viernes, 4 de octubre de 2013

La rebelión de las minorías culturales

    
     El grave  problema político que se está manifestando literalmente en las calles en una parte de España, en Cataluña, con las peticiones por parte de una minoría  denominada "nacionalista catalana", para decidir unilateralmente sobre la separación política y la ruptura de un Estado moderno, que se ha mantenido secularmente unido desde los Reyes Católicos, puede ser visto no solo como un problema especificamente español sino, y a la vez,como un problema más general, que hemos denominado ya hace algunos años, el problema de la "rebelión de las minorías", en relación con el problema, más amplio, de la denominada por Ortega y Gasset "rebelión de las masas". A ello hemos dedicado un libro ensayistico titulado La rebelión de las minorías (2006), que quizas pueda pueda tener más actualidad hoy, ante estos nuevos fenómenos, que entonces. Ofrecemos, por ello, a continuación, al lector interesado, un texto de dicho libro como invitación a poner en relación estos fenómenos políticos con otros fenómenos manifestados recientemente en las reivindicaciones de otros grupos minoritarios, como las minorías homosexuales, las sectas religiosas fundamentalistas, etc., en el sentido de que señalan hacia una característica de la época o  Zeitgeist, que permite ponerlos en relación con la intención de captarlos de una forma global, más filosófica, a como se suelen plantear en los medios periodísticos. 
 
