Mostrando entradas con la etiqueta Secesión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Secesión. Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de octubre de 2014

Ante el avance de la “rebelión de las minorías”.

       La petición de un referéndum de independencia en Cataluña aparecía, hasta hace poco, como un problema de desintegración del Estado específicamente español. Se veía como un problema de un país con una débil modernización, con grandes déficits de cultura democrática, resultado de una Historia cargada de Absolutismo Inquisitorial, etc. Otros problemas de desintegración estatal como el de la antigua Yugoslavia, la independenia de Kosovo, la división de Checoslovaquía, se atribuían al fracaso del Comunismo, o el de la división cultural de Bélgica a la artificialidad histórica de su Estado, etc. Inglaterra había sufrido la Independencia de una parte de Irlanda, pero se sobreentendían aquí problemas de irreconciliables guerras religiosas entre católicos y protestantes cargadas de odios y vejaciones históricas insuperables. Más recientemente apareció la reivindicación independentista de Escocia, a la cual se creyó conjurar, lo mismo que a los contínuos problemas en el Ulster, copiando precisamente el modelo de descentralización en Autonomías que España había iniciado con Adolfo Suarez.

     Pero la concesión de la Autonomía para Escocia, como había ocurrido en el caso de Cataluña, no fue suficiente para frenar las en principio minoritarias ansias secesionistas. Estas continuaron hasta alcanzar el punto crítico de dividir en dos al electorado de dicha región britanica de una forma que parece que continuará aunque una tendencia se impusiese sobre la otra en el Referendum ya celebrado. Además, el Referendum escocés fue admitido por el premier inglés Cameron, basándose en peligrosas interpretaciones del Tratado de la Unión, según las cuales una Soberanía, como la del Parlamento de Westminster, una vez constituida y bien cristalizada en una Historia común, puede romperse sin peligro de desatar violencias incontroladas (debería leer a Hobbes, el gran teorico inglés del Estado, antes de tomarse tan a la ligera dichas cuestiones). Dicho Referendum, sin embargo, tiene lugar, no en un país atrasado en la modernidad democrática como España, sino en la mismísima Inglaterra, cuna de la modernidad política y uno de los Estados que sigue pesando en la política mundial. Por ello, el Referendum escoces ha atraído con gran fuerza la atención de las primeras líneas de los telediarios en todo el mundo. Lo cual revela que estamos ante un problema que no es solo regional, propio de algunos de los países pigs (cerdos), como denominación malintencionada inglesa de portugueses, italianos, griegos y spañoles, en algunos de los cuales tienen lugar las reivindicaciones secesionistas de Cataluña y Euzkadi, en España, La Padania, el Veneto, etc., en Italia.

     Ahora se empieza aver que el secesionismo es un problema general y, además, no principalmente económico, como se suele interpretar al viejo estilo marxista, por Cameron y Rajoy con sus recetas de más Transferencias de dinero de los impuestos generales, sino que es un problema más bien ideológico, un problema cultural identitario o de “espíritu”en el sentido de Max Weber. Un problema que ha pasado a primer plano conformando una nueva ideología de las vanguardias progresistas que ha sustituido a la ideología marxista tan influyente en las transformaciones políticas y sociales del siglo XX. Pues el marxismo abrió el camino a lo que Ortega denominaba la Rebelion de las Masas, con sus propuestas políticas de igualitarismo social, la formación de nuevos tipos de partidos políticos para encuadrar y dirigir a las “masas” proletarias. Para combatir estas rebeliones y revoluciones se debieron configurar partidos opuestos también de “masas” como los partidos fascistas o una nueva democracia de masas, como la que representó la irrupción de los EEUU en la política mundial, la llamada Democracia Americana de Tocqueville, más fuerte que la inglesa para enfrentarse al totalitarismo comunista y fascista. Esa época se términó con la derrota económica del igualitarismo más utópico y radical, el soviético, tras la caída del Muro de Berlín. Con ello cesó la influencia de aquella ideología que ponía en las masas proletarias y en el triunfo del socialismo marxista la panacea que pondría fin a la Historia. En el camino quedó la corrección del liberalismo económico capitalista deciminónico con necesarias y útiles intervenciones del Estado (Keynes mediante) que mantuvieran un nivel aceptable de bienestar en las masas. Este nivel abrió el camino a una Sociedad de Consumo sin límite, de masas integradas y satisfechas, cuyo primer modelo lo proporcionaron los propios EEUU tras la 2ª Guerra Mundial.

