lunes, 4 de noviembre de 2013

Sobre Zapatero y el inicio de la actual rebelión separatista catalana

Recupero, para las páginas de este Blog, un artículo publicado por mi en 2006 que resulta profético a la vista de los peligros inminentes de ruptura de la unidad política española. Esta forma de ver las cosas era entonces muy minoritaria y marginal en España, frente a la opinión dominante en los medios de comunicación, pero es la que ha acertado en el diagnostico de hacia donde íbamos los españoles. Por eso creo que merece volver a ser publicada, con la esperanza de que se haga más común, pues está más cerca de la verdad que la entonces tenida por políticamente correcta.


Sobre la comparación de Zapatero con Adolfo Suárez

     Algunos comentaristas políticos están empeñados en mantener que lo que está ocurriendo en la política española, con la irrupción de una figura tan polémica como la de Zapatero, es el comienzo de una Segunda Transición en la que el Presidente socialista estaría jugando un papel equivalente al que Adolfo Suárez jugó en la Primera Transición a la Democracia. En tal sentido se estaría desarrollando lo que he llamado en un artículo anterior el “síndrome Trapiello”, según el cual Zapatero estaría siendo injustamente vilipendiado por los sectores más duros del PP y algunos correligionarios como Felipe González o Alfonso Guerra, como lo fue Suárez por los franquistas cerriles y por la izquierda. 

     El equívoco parece que está en el propio término “Transición”. Se puede admitir que Zapatero, con la alianza de los nacionalistas, estaría intentando una nueva Transición, pero la diferencia con Suárez estaría en que el sentido de la Transición es justamente el inverso. Con Suárez España transitó de una dictadura centralista a un régimen de libertades  y descentralización autonomista, mientras que Zapatero quiere pasar de este último régimen, en el que todavía estamos, hacia un régimen de democracia despótica con merma de libertades e independencias federadas.

     Cuando digo democracia despótica me refiero a quienes, en pago a una España autonomista que, a diferencia de la España centralista del franquismo, aceptó el bilingüismo en algunas Comunidades Autónomas como Cataluña, ahora lo que tratan de hacer es romper el pacto constitucional con el resto de los españoles e imponer el catalán como lengua única. Lo cual resulta especialmente grave porque todos los catalanes hablan y entienden el español pero no a la inversa, pues la población inmigrante, sobre todo de origen andaluz, es muy numerosa y prefiere la lengua de Los Manolos.  Y esa actitud, aunque esté refrendada por una mayoría en las urnas, es despótica y empobrecedora, culturalmente hablando.  Más empobrecedora,  por  supuesto, que cuando dominaba el español. La Universidad de Barcelona, cuyas clases parece ser que se imparten en catalán, ya está perdiendo alumnos de otros países que, en número creciente, vienen a aprender español a Oviedo, Madrid, Salamanca o Sevilla.

     Por lo que respecta al soberanismo federalista, seguramente conducirá a conflictos que den lugar a choques entre parlamentos regionales y el parlamento nacional, Las Cortes, con el resurgimiento de la dialéctica entre el avance del independentismo y la inevitable respuesta represiva del gobierno central, empujado por aquellos españoles que ya empiezan a pedir la acción reciproca del castigo a los productos catalanes que se exportan al resto de España. Es posible que veamos al Parlamento de Cataluña o al de Vitoria cercado y cañoneado como no hace mucho vimos la Duma de Moscú, asediada por Yeltsin. No creo que haya “guerra civil” entre los españoles del resto del país, porque las divisiones sociales y clasistas del 36 ya son cosa del pasado.

