Autonomismo versus Federalismo.
Vivimos
tiempos que comienzan a ser turbulentos en España y que nos llevan a dejar por
momentos las reflexiones filosóficas de carácter más académico, que venimos
desarrollando con cierta asiduidad en este Blog, para ocuparnos de problemas más
mundanos. Uno de estos problemas, que amenaza agravar considerablemente la
crítica situación económica en que nos encontramos los españoles, es la
apertura de una grave crisis institucional del Estado con la decisión del
actual Presidente de la Comunidad Autónoma catalana de abrir un proceso
independentista para separarse del resto de España, acompañada de la decisión
anunciada por el principal partido de la oposición, el Partido Socialista, de
proponer una reforma de la Constitución en un sentido Federal, abandonando así,
en ambos casos, el modelo territorial Autonomista vigente. Dichas propuestas
rompen con el consenso reinante en España en los últimos 30 años y abren una
situación de incertidumbre en el rumbo a seguir por los españoles en el futuro
más inmediato que nos resulta temible y
peligrosa por la poca consistencia y fundamento de semejantes nuevas
propuestas, que ya se han intentado en la I y la II República con el resultado
de guerras y enfrentamientos entre los españoles.
Querría recordar por ello
aquí las críticas de nuestro más influyente filósofo del siglo XX, Ortega y
Gasset, el cual defendió, en la trágica época que le tocó vivir, el Autonomismo
frente al Federalismo quimérico de las izquierdas de entonces y el secesionismo catalán amenazante ya en aquella época.
Rescatamos para ello dos artículos que
publiqué hace algunos años en webs de Internet, a las que hoy ya no se
puede acceder, y que he recogido en mi libro En defensa de la Constitución (2010) en cuya contraportada ya se
advertía de “la grave situación a que parece encaminarse la joven democracia
española, aquejada por la cristalización de una oligarquía política, financiera
y mediática, hoy dominante, incapaz de corregir sus excesos y desgobierno,
tanto en el caso de las corrupciones de toda índole, como en la debilidad ante
las presiones secesionistas, vasca, catalana y gallega (…), que amenazan con la
quiebra de la Nación y del Estado español”.
El 'cajón de sastre' del federalismo
De un tiempo a esta parte se ha
comenzado a hablar, profusamente, de federalismo en relación con la
Constitución que actualmente nos rige. Pero, como es habitual en España, por lo
que sea, se habla de ello con poco rigor. Y, sobre todo, se le hace una higa a
los conceptos más elementales de la filosofía política acuñados por los
clásicos. Bien es cierto que los articulistas de relumbrón, o de ocasión, que
pueblan las paginas más influyentes de
los diarios suelen ser personas, por lo que se ve, poco doctas en cuestiones filosóficas.
Parece que los “científicos sociales” imitasen en esto a los “científicos
naturales”, los cuales cada vez son más indoctos en temas filosóficos debido,
en gran parte, al creciente especialismo que, será muy bueno y necesario para
el avance de la investigación científica, pero que, como una plaga, está
dañando seriamente la enseñanza y la cultura general. Queda poca gente de esa
que antes se decía que tenía una sólida cultura general, la cual incluía como una
parte importante la cultura filosófica. Y esto se hace notar cuando se discute
de conceptos tan generales como el antes mentado del “federalismo”.
Tal es el caso de un, por otra
parte, interesante articulo de Juan E. Casero titulado “La República federal”
aparecido en La Nueva España (15-02-2005) o de las más recientes propuestas
hechas en el mismo periódico (27-02-2005) por el filósofo Eduardo Subirats. En dicho
artículo se remite Casero al origen de las Ideas que condujeron a la
actual descentralización autonomica
situándolas en la 1ª República, en la que
se habría ensayado la Idea de una España federal bajo la influencia del
anarquismo de Pi y Margall. Como en España esto suele ser recurrente, basta con
remitirnos a los tiempos de la otra República, de
la 2ª, para
ver como Ortega
y Gasset ya arremetió contra ese federalismo difuso
que ahora emerge de nuevo: “No fue para mí una sorpresa grande, pero fue
confirmación dolorosa, ver que en uno de los temas más graves que nos plantea al
presente el destino, el de la autonomía regional, existía una extrema confusión
de ideas y que, apenas comenzaba la campaña electoral, en la propaganda, en el
mitin, en el periódico y hasta en esta misma Cámara se padecía, en general, una
lamentable confusión entre ambos principios (Ortega se refiere a la confusión entre
federalismo y autonomismo). Y esta confusión es gravísima, porque cualesquiera
que sean mis preferencias para unos y otros principios, corremos el riesgo - lo
vamos a correr dentro de un instante - de decidirnos por el más radical, por un
principio que va a reformar las últimas entrañas de la realidad histórica
española, cuando el pueblo mismo ignora el sentido de esa tremenda reforma que
en él se va a hacer. Esto es lo que yo lamento, lo que yo deploro y de lo que
empiezo a protestar. Es preciso claridad sobre este punto”( J.Ortega y Gasset,
Discursos políticos, Alianza Editorial, Madrid, 1990, pp.170-171).
