Después de presentar a Jean Piaget (
“Piaget filósofo”) como iniciador de una nueva concepción del conocimiento
filosófica, aunque no especulativa, sino basada en sólidos fundamentos
científico positivos, y de reseñar su influencia a través de la lectura de sus
obras por el propio Ortega y Gasset (“Ortega lector de Piaget”) nos proponemos
dedicar una serie de artículos para esbozar nuestra valoración e interpretación
del Sistema del Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, que se suele
caracterizar como la única exposición de una filosofia sistemática en la
tradición académica clásico de los grandes filósofos habida hoy en España y,
hasta donde alcanza nuestro conocimiento, en la propia Europa, cuna de la
filosofía occidental. En tal sentido hemos adelantado algo de ello en el
Prólogo que hemos hecho a la novela de Manuel Asur, El sotano de Sineo (Lulu, 2015), pero por las limitaciones propias del
público al que se dirige una novela no hemos podido tratar de la conexión de la
obra de Piaget con la de Gustavo Bueno con la extensión que merecía el asunto.
Así que abordaremos ahora más detenidamente dicha tarea interpretativa.
En el contexto global de una España
franquista, donde imperaba el llamado nacional-catolicismo, que trataba de
imponer como filosofía oficial en las Universidades el tomismo, -sin que ello
quiera decir que lo consiguiese, pues coexistían también, aunque en minoría,
fenomenólogos, existencialistas y otras corrientes filosóficas modernas-, en
tal contexto, debido a la alianza de Franco con EEUU y a la apertura y cierta
liberalización que supuso y posibilitó un espectacular despegue económico, la
llegada del turismo exterior, los crecientes viajes a los países más libres y
avanzados, el aumento de las traducciones de libros filosófico modernos en boga
en Europa, comenzaron a infiltrarse en
las Universidades españolas en los años 60 nuevas corrientes filosóficas como
el Marxismo, el Positivismo Lógico o el Estructuralismo francés. En la
Universidad de Oviedo la corriente de mayor impacto fue el Estructuralismo
lingüístico, introducido con fuerza en la Facultad de Filosofía y Letras por su
representante más famoso en España, Emilio Alarcos Llorach. Pero el
Estructuralismo francés no se reducía a la renovación del estudio de los
lenguajes con Saussure o la Escuela de Copenhague, sino que también afectaba a
otros campos más cercanos a la filosofía como la Antropología estructural de
Levi-Strauss, la renovación del marxismo con Louis Althusser y su escuela, la
Psicología y la Teoría del Conocimiento con Jean Piaget, etc. Estas corrientes
fueron las que encontraron mayor eco en el Departamento de Filosofía, entonces
dirigido por Gustavo Bueno. Un eco que no quedó en una mera repetición acrítica
de lo recibido, sino que dio lugar a una crítica que, evitando el rechazo
total, se centró, como crítica asimilativa y no meramente negativa, tanto en la
contextualización y diagnostico de los
avances aportados por el Estructuralismo como en la denuncia de alguno
de sus peligros más llamativos. Es el caso de los libros de G. Bueno, Etnología y utopía (1971) en el que se
fustigaba el utopismo roussoniano naturalista de Levi-Strauss, o el libro Ensayo sobre las categorías de la economía
política (1972) en el que se proponía la Teoría del Cierre Categorial como
alternativa a la Teoría del Corte Epistemológico defendida entonces por el
marxismo althusseriano para explicar la nueva ciencia de la Economía Política,
tan importante para el marxismo. Precisamente la nueva explicación de lo que es
la ciencia, la Teoría del Cierre
Categorial, que constituirá la parte más importante y voluminosa de la
filosofía buenista, -concebida en un proyecto de 15 volúmenes de los que, desde
1992, ya han ya aparecido 5 volúmenes (para un resumen introductorio claro y
accesible remitimos a G. Bueno ¿Qué es la
ciencia?, Oviedo, 1995)-, es la que creemos que no se puede comprender
adecuadamente sin el conocimiento del significado que Jean Piaget dio al papel
central que las estructuras operatorias
manuales-corporales juegan en la constitución y el avance del
conocimiento.
