Recupero, para las páginas de este Blog, un artículo
publicado por mi en 2006 que resulta profético a la vista de los peligros inminentes
de ruptura de la unidad política española. Esta forma de ver las cosas era
entonces muy minoritaria y marginal en España, frente a la opinión dominante en
los medios de comunicación, pero es la que ha acertado en el diagnostico de
hacia donde íbamos los españoles. Por eso creo que merece volver a ser publicada,
con la esperanza de que se haga más común, pues está más cerca de la verdad que
la entonces tenida por políticamente correcta.
Sobre la
comparación de Zapatero con Adolfo Suárez
Algunos comentaristas políticos están
empeñados en mantener que lo que está ocurriendo en la política española, con
la irrupción de una figura tan polémica como la de Zapatero, es el comienzo de
una Segunda Transición en la que el Presidente socialista estaría jugando un
papel equivalente al que Adolfo Suárez jugó en la Primera Transición a la
Democracia. En tal sentido se estaría desarrollando lo que he llamado en un
artículo anterior el “síndrome Trapiello”, según el cual Zapatero estaría
siendo injustamente vilipendiado por los sectores más duros del PP y algunos
correligionarios como Felipe González o Alfonso Guerra, como lo fue Suárez por
los franquistas cerriles y por la izquierda.
El equívoco parece que está en el propio
término “Transición”. Se puede admitir que Zapatero, con la alianza de los
nacionalistas, estaría intentando una nueva Transición, pero la diferencia con
Suárez estaría en que el sentido de la Transición es justamente el inverso. Con
Suárez España transitó de una dictadura centralista a un régimen de
libertades y descentralización
autonomista, mientras que Zapatero quiere pasar de este último régimen, en el
que todavía estamos, hacia un régimen de democracia despótica con merma de
libertades e independencias federadas.
Cuando digo democracia despótica me
refiero a quienes, en pago a una España autonomista que, a diferencia de la
España centralista del franquismo, aceptó el bilingüismo en algunas Comunidades
Autónomas como Cataluña, ahora lo que tratan de hacer es romper el pacto
constitucional con el resto de los españoles e imponer el catalán como lengua
única. Lo cual resulta especialmente grave porque todos los catalanes hablan y
entienden el español pero no a la inversa, pues la población inmigrante, sobre
todo de origen andaluz, es muy numerosa y prefiere la lengua de Los
Manolos. Y esa actitud, aunque esté
refrendada por una mayoría en las urnas, es despótica y empobrecedora,
culturalmente hablando. Más
empobrecedora, por supuesto, que cuando dominaba el español. La
Universidad de Barcelona, cuyas clases parece ser que se imparten en catalán,
ya está perdiendo alumnos de otros países que, en número creciente, vienen a
aprender español a Oviedo, Madrid, Salamanca o Sevilla.
Por lo que respecta al soberanismo
federalista, seguramente conducirá a conflictos que den lugar a choques entre
parlamentos regionales y el parlamento nacional, Las Cortes, con el
resurgimiento de la dialéctica entre el avance del independentismo y la
inevitable respuesta represiva del gobierno central, empujado por aquellos
españoles que ya empiezan a pedir la acción reciproca del castigo a los
productos catalanes que se exportan al resto de España. Es posible que veamos
al Parlamento de Cataluña o al de Vitoria cercado y cañoneado como no hace
mucho vimos la Duma de Moscú, asediada por Yeltsin. No creo que haya “guerra
civil” entre los españoles del resto del país, porque las divisiones sociales y
clasistas del 36 ya son cosa del pasado.
Por lo que respecta al apoyo
internacional, es posible que algunos países fuertes de la Unión Europea
prefieran una España rota, pero la posición norteamericana hoy hegemónica,
debido a la torpeza de Zapatero y sus seguidores, preferiría, como está ya
prefiriendo, el apoyo a la España pro-atlántica de Aznar. Por tanto, nada de
nuevos Balcanes, en los que, por otra parte la decisiva intervención fue la de
Clinton y no la de los propios europeos, más pendientes de una O.N.U.
inoperante. Cuando los catalanes perciban que seguir los dictados de una
minoría extremista no les sale gratis recuperaran el famoso seny que hoy
parecen haber perdido.