Y, refiriéndose precisamente a Pi
y Margall, continúa: “Bajo el nombre
de federalismo, no tengo
para qué aludir
al conjunto de pensamientos sustentados por Pi y Margall
y el pequeño grupo de sus adeptos. Ese federalismo, que no ha sido puesto al
día desde hace sesenta años, es una teoría
histórica sobre la mejor organización del Estado. Ni es tiempo ahora, ni tengo yo porqué ocuparme de
discutir teoría más respetable por la calidad de sus fieles que por el rigor y
agudeza de su sistema; antes, y por encima de ese federalismo, está el hecho de la
forma jurídica del Estado federal, que una vez y otra ha aparecido en la
historia del Derecho político mismo; a ese hecho de la forma jurídica del
Estado es a lo que me refiero cuando hablo de federalismo. Pues bien,
confrontándolo con el autonomismo, yo sostengo ante la Cámara, con calificación
de progresión ascendente hasta rayar en lo superlativo, que esos dos principios
son: primero, dos ideas distintas, segundo, que apenas tienen que ver entre sí;
tercero, que, como tendencias y en su raíz, son más bien antagónicas. Conviene,
pues, que la Cámara antes decida esta cuestión con plena claridad” (Ibid.
p.171).
Continúa Ortega con una clara delimitación del federalismo y del
autonomismo que consideramos necesario recordar aquí por su claridad en tiempos
de tanta y renovada confusión: “El
autonomismo es un principio político que supone ya un Estado sobre cuya soberanía
indivisa no se discute porque no es cuestión. Dado ese Estado, el autonomismo
propone que el ejercicio de ciertas funciones del Poder público - cuantas más
mejor - se entreguen, por entero, a órganos secundarios de aquel, sobre todo
con base territorial. Por tanto, el autonomismo no habla una palabra sobre el problema
de la soberanía, lo da por supuesto, y reclama para esos poderes secundarios la
descentralización mayor posible de funciones políticas y administrativas. El
federalismo, en cambio, no supone el Estado, sino que, al revés, aspira a crear
un nuevo Estado, con otros Estados preexistentes, y lo específico de su idea se
reduce exclusivamente al problema de la soberanía. Propone que Estados independientes
y soberanos cedan una porción de su soberanía a un Estado nuevo integral,
quedándose ellos con otro trozo de la antigua soberanía que permanece limitando
el nuevo Estado recién nacido. Quien ejerza ésta o la otra función del Poder
público, cual sea el grado de descentralización, es para el federalismo como
tal, cuestión abierta, y de hecho los Estados federales presentan en la historia,
en este orden, las figuras más diversas, hasta el punto de que, en principio, puede
darse perfectamente un Estado federal y, sin embargo, sobremanera centralizado
en su funcionamiento” (Ibid., pp.171-172).
Si tenemos en cuenta esto, en una
situación hoy diferente a la de la II República, pero en la que algunos
intentan reformar la Constitución en un sentido federalista, porque
erróneamente entienden que ya es federal o cuasi-federal, habría que ver que la actual Constitución, en su
titulo que afecta a la reorganización autonómica del Estado, que es el que le
da su personalidad, no se puede entender sin su trasfondo filosófico, el cual
tiene que ver más con Ortega que con Pi y Margall. Pues la imposición del llamado “café para
todos” fue obra del ministro Manuel Clavero, a la sazón ministro para las
Regiones en el Gobierno de Suárez, el cual estaba bajo la influencia del
filósofo liberal madrileño y muy lejos del anarquismo de Pi y Margall. Por ello
venimos sosteniendo en artículos anteriores la necesidad de que se tengan en
cuenta el punto de vista filosófico de Ortega a la hora de entender la
Constitución actual y no
dejarlo todo en manos de los especialistas en Derecho Constitucional
porque, desgraciadamente, los que salen en los medios, están demostrando ser
bastante ignorantes en cuestiones filosóficas. Es como si la división de
poderes que Locke y Montesquieu, filósofos por supuesto, conceptualizaron, la
dejásemos en manos de especialistas en discutir cuestiones de detalle, sin duda
muy importantes pero que no pueden ser planteadas perdiendo de vista las Ideas
filosóficas básicas sobre las que descansan.