Pues, por aquella época, Piaget fue objeto
de un intenso estudio en el Departamento de Filosofía, a nivel de tesis
doctorales incluso. Hasta tal punto que el Departamento de Filosofía de Oviedo
se distinguió de los del resto de España por la asimilación crítica de la
concepción operacional del conocimiento, que Piaget denominaba Epistemología Genética, en relación, más
que con su importancia psicológica o pedagógica (que es lo que más influyo de
Piaget en la Universidad española y en el resto del mundo), en su importancia
estrictamente filosófica. Pues Piaget no solo fue un mero psicólogo infantil,
sino que su proyecto de una Epistemología Genética fue planteado, ya desde sus
inicios, como un proyecto el mismo filosófico, aunque el Piaget maduro abjurase finalmente de sus
pretensiones filosóficas de juventud. Un proyecto de carácter filosófico como
lo vio entonces Pilar Palop, integrante del llamado entonces Grupo buenista de
la Universidad de Oviedo, en su trabajo doctoral Epistemología genética y filosofía (Barcelona, 1981).
Pero Piaget no consiguió alcanzar la
finalidad más importante de su proyecto epistemológico, que era la explicación
desarrollada y acabada de su Epistemológia Genética en la forma de una Teoría
de la Ciencia que pudiese rivalizar con las que entonces dominaban el panorama
internacional como las del Positivismo Lógico, o la de Popper y sus seguidores.
Lo más que consiguió llevar a cabo en este campo fueron algunas aportaciones
derivadas de sus descubrimientos psicológicos a la Historia de la Ciencia y la
realización de Congresos con enfoques multidisciplinares sobre las diversas
Ciencias. En tal sentido puede verse la Teoría del Cierre Categorial buenista
como la primera Teoría de la Ciencia ámpliamente desarrollada que supone, a
nuestro juicio, el estructuralismo operatorio como base filosófica en sus
explicaciones y análisis de las ciencias. No obstante, nos atreveríamos a decir
que Piaget, al que se le debe considerar como un filósofo malgré lui, ha imprimido, después del propio Husserl, el mayor
reajuste al llamado “giro copernicano” que Kant habría hecho a la concepción
del conocimiento. Pues, Kant habría partido en su explicación de la Conciencia
y no de los Objetos, como había hecho Aristóteles y el sensualismo empirista de
los griegos, dando a sí un giro de 180 º al planteamiento filosófico
tradicional. Por eso Kant se veía como un Copérnico que puso el Sol (el Sujeto
del conocimiento) en el centro del Sistema solar en vez de pone a la Tierra (el
Objeto del conocimiento), como era habitual desde Aristóteles. Piaget, para
seguir con la comparación kantiana, habría sido un Kepler que rectificó la
naturaleza de las orbitas entendiéndolas como elipses bifocales y no como
circunferencias de centro único. Pues para Piaget, y este ha sido el principio
de sus grandes descubrimiento que le llevan a sostener el origen corporal
operatiológico de la inteligencia humana, el conocimiento no se explica desde
un único foco, el circular de la auto-reflexión interior de la Auto-conciencia
kantiana, sino que, como una elipse, requiere dos focos, la conciencia interior,
por supuesto, pero además un cuerpo hábil en su relación con los objetos del
mundo exterior. Un cuerpo dotado de órganos operatorios, como los labios para
succionar en el bebe, los pies para desplazarse y las manos para manipular los
objetos y, coordinando sus acciones, para comprender y asimilar las estructuras
lógicas con el fin de su utilización más ventajosa que nos ayude a adaptarnos
al mundo entorno como seres vivos que somos. Seres, por tanto, dados originaria
y constitutívamente en un mundo y no como meras conciencias. La conciencia es
el otro foco desde el que entendemos el mundo, sin duda, pero no es para Piaget
el Sol originario de donde extraemos la luz racional que ilumina y sostiene
nuestra existencia. La conciencia se constituye posteriormente cuando el niño
adquiere la capacidad o habilidad de crear símbolos, por la imitación o el
juego, que permiten representar los objetos en ausencia y operar con ellos de
modo abstracto juntando o separando imágenes, palabras, símbolos, etc. En tal sentido Piaget podría ser
considerado como una especie de Tetens (psicólogo alemán de gran influjo en Kant) del siglo XX por sus originales
aportaciones psicológicas a la explicación del conocimiento humano.