     Por lo que respecta al apoyo internacional, es posible que algunos países fuertes de la Unión Europea prefieran una España rota, pero la posición norteamericana hoy hegemónica, debido a la torpeza de Zapatero y sus seguidores, preferiría, como está ya prefiriendo, el apoyo a la España pro-atlántica de Aznar. Por tanto, nada de nuevos Balcanes, en los que, por otra parte la decisiva intervención fue la de Clinton y no la de los propios europeos, más pendientes de una O.N.U. inoperante. Cuando los catalanes perciban que seguir los dictados de una minoría extremista no les sale gratis recuperaran el famoso seny que hoy parecen haber perdido.

     En tal sentido, Zapatero estaría iniciando una Transición, pero de sentido contrario a la de Suárez. Porque un dirigente político que hoy quisiera recoger el “espíritu” de Suárez, y no la imitación exterior de su figura (que  Zapatero tampoco la encarna bien, pues aunque sea joven y bien parecido como el de Avila, carece del aplomo y de la “cara de jugador de poker” característicos de aquel) tendría que tratar de defender lo conseguido hasta ahora en el avance de las libertades y la democracia en España, en vez de destruirlo para dar paso a algo que está empezando a provocar la división y crispación entre los españoles como no se había visto desde la II República. En tal sentido me parece más acertada la comparación que se ha hecho de Zapatero con Largo Caballero, pues este hizo también una transición del socialismo de la II Internacional al de la III, por lo que lo llamaron “el Lenin español” al propugnar la Revolución del 34 imitando la Revolución soviética. Era la época de lo que Ortega llamó la “rebelión de las masas”. Hoy los tiempos ciertamente han cambiado, sobre todo después del hundimiento soviético, tras el cual creo que se acaba la época de las auténticas y temibles rebeliones de masas. Pues aunque sigue habiendo masas y manifestaciones masivas, estas masas comparadas con aquellas son como ovejitas que al estallido del primer bombazo huyen despavoridas a refugiarse en su cómodo hogar, decorado por el Corte Ingles o Ikea, tras un televisor, un móvil o un ordenador. Pero no hacen ya barricadas ni organizan milicias armadas, aunque pequeños grupos violentos se aprovechen de su estupidez ante las sedes del PP.

     Hoy, en Occidente, estamos, siguiendo el “espíritu” y no meramente la “letra” de Ortega, ante una nueva forma de “rebelión”, que podríamos denominar la “rebelión de las minorías”, cuyo antecedente fue la “rebelión del 68”. En ella el nuevo sujeto rebelde no es ya la masa homogénea y concentrada en grandes barriadas empobrecidas, sino las minorías raciales, sexuales, culturales, etc., heterogéneas y dispersas. En ellas busca apoyar Zapatero su nueva política conduciendo al socialismo español de nuevo de la II Internacional, a la que había regresado Felipe González abandonando el marxismo tras la dura purga del exilio, a la llamada nueva Glocalización, o conexión internacional de minorías locales organizadas como los micro-nacionalismos irredentos en Europa.

     En tal sentido González, aunque por edad pertenece al sesentayochismo, no ha querido llevar a cabo una política acorde con él, lo cual le honra, aunque ha tenido que pagar el precio de un descarado cinismo. Únicamente en la Reforma de la Educación dejó el camino abierto a ciertos principios del 68, como primar la imaginación frente a la memoria o el juego frente al esfuerzo y la disciplina, etc., de lo cual hoy estamos viendo los desastrosos resultados, pues los adolescentes, como aquellos estudiantes parisinos de Nanterre, someten a sus profesores a tribunales populares (de padres y políticos) y a castigos físicos, en cuanto pueden. Pero Zapatero inicia el tránsito de nuevo desde la II Internacional, aunque esta vez apoyando una nueva rebelión extremista, a lo “Dani el Rojo”, apoyando la política de lo que podemos llamar, por analogía con Ortega, “rebelión de las minorías” nacionalistas y sexuales. En tal sentido es un sesentayochista consecuente. Aunque se podría volver a decir también, como Ortega, que lo que necesita España no es eso, no es eso.                                                   

Manuel F. Lorenzo

(www.forohispania.com, 19/06/2006)


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