El actual Presidente, Pedro Sánchez, se propone desenterrar a Franco de su tumba del Valle de los
Caídos. Su decisión puede ser vista como una maniobra de distracción de los graves problemas
que nos siguen aquejando, como la actitud de continuar el camino hacia la
separación de Cataluña del actual presidente Torra, o el tratar de contentar a
sus socios de Gobierno, como Podemos y los propios separatistas. Pero también
se puede considerar, desde otra perspectiva, como la actitud propia de un aprendiz de brujo que desata fuerzas que después no puede controlar. Pues
inevitablemente se está ya empezando a producir un debate que acabará llegando
a la opinión pública, por mucho que, a excepción de Internet, la mayoría de la
opinión publicada en los grandes medios se considere antifranquista y por tanto
no va a salir en defensa del ilustre enterrado. Pues el debate está empezando a
cuestionar, en libros de gran tirada, como los de Pio Moa y otros, los mitos y
mentiras sobre la figura de Franco y de su largo Régimen dictatorial.
Mitos que los historiadores,
salvo raras excepciones, no se han preocupado de combatir con rigor y
metodología científica, dejando el espacio libre para el predominio
de los que podemos denominar “cronistas” de la izquierda, cuyos
relatos parten ya del supuesto de que el progreso lo representaba el
socialismo, el comunismo y el separatismo, mientras que el franquismo no era
más que un freno histórico y una vuelta a la caverna. Un cronista se diferencia
de un historiador en que, como en la Edad Media, relata los hechos sucedidos
siempre en beneficio de mantener el prestigio de su señor, al que sirve,
mientras que un historiador, buscando el contraste con fuentes seguras e
independientes, trata de reconstruir en lo posible lo que
verdaderamente sucedió, caiga quien caiga. Los científicos
deben ser, en tal sentido, como decía Fichte de
los filósofos, sacerdotes del templo de la verdad y
no meros cronistas o propagandistas al servicio de los políticos de turno.
Después de transcurrido casi medio siglo, desde el final del
franquismo, parece llegado el momento de la verdad histórica, a pesar de los
intentos por parte de la izquierda, con el consentimiento del PP de Rajoy y el
silencio de otros, de establecer una “verdad” por la
Ley de la Memoria Histórica, con la que se apuesta más por los cronistas que
por los verdaderos historiadores, a los que se trata de
amenazar incluso con multas y cárcel por enaltecer el Régimen franquista. Todo
se andará en la época de las fake news, pero
la verdad, como tal, siempre ha demostrado ser muy tozuda. De momento, por lo
que está saliendo a la luz, en estas revisiones históricas espoleadas
inevitablemente por la caída del Muro de Berlín y el fracaso del socialismo y
comunismo soviéticos, la figura de Franco es vista como alguien que nos libró
con su victoria en la Guerra Civil de semejante pesadilla. Por otra parte,
aunque Franco se vistió de fascista y buscó la alianza con Hitler por
necesidades militares, su Régimen fue calificado más precisamente, no de
“fascista”, sino de “autoritario”, por sociólogos de prestigio como Juan Linz.
Pues Franco, a diferencia de Hitler, Mussolini o el
propio Stalin, no fue un político, sino un militar de prestigio.
Su Régimen puede ser calificado más de bonapartismo que de terrorismo jacobino, como
fue el caso de Hitler o Stalin. Pero se diferencia del corso en que sus
victorias militares no tuvieron carácter continental, sino que se redujeron a
España. En esto recuerda más al vencedor de la Guerra Civil inglesa Oliver Cromwell. Pues este también se consideró un
vencedor en lo que entendía como “cruzada” de los puritanos contra los
católicos. Cromwell, cuyo cadáver fue desenterrado y su cabeza colgada de una
pica en el centro de Londres, cuando se restauró la monarquía católica de los
Estuardo con Carlos II, fue sin embargo rehabilitado posteriormente como el que
puso las bases con la creación de la Commonwealth de la posterior hegemonía
inglesa en los mares. Hoy tiene una estatua en Londres.
Franco se
parece a Cromwell en su dureza y en su proyección de futuros progresos, al
poner las bases económicas de una riqueza nacional inédita, con la
modernización de España, elevándola a figurar entre los diez
países más industrializados del mundo. La
transición a la democracia no debería olvidar que no hubiese sido posible de la
forma pacífica en que lo hizo sin la extensa clase media
creada en el desarrollismo franquista. Jacobo II quiso restaurar el catolicismo
en Inglaterra y fue derrocado por el golpe de Estado de Guillermo de Orange,
inicio de la monarquía democrática inglesa. Si Pedro Sánchez y sus socios de
gobierno pretenden volver a restaurar la República quizás se encuentren con los
votos ascendentes (las espadas de la democracia) de los españoles crecientes en
número que luchan por mantener, junto con la Monarquía democrática, la unidad e
identidad de España.
Artículo publicado en El Español (20-7-2018)
No hay comentarios:
Publicar un comentario