Prólogo
Asistimos, en el siglo XX, a
una crisis equiparable, según Ortega y Gasset, a la crisis que abrió la Era Moderna.
Una nueva revolución científica se abre en la Física con la limitación de la
Física newtoniana moderna por la Teoría de la Relatividad de Einstein y la
física cuántica de Plank, junto con la
constitución de las llamadas Ciencias Cognitivas (Psicología, Neuorología,
Inteligencia Artificial, etc.) y el inicio de una revolución filosófica que se
anuncia en filósofos como Martin Heidegger o el propio Ortega, que proclaman
el fin de la Modernidad y el comienzo de una nueva época que viene después de
la Moderna iniciada en el Renacimiento. En ella estaría surgiendo una
concepción filosófica que se empieza a deno-minar postmetafísica y postmoderna.
Dicha concepción sería, en palabras de Ortega, nada moderna pero muy siglo XX y
se sustanciaría en la crítica de la Metafísica Moderna de la Subjetividad,
como la denomina Heidegger.
Kant había
criticado ya la racionalidad metafísica misma, pero no habría ofrecido un
análisis filosófico positivo de la racionalidad post-metafísica. Solo uno
negativo, como razón finita, limitada por la experiencia, frente a una
pretendida razón de posibilidades infinitas e ilimitadas, la racionalidad
metafísica. Hoy podemos ofrecer, con el desarrollo de las nuevas Ciencias
Cognitivas, un análisis filosófico positivo, con apoyo en resultados
científicos, que denominamos Operatiológico. Frente al “criticismo” kantiano se
ha descubierto, en el siglo XX, lo que podemos denominar el “habilismo” como
origen de la racionalidad humana. El punto de vista kantiano de una Filosofía Crítica
frente a la Metafísica, es irrenunciable, pero también es insuficiente si no se
sustancia en desarrollos positivos y no meramente crítico-negativos. En los
seguidores de Kant, como Fichte, dicho “criticismo”
adquirió un carácter idealista propio de una filosofía puramente
racional y especulativa. El Yo de Fichte, la Identidad de Schelling o
la Idea de Hegel, fueron las nuevas entidades, sino metafísicas, pues no
pretendían tener una realidad separada del mundo físico, a través del cual se
habrían paso, si abstractamente ideales y fruto todavía de la “interioridad”
del Espíritu, del Geist de Hegel, o
de la interioridad de la conciencia, como en el caso del Yo fichteano. La
reacción anti-idealista de lo que constituyen las principales corrientes
filosóficas contemporáneas, como el Positivismo, el Marxismo, el Vitalismo y el
Existencialismo, provocó la búsqueda de una filosofía menos especulativa y más
cercana a los desarrollos de las ciencias positivas, en el caso del Positivismo
y del Marxismo, o a la propia vida y prosaica existencia humana, como en el
Vitalismo y el Existencialismo.
En España,
alejada desde la Contrareforma de las corrientes de la filosofía moderna,
comienza a finales del siglo XIX y principios del XX una incorporación y
asimilación de las corrientes contemporáneas de la filosofía surgidas en Europa
tras la muerte de Hegel, que llevan a cabo Unamuno y Ortega y Gasset, en
colaboración con un nutrido grupo de seguidores con los que se inicia la
educación de generaciones tan brillantes como las del 98 y del 27 en las
vanguardias culturales modernistas. Ello es posible por la apertura ideológica
que posibilitaron los gobiernos liberales durante la segunda mitad del siglo
XIX, abriendo una brecha frente al catolicismo contrareformista, cada vez más
débil, pero todavía de gran influencia en la institución universitaria española.