Los anglosajones y los franceses
suelen estar orgullosos de sus ancestros filosóficos y citan y celebran
bastante a Locke o a Montesquieu. Aquí parece que nos pasa lo contrario. Hay un
desdén manifiesto de los políticos y los líderes de opinión más influyentes hacia
la filosofía en general y en este caso hacia Ortega y Gasset. No es de extrañar
que gentes de IU, incluyendo a doctos catedráticos, incurran en ello, pues a
Ortega se le pone inquisitorialmente el sambenito de fascista y ya está. Lo que
resulta más sorprendente es que gentes de otras formaciones políticas, más
próximas al liberalismo, acaben comulgando con las ruedas de molino del izquierdismo
más irresponsable. Desde luego la derecha tampoco es que
se entere de mucho, por
lo menos por
lo que se
puede observar en su
olvido de Ortega a la hora de debatir estas cuestiones.
Pero no por ello deja de sorprenderme esta cuestión que se quiere añadir a
aquella consideración general que hacen otros de que en España es muy frecuente
aquello de tener que defender lo obvio.
(Asturias Liberal, 04/03/2005)
Manuel F. Lorenzo
Estado Confederal, Federal y Autonómico
En un pueblo cuyos habitantes tenían fama
de ser espontáneamente bien dispuestos y solidarios entre ellos, el párroco
pidió ayuda a los vecinos para introducir una gran viga en el interior de la
vieja iglesia sometida a reparaciones por hundimiento de su techumbre. Los vecinos acudieron solícitos en su ayuda y
en seguida se arremolinaron en torno a la gran viga de madera depositada a la
puerta principal de la iglesia, que permanecía abierta de par en par. De forma
espontánea las gentes allí arremolinadas se pusieron a la obra y levantaron la
viga tal como estaba situada en paralelo con la puerta de la iglesia tratando,
con grandes esfuerzos, de introducirla de la manera más rápida posible. Pero
los extremos de la viga al rozar con los marcos de la puerta impedían que la
maniobra tuviese el éxito esperado.
Entonces, algunos vecinos que tenían
aspecto de ser más reflexivos y que por ello no se habían lanzado así sin más a
la tarea, permaneciendo un poco rezagados y con aire escéptico y burlón ante el
esfuerzo irreflexivo de los demás, comenzaron a manifestar con cierta
vehemencia que estaban en un error si creían que así iba a entrar la gran viga
por mucha fuerza que tuviesen entre todos. Después de varios intentos
infructuosos y cerca ya del agotamiento, los esforzados vecinos inquirieron a
los rezagados de qué otro modo podían
introducir la viga,
a lo cual respondieron estos
que bastaba con que echasen un poco de aceite en los extremos de la viga
para que con tal lubricación el esfuerzo fuese menor y la viga pudiese resbalar
sobre los marcos de la puerta.
No se les ocurrió, ni por asomo, que
bastaba con que girasen la viga noventa grados y la introdujesen en el interior
del templo evitando cualquier roce. De la misma forma asistimos hoy en España a
un espectáculo semejante en el que una parte importante de las fuerzas políticas,
dirigidas por Zapatero, pretenden
introducir cambios en la Constitución, forzándola hasta transformarla en una
Constitución confederal. Como ello esta provocando crispación en el resto del
espectro político, que teme se cree una situación de desbarajuste y de peligro
de desmembración del Estado español, o de vaciamiento progresivo de la nación
española, aparecen unos terceros en escena, llámense Savater, Leguina o Sosa
Wagner, que con gran agitación de brazos les recriminan a sus antiguos
compañeros políticos que los cambios se
deben introducir no en un sentido confederal, sino en un sentido federal, o lo
que es lo mismo, que el federalismo es más lubricante y entra con menos
oposición que el más tosco y anarquizante confederalismo.
