Vuelve a la actualidad
la llamada “memoria histórica” y la revisión que se viene haciendo últimamente
de la Guerra Civil, con las consecuencias de cambios de los nombres de las
calles. Se trata con ello de recordar a las víctimas de aquella contienda. Como
habrá adivinado el lector por el título, trataré aquí de una en especial,
bastante olvidada por tirios y troyanos. Me refiero al ilustre político
asturiano, fundador del partido Reformista, Melquíades Álvarez, ilustre víctima
de la barbarie de la Guerra Civil.
Su muerte, aunque no
emocione tanto como la del poeta Lorca, si es capaz de conmover profundamente a
los pocos que ciertamente nos dedicamos, por oficio o propensión, a analizar
con la frialdad del intelecto las cuestiones nacionales. Pues sus ideas y
programas políticos han sido las que al final han triunfado en la llamada
España de la Transición Democrática. Han sido previstas en su larga actividad
política y, finalmente proclamadas en su discurso La Rectificación de
la República, -pronunciado en el Teatro Principal de Valencia el día 31 de
enero de 1932 y publicado por la Junta General del Principado de Asturias hace
unos años en Melquíades Álvarez, Antología de Discursos (Clásicos
Asturianos del Pensamiento Político, 2001, Estudio Preliminar de José Girón
Garrote)-: la accidentalidad de las formas de Gobierno, aceptada por Felipe
González o Carrillo al reconocer la Monarquía, la descentralización autonómica
con el sólo límite del separatismo, la libertad de sindicación, etc.
Después de Jovellanos
volvió Asturias a dar otro gran hombre de Estado de mente clara e ideas
progresistas que serán llevadas a cabo póstumamente, casi al pie de la letra,
con reconocimiento tardío y cicatero. Se equivocó Manuel
Azaña al apoyar el sectarismo izquierdista. Se equivocó Indalecio Prieto al
apoyar a Largo Caballero en su imitación de los soviéticos. Se equivocaron los
fascistas y franquistas recalcitrantes que soñaban con una dictadura eterna. Se
equivocó Alfonso XIII al no aceptar la propuesta de Monarquía Constitucional,
tan semejante a la actual, que le ofreció de forma perseverante el propio
Melquíades Álvarez. Acertó plenamente el Partido Reformista de Melquíades, el
partido de los intelectuales de entonces, cuyo programa fue asumido a cabo por
los reformistas del franquismo dirigidos por otro gijonés, por Torcuato
Fernández-Miranda.
El objetivo perseguido,
la democratización de España como nación y su acercamiento al nivel de las
grandes potencias europeas como Inglaterra o Francia o Alemania, se empezaba a
lograr en la Transición con el desarrollo de una democracia apoyada en una
Constitución que, a diferencia de la democracia de la turbulenta Segunda
República, “no trató de asustar a nadie”, para decirlo con palabras del propio
Melquíades, el cual, a su vez parodiaba al tercer presidente de la República
francesa, Grevy.
Por ello ya está bien
de recordar a tanto ilustre personaje al que la Historia española y la
universal ha demostrado que estaba profundamente equivocado y poner en lo más
alto al que verdaderamente ha ganado la larga guerra por el renacer de España
en un contexto de modernización y progreso ¿Será preciso esperar
tanto como se esperó por el reconocimiento de Jovellanos o de Clarín? ¿Volverá
el pueblo español a dejarse arrastrar por las banderías de los extremistas?
Buena pregunta, pues parece que el régimen actual, basado en un bipartidismo
que ha consagrado un coto de listas electorales cerradas tiene, como algo
negativo y peligroso, el inconveniente de haber propiciado la creación de una
nueva oligarquía formada, tras la politización de la altas instituciones
judiciales, por la concentración del poder en el estrecho maridaje de los dos
grandes partidos, con grandes bancos y grupos mediáticos.
Dicha oligarquía, no
obstante, se turna en el poder a través del voto popular, por lo que no tiene
comparación, como algunos críticos, que demuestran con ello gran ignorancia,
suelen señalar, con la oligarquía de la Restauración canovista, donde las
elecciones estaban literalmente compradas. Se puede discutir si el poder
mediático de unos es superior al de los otros, o si unos son más eficientes
gobernantes que los otros, pero en sustancia lo que queda es que se dio a lo
largo de casi tres décadas un compadreo y un acuerdo básico en el disfrute en
exclusiva de los privilegios de casta político-mediática.Y digo se dio porque
este sistema se está rompiendo tras la llegada de un iluminado, para decirlo
suavemente, como Zapatero. La reforma, encubierta y sin amplio consenso, de la
Constitución que Zapatero llevó a cabo, empezó a polarizar el país propiciando
la vuelta de las temidas dos Españas. Pues el PP, acostumbrado al conchabeo de
los últimos años, puesto de manifiesto en el reparto de las altas
magistraturas, encuentra serias dificultades para gobernar España. Por eso
necesitamos hoy un nuevo Melquíades.
Artículo publicado en El Español, (19-5-2016).
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