Pero como Tetens, Piaget no pudo o no quiso
ver la necesidad de insertar tan brillantes y revolucionarios descubrimientos
cognoscitivos en la estructura más general de un Sistema filosófico, coherente
y ordenadamente organizado. Kant los insertó en los moldes escolásticos de un wolffismo criticamente renovado. Pero Kant, al final de su vida, fue sorprendido por la
aparición de un joven Fichte que, aun reconociendo los avances novedosos y
espectaculares de la filosofía kantiana en la explicación del conocimiento
humano, echaba en falta una forma de exponerlos y fundamentarlos estrictamente
filosófica, que sustituyese a los caducos y metafísicos moldes
escolástico-wolffianos en los que Kant todavía gustaba de envolver sus
brillantes resultados. Pero, para realizar su tarea de fundamentación, el
modelo ya no podía ser ni Leibniz ni Wolff, en los que Kant se había formado
filosóficamente, sino que el modelo para Fichte, y después para Schelling y
Hegel, sería Spinoza. En tal sentido, Fichte fue el primero de los
post-kantianos en sistematizar filosóficamente el kantismo tomando al famoso
Sistema de Spinoza, expuesto según el modo geométrico en su Etica, como un
contra-modelo. El Dios Substancia Infinita de Spinoza como fundamento del Mundo
será sustituido por Fichte por el Yo actividad infinita como fundamento último
de nuestro conocimiento del Mundo, del cual derivan el Yo y el No-Yo, como de
Spinoza derivaban del la Substancia divina la res cogitans (Pensamiento) y la res extensa (Extensión física).
Desde nuestro punto de vista, en vez de considerar la obra de Bueno de modo autista, como hacen muchos de sus seguidores,
trataremos de ver su filosofía en el contexto de la filosofía que se hacía
entonces en el resto de Europa, especialmente en relación con Piaget y el
Estructuralismo que entonces estaba de moda. Así, se puede dar un sentido al
Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno interpretando su labor, aunque
salvando todas las distancias que haya que salvar, como la de una especie
de nuevo Wolff creador de un sistema de filosofía escolástica moderna. Pues
Bueno, a diferencia del Piaget maduro que padeció un cierto desengaño y
desilusión con la Filosofía (ver J. Piaget, Sabiduría e
ilusiones de la filosofía, Barcelona 1970), -que recuerda en el ginebrino
al Descartes que consideraba que bastaba con dedicarle un día al mes y el resto
a las ciencias-, comenzó su obra precisamente con la tarea académica de
edificar de modo sistemático unos nuevos fundamentos ontológicos para la
filosofía Materialista entonces de moda en toda Europa por el auge del
Marxismo en las Universidades occidentales, como en la época de Wolff estaba de
moda la filosofía de la Ilustración. El paralelo se refuerza porque Bueno
recurre también, como sistema ontológico modelo, a la Ontología
aristotélico-escolástica de Christian Wolff para mezclarla ahora con el
materialismo marxista y con Spinoza en lugar del Leibniz del que dependía como
discípulo Christian Wolff. Su concepción de una Materialidad ontológico-general
(M), actualización del Ser de la Metafísica General wolffiana, se propone a la
vez para ocupar el lugar del Dios Substancia infinita del comienzo de la Etica de Spinoza, que como Natura naturans se distingue de la Natura naturata o Mundo fenoménico (Mi).
En tal sentido Bueno, a diferencia del idealista Fichte, no ve al filósofo
judío (que en Oviedo se empezará a llamar Espinosa, por las abundantes pruebas
que han ido apareciendo sobre sus orígenes culturales hispano-judios) como un
contra-modelo, sino como un modelo ontológico-sistemático que debe ser
perfeccionado y puesto en conexión con la tradición de la filosofía académica
occidental que proviene de la Metafísica de Aristóteles, reinterpreta-da en la modernidad por el
jesuita escolástico Suarez o el propio Christian Wolff. Así, reinterpretando la
Ontología wolffiana, que distingue el Ser en general de los tres seres
especiales, Dios, el Alma y el Mundo, completa a Espinosa, cuyo Dios Substancia
mostraba, de entre sus infinitos Atributos, solo dos, Pensamiento y Extensión,
con el añadido de un Tercer Atributo que podría ser, como un tercer genero de
materialidad (M3), el Dios de Wolff o el Ordo et Connexio, en terminología
del propio Espinosa, diferenciado de los otros dos: Extensión (M1) y
Pensamiento (M2). Tal es la tarea que llevó a cabo en su obra Ensayos
Materialistas (1972). Allí, sin embargo, no justifica porque son tres
ahora los Atributos o Géneros de la Substancia material general, sino que busca
argumentos de autoridad en ejemplos de ontologías tridimensionales, como la
Ontología de Wolff, o la Teoría de los Tres Mundos de Popper y otros filósofos
históricos o contem-poráneos. Solo, mucho más tarde en una obrita de
encargo (Materia, Pentalfa, Oviedo, 1990, p. 30 s.s.) para una
Enciclopedia filosófica alemana, ofrece una justificación deductiva de tipo
goseológico-trascendental, pues si en el conocimiento operacional es preciso
distinguir los términos, las operaciones y las relaciones, así habrá tres
clases de entidades M1, M2 y M3. Con ello sin
embargo se incurre, a nuestro juicio, en un subjetualismo operacional piagetiano
que parece incompatible con el objetivismo de una materialidad trascendental.
