miércoles, 5 de diciembre de 2018

Novedad Editorial: La Razón Manual




           


 
 Prólogo

     Asistimos, en el siglo XX, a una crisis equiparable, según Ortega y Gasset, a la crisis que abrió la Era Moderna. Una nueva revolución científica se abre en la Física con la limitación de la Física newtoniana moderna por la Teoría de la Relatividad de Einstein y la física cuántica de Plank,  junto con la constitución de las llamadas Ciencias Cognitivas (Psicología, Neuorología, Inteligencia Artificial, etc.) y el inicio de una revolución filosófica que se anuncia en filósofos como Martin Heidegger o el propio Ortega, que proclaman el fin de la Modernidad y el comienzo de una nueva época que viene después de la Moderna iniciada en el Renacimiento. En ella estaría surgiendo una concepción filosófica que se empieza a deno-minar postmetafísica y postmoderna. Dicha concepción sería, en palabras de Ortega, nada moderna pero muy siglo XX y se sustanciaría en la crítica de la Metafísica Moderna de la Subjetividad, como la denomina Heidegger.

     Kant había criticado ya la racionalidad metafísica misma, pero no habría ofrecido un análisis filosófico positivo de la racionalidad post-metafísica. Solo uno negativo, como razón finita, limitada por la experiencia, frente a una pretendida razón de posibilidades infinitas e ilimitadas, la racionalidad metafísica. Hoy podemos ofrecer, con el desarrollo de las nuevas Ciencias Cognitivas, un análisis filosófico positivo, con apoyo en resultados científicos, que denominamos Operatiológico. Frente al “criticismo” kantiano se ha descubierto, en el siglo XX, lo que podemos denominar el “habilismo” como origen de la racionalidad humana. El punto de vista kantiano de una Filosofía Crítica frente a la Metafísica, es irrenunciable, pero también es insuficiente si no se sustancia en desarrollos positivos y no meramente crítico-negativos. En los seguidores de Kant,  como Fichte,  dicho  “criticismo”  adquirió un carácter idealista propio de una filosofía puramente racional y especulativa. El Yo de Fichte, la Identidad de Schelling o la Idea de Hegel, fueron las nuevas entidades, sino metafísicas, pues no pretendían tener una realidad separada del mundo físico, a través del cual se habrían paso, si abstractamente ideales y fruto todavía de la “interioridad” del Espíritu, del Geist de Hegel, o de la interioridad de la conciencia, como en el caso del Yo fichteano. La reacción anti-idealista de lo que constituyen las principales corrientes filosóficas contemporáneas, como el Positivismo, el Marxismo, el Vitalismo y el Existencialismo, provocó la búsqueda de una filosofía menos especulativa y más cercana a los desarrollos de las ciencias positivas, en el caso del Positivismo y del Marxismo, o a la propia vida y prosaica existencia humana, como en el Vitalismo y el Existencialismo.

     En España, alejada desde la Contrareforma de las corrientes de la filosofía moderna, comienza a finales del siglo XIX y principios del XX una incorporación y asimilación de las corrientes contemporáneas de la filosofía surgidas en Europa tras la muerte de Hegel, que llevan a cabo Unamuno y Ortega y Gasset, en colaboración con un nutrido grupo de seguidores con los que se inicia la educación de generaciones tan brillantes como las del 98 y del 27 en las vanguardias culturales modernistas. Ello es posible por la apertura ideológica que posibilitaron los gobiernos liberales durante la segunda mitad del siglo XIX, abriendo una brecha frente al catolicismo contrareformista, cada vez más débil, pero todavía de gran influencia en la institución universitaria española. El gran cambio se produce en el siglo XX con la aparición de una filosofía española creativa y a la altura de los tiempos que alcanza su momento de despegue con la figura de Ortega y Gasset durante la primera mitad del siglo XX. Entre las diferentes corrientes filosóficas contemporáneas, la elección de esta nueva filosofía española recae en el Vitalismo existencialista con Unamuno y en un Vitalismo racionalista por parte de Ortega. Es en definitiva el Vitalismo, y no el Positivismo o el Marxismo, la corriente filosófica elegida por estos filósofos, como diría Fichte, según el tipo de personalidad que corresponde a lo español, la personalidad vitalista que tantas veces nos atribuyen como pueblo. En tal sentido Unamuno propone, en su libro filosófico más importante, El sentimiento trágico de la vida (1913),  abandonar  el  Yo  idealista  por el “hombre de carne y hueso”. Y Ortega se propone entender al hombre esencialmente por la ejecutividad de sus acciones, como “ser ejecutivo”, dentro de un entendimiento de la vida humana como la de un Yo dado en unas Circunstancias positivas y vitales, en un sentido similar desde el que Heidegger hablará del Dasein como un Ser-en-el-mundo. En la segunda mitad del siglo XX Zubiri, hablará de la Inteligencia humana como “inteligencia sentiente” y Gustavo Bueno, aunque asumiendo posiciones de una filosofía materialista, en sintonia con el entonces pujante escolasticismo marxista, entenderá el sujeto filosófico como un Sujeto Corpóreo Operatorio, dotado de manos y laringe, como un sujeto vivo operando en un medio material. Eugenio Trías, con el ascenso del movimiento neonietzschano, recupera la conexión vitalista, perdida en la obra de Gustavo Bueno en el interín de la denominada Guerra Fría, por la preponderancia del Marxismo y del Positivismo Lógico durante dicho periodo. Trías entenderá al hombre como un “ser fronterizo”, situado en un límite o frontera entre las circunstancias fenoménicas y el Yo nouménico, situación que había quedado sin analizar en el raciovitalismo orteguiano. Como resultado de sus brillantes análisis, llevados a cabo de un modo más intuitivo y figurativo que estrictamente conceptual, Trías establece una división de la omnitudo realitatis en tres ámbitos o “cercos” que, para decirlo en términos kantianos, son el cerco del mundo fenoménico, el del nouménico y el de la frontera entre ambos. Lo novedoso es que, frente al materialismo antiguo, que lo reduce todo al cerco fenoménico, o frente al idealismo moderno que lo hace derivar todo de una sustancia nouménica (Dios, el cogito), Trías pretende establecer como un nuevo tipo de fundamento, dado in medias res, al límite o frontera entre ambos, entendido no como una mera línea (limite negativo), sino como un territorio (límite positivo).