 "Un nuevo fenómeno político-social comienza a arribar a nuestras playas políticas provocando una profunda división en el país: la equiparación en derechos y consideración social de las minoritarias uniones entre homosexuales con las mayoritarias uniones heterosexuales. El pasado gobierno de Zapatero parecía estar dispuesto a que la voluntad de una minoría social homosexual se equipare a la mayoría heterosexual en la consecución de iguales derechos, incluidos los derechos de adopción y crianza de niños.
    El fenómeno ocurre en otros países y no es por ello privativo de España. Por ello para analizarlo a fondo es preciso ir más allá de la mera constatación de enfrentamientos con la Iglesia o con la mentalidad católica tradicional, etc., que sostiene una única forma valida de matrimonio, orientado a la procreación, etc. Pues dicho enfrentamiento no nos parece que sea un episodio más del tradicional choque entre reacción y progreso en la extensión de las libertades individuales o sociales. Se puede buscar otra explicación diferente y que además fue iniciada aquí en España antes que en otros países supuestamente más adelantados que nosotros en materia de pensamiento. Dicha explicación remite y pone de actualidad una de las obras del pensamiento español del siglo XX más leídas y traducidas: La rebelión de las masas de Ortega y Gasset.
     Las manifestaciones inmensas contra la Guerra con ocasión de la intervención militar de EEUU y sus aliados en Irak han vuelto a poner de actualidad un fenómeno que ya Ortega percibió en los años treinta del pasado siglo en la formación de aglomeraciones de muchedumbres en los sitios públicos que tratan de imponer y forzar, con su mera presencia y manifestación pública, posiciones políticas a gobiernos legitima y democráticamente constituidos, saltándose cualquier trámite de debate o discusión previa. La enjundia del fenómeno no reside, como ya lo vio Ortega, en que sean masas o muchedumbres las que ocupen ahora el lugar antes reservado a los reducidos intelectuales, estudiantes u obreros que hasta hace bien poco eran los únicos que ocupaban las calles para protestar. Pues el fenómeno de la masificación es en principio un fenómeno positivo en el sentido de que como consecuencia del desarrollo del liberalismo político y los avances técnico industriales, la parte de la población que hoy tiene acceso al disfrute del ocio y de las preocupaciones, que antes eran exclusivas de una minoría social de clase media y alta, es inmensamente mayor. De ello los propios gobiernos deberían ser los primeros en felicitarse.
     El problema no está aquí. El problema está en que, debido al creciente predominio de la demagogia sobre la democracia, determinados partidos políticos tienden a defender los principios de la democracia como una nueva forma de régimen absolutista en el que la democratización no tiene límites. Es decir, no entienden la democracia al modo liberal, esto es como democracia con límites marcados por la separación y equilibrio de poderes que inventaron Locke y Montesquieu y que los griegos no conocieron en su práctica política, aunque si fueron ya entrevistas por dos de sus máximos filósofos, Platón y Aristóteles. Sino que la entienden como que el ser ciudadano de un país democrático hace a todo el mundo igual tanto en su derecho a votar, lo cual es ciertamente legítimo, como en cuanto a sus opiniones sobre todas las cosas sin límite ninguno. 
     La masa se convierte así en rebelde e indócil, pues le está permitido, por el carácter absoluto de la democracia, que cualquiera iguale su opinión con la de otro ciudadano cualquiera por muy sabio que este sea. De dicha igualación en cuestiones por naturaleza desiguales en su conocimiento y tratamiento, como puede ser lo que tiene que ver con materias de tipo moral y jurídico que, por muy científicamente que se presenten, son siempre prudenciales, resulta un ambiente de supresión de toda barrera crítica o prudente y de imperio del todo vale. Es entonces cuando la masa se encuentra desarmada ella misma por ceder al deseo de hacer lo que le viene en gana y no sujetarse prudencialmente a ninguna opinión que se presente mejor fundada o documentada que otra. En tal estado anímico una minoría bien organizada puede, acogiéndose a que, en determinadas cuestiones, todo es legítimo y da igual ocho que ochenta, conseguir que la mayoría acepte que derechos limitados por minoritarios se equiparen, a todos los efectos y sin ninguna limitación, con los derechos mayoritarios. En tal sentido se buscará que una lengua minoritaria hablada por centenares o miles de personas busque equipararse a todos los efectos con una lengua internacional hablada por millones o cientos de millones de personas. O que grupos cuyas prácticas sexuales corresponden estadísticamente, con una frecuencia histórica y no meramente circunstancial, a una minoría social, pretenden equipararse con las conductas sexuales mayoritaria que han marcado y siguen marcando la norma social. Si lo consiguen, por neutralización de las masas que se muestran indóciles a todo sentido común, presas de sus propia estupidez, habrán conseguido imponer una especie de tiranía, indicio de la cual es eso que se empieza a llamar lo “políticamente correcto”.
     Uno de los síntomas de la tiranía es la arbitrariedad del déspota que conduce a actitudes que justifican los mayores caprichos o estupideces colindantes tantas veces con lo ridículo y lo cómico. Estupideces, sin embargo, que pueden resultar trágicas, pues mofarse de ellas irrita sobremanera a los tiranos. Seguir diciendo cuando se habla en español A Coruña o Lleida, en vez de La Coruña o Lérida, como hacen tantos locutores de radio o televisión debería llevarnos a decir London o Beijing en vez de Londres o Pekín. Pero no deja de ser chistoso recordar, de modo políticamente correcto, aquella famosa película de “55 días en Pekín” como “55 días en Beijing”. Y si se hace tal ridículo sólo es por el miedo a los nuevos tiranos. Platón ya detectó, ante la primera democracia histórica, la causa que la llevaría a su destrucción, la demagogia asambleista a que se prestaba la democracia directa que condenó a muerte  al  mejor  ciudadano ateniense, Sócrates. Buscó como solución, primero una forma pura de gobierno, la aristocracia o gobierno de los mejores. Pero en su experimentada vejez, ante los problemas de encajar una forma pura en una realidad impura como la política, se inclinó por la mezcla diferenciada de varias formas como la monarquía con la democracia, la aristocracia con la democracia, etc. Aristóteles, su discípulo, continuaría en esta dirección. En tal sentido ambos filósofos son precursores de las formas democráticas modernas que incluyen la llamada separación de poderes, desconocida en la democracia griega.
     La democracia indirecta o representativa y la separación de poderes es lo que caracteriza la democracia moderna. Por ello cuando se pretende violentarla para transformarla en una tiranía encubierta se trata de desmontar la solución platónico-aristotélica, esto es la separación de poderes, politizando a la justicia o judicializando la política, rompiendo, en definitiva, el equilibrio en la separación de los poderes autonómicos. A todo esto estamos asistiendo en los últimos tiempos".

No hay comentarios:

Publicar un comentario