En tal sentido, Zapatero estaría iniciando
una Transición, pero de sentido contrario a la de Suárez. Porque un dirigente
político que hoy quisiera recoger el “espíritu” de Suárez, y no la imitación
exterior de su figura (que Zapatero
tampoco la encarna bien, pues aunque sea joven y bien parecido como el de
Avila, carece del aplomo y de la “cara de jugador de poker” característicos de
aquel) tendría que tratar de defender lo conseguido hasta ahora en el avance de
las libertades y la democracia en España, en vez de destruirlo para dar paso a
algo que está empezando a provocar la división y crispación entre los españoles
como no se había visto desde la II República. En tal sentido me parece más
acertada la comparación que se ha hecho de Zapatero con Largo Caballero, pues
este hizo también una transición del socialismo de la II Internacional al de la
III, por lo que lo llamaron “el Lenin español” al propugnar la Revolución del
34 imitando la Revolución soviética. Era la época de lo que Ortega llamó la
“rebelión de las masas”. Hoy los tiempos ciertamente han cambiado, sobre todo
después del hundimiento soviético, tras el cual creo que se acaba la época de
las auténticas y temibles rebeliones de masas. Pues aunque sigue habiendo masas
y manifestaciones masivas, estas masas comparadas con aquellas son como
ovejitas que al estallido del primer bombazo huyen despavoridas a refugiarse en
su cómodo hogar, decorado por el Corte Ingles o Ikea, tras un televisor, un
móvil o un ordenador. Pero no hacen ya barricadas ni organizan milicias
armadas, aunque pequeños grupos violentos se aprovechen de su estupidez ante
las sedes del PP.
Hoy, en Occidente, estamos, siguiendo el
“espíritu” y no meramente la “letra” de Ortega, ante una nueva forma de “rebelión”,
que podríamos denominar la “rebelión de las minorías”, cuyo antecedente fue la
“rebelión del 68”. En ella el nuevo sujeto rebelde no es ya la masa homogénea y
concentrada en grandes barriadas empobrecidas, sino las minorías raciales,
sexuales, culturales, etc., heterogéneas y dispersas. En ellas busca apoyar
Zapatero su nueva política conduciendo al socialismo español de nuevo de la II
Internacional, a la que había regresado Felipe González abandonando el
marxismo tras la dura purga del exilio, a la llamada nueva Glocalización, o
conexión internacional de minorías locales organizadas como los
micro-nacionalismos irredentos en Europa.
En tal sentido González, aunque por edad
pertenece al sesentayochismo, no ha querido llevar a cabo una política acorde
con él, lo cual le honra, aunque ha tenido que pagar el precio de un descarado
cinismo. Únicamente en la Reforma de la Educación dejó el camino abierto a
ciertos principios del 68, como primar la imaginación frente a la memoria o el
juego frente al esfuerzo y la disciplina, etc., de lo cual hoy estamos viendo
los desastrosos resultados, pues los adolescentes, como aquellos estudiantes
parisinos de Nanterre, someten a sus profesores a tribunales populares (de
padres y políticos) y a castigos físicos, en cuanto pueden. Pero Zapatero
inicia el tránsito de nuevo desde la II Internacional, aunque esta vez apoyando
una nueva rebelión extremista, a lo “Dani el Rojo”, apoyando la política de lo
que podemos llamar, por analogía con Ortega, “rebelión de las minorías”
nacionalistas y sexuales. En tal sentido es un sesentayochista consecuente.
Aunque se podría volver a decir también, como Ortega, que lo que necesita
España no es eso, no es eso.
Manuel F. Lorenzo
(www.forohispania.com, 19/06/2006)
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