     En nuestra propuesta filosófica expuesta en Introducción al Pensamiento Hábil (2007), reconociendo como punto de partida y formación a la Escuela buenista, iniciamos una crítica al Materialismo filosófico de Gustavo Bueno, en el sentido crítico asimilativo de separar aquello que nos parecía más innovador y valioso de otros aspectos que, tal como se presentaban, enturbiaban y confundían los innegables aciertos. Así escribíamos entonces:
  
  “La innovación gnoseológica es precisamente lo más novedoso del Materialismo filosófico buenista. Se comprende que esta concepción quirúrgica del conocimiento buenista (conocer es operar) de raíz piagetiana, se haya orientado hacia el materialismo como una especie de medicina mentis al reaccionar contra el idealismo que entendía el conocimiento como referido esencialmente a unas formas o conceptos separados de la materia (…)  Y no es extraño por ello que la influencia del materialismo haya acabado configurando una sistematización dogmática en sus fundamentos o premisas (no ciertamente en muchos de sus resultados) en la obra de Gustavo Bueno (…) Lo positivo en la obra de Bueno, para nosotros, son sobre todo los novedosos análisis del conocimiento científico, de la moralidad, la religión, etc., en los cuales nos apoyaremos como en un núcleo racional al que es necesario separar de la cáscara escolástica de la susodicha Ontología Materialista. No dudamos ni por un momento que Gustavo Bueno sea el más grande de los filósofos materialistas-marxistas hispanos, ni de que en nuestro país ha sido pionero ejemplar en la profundización filosófica por su rigor conceptual y demostrativo en el campo de la filosofía contemporánea, llevado a veces hasta la pedantería a que se arriesga todo tecnicismo escolástico.

     Solo le achacamos haber construido una Ontología (el llamado Materialismo Filosófico) sin realizar antes una fundamentación profunda y verdaderamente crítica, en el sentido kantiano continuado por Fichte, del órgano que la posibilita: una fundamentación de la racionalidad corpórea operatoria. Lo cual seguramente tiene que ver con la influencia, irresistible para muchos, que alcanzó el Materialismo, a través del marxismo, en el momento del arranque de su obra, en plena Guerra Fría. 

     En la obra de Gustavo Bueno sobresale su teoría del conocimiento científico ciertamente; pero esta fue desarrollada posteriormente a su doctrina ontológica materialista, lo cual se asemeja, para una filosofía crítica, al que pone el carro delante de los bueyes. Por tanto, cuando construyó su ontología materialista (la cual, por otra parte, no tiene pretensiones de novedad, sino de profundización académico-escolástica en el Materialismo Dialéctico) toda-vía no había desarrollado realmente sus novedosos y posteriormente abundantes análisis sobre el conocimiento científico.

     Y lo que aquí sostenemos es que para que surja una nueva fundamentación filosófica acorde con sus novedosas teorías gnoseológicas es necesaria una labor crítica que nos permita deshacernos del pesado fardo del Materialismo, que lastra su obra impidiendo un verdadero despegue filosófico” [i].

     En tal sentido, nos proponemos en esta obra llevar a cabo dicha fundamentación de la racionalidad operatoria, asumida y desarrollada con abundantes y prolijos análisis por el propio Gustavo Bueno, análisis ya no meramente figurativos, como en el caso de Trías, sino lógico-operatorios, en los que destaca especialmente por su amplia formación lógica y científica. Pero, lo haremos tratando de integrarlos en la nueva perspectiva de fundamentación filosófica fronteriza introducida por Eugenio Trías, que trata de superar tanto al Materialismo como al Idealismo, en una convergencia con el Racio-vitalismo de Ortega y Gasset. Desde dicha perspectiva fronteriza, nuestra propuesta se encamina a buscar el fundamento de la racionalidad del Sujeto Corpóreo Operatorio, el unamuniano  “hombre de carne y hueso”, en las manos, entendidas anatómicamente como extremidades superiores situadas en la frontera entre el complejo organismo biológico celular humano y el medio natural al que tiene que adaptarse para sobrevivir. En tal sentido, nuestras manos son el órgano fronterizo o cortical (expresado en terminología buenista) con el que el organismo humano transforma dialécticamente el medio y al hacerlo se transforma asimismo, como también señala Jean Piaget, a través de sus brillantes experimentos con los niños, por los cuales constata como el aumento de nuestras capacidades racionales solo se entiende observando y estudiando detenidamente las acciones y operaciones corporales, y especialmente manuales, que los sujetos deben necesariamente hacer a través de sus estadios de crecimiento.

     Es en tal sentido en el que llevaremos a cabo una fundamentación filosófico-sistemática de la racionalidad humana de un modo nuevo y muy diferente, tanto del realizado clásicamente por Aristóteles al denominar al hombre como un animal racional, como el del propio Kant que entendió dicha racionalidad críticamente como finita, en el sentido de limitada por una experiencia que no puede rebasar.



NOTAS

[i] Manuel F. Lorenzo, Introducción al Pensamiento Hábil, Lulu, 2007, pgs. 12-17.



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