     Algunos filósofos marxista como Herbert Marcuse, miembro de la llamada Escuela de Frankfurt, ya detectaron, durante su estancia como exiliados políticos en EEUU, la formación de una nueva sociedad tecnológica en la que primaba la masificación y la homogeneidad con el subsecuente aplastamiento de las minorías diferentes, como era entonces la minoría racial negra que comenzaba a enfrentarse a la discriminación, las minorías sexuales impulsadas por el feminismo y los homoxesuales, las minorías culturales, etc. En tal sentido destacó la publicación en 1954 de su ensayo El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. En él, y en otras obras suyas,  Marcuse proponía una revisión de la ideología marxista clásica, basada en suponer a las masas proletarias como sujeto revolucionario, en el sentido de proponer otros sujetos muy diferentes encargados de culminar los ideales progresistas del Humanismo Ilustrado, que pretendió hacer suyos el marxismo. Tales sujetos serían las nuevas fuerzas rebeldes que acabarían definitivamente con la sociedad consumista y alienante, que resultó de las revoluciones de masas, y darían lugar a la configuración de una sociedad definitivamente libre en la que se eliminarían, no solo la explotación económica, sino también las discriminaciones raciales, culturales, sexuales, etc. Por ello el fenómeno de la petición de independencia y libertad de las culturas minoritarias, insertas en grandes Estados, debe ponerse en conexión con todo esto y verlo inmerso en una nueva Ideología radical del vanguardismo moderno, que puede llegar a convertirse en una rebelión tan generalizada y peligrosa para la paz social como lo fue la rebelión de las masas que inició el marxismo.


     Esta rebelión es distinta, sin embargo y por eso la hemos denominado, en un libro que publicamos ya hace años, y en  homenaje a Ortega y Gasset, con el título de La rebelión de las minorías (2007). Un libro quizás prematuro, porque entonces estos problemas de las rupturas de grandes Estados, como Inglaterra, no estaban en los grandes titulares ni en las preocupaciones cotidianas. Pero si estaban en las preocupaciones de filósofos españoles como Ortega y Gasset, del que el libro pretende ser un modesto homenaje, de título paradójico en relación con su clásico La rebelión de las masas, cuando había propuesto, principalmente en otro libro suyo titulado como La redención de las provincias, la configuración de un Estado Autonómico como solución al problema independentista catalán que había emergido con fuerza ya a fines del siglo XIX en la España de la Restauración canovista. Como hemos señalado en otros lugares, el Autonomismo orteguiano incorporado a la Constitución española de 1978, fue mal entendido y peor desarrollado debido en gran parte a la voluntad de transformarlo en un Federalismo o Confederalismo, desoyendo o desconociendo las advertencias orteguianas hechas en las propias Cortes de la II República (Autonomismo versus Federalismo). Ha llegado a convertirse en un serio problema de ruptura de la nación y de división entre las fuerzas políticas españolas por lo que seguramente dará lugar a una fuerte polarización ideológica y social. Por ello resulta simplista reducirlo a una cuestión meramente económica o meramente cultural local. Es un problema ideológico de carácter  global y universal, si lo vemos en relación a su fundamentación en un diferencialismo dogmático que lo pone en conexión con otros movimientos sociales que comparten la misma metafísica diferencialista radical, como el feminismo o el homosexualismo. Pues si el sentimiento “nacionalismo” minoritario puede llevar  a la destrucción de los modernos Estados nacionales, el homosexualismo basado en la indiferencia sexual y el feminismo radical basado en el odio al macho pueden llevar a la destrucción o colapso sin más de la familia como institución básica de la sociedad y no ya únicamente, como creen muchos, a la familia patriarcal por quedarse arcaica o anticuada. No debemos olvidar que el marxismo más radical, pretendiendo destruir el capitalismo y no meramente reformarlo, condujo en la URSS al colapso económico que acabó con su derrota y su fatal perdida de su influencia mundial en las propias masas que creyeron fanáticamente en él. Por ello, allí donde triunfen esos ideales más radicales de las minorías rebeldes, que hoy empiezan a imponer su fuerza como algo “políticamente correcto”, seguramente acabará cumpliéndose la frase, que aparece en un famoso grabado de Goya: Los sueños de la razón engendran monstruos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Sobre Zapatero y el inicio de la actual rebelión separatista catalana