A estos últimos habría que recomendarles
que leyesen al menos los discursos de Ortega ante las Cortes constituyentes de
la Segúnda República en torno a la diferente naturaleza del federalismo y del
autonomismo. Pero en España donde, por una tradición inveterada, el pueblo no
está acostumbrado a leer, la responsabilidad que los intelectuales tienen de
informarle de estas cuestiones es mayor que en otros países de nuestro entorno,
donde la Reforma protestante, que imponía la obligación personal de leer la
Biblia y los Evangelios, creo unos hábitos de lectura que perduraron al
extender la necesidad creada de leer a otras materias más profanas. No obstante
la crisis de la modernidad se está
manifestando en tales países con la aparición de una prensa
sensacionalista y amarillista, como los grandes tabloides ingleses y alemanes
(The Sun, Bild, etc.), que hace bueno aquello de que, para leer eso, más les
valía no leer nada. En tal sentido se cumple aquí aquello de “no hay mal que
por bien no venga” y el pueblo español no corre el peligro de la prensa
sensacionalista, sencillamente por que, en su mayoría, no lee. El peligro en
España lo representa más bien, por el predominio de la cultura oral en el
catolicismo, la televisión basura que ha crecido vertiginosamente en los últimos
años, fomentada por un uniforme monopolio empresarial y sus aliados políticos,
de todos conocidos, que con la receta de fútbol, programas del “tomate”,
tertulias anodinas, etc., tratan de entretener al pueblo y de desinformarle para
mejor manejarle.
Por ello la responsabilidad de los
intelectuales es mayor en nuestro país que en otros del contorno, pues siguen
siendo los detentadores del “poder espiritual”, a diferencia de lo que ocurre
en los países protestantes donde, al leer la mayoría, el intelectual es a todo
más un “primum inter pares”,
mientras que en
España sigue siendo alguien
diferente y poseedor de unas claves literarias que se le escapan a la mayoría.
Por ello Ortega daba tanta importancia a la selección de las minorías intelectuales
como palanca importante en la buena marcha del país. Hoy, tales minorías
intelectuales, son las auténticamente marginadas del actual sistema político en
que los grandes partidos se han acostumbrado a vivir en un sistema político,
que paradójicamente fue pensado por heroicas generaciones intelectuales
anteriores como la de Unamuno y Ortega, limitándose a tirar de encuestas
sociológicas para hacer sus programas políticos sin tener que calentarse mucho
el coco. Encuestas en que quien piensa y protagoniza el pensamiento a seguir es
el propio pueblo. El sistema funcionó así hasta que empezaron a aparecer graves
problemas de Estado, los cuales no suelen ser resueltos por el pueblo, por
mucho que opine y piense, sino que precisan la aparición de individualidades
creadoras, filósofos, hombres de Estado, que aporten nuevas soluciones.
En otro tiempo existieron dichas
individualidades, como Castelar, Ortega, etc., que llegaban en España al pueblo
principalmente con sus nuevas Ideas a través de la oratoria en sus discursos de
las Cortes, conferencias y mítines. Hoy deberían llegar, más que por la prensa,
de voz débil en España, a través del magnifico instrumento para tales fines de
la televisión. Pero nos encontramos aquí con dos problemas. Uno, que los propios
grandes partidos no parecen interesados en facilitar el acceso de los
intelectuales a una televisión, que no por casualidad está completamente ayuna
de ellos. Otro que la minoría intelectual no está debidamente seleccionada ni
jerarquizada, ni bien avenida. A consecuencia de la anarquía que reina entre
los propios intelectuales, divididos entre ellos, presa del sectarismo o de
motivos impresentables, le resulta muy fácil al poder político de turno hacer
pasar por primeras espadas a quienes están muy lejos de ello,como ocurrió en el
caso de Aranguren, y marginar a otros merecedores de tal papel.
Por ello sería interesante que la
aparición de partidos centristas fomentada por intelectuales como ocurrió con
Ciudadanos de Cataluña, se extienda a nivel nacional, tal como pretende el
propio Savater, con el objetivo, además de unir a los intelectuales en un
objetivo común, de romper el peligro extremista al que nos vemos avocados por
culpa del inconsciente radicalismo zapateril por el cual se esta dejando arrastrar, ayuna de conocimientos críticos
(históricos, políticos, filosóficos, etc.), media España. Pero, por favor, no
empecemos de nuevo a liarla con “federalismos” lubricantes. Vayamos directos al
grano. Vuelvan a leer a Ortega al menos en este asunto y no pretendan ejercer
de adanes en el paraíso.
(Foro Hispania, 20/06/2007)
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