El gran cambio se produce en el siglo XX con la aparición de una filosofía
española creativa y a la altura de los tiempos que alcanza su momento de
despegue con la figura de Ortega y Gasset durante la primera mitad del siglo
XX. Entre las diferentes corrientes filosóficas contemporáneas, la elección de
esta nueva filosofía española recae en el Vitalismo existencialista con Unamuno
y en un Vitalismo racionalista por parte de Ortega. Es en definitiva el
Vitalismo, y no el Positivismo o el Marxismo, la corriente filosófica elegida
por estos filósofos, como diría Fichte, según el tipo de personalidad que
corresponde a lo español, la personalidad vitalista que tantas veces nos
atribuyen como pueblo. En tal sentido Unamuno propone, en su libro filosófico más
importante, El sentimiento trágico de la
vida (1913), abandonar el Yo idealista por el “hombre de carne y hueso”. Y Ortega se propone
entender al hombre esencialmente por la ejecutividad de sus acciones,
como “ser ejecutivo”, dentro de un entendimiento de la vida humana como la de
un Yo dado en unas Circunstancias positivas y vitales, en un sentido similar
desde el que Heidegger hablará del Dasein
como un Ser-en-el-mundo. En la segunda mitad del siglo XX Zubiri, hablará de la
Inteligencia humana como “inteligencia sentiente” y Gustavo Bueno, aunque
asumiendo posiciones de una filosofía materialista, en sintonia con el entonces
pujante escolasticismo marxista, entenderá el sujeto filosófico como un Sujeto
Corpóreo Operatorio, dotado de manos y laringe, como un sujeto vivo operando en
un medio material. Eugenio Trías, con el ascenso del movimiento neonietzschano,
recupera la conexión vitalista, perdida en la obra de Gustavo Bueno en el
interín de la denominada Guerra Fría, por la preponderancia del Marxismo y del
Positivismo Lógico durante dicho periodo. Trías entenderá al hombre como un
“ser fronterizo”, situado en un límite o frontera entre las circunstancias
fenoménicas y el Yo nouménico, situación que había quedado sin analizar en el
raciovitalismo orteguiano. Como resultado de sus brillantes análisis, llevados
a cabo de un modo más intuitivo y figurativo que estrictamente conceptual,
Trías establece una división de la omnitudo
realitatis en tres ámbitos o “cercos” que, para decirlo en términos
kantianos, son el cerco del mundo fenoménico, el del nouménico y el de la
frontera entre ambos. Lo novedoso es que, frente al materialismo antiguo, que
lo reduce todo al cerco fenoménico, o frente al idealismo moderno que lo hace
derivar todo de una sustancia nouménica (Dios, el cogito), Trías pretende
establecer como un nuevo tipo de fundamento, dado in medias res, al límite o frontera entre ambos, entendido no como
una mera línea (limite negativo), sino como un territorio (límite positivo).
En nuestra
propuesta filosófica expuesta en Introducción
al Pensamiento Hábil (2007), reconociendo como punto de partida y formación
a la Escuela buenista, iniciamos una crítica al Materialismo filosófico de
Gustavo Bueno, en el sentido crítico asimilativo de separar aquello que nos
parecía más innovador y valioso de otros aspectos que, tal como se presentaban,
enturbiaban y confundían los innegables aciertos. Así escribíamos entonces:
“La innovación gnoseológica es
precisamente lo más novedoso del Materialismo filosófico
buenista. Se comprende que esta concepción quirúrgica del conocimiento
buenista (conocer es operar) de raíz piagetiana, se haya orientado hacia el
materialismo como una especie de medicina
mentis al reaccionar contra el idealismo que entendía el conocimiento como
referido esencialmente a unas formas o conceptos separados de la materia (…) Y no es extraño por ello que la influencia del materialismo haya acabado
configurando una sistematización dogmática en sus
fundamentos o premisas (no ciertamente en muchos de sus resultados) en la obra
de Gustavo Bueno (…) Lo positivo en la obra de Bueno, para nosotros, son sobre
todo los novedosos análisis del conocimiento científico, de la moralidad, la
religión, etc., en los cuales nos apoyaremos como en un núcleo racional al que
es necesario separar de la cáscara escolástica de la susodicha Ontología
Materialista. No dudamos ni por un momento que Gustavo Bueno sea el más grande
de los filósofos materialistas-marxistas hispanos, ni de que en nuestro país ha
sido pionero ejemplar en la profundización filosófica por su rigor conceptual y
demostrativo en el campo de la filosofía contemporánea, llevado a veces hasta
la pedantería a que se arriesga todo tecnicismo escolástico.