Recupero, para las páginas de este Blog, un artículo publicado por mi en 2006 que resulta profético a la vista de los peligros inminentes de ruptura de la unidad política española. Esta forma de ver las cosas era entonces muy minoritaria y marginal en España, frente a la opinión dominante en los medios de comunicación, pero es la que ha acertado en el diagnostico de hacia donde íbamos los españoles. Por eso creo que merece volver a ser publicada, con la esperanza de que se haga más común, pues está más cerca de la verdad que la entonces tenida por políticamente correcta.


Sobre la comparación de Zapatero con Adolfo Suárez

     Algunos comentaristas políticos están empeñados en mantener que lo que está ocurriendo en la política española, con la irrupción de una figura tan polémica como la de Zapatero, es el comienzo de una Segunda Transición en la que el Presidente socialista estaría jugando un papel equivalente al que Adolfo Suárez jugó en la Primera Transición a la Democracia. En tal sentido se estaría desarrollando lo que he llamado en un artículo anterior el “síndrome Trapiello”, según el cual Zapatero estaría siendo injustamente vilipendiado por los sectores más duros del PP y algunos correligionarios como Felipe González o Alfonso Guerra, como lo fue Suárez por los franquistas cerriles y por la izquierda. 

     El equívoco parece que está en el propio término “Transición”. Se puede admitir que Zapatero, con la alianza de los nacionalistas, estaría intentando una nueva Transición, pero la diferencia con Suárez estaría en que el sentido de la Transición es justamente el inverso. Con Suárez España transitó de una dictadura centralista a un régimen de libertades  y descentralización autonomista, mientras que Zapatero quiere pasar de este último régimen, en el que todavía estamos, hacia un régimen de democracia despótica con merma de libertades e independencias federadas.

     Cuando digo democracia despótica me refiero a quienes, en pago a una España autonomista que, a diferencia de la España centralista del franquismo, aceptó el bilingüismo en algunas Comunidades Autónomas como Cataluña, ahora lo que tratan de hacer es romper el pacto constitucional con el resto de los españoles e imponer el catalán como lengua única. Lo cual resulta especialmente grave porque todos los catalanes hablan y entienden el español pero no a la inversa, pues la población inmigrante, sobre todo de origen andaluz, es muy numerosa y prefiere la lengua de Los Manolos.  Y esa actitud, aunque esté refrendada por una mayoría en las urnas, es despótica y empobrecedora, culturalmente hablando.  Más empobrecedora,  por  supuesto, que cuando dominaba el español. La Universidad de Barcelona, cuyas clases parece ser que se imparten en catalán, ya está perdiendo alumnos de otros países que, en número creciente, vienen a aprender español a Oviedo, Madrid, Salamanca o Sevilla.

     Por lo que respecta al soberanismo federalista, seguramente conducirá a conflictos que den lugar a choques entre parlamentos regionales y el parlamento nacional, Las Cortes, con el resurgimiento de la dialéctica entre el avance del independentismo y la inevitable respuesta represiva del gobierno central, empujado por aquellos españoles que ya empiezan a pedir la acción reciproca del castigo a los productos catalanes que se exportan al resto de España. Es posible que veamos al Parlamento de Cataluña o al de Vitoria cercado y cañoneado como no hace mucho vimos la Duma de Moscú, asediada por Yeltsin. No creo que haya “guerra civil” entre los españoles del resto del país, porque las divisiones sociales y clasistas del 36 ya son cosa del pasado.

