fernando Savater, desertan del PSOE, siendo sustituidos por los que podíamos llamar los “sentimentales”, esto es, los artistas de la farándula y el espectáculo que son hoy los que firman los manifiestos antaño reservados a aquellos. Manifiestos más sentimentales que intelectuales, puesto que sus tomas de posición están más orientadas por la víscera, ayuna de estudio y de poco sentido común, que otra cosa. La derecha ya hace tiempo que se ha quedado huérfana de su tradicional “intelectual orgánico”, la Iglesia católica, pues los nuevos tiempos democráticos imponen ciertas distancias ideológicas necesarias. A su vez los intelectuales liberales, como Jiménez Losantos o Pio Moa, empiezan tambien a  recelar de los acomplejados líderes del PP. Por ello el nuevo partido de Rosa Diez tiene posibilidades de convertirse en el nuevo partido de los intelectuales españoles. En tal sentido recuerda al Partido Reformista de Melquíades Alvarez o a la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República de Ortega, Marañón y Ayala.

La comparación no es superficial ya que puede tener un calado más hondo, en el sentido de que una preocupación esencial de aquellos partidos republicanos era dar presencia en la vida política nacional a las minorías intelectuales, las “elites”, que Ortega echaba de menos en España, en comparación con lo que ocurría en nuestros poderosos y avanzados vecinos franceses, ingleses y alemanes. Dichas minorías intelectuales, integradas por profesores, humanistas, científicos, médicos, abogados, lo que se denomina personas cultas en general, que parecen coincidir con el perfil de votante del partido de Rosa Diez, debían aportar a la dirección política del país un peso de seriedad y competencia, avalado por el conocimiento de la historia y de las complejidades de las modernas sociedades industriales, que pueda influir, por el peso arbitral de sus votos, en la dirección última del destino de los españoles, para que este no se configure únicamente por fuerzas económicas y sociales polarizadas en una lucha ciega, sorda e irreflexiva, como ha ocurrido en trágicos enfrentamientos pasados.

Precisamente, una de las causas que condujeron a la guerra civil fratricida entre españoles, llena de ignorancia y fanatismo, fue la dificultad y el retraso de España en sustituir a una élite intelectual medieval, como era la Iglesia, la cual todavía en la Restauración decimonónica, que pretendió modernizar el país, ostentaba la mayoría de las cátedras universitarias, por una élite científica e intelectual ya entonces con importantes figuras como Ramón y Cajal, Clarín, o el movimiento krausista, que permanecieron marginados por los políticos del famoso turno entre Canovas y Sagasta. A pesar de los esfuerzos de acciones aisladas como la Extensión Universitaria en la Universidad de Oviedo, el pueblo, en progresivo proceso de proletarización, permanecía en la ignorancia más absoluta sobre la nueva sociedad industrial que se estaba abriendo camino, un poco tardíamente, en España. Dicha ignorancia le conduciría a caer en manos del fanatismo proletario fomentado por los partidos revolucionarios obreristas que se constituían entonces. 
                                                                     
La organización de unas minorías intelectuales que asumiesen los principios de la sociedad moderna había dado un paso muy grande, con respecto al siglo XIX, por obra de lideres intelectuales como Unamuno y Ortega. Fue la primera vez que España pudo ofrecer al mundo, agrupados en la institución cultural de la mítica Residencia de Estudiantes,  un conjunto de nombres en los diferentes campos de la cultura y la ciencia moderna, desde Ortega hasta Dalí, pasando por Buñuel , Ramón y Cajal o Severo Ochoa, con amplia resonancia y efecto internacional. Pero el intento de reconducir la República, por la intervención de tales intelectuales, señaladamente las agrupaciones de Ortega y Melquíades Álvarez, evitando el enfrentamiento trágico entre los extremistas antidemocráticos, fracasó. La guerra civil y la dictadura franquista fueron los corolarios de aquella esperanza que trajo la II Republica.

Hoy nos encontramos en una situación en que una nueva Restauración democrática está conduciendo, en su desarrollo bipartidista, a nuevos enfrentamientos, ya no tanto en torno a un radicalismo social organizado, sino en torno a la cuestión territorial y lingüística, con amenazas serias de secesión de algunas partes de España. Esperemos y confiemos en que la irrupción del nuevo partido de Rosa Diez y Savater, y de otros que buscan ocupar el verdadero centro, permita que el poder moderador de los votos de tales minorías intelectuales se imponga, por su posibilidad de hacer de arbitro moderador, (desplazando al nefasto arbitrismo de los nacionalista vascos y catalanes) sobre las tendencias bárbaras, ignorantes y fanáticas que amenazan con apoderarse de nuevo de un pueblo al que se pretende, desde la llamada Transición, mantener alejado  de la ilustración y el progreso por medio del monopolio de los grandes medios de comunicación, singularmente la televisión hoy dominada por la cultura de la banalidad y el entretenimiento. Es la única esperanza de regeneración que vislumbramos a corto plazo. A medio plazo se requiere algo más profundo, como sería el cumplimiento del programa orteguiano de introducir, por medio de las minorías culturales que han resistido a la corrupción cultural y política del actual Sistema oligarquico, pagando el precio de una especie de muerte civil y un desplazamiento de las altas magistraturas por los intelectuales arrivistas del PSOE o del PP, una filosofía que de nueva vida y racionalidad al pensamiento y a las Ideas que deben presidir y dirigir la necesaria crítica filosófica, sin la cual debe abandonarse toda seria esperanza de regeneración y progreso.

Manuel F. Lorenzo

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