Solo le
achacamos haber construido una Ontología (el llamado Materialismo Filosófico) sin
realizar antes una fundamentación profunda y verdaderamente crítica, en el
sentido kantiano continuado por Fichte, del órgano que la posibilita: una
fundamentación de la racionalidad corpórea operatoria. Lo cual seguramente
tiene que ver con la influencia, irresistible para muchos, que alcanzó el Materialismo,
a través del marxismo, en el momento del arranque de su obra, en plena Guerra
Fría.
En la
obra de Gustavo Bueno sobresale su teoría del conocimiento científico
ciertamente; pero esta fue desarrollada posteriormente a su doctrina ontológica
materialista, lo cual se asemeja, para una filosofía crítica, al que pone el
carro delante de los bueyes. Por tanto, cuando construyó su ontología materialista
(la cual, por otra parte, no tiene pretensiones de novedad, sino de profundización
académico-escolástica en el Materialismo Dialéctico) toda-vía no había
desarrollado realmente sus novedosos y posteriormente abundantes análisis
sobre el conocimiento científico.
Y lo que
aquí sostenemos es que para que surja una nueva fundamentación filosófica
acorde con sus novedosas teorías gnoseológicas es necesaria una labor crítica
que nos permita deshacernos del pesado fardo del Materialismo, que lastra su
obra impidiendo un verdadero despegue filosófico” [i].
En tal
sentido, nos proponemos en esta obra llevar a cabo dicha fundamentación de la
racionalidad operatoria, asumida y desarrollada con abundantes y prolijos
análisis por el propio Gustavo Bueno, análisis ya no meramente figurativos,
como en el caso de Trías, sino lógico-operatorios, en los que destaca
especialmente por su amplia formación lógica y científica. Pero, lo haremos
tratando de integrarlos en la nueva perspectiva de fundamentación filosófica
fronteriza introducida por Eugenio Trías, que trata de superar tanto al
Materialismo como al Idealismo, en una convergencia con el Racio-vitalismo de
Ortega y Gasset. Desde dicha perspectiva fronteriza, nuestra propuesta se
encamina a buscar el fundamento de la racionalidad del Sujeto Corpóreo
Operatorio, el unamuniano “hombre de
carne y hueso”, en las manos, entendidas anatómicamente como extremidades
superiores situadas en la frontera entre el complejo organismo biológico celular
humano y el medio natural al que tiene que adaptarse para sobrevivir. En tal
sentido, nuestras manos son el órgano fronterizo o cortical (expresado en terminología
buenista) con el que el organismo humano transforma dialécticamente el medio y
al hacerlo se transforma asimismo, como también señala Jean Piaget, a través de
sus brillantes experimentos con los niños, por los cuales constata como el
aumento de nuestras capacidades racionales solo se entiende observando y
estudiando detenidamente las acciones y operaciones corporales, y especialmente
manuales, que los sujetos deben necesariamente hacer a través de sus estadios
de crecimiento.
Es en tal
sentido en el que llevaremos a cabo una fundamentación filosófico-sistemática
de la racionalidad humana de un modo nuevo y muy diferente, tanto del realizado
clásicamente por Aristóteles al denominar al hombre como un animal racional,
como el del propio Kant que entendió dicha racionalidad críticamente como
finita, en el sentido de limitada por una experiencia que no puede rebasar.
NOTAS
[i] Manuel F. Lorenzo, Introducción al Pensamiento Hábil, Lulu, 2007, pgs. 12-17.
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