     Por lo que respecta al apoyo internacional, es posible que algunos países fuertes de la Unión Europea prefieran una España rota, pero la posición norteamericana hoy hegemónica, debido a la torpeza de Zapatero y sus seguidores, preferiría, como está ya prefiriendo, el apoyo a la España pro-atlántica de Aznar. Por tanto, nada de nuevos Balcanes, en los que, por otra parte la decisiva intervención fue la de Clinton y no la de los propios europeos, más pendientes de una O.N.U. inoperante. Cuando los catalanes perciban que seguir los dictados de una minoría extremista no les sale gratis recuperaran el famoso seny que hoy parecen haber perdido.

     En tal sentido, Zapatero estaría iniciando una Transición, pero de sentido contrario a la de Suárez. Porque un dirigente político que hoy quisiera recoger el “espíritu” de Suárez, y no la imitación exterior de su figura (que  Zapatero tampoco la encarna bien, pues aunque sea joven y bien parecido como el de Avila, carece del aplomo y de la “cara de jugador de poker” característicos de aquel) tendría que tratar de defender lo conseguido hasta ahora en el avance de las libertades y la democracia en España, en vez de destruirlo para dar paso a algo que está empezando a provocar la división y crispación entre los españoles como no se había visto desde la II República. En tal sentido me parece más acertada la comparación que se ha hecho de Zapatero con Largo Caballero, pues este hizo también una transición del socialismo de la II Internacional al de la III, por lo que lo llamaron “el Lenin español” al propugnar la Revolución del 34 imitando la Revolución soviética. Era la época de lo que Ortega llamó la “rebelión de las masas”. Hoy los tiempos ciertamente han cambiado, sobre todo después del hundimiento soviético, tras el cual creo que se acaba la época de las auténticas y temibles rebeliones de masas. Pues aunque sigue habiendo masas y manifestaciones masivas, estas masas comparadas con aquellas son como ovejitas que al estallido del primer bombazo huyen despavoridas a refugiarse en su cómodo hogar, decorado por el Corte Ingles o Ikea, tras un televisor, un móvil o un ordenador. Pero no hacen ya barricadas ni organizan milicias armadas, aunque pequeños grupos violentos se aprovechen de su estupidez ante las sedes del PP.

     Hoy, en Occidente, estamos, siguiendo el “espíritu” y no meramente la “letra” de Ortega, ante una nueva forma de “rebelión”, que podríamos denominar la “rebelión de las minorías”, cuyo antecedente fue la “rebelión del 68”. En ella el nuevo sujeto rebelde no es ya la masa homogénea y concentrada en grandes barriadas empobrecidas, sino las minorías raciales, sexuales, culturales, etc., heterogéneas y dispersas. En ellas busca apoyar Zapatero su nueva política conduciendo al socialismo español de nuevo de la II Internacional, a la que había regresado Felipe González abandonando el marxismo tras la dura purga del exilio, a la llamada nueva Glocalización, o conexión internacional de minorías locales organizadas como los micro-nacionalismos irredentos en Europa.

     En tal sentido González, aunque por edad pertenece al sesentayochismo, no ha querido llevar a cabo una política acorde con él, lo cual le honra, aunque ha tenido que pagar el precio de un descarado cinismo. Únicamente en la Reforma de la Educación dejó el camino abierto a ciertos principios del 68, como primar la imaginación frente a la memoria o el juego frente al esfuerzo y la disciplina, etc., de lo cual hoy estamos viendo los desastrosos resultados, pues los adolescentes, como aquellos estudiantes parisinos de Nanterre, someten a sus profesores a tribunales populares (de padres y políticos) y a castigos físicos, en cuanto pueden. Pero Zapatero inicia el tránsito de nuevo desde la II Internacional, aunque esta vez apoyando una nueva rebelión extremista, a lo “Dani el Rojo”, apoyando la política de lo que podemos llamar, por analogía con Ortega, “rebelión de las minorías” nacionalistas y sexuales. En tal sentido es un sesentayochista consecuente. Aunque se podría volver a decir también, como Ortega, que lo que necesita España no es eso, no es eso.                                                   

Manuel F. Lorenzo

(www.forohispania.com, 19/06/2006)