Aquí sucede lo contrario de lo que le pasó a Fichte, el cual en su juventud como
profesor en Jena, sustituyó la Substancia spinozista por el Yo, para en su
posterior etapa berlinesa volver a poner como principio de su filosofía a Dios
frente al Yo. Gustavo Bueno parece, de forma similar, que empieza con la
Materia Ontologico-general como fundamento o Idea-límite para acabar en una
justificación de los tipos de materia en función del Sujeto Corpóreo Operatorio
(E) de carácter piagetiano.
Este paralelismo
se refuerza con otro cambio muy significativo en sus posiciones políticas. Pues
Fichte se reveló de joven como un partidario de la Revolución francesa,
mientras que en su etapa berlinesa, que coincide con la ocupación napoleónica
de Prusia, pronuncia sus famosos Discursos a la nación alemana apoyando al nacionalismo alemán
conservador frente a Napoleón. Gustavo Bueno sorprende también a sus seguidores
pasando de simpatizar con la Revolución soviética a oponerse a la izquierda
marxista o socialista, apoyando políticas del nacionalismo conservador español.
Libros como España frente a
Europa (1999) o España no es un
mito (2005), son una
muestra de ello, donde ya no se reivindica la Revolución sino la reconstitución
de un Imperio o confederación de naciones hispanas, restos descompuestos del
pujante Imperio español, que se extendía por ambos Hemisferios. Desde luego,
aquí como en el caso de Fichte, cabe siempre la interpretación de si hay dos
filosofías o dos políticas contrarias o hay una coherencia de fondo. Pero la
impresión más fuerte, a nuestro juicio, es la de cierta incoherencia para la
que habría que encontrar asimismo razones de fondo. Por ello esta semejanza con
Fichte es más bien superficial y reside, como veremos, en el carácter dualista
de la famosa elección fichteana entre el Idealismo de la Libertad y el
dogmatismo necesitarista del Materialismo.
Para tratar de
vislumbrar una posibilidad de salida a este carácter abstruso,
incoherente en muchos aspectos centrales, políticos e incluso
ontológico-sistemáticos, que guarda ciertas semejanzas entre Fichte y Bueno y
lo distancian del estilo mas “cancilleresco” de Kant (y que en el caso de Bueno
sus cambios extremos de posiciones políticas han dividido a su numerosa Escuela
en una derecha y una izquierda buenista), tal como se puede interpretar desde
posiciones que no son meramente seguidistas de sus obras, sino que las
consideran como una gran “casa común” filosófica, con muchos aciertos
conceptuales, aunque defectuosa en sus cimientos o a medio hacer en sus nuevas
estancias, debemos volver a observar primero más de cerca lo que ocurrió en la
filosofía alemana que se abrió camino después de Fichte, en el proyecto común
de combinar el kantismo con las enseñanzas de Spinoza. Eso nos ayudará a tratar
de comprender y continuar creatívamente el proyecto de una nueva filosofía que,
en otros lugares hemos denominado Operatiológica, por contraposición a la Filosofía
Fenomenológica de Husserl (Ver p. ej., Manuel F. Lorenzo, Introducción al
Pensamiento Hábil, Lulu, 2007, Meditaciones fichteanas, Logos Verlag, Berlin, 2014, p. 55
s.s.), proyecto que deriva de la consideración como esencial, y no como una
influencia más, de la mezcla de Piaget con Spinoza-Wolff en el inicio de la
sistematización filosofíca buenista.
La obra buenista, a partir de "El Mito de la Cultura", o a finales de los 90, se desligó cada vez más de su raíz constructivista-piagetiana. Ahí estaban las contribuciones de Palop o de Tomás Ramón, pero se siguió un camino "geométrico", marcadamente platónico, con resabios baconianos y hobbesianos. El Sujeto "quirúrgico" unía y separaba. Y punto. Esto lo critiqué en mi artículo "El declive del materialismo asturiano", que despertó las iras de la secta buenista. Es muy acertado tu rastreo en los orígenes del constructivismo buenista, y muy importante señalar que la Operatiología en la que andas metido es un camino que se abandonó.
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